Ava es una joven a punto de graduarse de doctora el cual siempre ha sido su sueño, al conocer a maximiliano un hombre multimillonario quien queda hipnotizado por su belleza, su amor se basa en romance hasta que el tuvo un terrible accidente quedando en coma, ella se ve obligada a tomar decisiones si el, cuando el despierta el caos llega y ella descubre lo despiadado que es, ¿podrá Ava salir a tiempo de ese amor sin remedio?
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Una Ayuda
Me levanté del asiento con determinación, sin dejar de mirarlo a los ojos. Mi mirada firme y desafiante parecía decirle que no estaba dispuesta a seguir escuchándolo.
"No me importa", pensé para mí misma, mientras me giraba para salir de la habitación.
—¡No he terminado de hablar!—, gritó él de su voz resono detrás de mí.
Pero no me detuve. Seguí caminando con paso firme hacia la puerta, decidida a escapar de la tensión y la hostilidad que se había acumulado en la habitación.
No estaba dispuesta a tolerar su actitud dominante y controladora. Salí de ahi con un sentimiento de liberación, dejando atrás la confrontación y la ira.
Subí a mi habitación y me dirigí directamente al baño, necesitaba una ducha para relajarme después de la tensión que había acumulado en el comedor.
Al salir del baño, envuelta en una toalla, me encontré con Maximiliano sentado en su silla de ruedas, y uno de sus hombres todavía estaba en la habitación.
Nuestra mirada se cruzó, y pude sentir la intensidad y el desafío en sus ojos.
—Me voy a cambiar y no me va a importar quién esté aquí—, dije con determinación, sin dejar que su presencia me intimidara.
Maximiliano me miró con una mirada de desafío, una que no pensaba dejar pasar.
Cuando comencé a quitarme la toalla, él vio la decisión en mis ojos y dijo: —Detente—.
Con su voz fría y autoritaria, le ordenó al hombre que estaba detrás de él:
—Sal de aquí si no quieres que te saque los ojos—. El hombre obedeció de inmediato y se fue, dejándonos solos en la habitación. La tensión entre nosotros era palpable, y pude sentir que la situación estaba a punto de escalar.
Me dirigí al vestidor, pasando por su lado con determinación. Pero antes de que pudiera seguir adelante, Maximiliano me tomó del brazo con firmeza y me hizo agachar para quedar a su altura.
Su mirada era intensa y exigente, y pude sentir su autoridad y poder.
—Que sea la última vez que me dejas hablando solo—, dijo, su voz baja y amenazante. —Mis órdenes nunca se pasan en alto, ¿me entendiste?—
Lo miré con la misma frialdad que él me había mostrado, sin dejar que su agarre me intimidara.
—Lo entiendo—, dije con calma, soltándome de su agarre y volviendo a mi posición y altura.
Le di la espalda y me dirigí al vestidor para cambiarme, sin mostrarle ninguna debilidad o sumisión.
Mi movimiento fue deliberado, un gesto de independencia y desafío que parecía decirle que no estaba dispuesta a dejar que me controlara completamente.
Al salir del vestidor, lo vi aún sentado en su silla, mirando la cama con una expresión pensativa.
Me senté en la cama, dándole la espalda, pero no podía sacudirme la sensación de que mi conciencia no me dejaría tranquila si no lo ayudaba, sabiendo su condición.
Me levanté y me fui a su lado, y le dije: —Permite que te ayude—.
Maximiliano lo pensó por un momento, y pude sentir su orgullo y resistencia a aceptar ayuda.
Pero al final, sabía que no le quedaba de otra, y así que me dejó ayudarlo a subir a la cama.
Mientras lo ayudaba, pude sentir su cuerpo tenso y su resistencia a depender de mí.
Pero también pude ver la necesidad en sus ojos, y supe que estaba luchando contra su propia debilidad.
Una vez que estuvo acostado, me miró con una mezcla de gratitud y resentimiento, como si estuviera agradecido por mi ayuda pero no quisiera admitirlo.
Me dirigí al armario y saqué su pijama de seda, decidida a ayudarlo a vestirse. Cuando me acerqué a él y tomé el primer botón de su camisa, me detuvo tomando mi mano con la suya.
—¿Qué crees que haces?—, me preguntó, su voz llena de sorpresa y desconfianza.
—Te voy a poner la pijama—, respondí con calma. —No es algo que no haya hecho ya— agregué, recordándole que ya habíamos tenido momentos de intimidad.
Todas las noches me tocaba cambiarlo incluso lo bañaba mientras su cuerpo estaba quieto y sin respuesta.
Esto no era nada nuevo, mi respuesta pareció sorprenderlo, y por un momento, se quedó sin palabras, y aflojó su agarre.
Continué quitándole la camisa y luego el pantalón, él me ayudó un poco y así terminé de vestirlo con la pijama de seda.
Una vez que estuvo listo, le di sus pastillas y un vaso con agua.
Las tomó sin decir una palabra, y luego coloqué el vaso en la mesa de noche.
Después de eso, me fui a mi lado de la cama y me acosté, sintiendo un gran alivio de que el día hubiera llegado a su fin.
Me cubrí con la sábana y cerré los ojos, tratando de olvidar la tensión y el estrés que había acumulado durante el día.
La oscuridad de la habitación y el silencio que nos rodeaba parecían envolvernos en una especie de calma, y por un momento, me sentí como si pudiera descansar.
Al día siguiente me desperté temprano, como era habitual en mí. Maximiliano ya estaba despierto, y pude sentir su mirada sobre mí mientras me movía.
Me fui al baño a lavar mis dientes y refrescarme, al salir lo vi sentándose en la cama con dificultad.
Me acerqué a él y le dije que lo llevaría al baño, y sorprendentemente no se resistió.
Lo ayudé a sentarse en su silla de ruedas y lo llevé al baño.
Mientras él se cepillaba los dientes, yo me encargué de abrir la tina y programar el agua caliente, preparando un baño relajante para él.
El sonido del agua corriendo y el vapor que se elevaba crearon un ambiente calmado en el baño.
Vi que Maximiliano terminó de cepillarse los dientes y empujé su silla hasta la tina.
Le ayudé a quitarse la ropa, y se quedó en boxer. Luego, le ayudé a entrar en la tina, y es que no puedo evitar el cansancio ya que el es tamaño y el peso de el es muy evidente comparado conmigo.
Cuando tomé la esponja para bañarlo, me detuvo con un gesto firme.
—Yo puedo solo—, dijo, su voz estaba llena de orgullo y determinación.
Lo miré a los ojos y le dije con calma: —No tengo ganas de pelear tan temprano. Déjate bañar, que ya lo he hecho tantas veces que para mí no es nada—.
—De lo contrario, te dejaré solo ahí y tendrás que salir como puedas, yo solo estoy haciendo mi trabajo y me lo estás haciendo difícil—.
Mi tono fue firme pero calmado, y pude ver la duda en sus ojos. Por un momento, pareció sopesar sus opciones, pero finalmente, su necesidad de ayuda pareció superar su orgullo, y se relajó, permitiéndome bañarlo.
Después de bañarlo, lo llevé al guarda ropa para que se cambiara.
Mientras lo hacía, no dejaba de mirarme con una intensidad que me hacía sentir incómoda.
Su mirada parecía penetrarme, como si estuviera estudiándome o tratando de leer mis pensamientos.
Cuando estaba por terminar de vestirlo, le dije que más tarde le iba a ayudar con sus terapias. Me miró fijamente, pero no dijo nada.
Su silencio era significativo, y pude sentir que estaba procesando mis palabras.
No sabía si estaba de acuerdo o en desacuerdo con mi oferta, pero por ahora, parecía aceptar mi ayuda.
Me fui al baño para tomar una ducha refrescante, y después de salir, me vestí con un conjunto elegante y sofisticado.
Elegí una falda negra que se ajustaba perfectamente a mi figura, y la combiné con una blusa blanca ajustada que resaltaba mi estilo. Me puse unos botines negros que complementaban perfectamente el conjunto.
Me recogí el cabello en un moño alto, dejando caer dos mechones sueltos en mi cara, lo que le daba un toque de feminidad y elegancia a mi look.
Me apliqué un poco de maquillaje para realzar mis facciones y darle un toque de brillo a mi rostro.
Finalmente, tomé mi bolso y salí de la habitación.
Cuando bajé, Maximiliano estaba en la sala con Elias, conversando en voz baja. Elias me saludó con una sonrisa y yo le respondí con un gesto amistoso.
Me preguntó a dónde iría tan elegante y le dije que iría al aeropuerto a recoger a una amiga. Maximiliano se encontraba serio y observándome con una mirada intensa, sin decir una palabra.
Elias se ofreció a llevarme, pero lo rechacé amablemente. Le dije que iría sola, que no habría problemas.
Lo único que le pedí fue su auto prestado, y con una sonrisa, me lanzó las llaves.
Me despedí de ellos y Elias me dijo que condujera con cuidado mientras yo salía de la casa, con voz baja y suave.
Salí del chale en el auto de Elías para recoger a mi amiga Alice en el aeropuerto ya que su vuelo estaba por llegar...