Dicen que la historia la escriben los vencedores.
Que los héroes son solo villanos que supieron contar mejor su versión.
Yo no crecí con cuentos de hadas.
Crecí con sus sombras.
Mi nombre es Hope Michelson.
Soy la hija de una loba alfa y del híbrido más temido del mundo.
Llevo en la sangre la magia de los brujos, la furia de los licántropos y la sed eterna de los vampiros.
Mi linaje está marcado por la tragedia, la traición… y el poder.
Durante siglos, mi familia fue temida por todos.
Hasta que fueron malditos, encerrados en un sueño del que solo yo puedo liberarlos.
Pero para hacerlo, debo encontrar al Doppelgänger.
Y tomar su sangre.
Esta es mi historia.
La historia de una heredera sin reino,
de una hija sin padre,
de una bestia con corazón humano.
Mi historia… y la de un linaje maldito.
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capítulo 21
POV Hope
El silencio de la noche pesaba sobre la mansión como una maldición en sí misma. Afuera, la luna seguía su curso en el cielo, ajena a todo lo que acababa de ocurrir. Mi familia, los Originales, estaban despiertos… y también lo estaba su sed de venganza.
Había esperado este momento por dos siglos. Soñé con sus abrazos, con sus voces llamándome por mi nombre, con el calor de un hogar. Pero lo que encontré fue frío. Frialdad disfrazada de poder, ansias de muerte camufladas como justicia. Mi padre... no había cambiado. Y mis tíos, tampoco.
Caminé por los pasillos silenciosos hacia el sótano. Allí, en una celda reforzada con cadenas bañadas en verbena, estaba Stefan. Atado, herido, pero aún con la mirada desafiante. Me detuve frente a él y lo observé en silencio.
— ¿Viniste a burlarte? —escupió con sarcasmo, su voz ronca.
— No —respondí con sinceridad, bajando la mirada—. Vine porque... creo que eres el único que puede entender lo que siento ahora.
— ¿Qué te hace pensar que quiero entenderte? —preguntó, pero su tono ya no tenía veneno, solo cansancio.
Me acerqué un poco más. Los barrotes entre nosotros parecían irrelevantes en ese momento.
— Los desperté —dije al fin—. Y me equivoqué.
Stefan levantó la mirada.
— ¿Qué?
— Mi padre, mis tíos... yo creí que podría traerlos de vuelta, ofrecerles una vida diferente. La vida que les arrebataron. Una vida sin sangre, sin guerra. Pero me equivoqué. Ellos... solo quieren venganza. —Mi voz se quebró al final—. Ellos no volvieron por mí. Volvieron por poder.
Stefan me observó con más atención. El brillo desafiante en sus ojos se suavizó un poco.
— ¿Y por qué me dices esto a mí?
— Porque tú fuiste parte de todo esto. Porque tú... eras el instrumento para despertarlos. Y porque sé que tú también quieres que esto termine.
Él no respondió. Bajó la vista y apretó los dientes.
— Dime algo —continué—. ¿Cuál era el verdadero plan? ¿Qué iban a hacer después de que los despertaran?
— No lo sé —murmuró, evasivo.
Me crucé de brazos.
— No me mientas, Stefan.
— ¡No lo sé! —gritó, tirando de las cadenas que lo retenían—. Solo cumplía órdenes. Mi líder me dijo que debía mantenerme cerca de ti, que debía vigilarte. Que debía asegurarme de que el ritual saliera bien. Pero nunca me dijeron qué vendría después.
Lo creí. Su desesperación era genuina. Pero también lo era la mía.
— Yo... no los traje para esto —confesé, acercándome más al umbral de la celda—. No quería una guerra. No quería una masacre. Solo quería recuperar a mi familia.
— Recuperarlos... ¿para qué? —preguntó con incredulidad—. ¿Para sentarte a cenar con monstruos? ¿Para revivir el pasado como si fueran inocentes?
Negué con la cabeza.
— No. Quería curarlos.
Stefan frunció el ceño.
— ¿Qué estás diciendo?
— Que encontré la cura, Stefan. —Mi voz era baja, pero firme—. En los textos de Agnes, la bruja original que creó el vampirismo. Encontré el hechizo que usó... y también encontré su contraparte. El antídoto. El ritual para volver a ser humano.
Él se quedó en silencio unos segundos. Luego soltó una risa amarga.
— Eso es imposible. No hay cura.
— Eso es lo que los brujos quieren que creas. —Me incliné un poco hacia adelante—. Pero sí la hay. Solo que ellos la ocultaron. Solo se enfocaron en castigar a mi familia. Nunca buscaron redención... solo sangre.
Stefan me miraba fijamente, sin saber si creerme o no.
— Escúchame. Los Originales están conectados a los vampiros de todo el mundo por la línea de sangre. Si uno muere, su linaje muere con él. Pero si uno es curado... todos los que convirtieron... también podrían serlo.
— ¿Volver humanos...? —susurró.
Asentí.
— Volver a vivir. Comer. Envejecer. Morir con dignidad. ¿No crees que muchos vampiros lo aceptarían si supieran que hay una salida? ¿Una forma de dejar de ser monstruos?
Stefan se quedó callado.
— Tú mismo —agregué—. ¿Cuántas veces viste a personas inocentes convertidas contra su voluntad? ¿Cuántas veces viste la oscuridad crecer dentro de ellos?
— Demasiadas... —murmuró.
— Entonces ayúdame.
— ¿Ayudarte? ¿A ti?
— Ayúdame a que el mundo sepa la verdad. A que mis tíos entiendan que hay otra opción. No más sangre. No más guerra. Solo una oportunidad real de redención.
Stefan bajó la mirada.
— No sé si me creerían.
— Pero me creerán a mí. Soy su familia. Soy su sangre.
— ¿Y si no quieren curarse? —preguntó, levantando la vista—. ¿Y si quieren seguir siendo lo que son?
— Entonces lo decidirán sabiendo toda la verdad. Pero no permitiré que destruyan este mundo otra vez sin que antes sepan que existe otra opción.
El silencio se hizo entre los dos. Por primera vez, ya no éramos enemigos. Éramos dos almas rotas, cargando con los errores de generaciones pasadas.
— Liberaré tus cadenas si prometes que me ayudarás —le dije.
Stefan dudó un instante, luego asintió lentamente.
— Lo haré. No por ti... sino por todos los que aún pueden salvarse.
Tomé una daga encantada de plata del cinto y rompí los grilletes con un chasquido de magia. Stefan se tambaleó hacia adelante, sus muñecas marcadas por las quemaduras.
— Gracias —murmuró, sorprendido.
— No me des las gracias. Aún no has visto lo peor.
Ambos salimos del sótano en silencio, sabiendo que, fuera de esas paredes, se gestaba una guerra silenciosa. Una batalla entre el deseo de venganza... y la esperanza de redención.
Yo había hecho mi elección.
Y esta vez… no pensaba rendirme.