Mi novio comparte techo con su ex (él insiste en que son solo amigos). Las discusiones son frecuentes y mi intuición me alerta, aunque sin evidencias. Además, un niño con tendencia a los incidentes ha entrado en mi vida y ahora soy su tutora. ¿Por qué este joven ocupa tanto mi mente?
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El premio
—Y eso fue lo que pasó—le di una gran mordida a mi hamburguesa, casi dislocándome la mandíbula en el proceso.
—¿Y te llamó de nuevo el tóxico?
—¿Tú qué crees?
—Qué no.
—¿Entonces para qué preguntas si ya lo sabes? ¿Solo para regodearte de mi miseria amorosa?
—Ayer los astros estaban alineados—Comentó Lilly dando un sorbo a su batido de color indefinido.
—Pues a mis astros les dio por jugar a los bolos con mi estabilidad emocional—bufé algo agotada de los mismos problemas—. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes?
—Normal. Ayer tomé un baño de esencias para alejar las malas vibras que me causaron ese dolor del infierno. Funcionó. Ahora solo siento las vibras normales del universo conspirando en mi contra.
—Es verdad, pequeña Helen. Yo estuve allí, cual enfermero sexy a domicilio. Hasta le hice un delicioso masaje en la espalda, ¿Cierto?—intervino Daniel, quien apareció de la nada como un pokémon salvaje.
—No distorsiones la realidad, rarito. Fui yo quien te hizo el masaje—saltó mi amiga antes de que la situación se volviera más... interesante. Aunque para ser sincera, Daniel estaba logrando justo lo contrario—. Helen, ¿puedes creer que este hombre de casi dos metros, con pinta de estatua griega y supuesto Don Juan, se baña con agua tibia? ¡Tibia! No hubo luz en mi casa, así que el calentador se tomó vacaciones. ¡Y le ha dado un calambre en la ducha!
—Es que si me baño con agua fría me resfrío—confesó Daniel, sentándose al lado de Lilly como un perrito faldero.
—Eso es completamente absurdo. El agua fría mejora las defensas del cuerpo. ¡Pareces mi abuelo!—refutó ella, intentando, sin éxito, alejarlo con la mirada.
—A ver, a ver, a ver. Un segundo que mi cerebro está en"procesamiento lento". ¿Te has quedado en casa de Lilly?—le pregunté a Daniel, frunciendo el ceño.
—¡Sí! Fue como una fantasia hecha realidad. Parecíamos una pareja de recién casados... que aún no se hablan por la mañana, e incluso le agradé a su abuela—expresó con entusiasmo y, disimuladamente, le robó un sorbo del batido a Lilly. Ella lo miró con una mezcla de fastidio y resignación. Era un progreso.
—Tita no ve nada malo en los demás. Ella es así, un amor de persona. Y ni muerta me caso contigo.
—Algún día pensarás diferente. Mi encanto es como el queso añejo... algunos lo odian al principio, pero luego no pueden vivir sin él.
—Pues, quién sabe... de momento iré a ver a Iván. Me prometió ir a la pastelería a disfrutar como debe ser ese cupón.
—¿Qué no aprendes, criatura? Apenas sales de la indigestión y ya vas de nuevo a comer.
—Shh. Silencio, Helenita. No le deseo mal a ella, pero así podré supervisar su ingesta de azúcar cuantas veces sean necesarias—dijo Daniel con ojos de cordero degollado mientras veíamos a Lilly alejarse. Demasiada azúcar en el ambiente para mi gusto.
—Bien, si tú lo dices... espero pienses igual cuando te toque limpiar sus vómitos. También me iré. Ya es hora de ponerme mi disfraz de "maestra severa"—bromeé.
Tras despedirme, recogí mis cosas y me dirigí a casa de los Alonso. En el camino pensé que Daniel, a pesar de su torpeza habitual, había sabido aprovechar la "emergencia estomacal" para acercarse a Lilly. Me alegraba por él y a la vez sentía una punzada de curiosidad por Iván. Ambos eran buenos chicos, aunque con tácticas de ligue dignas de estudio. Sin embargo, la última palabra la tenía Lilly. Yo la apoyaría.
Una vez que llegué, toqué el timbre. Esperé un breve instante hasta que el tintineo de unas llaves me anunció que alguien me recibiría.
—Has tardado—habló Leo a manera de saludo, con el torso desnudo. No podía negarlo: el muchacho tenía un "algo" que hacía que mi cerebro gritara "¡peligro, zona de turbulencia!".
Instintivamente desvié la mirada. Si lo veía mucho, mi lado racional se esfumaría y mi lado... con novio se sentiría culpable.
—Ponte algo encima, jovencito—le ordené.
—Estaba a punto de hacerlo—me informó—. Pero has llegado... es tu culpa, profesora. Pasa. Hay algo que quiero mostrarte—expresó con una emoción que parecía genuina, aunque ligeramente sospechosa. Jamás lo había visto tan... motivado. Me parecía... menos rebelde
Tomó de mi muñeca y me jaló hasta su habitación. Durante el trayecto, saludé rápidamente a su madre, quien estaba en la cocina, como si fuera el centro de operaciones de la casa. Su pancita ya era bastante visible. Calculaba que estaría entrando al cuarto mes de felicidad.
Dentro de la habitación, con un sutil movimiento me invitó a sentarme en la silla que usaba para estudiar. Se apresuró hasta su cama y tomó un par de hojas escritas de la mochila que allí reposaba, colocándolas sobre el escritorio.
—¿De verdad hiciste esto tú? ¿No contrataste a un doble académico?—pregunté, sin poder creer lo que tenía delante.
—Sí. Y mira. Han puesto el ejercicio que hice mal y que tú me explicaste. Fue como una señal del destino... o que por fin te hice caso—me señaló con orgullo. Era verdad.
—¡Esto es increíble! ¡Estas calificaciones son mucho mejor de lo que esperaba! Estoy tan contenta por ti—me levanté y, en un impulso, me lancé sobre él para abrazarlo. Mi reacción lo tomó por sorpresa, como si un koala lo hubiera atacado. Sin embargo, la sorprendida terminé siendo yo cuando él correspondió al abrazo con una calidez inesperada.
Estuvimos así solo unos segundos, aunque pareció que el tiempo se había detenido. Mi mente se puso en alerta, pero mi cuerpo se sentía... reconfortado. Un abrazo inocente, me dije a mí misma. Sí, inocente... como un gatito con dinamita.
—Lo siento,—me apresuré a decir, separándome—. Fue la emoción del momento.
—Sí —se limitó a responder, con una pequeña sonrisa que no supe interpretar. Luego continuó—pero, es un triunfo a medias—lo miré confundida.
—¿Qué quieres decir? ¿Que esperabas un diez perfecto con estrellitas?
—Una de las profesoras no cree que lo haya hecho solo. Está segura de que empleé algún truco de magia negra para copiarme. Dijo que llevaría el caso a revisión y, en el peor de los casos, tendría que presentar de nuevo los exámenes—esbozó una sonrisa amarga, como si hubiera perdido una partida de su videojuego favorito.
—Tita tiene un refrán que dice: "Cría fama y échate a dormir". No es fácil para los demás confiar en ti cuando has demostrado ser un agente del caos académico, vago y desinteresado. Pero tranquilo, estoy segura de que podrás lograrlo de nuevo. Solo tienes que convencerlos de que no vendiste tu alma a un demonio de las matemáticas.
Leo me miró directo a los ojos. Mi estómago hizo un pequeño revoloteo.
—Entonces. ¿Me darás un premio si me porto bien y apruebo todas las actividades? ¿Algo mejor que otro sermón inspirador?—dijo cambiando bruscamente de tema, con curiosidad y un brillo travieso en los ojos. Me acomodé de nuevo en la silla.
—Sí. Creo recordar haber dicho algo parecido. Pero nada de volar a la luna.
—¿Lo que yo quiera?
—Siempre que esté a mi alcance, por supuesto. Nada de coches deportivos ni viajes pagados al Caribe.
—Acompáñame al club.
—¿Hm? ¿A ver cómo sudas la gota gorda?
—Quiero que me veas jugar. Ese es el premio que quiero. Pasar la tarde contigo—dijo con una sonrisa que podría derretir un glaciar.