Olvidada por su familia, utilizada por el imperio y traicionada por aquellos en quienes más confiaba… así terminó la vida de Liliane, la hija ignorada del duque.
Amada en silencio por un príncipe que nunca llegó a tiempo, y asesinada por el hombre a quien había ayudado a coronar emperador junto a su amante rival, Seraphine.
Pero el destino le ofrece una segunda oportunidad.
Liliane renace en el mismo mundo que la vio caer, conservando los recuerdos de su trágica primera vida. Esta vez, no será una pieza en el tablero… será quien mueva las fichas.
Mientras el segundo príncipe intenta acercarse de nuevo y Seraphine teje sus planes desde las sombras, un inesperado aliado aparece: el primer príncipe, quien oculta un amor y un pasado que podrían cambiarlo todo.
Entre secretos, conspiraciones y promesas rotas, Liliane luchará no solo por su vida, sino por decidir si el amor merece otra oportunidad… o si la venganza es el verdadero camino hacia su libertad.
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Capítulo 21: El precio del fuego Maraton#9
La aldea de Virel, un pequeño asentamiento agrícola rodeado de bosques espesos y colinas silenciosas, parecía un lugar olvidado por el tiempo… hasta que el infierno descendió sobre ella.
Era casi el crepúsculo cuando las llamas comenzaron a brotar de los tejados. El humo negro se alzó en columnas gruesas que rasgaban el cielo, y el sonido de espadas, gritos y súplicas se mezclaba con el crepitar ardiente de la madera. Aquello no era un simple ataque: era una masacre orquestada.
—¡Vienen desde el este! ¡Están prendiendo fuego a los graneros! —gritó uno de los exploradores mientras su caballo jadeaba bajo él.
Liliane, en la cima de una colina cercana, sujetó con fuerza las riendas. A su lado, Adrian tensó la mandíbula.
—Esto no es un acto de bandidos comunes —dijo él, clavando la mirada en el humo—. Es demasiado preciso. Saben exactamente qué destruir.
Liliane asintió, su vestido de montar ondeando con el viento.
—Esto es un mensaje. Uno dirigido a nosotros.
Sin perder tiempo, ambos espolearon a sus caballos y cabalgaron hacia el caos.
Al llegar a Virel, la escena fue peor de lo imaginado: los campos ardían, las casas estaban siendo saqueadas y mujeres y niños eran arrastrados por los atacantes, hombres armados con armaduras negras sin distintivos. Los pocos aldeanos que ofrecían resistencia lo hacían con herramientas de trabajo, apenas logrando defenderse.
Liliane no esperó órdenes.
—¡Proteged a los civiles! ¡Formad una línea de defensa! —ordenó a los caballeros que la acompañaban.
Ella misma se lanzó al combate, desenvainando su espada y cortando el paso a un atacante que iba tras una anciana. Su rostro mostraba serenidad y furia, una reina no coronada que luchaba hombro con hombro con su pueblo.
Adrian no se quedó atrás. Su espada danzaba con precisión letal mientras coordinaba los movimientos de los escuadrones. Pero entre el humo y el estruendo, algo llamó su atención: un grupo de niños que huían hacia el borde del acantilado, perseguidos por tres enemigos.
—¡Liliane! ¡Los niños! ¡Cúbreme! —gritó.
—¡Adrian, espera! —intentó detenerlo, pero ya era tarde.
Adrian llegó a tiempo para interponerse entre los niños y sus perseguidores. Con feroz determinación, luchó contra los tres a la vez. Sus golpes eran rápidos, pero también lo eran los de sus oponentes. Uno de ellos lo sorprendió con un empujón brutal mientras se giraba para proteger a un niño herido.
El mundo pareció detenerse.
—¡Adrian! —gritó Liliane mientras corría entre los cadáveres y el fuego.
Adrian extendió la mano hacia ella, pero el borde del acantilado cedió bajo sus pies.
La imagen de su silueta desvaneciéndose en la niebla quedó grabada en la mente de Liliane como una herida abierta.
—No… no… —susurró mientras se asomaba al vacío. Solo vio la profundidad y las rocas afiladas, envueltas en neblina. No había cuerpo. No había sangre. Pero tampoco había esperanza.
El combate terminó minutos después con la retirada de los atacantes, como si su objetivo se hubiese cumplido: causar dolor, miedo... y pérdida.
Liliane cayó de rodillas en la tierra quemada, los aldeanos a su alrededor en silencio, con el corazón roto. Uno de los capitanes se acercó y, con voz grave, anunció:
—El príncipe Adrian ha caído. El Imperio... ha perdido a su heredero más justo.
Los días siguientes fueron una mezcla de duelo y furia. Liliane, vestida de luto, apenas habló. Pero detrás de su aparente fragilidad, su mente trabajaba con intensidad. Sabía que aquel ataque no había sido aleatorio. Alguien lo había ordenado… y ya sospechaba quién.
Gracias a espías infiltrados en las casas nobles y a mensajes interceptados por sus leales, descubrió transacciones recientes de oro y armas entre ciertos miembros del alto consejo y mercenarios sin nombre. Los documentos estaban sellados con un escudo falsificado… pero imperfectamente.
El día que regresó al palacio, convocó una reunión extraordinaria del consejo imperial.
—Tengo pruebas —dijo ante todos los nobles presentes—. Pruebas de que el ataque a la aldea de Virel no fue obra del azar ni de bandidos sin rostro. Fue financiado y planeado desde dentro del Imperio. Desde esta corte.
Un murmullo inquieto recorrió la sala. Elenora, desde su trono, la observó con tensión. Aiden, a su lado, mantenía la compostura… pero solo apenas.
Liliane desenrolló los documentos, los hizo circular entre los consejeros.
—Estos contratos y registros de pago prueban que se contrató a un ejército irregular para atacar zonas bajo mi protección directa. Su objetivo era claro: debilitar mi posición y... asesinar a Adrian.
La sala quedó en silencio.
La presión de las pruebas y el clamor de los nobles más neutrales forzaron al consejo a abrir una investigación formal. Aunque ningún nombre fue pronunciado en voz alta, todos sabían a quién apuntaban los hechos.
En los días siguientes, varios caballeros leales a Aiden fueron retirados de sus cargos. La red de Elenora comenzaba a mostrar grietas, y el Imperio entero se sacudía ante la posibilidad de una guerra civil abierta.
Liliane, de pie en el balcón de la torre este, miraba hacia el horizonte en silencio. Su capa ondeaba con el viento nocturno mientras su mano descansaba sobre su vientre, sin que nadie más supiera el secreto que empezaba a crecer en su interior.
Muy lejos, en un monasterio escondido entre montañas nevadas, un grupo de monjes encontró a un hombre herido, inconsciente y sin memoria, en la orilla de un río bajo el acantilado.
—¿Quién eres, forastero? —le preguntaron al despertar.
El joven de cabellos oscuros y mirada confusa solo pudo balbucear:
—No lo sé… pero hay alguien… alguien que me espera.
Sin saberlo, el primer príncipe de Vellmont, dado por muerto, vivía. Mientras tanto, en la capital, Liliane preparaba el siguiente paso. Aún quedaba un enemigo más peligroso.
Y el fuego apenas comenzaba.
*Y aquí termina este maratón espero que les guste mucho*
Pero se están repitiendo los capítulos ya van 2.