El Omega Del Gobernante~

—¡NOAH! —gritó Eiran, con la voz quebrada por el pánico.

¡CRACK!

¡PUMM!

El estruendo fue ensordecedor. El candelabro, de un tamaño colosal, cayó sin aviso desde el techo, como si el destino mismo hubiera cortado sus cadenas. Por un segundo, el tiempo pareció congelarse. Nadie se movió. Nadie pudo evitarlo. Incluso Hera, la diosa que había estado observando en silencio, se desvaneció justo antes de que el desastre se consumara.

Un grito colectivo estalló entre los presentes, cargado de horror.

Theo no alcanzó a reaccionar a tiempo. Noah, su esposo —su omega de sangre sagrada—, había quedado justo debajo de la estructura al momento del colapso. Pero cuando la nube de polvo y cristales se disipó, no estaba en el suelo. No, estaba en los brazos de Rafael.

Rafael se había movido con una velocidad abrumadora. Su instinto, le permitió interceptar el cuerpo de Noah apenas una fracción de segundo antes de que la lámpara lo aplastara.

Los fragmentos de vidrio explotaron en mil direcciones. Algunos cortaron alfombras, otros quedaron esparcidos como cuchillas relucientes sobre el mármol. Eiran, con los ojos desbordados en lágrimas, avanzó con desesperación hacia su hijo. Theo, paralizado, no podía apartar la vista de Noah… en brazos de otro alfa.

—¡Noah! —gritó Eiran, con el pecho apretado.

—¡Eiran, detente! ¡Cuidado con los cristales! —advirtió Black, su esposo, alzando la voz con preocupación. Eiran estaba a punto de pisar el suelo cubierto de esquirlas. Si resbalaba, caería sobre ellas, lastimándose.

—Tranquilo… —murmuró Rafael, apretando con fuerza el cuerpo tembloroso de Noah contra su pecho—. Ya estás a salvo.

Noah se estremecía. Su aroma se había impregnado en la camisa de Rafael. Era una fragancia cálida, pura… y peligrosa para cualquier alfa sin control.

Theo, con la mandíbula tensa y el corazón palpitante de rabia, escaneó el lugar. Hera ya no estaba. Pero no le cabía duda: eso había sido una trampa. Y ella había sido la autora.

Reprimiendo el rugido que nacía en su garganta, se acercó a su pareja y, con un gesto firme, separó a Noah del agarre de Rafael. Lo abrazó con fuerza, presionándolo contra su cuerpo, protegiéndolo con el calor de sus feromonas alfa. Su corazón latía con furia… y miedo.

Eiran se unió al abrazo, conteniendo el llanto. Apretó a su hijo y a su yerno con desesperación, como si pudiera evitar que el mundo los arrebatara.

Black se inclinó con solemnidad, haciendo una profunda reverencia. El líder de la familia anfitriona jamás imaginó que algo tan grave ocurriría en su reunión. Su lamento era real.

El evento se canceló sin más demoras. Nadie tenía ya cabeza para negocios.

Theo sacó a Noah del edificio lo más rápido que pudo, con el brazo firme en su cintura. Lo sentía temblar. No podía dejar de oler el miedo en sus feromonas, ni ignorar el leve aroma de Rafael que aún se aferraba a su piel.

Rafael los siguió con expresión inescrutable. Pero por dentro, algo rugía. Al sostener a Noah en sus brazos, había sentido una punzada que no era simple deseo. Era una necesidad brutal de protegerlo. De tenerlo. De hacerlo suyo. Tal vez… porque él también deseaba la sangre sagrada.

Ya dentro del auto, Rafael tomó el volante en silencio. Theo y Noah estaban sentados en el asiento trasero. Theo no soltaba la mano de su esposo, ni dejaba de besarle la frente con ternura, como si al hacerlo pudiera borrar el peligro vivido.

—Perdóname, amor —susurró Theo, su voz ahogada por la culpa. Las palabras apenas salieron, pero Rafael, con su oído agudo, las escuchó perfectamente.

Noah, aún tembloroso, se giró hacia Theo y le devolvió el abrazo con igual intensidad. Lo envolvió con sus brazos delgados, buscando su calor, su estabilidad.

—Nadie sabía que eso pasaría, Theo. No fue tu culpa —respondió, con la voz suave, acariciándole la mejilla.

—Es la primera vez que te llevo a un evento oficial… y ocurre esto —murmuró Theo, mordiéndose el labio.

Noah levantó el rostro para mirarlo, con sus ojos grandes y húmedos. Theo se inclinó y lo besó suavemente en los labios, con una delicadeza que contrastaba con la brutalidad de lo vivido minutos antes.

Ver a Noah en brazos de otro, con la muerte pisándole los talones, había sido un despertar violento para Theo. Un golpe directo a su corazón. Un recordatorio de que incluso él, un ser destinado a perderlo todo, podía amar de verdad.

Amaba a Noah. No con el deseo animal típico de los alfas o espíritu. Lo amaba con una pasión que le calaba hasta los huesos. Y ahora, no quería simplemente hacerlo feliz durante los 40 días que faltaban

No. Theo quería grabar cada recuerdo hermoso junto a él. No para Noah… sino para sí mismo. Porque cuando el final llegara, serían esos recuerdos los que lo sostendrían.

En el día 99, tenía un plan. Haría que Noah comiera carne, lo obligaría. Así, Theo perdería… y Noah viviría.

Theo volvió a besarlo, esta vez con más hambre, con desesperación, con amor… sin importarle que Rafael estuviera frente a ellos, en silencio.

—Theo… —susurró Noah entre besos. Sintió el miedo en sus labios, la urgencia. Algo había cambiado.

—Te amo tanto, Noah… —dijo Theo, con la voz quebrada.

Noah sonrió. Su alma entera se encendía cuando escuchaba esas palabras. Él había amado a Theo desde mucho antes… incluso antes de que él lo aceptara.

—Yo también te amo muchísimo, Theo… ¿Y si seguimos amándonos así… podrías convertirte en humano por completo?

Desde el asiento delantero, Rafael esbozó una sonrisa sarcástica. Aquella pregunta le pareció ingenua. Infantil. Dolorosamente esperanzada.

Theo negó con un suspiro, acariciando el rostro de su omega.

—Eso solo está en manos de Dios, Noah. No lo sé con certeza… Solo podemos esperar… y contar los días juntos.

Pero Rafael, silencioso al volante, no apartaba la vista del camino. En su mente, una verdad distinta se alzaba con violencia:

"Y en el día 100… será Noah quien muera."

Una parte de él… deseaba que no fuera así.

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