En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.
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Capítulo 6 – Entre la Gloria y la Sombra
Los triunfos recientes habían puesto a Vittoria en una posición privilegiada en la Serie B. El equipo estaba creciendo, consolidando su identidad, y los jugadores comenzaban a entender que lo que estaban construyendo no era solo un club de fútbol, sino un legado.
Pero el fútbol nunca se detenía.
Primer partido después de la Copa: Vittoria vs. Modena – Victoria 2-1 (Goles de Ferrara y Camilo Rojas).
Fue un encuentro complicado. Modena salió con la intención de cortar el ritmo de Vittoria, metiendo presión desde los primeros minutos. Pero Ferrara estaba intratable. El delantero aprovechó un córner en el minuto 32 para abrir el marcador con un cabezazo. Modena empató en la segunda mitad con un penalizado, pero en el minuto 83, Camilo Rojas definió un contraataque perfecto para darles la victoria.
Segundo partido: Parma vs. Vittoria – Empate 1-1 (Gol de Moretti - Federico).
Jugar contra un equipo con historia en la Serie A nunca era fácil. Parma dominó el mediocampo y tuvo varias oportunidades, pero De Luca fue una muralla. El empate llegó en el minuto 78 con un golazo de Federico Moretti, quien se estaba consolidando como una pieza clave en el equipo.
Tercer partido: Vittoria vs. Brescia – Victoria 3-0 (Doblete de Ferrara y un gol de Lorenzi).
Fue el partido donde Vittoria jugó su mejor fútbol. Ferrara, otra vez, demostró por qué era el delantero estrella, anotando dos goles en los primeros treinta minutos. Lorenzi cerró el partido con un disparo desde fuera del área en la segunda mitad.
El equipo ahora marchaba tercero en la tabla, con una racha sólida y con un estilo de juego claro.
Pero mientras todo parecía ir bien en Vittoria, Luca tenía otra inquietud en la cabeza.
Había algo en Astrid que no dejaba de darle vueltas.
Las llamadas eran más cortas, los mensajes más escuetos. Parecía distante.
Algo no cuadraba.
Por eso, una tarde después de revisar los números del club, reunió a Adriano e Isabella en su oficina.
—Necesito viajar.
Adriano arqueó una ceja con una sonrisa.
—¿Negocios?
Luca sostuvo su mirada.
—Astrid.
Isabella chasqueó la lengua y se cruzó de brazos.
—Así que me dejas a cargo.
Luca asintió.
—Confío en ti.
Ella sonrió con ironía.
—Siempre supe que este momento llegaría.
Adriano se levantó, apoyando ambas manos en la mesa.
—Está bien, Luca. Pero recuerda algo: Vittoria sigue siendo tu prioridad.
Luca lo miró con seriedad.
—No lo olvidaré.
Pero en el fondo, sentía que ese viaje no era solo para verla.
Destino: París
El avión privado aterrizó en París al anochecer.
El clima era frío, pero Luca apenas lo notó.
Cuando llegó al estadio donde Astrid tenía su próximo concierto, la seguridad era extrema. Los fanáticos gritaban fuera, las luces iluminaban el recinto, y el equipo de producción corría de un lado a otro.
Y ahí, en el escenario, estaba ella.
Astrid, con su guitarra en mano, terminando la prueba de sonido.
Pero había algo distinto.
No era la mujer vibrante y desafiante que conoció aquella noche en Vittoria.
Estaba contenida, distante.
Cuando lo vio, sus ojos brillaron.
Bajó del escenario y corrió hacia él, abrazándolo con fuerza.
—No puedo creer que estés aquí.
Luca la sostuvo, sintiendo la calidez de su cuerpo. Pero algo en su tono no era el mismo.
Se separaron apenas para verse a los ojos.
—Pensaste que no vendría —dijo él con una media sonrisa.
—No es eso… es solo que… —Astrid se mordió el labio—. Estoy feliz de verte.
Pero Luca la conocía lo suficiente. Esa sonrisa, ese gesto… no era ella.
Y eso le preocupó más de lo que quiso admitir.
Más tarde, en la fiesta privada tras el concierto, Luca comenzó a notar cosas que no le gustaban.
Los ejecutivos de la disquera rodeaban a Astrid como si fuera una marioneta.
Cada palabra que decía parecía calculada, cada gesto ensayado.
Pero lo que más le molestó fue la presencia de Jean-Pierre Marchand, el CEO de la compañía.
Un hombre mayor, de mirada fría y sonrisa falsa, que se dirigía a Astrid como si le perteneciera.
Luca se mantuvo a un lado, observando.
Astrid hablaba con los ejecutivos, sonreía en las fotos, pero cada tanto su mirada lo buscaba.
Como si intentara decirle algo sin palabras.
Luego, Marchand se le acercó demasiado y le susurró algo al oído.
Astrid se tensó.
Luca frunció el ceño.
Algo estaba mal.
Minutos después, Astrid se alejó con Marchand y otros dos ejecutivos hacia una sala privada.
Luca no se quedó quieto.
Se giró hacia uno de los músicos de la banda, un tipo alto con rastas y tatuajes.
—¿Cómo ha estado últimamente?
El hombre lo miró y bajó la voz.
—Diferente. Antes hacía lo que quería. Ahora parece que sigue un guion.
Luca sintió una punzada en el pecho.
Se quedó mirando la puerta por donde Astrid había desaparecido.
Algo estaba pasando.
Y no iba a quedarse de brazos cruzados para averiguarlo.
Luca no era un hombre impulsivo. Sabía cuándo observar, cuándo esperar y cuándo actuar.
Pero había algo en aquella escena, en la manera en que Astrid desapareció detrás de esa puerta con Marchand, que le revolvió el estómago de una forma que no podía ignorar.
Se quedó en su sitio, con un vaso en la mano, observando el movimiento de la fiesta. Todos estaban distraídos.
La música seguía sonando, los asistentes bebían, reían, conversaban. Pero en ese rincón apartado, en esa sala privada donde Astrid había entrado, la atmósfera era diferente.
Sin pensarlo demasiado, dejó su vaso en la barra y caminó hacia la puerta con paso firme.
No pidió permiso.
No tocó.
Simplemente la abrió y entró.
El interior de la sala era sofisticado, pero asfixiante.
Luces tenues, muebles de cuero oscuro, el aroma del tabaco caro mezclado con whisky añejo. Todo diseñado para hacer sentir a sus ocupantes que estaban en la cima del mundo.
Y en el centro de esa atmósfera intoxicante, Astrid estaba sentada en un sofá, con una copa de vino entre las manos, su postura tensa, rígida.
A su lado, Jean-Pierre Marchand.
El magnate francés la observaba con una expresión indescifrable. Dueño de la situación.
Al ver a Luca entrar sin anunciarse, su mirada cambió.
Primero, sorpresa. Luego, desdén.
—Monsieur Moretti —dijo Marchand con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Qué… inesperado.
Luca no respondió.
Su mirada estaba en Astrid, en su expresión nerviosa, en la forma en que apretaba la copa entre los dedos como si fuera su única defensa.
Ella parpadeó, como si acabara de despertar de un trance.
—Luca…
—Nos vamos.
Astrid abrió la boca, pero no dijo nada.
Marchand rio bajo.
—Oh, no creo que sea tan fácil. Astrid y yo estábamos en medio de una conversación importante.
Luca alzó una ceja.
—No lo parece.
El CEO de la disquera sonrió con arrogancia y tomó su copa con calma.
—¿Qué puedo decir? No todos estamos acostumbrados a conversaciones a base de gritos y golpes.
Luca ladeó la cabeza, como si estuviera evaluándolo.
—¿Eso es lo que crees de mí?
Marchand alzó una ceja, fingiendo inocencia.
—No es un secreto que los Moretti tienen métodos… particulares.
—Los Moretti tienen resultados —corrigió Luca con frialdad.
Se giró hacia Astrid, ignorando deliberadamente a Marchand.
—Vámonos.
Ella tragó saliva y se levantó lentamente.
Pero antes de que pudiera dar un paso, Marchand le sujetó la muñeca.
Un movimiento casual.
Pero Luca lo vio todo.
Vio la manera en que Astrid se puso rígida al instante.
Vio la forma en que Marchand apretó, como dejando un mensaje en su piel.
Luca no pensó. Actuó.
Con un movimiento calculado, tomó la muñeca de Marchand y la apartó con firmeza.
La copa de vino del francés tembló, pero él no se inmutó.
Simplemente sonrió.
—¿Ves? —murmuró Marchand, acomodándose la manga de su traje—. Métodos particulares.
Luca se inclinó apenas hacia él, su tono bajo, controlado.
—No tienes idea de quién soy, Marchand.
El CEO bebió un sorbo de su whisky con absoluta calma.
—Oh, creo que sí. Hijo de Enzo Moretti, heredero de un imperio familiar con negocios… digamos, diversificados.
Su sonrisa se ensanchó con burla.
—Pero aquí, en mi mundo, solo eres otro niño rico jugando a ser importante.
Silencio.
Astrid se tensó.
El aire se volvió más pesado.
Marchand había cometido un error.
Luca sonrió.
Una sonrisa helada.
Una sonrisa que nunca significaba nada bueno.
Se llevó las manos a los bolsillos y respiró hondo.
—Astrid —dijo sin apartar la mirada de Marchand—, espera afuera.
Ella dudó.
—Luca…
—Ahora.
Su tono no dejó espacio para discusión.
Astrid lo miró, luego miró a Marchand, y por primera vez en toda la noche, algo cambió en su expresión.
Se enderezó. Y salió de la habitación.
Luca esperó hasta que la puerta se cerró.
Marchand rio entre dientes.
—¿Me harás una escena ahora, Moretti?
Luca sacó su teléfono del bolsillo, lo desbloqueó y deslizó la pantalla.
—Silvia.
Marchand frunció el ceño.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?
—Lo que debí hacer desde que llegué —respondió Luca con frialdad.
Silvia contestó de inmediato.
—Dime.
—¿Ya tienes lo que pedí?
—Por supuesto. Todos los informes de Marchand están encriptados en tu correo.
Luca sonrió.
—Bien. Envíalos a donde corresponda.
Marchand se puso rígido.
—¿Qué informes?
Luca guardó su teléfono con calma.
—Ah, Jean-Pierre… —dijo con fingida decepción—. Todos estos años manejando la industria y ni siquiera escondes bien tu basura.
Marchand se puso pálido.
—No tienes nada.
Luca dio un paso hacia él.
—Tengo contratos fraudulentos. Documentos de sobornos a periodistas. Pagos ilegales para enterrar escándalos.
Marchand no dijo nada.
—¿Y lo mejor? —continuó Luca, inclinándose levemente—. Tengo testimonios.
Marchand se quedó sin aire.
Porque ahora sabía que Luca no estaba mintiendo.
Luca se acercó aún más, dejando apenas unos centímetros entre ellos.
Y entonces, sacó el arma de su chaqueta.
Con movimientos lentos, la colocó sobre la mesa de cristal entre ambos.
Clic.
El sonido de la pistola contra el vidrio resonó como una sentencia.
Marchand tragó saliva.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?
—Dándote una opción.
Luca lo miró sin pestañear.
—Vas a firmar la liberación de Astrid. Hoy.
Marchand apretó los dientes.
—No puedes obligarme.
—No lo haré. —Luca sonrió, pero sus ojos eran hielo puro—. Lo harán las personas a las que enviaré esta información si no lo haces.
Marchand sintió un sudor frío recorrerle la espalda.
—Si yo caigo, Moretti, me aseguraré de arrastrarte conmigo.
Luca se inclinó apenas y tomó la pistola, deslizándola con los dedos.
—¿De verdad crees que me importa?
Marchand vio en sus ojos la verdad.
A Luca Moretti no se le podía amenazar.
Había enfrentado cosas peores que él.
El CEO de la disquera apretó los puños.
Luca sonrió con burla.
—No eres más que otro tipo con un traje caro y demasiada arrogancia. Y ahora sabes lo que pasa cuando intentas joder a la persona equivocada.
Marchand no respondió.
Porque ya había perdido.
Luca tomó su arma, la guardó y se puso de pie.
—Tienes hasta medianoche.
Marchand bajó la mirada.
Sabía que no tenía salida.
Luca se giró y caminó hacia la puerta.
Antes de salir, se detuvo.
—Ah, y si intentas hacerle daño a Astrid de alguna forma…
Marchand alzó la vista.
Y Luca sonrió por última vez.
—Me encargaré de que sea lo último que hagas en tu vida.
Luego, se fue.
Y Marchand, por primera vez en mucho tiempo, conoció el miedo.
Cuando llegaron al avión privado, Astrid todavía tenía la sensación de que todo era irreal.
Se sentó junto a la ventana, mirando las luces de París brillar a lo lejos.
París, la ciudad donde lo había tenido todo… y donde lo había perdido todo.
Y ahora se iba de allí sin mirar atrás.
Luca se sirvió un whisky y se dejó caer en el asiento frente a ella.
—¿Estás bien?
Astrid soltó una risa baja, incrédula.
—Ni siquiera sé cómo responder a eso.
Luca la miró en silencio, dándole espacio.
Ella pasó una mano por su rostro.
—Todavía no puedo creerlo… —exhaló con un suspiro largo—. Me pasé años pensando que no había salida.
Se inclinó hacia él, apoyando los codos en sus rodillas.
—¿Por qué lo hiciste?
Luca alzó una ceja.
—¿Qué cosa?
—Salvarme.
El silencio entre ellos se hizo más pesado.
Astrid lo observó con el ceño fruncido, como si intentara descifrarlo.
Luca sostuvo su mirada sin pestañear.
—Porque nadie más lo iba a hacer.
La respuesta fue simple. Sin adornos. Honesta.
Astrid sintió un nudo en la garganta.
Desvió la mirada hacia la ventana.
—Nunca me ha gustado deberle nada a nadie.
Luca dejó su vaso sobre la mesa con un sonido seco.
—No me debes nada.
Astrid volvió a mirarlo.
—Pero lo hiciste por algo.
Luca sonrió apenas.
—Tal vez.
—¿Y qué quieres a cambio?
Luca la estudió por unos segundos.
—Nada que no quieras darme.
Astrid sintió el corazón latirle fuerte en el pecho.
Pero no respondió.
Solo se recostó en el asiento y cerró los ojos.
El cansancio la golpeó de repente, como si toda la tensión de los últimos años cayera sobre ella de golpe.
Luca la observó en silencio.
Luego sacó su teléfono y envió un mensaje a Silvia.
"Quiero a alguien vigilando a Marchand. Si hace un solo movimiento en falso, lo sabremos antes que él."
Silvia respondió al instante.
"Consideralo hecho."
Luca apagó la pantalla y miró a Astrid una última vez antes de inclinar la cabeza hacia atrás.
El problema Marchand estaba resuelto.
Pero algo le decía que lo que había empezado entre ellos… estaba lejos de terminar.
Regreso a la Realidad
El zumbido insistente del teléfono de Astrid rompió la tranquilidad del avión.
Ella frunció el ceño al ver la pantalla. Llamadas de la disquera, de su equipo, de periodistas.
Pero no respondió ninguna.
Luca, sentado frente a ella, la observó con calma mientras giraba el vaso de whisky entre sus dedos.
—No van a dejarte en paz tan fácil.
Astrid suspiró.
—Lo sé.
Antes de que pudiera bloquear el teléfono, una nueva llamada entró.
Esta vez, no era de su equipo.
Era Valentina Moretti.
Astrid la miró con incertidumbre.
Luca arqueó una ceja.
—Respóndele.
Astrid deslizó el dedo por la pantalla y llevó el teléfono a su oído.
—¿Valentina?
—Astrid, ¿estás con Luca? —La voz de Valentina sonaba tensa.
Astrid miró a Luca, quien la observaba con curiosidad.
—Sí.
Valentina no perdió tiempo.
—Pásamelo.
Astrid alzó una ceja y puso el teléfono en altavoz.
—Te escucha.
—Luca, ¿qué estupidez hiciste?
Él sonrió apenas.
—¿A qué te refieres?
—No te hagas el idiota. Me acaban de llegar reportes de que Astrid canceló la gira y que Marchand está en pánico.
Astrid apretó los labios.
Luca bebió un sorbo de whisky con absoluta calma.
—Lo resolví.
—¿"Lo resolví"? ¿Eso es todo lo que vas a decir?
—Por ahora.
Hubo un silencio al otro lado de la línea.
—Bien —dijo Valentina al final—. Hablaremos de esto cuando pisen Italia. En la mansión.
Luca sonrió levemente.
—Nos vemos pronto.
Valentina colgó.
Astrid miró a Luca con los brazos cruzados.
—¿Crees que tu hermana nos va a dejar salir de esa reunión sin interrogarnos?
Luca sonrió de lado.
—No.
Astrid soltó un suspiro.
—Genial.
Pero en el fondo, sabía que esa conversación era inevitable.
Porque nada en la vida se resolvía sin consecuencias.
Y esa noche en París acababa de cambiarlo todo.
El avión aterrizó suavemente en la pista privada de los Moretti en Italia. Apenas el tren de aterrizaje tocó suelo, la sensación de haber dejado atrás París se hizo real.
Pero eso no significaba que los problemas hubieran terminado.
Un equipo de seguridad de la familia los esperaba.
Luca salió primero, su postura relajada pero alerta, como alguien que sabía que en cualquier momento podía recibir noticias que cambiarían todo.
Astrid bajó detrás de él, y en cuanto tocó suelo, Valentina Moretti ya estaba allí.
—Bienvenida a Italia —dijo su cuñada con una leve sonrisa.
Astrid exhaló, sintiendo por primera vez en horas que podía respirar con más libertad.
Pero la expresión de Valentina no era del todo amigable. Había algo en sus ojos, una mezcla de preocupación y expectativa.
—Hablemos en el auto —dijo simplemente.
Verdades que Pesan
El interior de la camioneta negra era lujoso y privado, con vidrios polarizados y asientos de cuero.
El silencio duró solo unos segundos antes de que Valentina hablara.
—Astrid, quiero que me lo digas tú. Todo.
Astrid tragó saliva. No era fácil decirlo en voz alta.
Pero esta vez no iba a callar.
—Marchand me controlaba desde el primer contrato —comenzó, sin rodeos—. No solo manejaba mi carrera, también manejaba mi vida. Me decía con quién podía salir, qué podía decir en entrevistas, qué debía firmar sin leer.
Luca apretó la mandíbula, pero no la interrumpió.
Astrid se cruzó de brazos, fijando la mirada en la ventana.
—Pero lo peor no eran los contratos.
Valentina no dijo nada. Solo la dejó continuar.
—Marchand me acosó durante años. Al principio fueron insinuaciones, comentarios disfrazados de “bromas”. Luego, el contacto físico. Siempre casual, siempre cuando nadie más estaba viendo.
Se detuvo un momento.
—Y después…
Luca la miró, su mirada cargada de una furia contenida.
Astrid suspiró y pasó una mano por su cabello.
—Intenté alejarme, pero cada vez que lo hacía, mi equipo de abogados recibía “advertencias”. Mi imagen era atacada en la prensa, se filtraban rumores, se cancelaban contratos publicitarios.
Valentina exhaló. No sorprendida, pero sí molesta.
—Malditos…
—No había forma de salir —continuó Astrid—. Y cuando Luca apareció en París…
Le dirigió una mirada al hombre sentado a su lado.
—Fue la primera vez que alguien me dijo que tenía una salida.
Valentina desvió la mirada hacia Luca.
—¿Y tú solo “hablaste” con Marchand?
Luca sonrió con ironía.
—Por supuesto. Una conversación muy… educativa.
Valentina no pareció convencida.
—Sabes que esto no se va a quedar así, ¿verdad? Si Marchand siente que perdió, intentará contraatacar.
Luca se giró levemente hacia ella.
—Si Marchand hace un solo movimiento, su mundo se derrumba. Le dejé muy claro lo que pasará si se atreve a desafiarme.
Astrid sintió un escalofrío. Sabía que Luca hablaba en serio.
Pero antes de que Valentina pudiera responder, el teléfono de Luca vibró.
El mayordomo de la familia.
—Señor Luca, su padre y su hermano Alessandro necesitan hablar con usted. Es urgente.
Luca exhaló lentamente.
Porque cuando su padre llamaba así, significaba que algo grande estaba pasando.
Pero la conversación no había terminado.
Y Valentina lo sabía.
—Esto no se acaba aquí, Luca —dijo en voz baja.
Luca guardó el teléfono en su chaqueta y le lanzó una mirada afilada.
—Nada en esta familia se acaba tan fácil.
Pero justo cuando pensó que esa sería la única mala noticia del día, uno de los agentes de seguridad en el auto recibió una llamada.
—Señor Moretti —dijo, con un tono que hizo que todos en la camioneta se pusieran tensos—.
Luca alzó la mirada.
—¿Qué pasa?
El agente se giró ligeramente hacia él.
—Se han comunicado con su padre. Uno de los generales de la mafia italiana, de la familia Romano, quiere hablar con ustedes.
Astrid frunció el ceño.
Luca cerró los ojos por un instante.
—Dime que es una broma.
Pero no lo era.
Y eso lo cambiaba todo.
Luca caminó por los pasillos de la Mansión Moretti, sintiendo el peso del momento en cada paso. Sabía que su padre no lo había llamado solo para darle una reprimenda.
Si Enzo Moretti lo había convocado, significaba que el problema era más grande de lo que imaginaba.
Cuando llegó a la puerta del despacho, no dudó.
Entró sin anunciarse.
Enzo Moretti estaba detrás del escritorio, con un cigarro en una mano y un vaso de coñac en la otra. Su mirada lo examinó con la misma intensidad con la que se mide a un soldado que regresa de la guerra.
Sentado en un sillón al costado, su hermano Alessandro Moretti giró la cabeza hacia él, con los codos apoyados en las rodillas y una expresión de absoluto cansancio.
Luca cerró la puerta.
—¿Por qué me llamaron?
Su padre tardó unos segundos en responder. Siempre le gustaba darle peso a su autoridad.
—Siéntate, Luca.
Luca no se movió.
Enzo exhaló el humo del cigarro y entrecerró los ojos.
—Quiero que me expliques qué demonios hiciste en París.
Silencio.
Luca no titubeó.
—Me encargué de un problema.
Alessandro soltó una risa seca.
—¿Un problema? Luca, destruiste a Jean-Pierre Marchand.
Luca desvió la mirada a su padre.
Enzo seguía impasible. Esperando.
Luca exhaló y cruzó los brazos.
—Marchand era un maldito abusador. Controlaba la vida de Astrid como si fuera suya. Durante años.
El rostro de Enzo no mostró sorpresa.
—Sigue.
Luca no parpadeó.
—La acosaba. Se aprovechaba de su poder para controlarla. Tocarla cuando quería. Decidir quién entraba y quién salía de su vida.
Alessandro apretó la mandíbula.
Enzo mantuvo la misma expresión fría.
Luca se inclinó hacia el escritorio, apoyando ambas manos sobre la madera.
—Si lo hubieras visto… cómo la miraba, cómo le hablaba. Era un hombre que creía que podía hacer lo que quisiera sin consecuencias.
Su voz bajó, oscura.
—Yo le mostré que se equivocaba.
Alessandro se frotó la cara con ambas manos y resopló.
—Dime que no le disparaste.
Luca le lanzó una mirada de hielo.
—No necesitaba hacerlo. Le di algo peor.
Enzo apagó su cigarro en el cenicero y se inclinó hacia adelante.
—¿Sabes por qué te llamé aquí, Luca?
Luca no respondió.
—Porque recibimos una llamada.
Su padre lo observó, midiendo su reacción.
—Los Romano.
Luca sintió que la sangre en su cuerpo se enfriaba.
Porque por primera vez, las piezas encajaron.
Los Romano lavaban dinero a través de la disquera de Marchand.
Por eso lo protegían.
Por eso habían llamado.
Pero si habían llamado, significaba que…
—No quieren problemas —dijo Luca en voz baja.
Enzo asintió lentamente.
—Saben que Marchand era un bastardo. No están interesados en defenderlo. Pero tampoco querían que su operador financiero desapareciera de la noche a la mañana.
Luca apretó los puños.
—¿Y qué dijeron?
Enzo se acomodó en su silla.
—Pidieron disculpas.
Luca arqueó una ceja.
Alessandro bufó.
—Los Romano no se disculpan, Luca. A menos que realmente teman una represalia.
Luca exhaló.
—Entonces, ¿cuál es el trato?
Enzo entrelazó los dedos sobre la mesa.
—Nos aseguraron que se encargarán de Marchand a su manera.
Luca lo estudió.
—¿Y nosotros?
—Nosotros no hacemos nada.
Luca odiaba la idea de quedarse quieto.
Pero su padre no había terminado.
—Lo importante aquí es que los Romano no quieren que esto se convierta en una guerra.
Alessandro se inclinó en su silla.
—Tienen demasiado dinero en juego como para pelear con los Moretti por un hombre que, en su propia opinión, se lo buscó.
Luca no dijo nada por varios segundos.
Enzo lo observó con la calma de un hombre que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Finalmente, Luca asintió.
—Entonces esto ya está resuelto.
Su padre esbozó una sonrisa fugaz.
—Así es.
Pero Luca sabía que esto no era el final.
Era solo un nuevo comienzo.
Trazando el Futuro
Luca se detuvo en la puerta del despacho. No podía irse sin antes decir algo más.
Se giró hacia su padre, que lo observaba con la misma calma calculadora de siempre.
—Mantén a los Romano a raya.
Enzo entrecerró los ojos, como si analizara la petición.
—¿Tienes miedo de que se metan en tus asuntos?
Luca esbozó una sonrisa fría.
—No tengo miedo. Solo prefiero evitar molestias innecesarias.
Enzo dejó escapar un leve suspiro.
—Haré lo que pueda.
Luca asintió y salió sin decir nada más.
El Juego Público
Valentina estaba en la sala principal con Astrid, revisando su teléfono con una expresión de absoluta frustración.
En cuanto Luca llegó, su hermana lo miró con una mezcla de fastidio y preocupación.
—Si no hacemos algo ahora, la prensa va a devorarnos vivos.
Luca se dejó caer en el sofá frente a ellas y tomó su teléfono.
Las noticias ya estaban explotando el escándalo de Marchand.
—Astrid Novak cancela su gira sin explicación.
—Jean-Pierre Marchand bajo investigación por irregularidades financieras.
—Moretti y Novak: el escándalo del año.
Luca resopló.
—Daremos una rueda de prensa.
Valentina alzó una ceja.
—¿Nosotros o Astrid?
Luca miró a Astrid.
—Nosotros.
Astrid lo miró con incertidumbre.
—No sé si quiero hablar de esto.
Luca tomó su mano y la apretó suavemente.
—No tienes que contar todo. Pero tienes que recuperar el control de la narrativa.
Valentina intervino.
—Si no lo hacemos nosotros, lo harán ellos con titulares llenos de mentiras.
Astrid suspiró. Sabía que tenían razón.
—Está bien. Hagámoslo.
Luca se recostó en el sofá y miró a su hermana.
—Asegúrate de que esto no arruine su carrera. Astrid tiene que volver al escenario.
Valentina sonrió con autosuficiencia.
—Déjamelo a mí.
Cuando Valentina salió para hacer las llamadas necesarias, Luca y Astrid quedaron solos.
Ella lo miró con una mezcla de emociones difíciles de descifrar.
—¿Por qué haces todo esto por mí?
Luca la estudió en silencio.
Luego, sin rodeos, preguntó:
—¿Quieres estar a mi lado?
Astrid sintió que su corazón se aceleraba.
No lo había planeado, no lo había buscado…
Pero la respuesta era clara.
—Sí.
Luca asintió lentamente, como si esa respuesta era exactamente la que esperaba.
Astrid sonrió de lado.
—No me imaginé enamorándome en medio de un escándalo internacional.
Luca soltó una leve risa.
—Yo tampoco.
Pero ahí estaban.
Y no había vuelta atrás.
Astrid Novak nació en Estocolmo, Suecia, en una familia que parecía completamente ajena al mundo del espectáculo. Su padre era un reconocido científico y su madre, una pianista clásica retirada.
Desde pequeña, su vida estuvo dividida entre la estructura rígida de su padre y el arte reprimido de su madre.
Aunque su madre había dejado la música profesionalmente, el piano seguía siendo su refugio, y fue a través de esas melodías que Astrid encontró su primer amor: la música.
Pero no fue la música clásica la que atrapó su alma.
A los doce años, descubrió el rock.
Los vinilos viejos de su tío, escondidos en una caja en el ático, fueron su revelación. The Rolling Stones, Led Zeppelin, Joan Jett, Patti Smith.
El piano quedó atrás. Agarró una guitarra y nunca la soltó.
El Camino al Estrellato
Suecia tiene una industria musical poderosa, pero Astrid no encajaba en el molde de las estrellas pop que dominaban el país.
A los 15 años, comenzó a tocar en bares pequeños de Estocolmo, y a los 17, ya tenía una banda y un sonido propio.
Su voz era áspera, llena de fuerza, y su presencia en el escenario tenía un magnetismo que no podía ignorarse.
Pero Suecia se le quedó pequeña.
Con solo 18 años, se mudó a Londres para probar suerte en la cuna del rock.
Los primeros años fueron duros: tocaba en clubes pequeños por casi nada, dormía en sofás prestados, componía canciones en hojas arrugadas mientras tomaba café barato en cafés nocturnos.
Hasta que una noche lo cambió todo.
Un productor de una de las disqueras más influyentes de Europa la vio tocar en un bar underground de Camden.
A la mañana siguiente, tenía un contrato sobre la mesa.
Y así comenzó el ascenso de Astrid Novak.
La Mujer, el Mito, la Prisionera
Con su primer álbum, arrasó en Europa.
Con el segundo, se convirtió en una estrella mundial.
Su imagen era la de una mujer fuerte, salvaje, incontrolable.
Pero lo que el mundo no sabía era que, detrás de todo ese brillo, estaba perdiendo el control sobre su propia vida.
La industria la moldeó, la exprimió y la ató con contratos que le dieron fama, pero le robaron su libertad.
Jean-Pierre Marchand no fue su salvador. Fue su carcelero.
Cada álbum, cada gira, cada entrevista se convirtieron en una obligación, no en una elección.
Y con el tiempo, lo que más amaba – la música – se convirtió en su prisión.
Hasta que Luca Moretti entró en su vida.
Y por primera vez en mucho tiempo, vio una salida.
La Mañana Después del Caos
El sol apenas comenzaba a iluminar las calles de Vittoria cuando Luca Moretti ya estaba en su oficina.
No había dormido mucho.
Entre las noticias, la crisis con los Romano y la conversación con Astrid, su mente no había tenido descanso.
Pero no podía darse el lujo de bajar el ritmo.
La conferencia de prensa sería en pocas horas. La liga estaba esperando respuestas sobre el futuro del club femenino. La directiva estaba revisando los números de los nuevos patrocinadores. Y ahora, toda Italia hablaba de él y de Astrid.
Los titulares en los periódicos lo dejaban claro:
—¿Romance entre Luca Moretti y la estrella de rock Astrid Novak?
—Escándalo en la industria musical: el multimillonario Moretti, implicado en la caída de Marchand.
—Astrid Novak cancela su gira… ¿por amor?
Luca resopló mientras pasaba la pantalla de su teléfono.
La narrativa ya estaba fuera de control.
Pero ese era el menor de sus problemas.
Porque cuando la puerta de su oficina se abrió con un golpe seco, supo que se venía algo peor.
—¿Me quieres explicar qué carajo hiciste, Luca?
Adriano Moretti entró como una tormenta.
Su expresión era una mezcla de furia contenida y pura frustración. Y eso ya era raro.
Porque Adriano Moretti siempre mantenía la calma.
Luca no se inmutó.
Ni siquiera levantó la mirada del documento que estaba revisando.
—Buenos días, Adriano. ¿Cómo dormiste?
—No dormí un carajo, gracias por preguntar.
Adriano cerró la puerta tras de sí con fuerza.
—Voy a preguntarlo de nuevo, Luca. ¿Qué hiciste en Francia?
Luca suspiró.
Se acomodó en su silla y finalmente lo miró.
—Salvé a alguien que lo necesitaba.
—¿Salvaste? —Adriano soltó una risa sarcástica y se cruzó de brazos—. Lo que hiciste fue convertirte en la maldita portada de cada revista en Europa.
Luca se encogió de hombros.
—No es la primera vez.
Adriano lo fulminó con la mirada.
—No es solo la prensa, Luca. Es la llamada que recibimos de los Romano.
El tono de su hermano se volvió más oscuro.
—Durante años, me aseguré de que la familia te mantuviera al margen de todo esto. Que no tuvieras que involucrarte en nuestros conflictos.
Luca apoyó los codos en la mesa, sin dejarse intimidar.
—Y nunca pedí que lo hicieran.
Adriano chasqueó la lengua, negando con la cabeza.
—Dime que, al menos, sabías que Marchand estaba lavando dinero para los Romano antes de destruirlo.
Luca exhaló lentamente.
—No lo sabía en ese momento. Pero tampoco me habría importado.
Adriano apretó la mandíbula.
—¿No te habría importado? ¿Sabes el problema en que nos pudiste haber metido?
—Sé que no pasó nada.
—Porque mi padre arregló las cosas. Porque los Romano no quieren un problema con nosotros.
Luca no se movió.
—Entonces, ¿dónde está el problema?
Adriano lo miró como si quisiera estrellarlo contra la pared.
—El problema es que por primera vez en años, estamos en la mira de familias con las que no queremos jugar.
Luca sostuvo su mirada sin pestañear.
—Si los Romano quieren jugar, yo sé jugar.
Adriano golpeó la mesa con ambas manos.
—¡Tú no eres tu padre, Luca!
Silencio.
La tensión llenó la oficina.
Luca entrecerró los ojos.
—Nunca dije que lo fuera.
Adriano lo miró por unos segundos más, su respiración agitada.
Finalmente, soltó un suspiro.
—Sabes que esto no se trata solo de negocios.
Luca no respondió.
Adriano negó con la cabeza, frustrado.
—No se trata solo de que hayas jodido a Marchand. Se trata de que estás en medio de una historia de amor de tabloide.
Luca arqueó una ceja.
—¿Eso te molesta más que la mafia?
Adriano bufó.
—Me molesta que todo el maldito mundo piense que tuviste algo que ver con la cancelación de la gira de una cantante internacional de 22 años.
Luca sonrió de lado.
—Entonces es verdad.
—¿Qué cosa?
—Te preocupa más el escándalo mediático que los Romano.
Adriano le lanzó una mirada de advertencia.
—No juegues conmigo, Luca.
Luca se levantó de su asiento y caminó hasta la ventana.
—El escándalo se controlará. Voy a encargarme de eso.
Adriano exhaló con cansancio.
—Más te vale.
Luca giró la cabeza para mirarlo.
—¿Eso era todo?
Adriano le sostuvo la mirada unos segundos.
—No.
Se cruzó de brazos.
—Quiero que me digas algo.
—Dime.
Adriano inclinó la cabeza levemente.
—¿La amas?
Luca no respondió de inmediato.
Adriano no se movió.
—Porque si esto es solo una obsesión pasajera, si es solo otro capricho tuyo, Luca, vas a arrastrarnos a todos con esto.
Luca apoyó las manos en el escritorio.
Lo pensó bien antes de responder.
Y entonces lo dijo.
—No sé si la amo.
Adriano no se movió.
Luca continuó.
—Pero sí sé que no la voy a dejar sola.
Adriano no respondió de inmediato.
Pero su expresión cambió, solo un poco.
Finalmente, asintió.
—Bien.
Se giró para salir, pero antes de abrir la puerta, se detuvo.
—Limpia el desastre de la prensa. Y ten cuidado.
—Siempre lo tengo.
Adriano sonrió sin humor.
—No. No lo tienes.
El eco de los pasos resonó en el pasillo antes de que la puerta de la oficina de Luca se abriera de nuevo.
Adriano ni siquiera tuvo que girarse.
—Ah, genial. Ahora viene la parte donde Marco nos dice cuánto lo hemos jodido todo.
Luca exhaló con cansancio, pero no hizo ningún comentario.
Porque si había alguien en la familia Moretti a quien realmente respetaba, ese era Marco.
El hermano mayor.
El hombre que había heredado la frialdad y el pragmatismo de su padre.
Marco Moretti entró en la oficina con la seguridad de alguien que no tenía que pedir permiso para estar allí.
Vestía un traje gris oscuro, perfectamente entallado, con el reloj de oro asomando por su muñeca. Su porte era el de un hombre acostumbrado a liderar.
Se detuvo frente a Luca y Adriano, cruzándose de brazos.
—¿Terminaron de matarse entre ustedes o todavía sigo a tiempo para presenciarlo?
Adriano resopló, sin humor.
Luca se mantuvo en silencio.
Porque sabía lo que venía.
Marco suspiró, sacando su teléfono y dejándolo sobre el escritorio.
—Acabo de solucionar el desastre de la prensa.
Luca levantó una ceja.
—¿Tan rápido?
Marco lo miró con la misma paciencia con la que se mira a un niño que acaba de hacer una travesura.
—¿Tienes idea de cuántos periodistas me deben favores, Luca?
Luca sonrió de lado.
—Unos cuantos.
—Unos cuantos cientos —corrigió Marco.
Adriano apoyó las manos en su cintura.
—¿Qué hiciste?
—Limpié la narrativa. Ahora la historia ya no es que Luca Moretti arruinó la gira de Astrid Novak.
Se giró hacia su hermano menor con una mirada afilada.
—Ahora la historia es que Astrid Novak tomó la valiente decisión de separarse de una disquera abusiva.
Luca esbozó una sonrisa.
—Elegante.
Marco no sonrió.
—No te equivoques, Luca. No lo hice por ti.
Luca alzó una ceja.
—¿Ah, ¿no?
—Lo hice por la familia.
Marco se acercó, apoyando ambas manos en el escritorio de su hermano menor.
—Porque mientras tú estabas en París jugando a ser el salvador de una estrella de rock, yo estaba aquí asegurándome de que la reputación de los Moretti no se fuera al carajo.
Silencio.
Luca no respondió.
Marco no había terminado.
Se giró hacia Adriano.
—Y tú.
Adriano frunció el ceño.
—¿Yo qué?
—No le dejes pasar esto.
Adriano alzó las manos, señalando a Luca.
—¡Yo soy el único que le dice en la cara que es un idiota!
—Pues sé más duro.
Adriano bufó.
—¿Qué quieres que haga? ¿Le dé una paliza?
Marco se cruzó de brazos.
—Si funciona, adelante.
Luca resopló con ironía.
—Aprecio la confianza, Marco.
Marco lo miró sin humor.
—No estoy aquí para darte confianza, Luca.
Se inclinó hacia él.
—Estoy aquí para recordarte que, si sigues tomando decisiones impulsivas sin pensar en las consecuencias, tarde o temprano alguien va a cobrarte la factura.
Luca sostuvo su mirada.
Porque sabía que su hermano tenía razón.
Y eso era lo que más le jodía.
Luca dejó escapar un suspiro pesado y se pasó una mano por el cabello. No era común que se disculpara, pero sabía cuándo lo había jodido.
Se apoyó en el escritorio y miró a sus hermanos.
—Lo siento.
Adriano cruzó los brazos, mirándolo con escepticismo.
—¿Por qué exactamente?
Luca resopló con una leve sonrisa.
—Por hacerlos lidiar con este desastre. Por no advertirles lo que iba a hacer en Francia.
Marco lo estudió en silencio.
—No te disculpes si vas a hacerlo de nuevo.
Luca se encogió de hombros.
—Probablemente lo haga.
Adriano bufó.
—Eres un caso perdido.
—Y ustedes lo saben.
Por un instante, el ambiente se relajó.
Pero Luca aprovechó el momento para preguntar:
—¿Y Leo?
Adriano y Marco se miraron.
Marco fue el primero en hablar.
—Ha estado… más tranquilo.
Adriano asintió.
—Después de que lo pusiste en su lugar delante de todos, no ha hecho ninguna estupidez. Pero sigue con esa actitud de porquería.
Luca frunció el ceño.
—Lo que me preocupa es cuánto va a durar esa calma.
Marco suspiró.
—No puedes arreglarlo todo, Luca.
Luca no estaba tan seguro de eso.
Mientras tanto, Isabella tomo la decisión de llamar a Astrid, Astrid no tenía muchas ganas de contestar el teléfono cuando vio el número desconocido en la pantalla.
Desde que el escándalo de Marchand había estallado, su teléfono no había dejado de sonar. Periodistas, abogados, exmiembros de su equipo, incluso personas con las que no hablaba hace años. Pero algo en su instinto le dijo que debía responder. Deslizó el dedo y se llevó el teléfono al oído.
—¿Hola?
—Vaya, qué suerte que contestaste —la voz al otro lado era femenina, segura, y con un tono tan afilado como un cuchillo envuelto en seda.
Astrid frunció el ceño.
—¿Quién habla?
—Oh, qué descortés de mi parte —hubo una breve pausa—. Soy Isabella.
Astrid sintió un leve escalofrío.
—Isabella —repitió con voz neutral—. ¿A qué debo el honor?
—Quería hablar contigo directamente, sin intermediarios. Me pareció lo más correcto.
Astrid se cruzó de brazos y apoyó la cadera contra el escritorio de la habitación en la mansión Moretti.
—Bien, entonces dime, Isabella. ¿De qué quieres hablar?
Hubo un breve silencio antes de que la mujer soltara un leve suspiro.
—De Luca.
Astrid sintió una punzada en el pecho, pero no dejó que su tono la delatara.
—¿Y qué pasa con él?
—Mira, no voy a darle vueltas a esto —dijo Isabella con una tranquilidad que no coincidía con el veneno en sus palabras.
—Perfecto, porque odio las vueltas —murmuró Astrid.
Isabella ignoró el comentario.
—Sé lo que está pasando entre ustedes. Y sé que él puede ser encantador cuando quiere, pero déjame ahorrarte tiempo y expectativas.
Astrid entrecerró los ojos.
—¿Expectativas?
—Sí. Porque lo que sea que estés imaginando, no va a durar.
Astrid sintió cómo su cuerpo se tensaba, pero su voz permaneció calma.
—¿Es eso lo que querías decirme? ¿Que no pierda mi tiempo?
Isabella rió suavemente.
—No solo eso. También quiero que recuerdes quién soy. Y quién eres tú.
Astrid sintió la sangre hervirle.
—¿Y quién soy yo, Isabella?
—Una distracción.
—Luca tiene una vida construida. Un imperio que está expandiendo. Y tú eres solo una nota al pie de página en su historia.
Astrid respiró hondo. No iba a caer en su juego.
—Y tú, Isabella, ¿qué eres?
La pregunta pareció tomarla por sorpresa.
—¿Perdón?
Astrid sonrió de lado.
—Porque si estás tan segura de que soy irrelevante, ¿por qué tomaste la molestia de llamarme?
Isabella tardó un segundo en responder.
—Porque alguien tiene que asegurarse de que Luca no se desvíe de su camino.
Astrid se mordió la lengua para no soltar una carcajada.
—Lo dices como si él no pudiera tomar decisiones por sí mismo.
—A veces, los hombres necesitan que alguien piense por ellos.
Astrid se hartó.
—Sabes, Isabella, agradezco la advertencia —su tono estaba cargado de ironía—. Pero no necesitas preocuparte por mí.
—Oh, cariño, no me preocupo por ti.
La voz de Isabella fue un susurro venenoso.
—Solo quería recordarte que, pase lo que pase, yo siempre estaré por encima de ti.
Astrid sintió un ardor en el pecho.
Pero no iba a darle el gusto de verla afectada.
—Gracias por tu preocupación —respondió con suavidad—. Pero si realmente estuvieras segura de tu posición, no estaríamos teniendo esta conversación.
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea.
Finalmente, Isabella dejó escapar un leve resoplido.
—Disfruta mientras dure, Astrid.
Clic.
La llamada terminó.
Astrid bajó el teléfono lentamente y se quedó mirándolo por unos segundos.
No estaba molesta.
Estaba lista para demostrarle a Isabella que estaba equivocada.
Justo después en la oficina Luca recibió la llamada de Isabella En la pantalla, el nombre de Isabella. Se tensó un poco, pero contestó de inmediato.
—Dime. Del otro lado, la voz de Isabella sonaba fría, afilada. —Solo quería informarte que acabo de hablar con Astrid. Luca parpadeó. —¿Qué? Isabella dejó escapar una leve risa sin humor. —Tranquilo, querido. Solo quería dejarle claro algunas cosas.
Luca se enderezó. —¿Qué le dijiste? —Nada que no sea cierto.
—Le expliqué que yo estoy muy por encima de ella. Que no tiene oportunidad contigo. Que no pierda el tiempo en algo que no va a durar.
Luca sintió un nudo de irritación en el pecho. —¿Por qué hiciste eso, Isabella?
Ella no se inmutó. —Porque alguien tiene que recordarte que tu prioridad es Vittoria. No una distracción pasajera.
Luca entrecerró los ojos.
—Isabella…
—Solo espero que no perjudiques todo lo que has construido por una historia de amor de tabloide. Y antes de que Luca pudiera responder, colgó.
Marco y Adriano lo miraban. Adriano arqueó una ceja. —¿Todo bien? Luca guardó el teléfono en su chaqueta con calma.
Pero su expresión estaba tensa.
—Sí.
Pero en su cabeza, no tenía ninguna intención de dejarlo así.