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La Casa Donde Aprendí A Odiarme

La Casa Donde Aprendí A Odiarme

Status: Terminada
Genre:Completas / Amor de la infancia / Autosuperación / Apoyo mutuo
Popularitas:1.2k
Nilai: 5
nombre de autor: VickyG

"La casa donde aprendí a odiarme" es una novela profunda y desgarradora que sigue la vida de Aika, una adolescente marcada por la indiferencia de su madre y la preferencia constante hacia su hermano. Atrapada en una casa donde el amor nunca fue repartido de forma justa, Aika lidia con una depresión silenciosa que la consume desde dentro. Pero todo empieza a cambiar cuando conoce a Hikaru, un chico extraño que, sin prometer nada, comienza a ver en ella lo que nadie más quiso ver: su valor. Es una historia de dolor, resistencia, y de cómo incluso los corazones más rotos pueden volver a latir.

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Capítulo 18: Vuelos que pesan, miradas que hieren

El viaje de regreso comenzó con un cielo gris y una brisa fría que se colaba entre los muros de piedra. Aika lo sintió como una despedida silenciosa de aquel pedazo de Italia que, en tan poco tiempo, se había convertido en su refugio. El hilo rojo seguía en su muñeca, firme, cálido, como si fuera un susurro constante de la promesa que habían hecho.

El grupo caminaba por el aeropuerto con el cansancio dibujado en los rostros, pero Aika caminaba ligera, con una paz en el pecho que no recordaba haber sentido jamás. A su lado, Hikaru le rozaba la mano con pequeños gestos casi invisibles, pero que bastaban para mantenerla firme. Cada paso era un “estoy contigo”.

Luna, sin embargo, iba detrás. Sola. Callada. No había cruzado palabra con ellos desde la noche del festival. Se mantenía cerca del resto del grupo, pero no miraba a nadie con cariño. Cuando sus ojos tropezaban con los de Aika, eran fríos, duros… casi como una herida abierta.

Y Aika lo sentía, aunque intentara no demostrarlo.

—¿Te pasa algo con Luna? —preguntó Hikaru mientras hacían la fila para el embarque.

—No sé —susurró Aika, sin mirarlo—. Creo que lo sabe.

—¿Lo de nosotros?

Ella asintió.

Hikaru suspiró y apretó suavemente su hombro.

—No puedes cargar con su orgullo.

—Lo sé. Pero duele… aunque no quiera que duela.

En el avión, todos se dispersaron en sus asientos. Por casualidad —o por diseño de los profesores—, Aika y Hikaru quedaron juntos, junto a la ventanilla, mientras Luna ocupaba un asiento tres filas detrás. Desde allí, sus ojos no dejaban de clavarse en ellos como cuchillos invisibles. Aika lo notó, y por momentos el recuerdo del pasado le pesaba más que las maletas.

—¿Crees que todo cambie cuando volvamos? —preguntó ella, mirando por la ventana la pista de despegue.

—Todo cambia —respondió Hikaru—. Pero eso no significa que sea malo. A veces, crecer también es perder cosas… para encontrar otras que valen más.

El avión despegó, llevándose consigo los sabores, los paisajes y las promesas de Italia. Aika sintió cómo su pecho se apretaba con la altura, no por miedo, sino por el peso emocional del regreso. Sabía que al volver no encontraría abrazos. Su madre seguiría encerrada en el hospital, pendiente de su hermano, olvidándose de que ella existía. Y su casa seguiría igual: silenciosa, oscura, como un eco que no deja de repetirle que no es suficiente.

Pero ahora tenía algo más.

Tenía a alguien que la veía. Que la amaba. Que le había mostrado que no todo era ruinas.

Al llegar, el colegio organizó el reencuentro con las familias. Madres, padres y hermanos esperaban con flores, risas y cámaras. Pero para Aika no había nadie. Solo el cielo nublado y el viento frío.

Hikaru la miró, entendiendo sin que ella dijera una sola palabra.

—Vamos —le dijo, ofreciéndole su mochila.

Y en ese gesto, Aika sintió más calor que en cualquier otro abrazo.

Desde lejos, Luna los vio marcharse juntos. Caminaban uno al lado del otro, compartiendo el mismo paso, el mismo silencio.

Y algo dentro de ella se torció.

No era solo celos. Era humillación. Orgullo herido. Rabia disfrazada de indiferencia. Porque por más que no quisiera admitirlo, verlos juntos era como mirar el reflejo de lo que no pudo tener.

“Algún día esto se va a romper”, pensó, apretando los puños en los bolsillos de su abrigo. “Y cuando pase… yo voy a estar ahí para verlo.”

Pero Aika, en ese momento, no miraba atrás.

Porque por primera vez en mucho tiempo, sentía que al frente tenía algo que merecía.

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