"El precio del poder" es una historia de poder, ambición y deseo en un mundo donde la lealtad familiar y la estrategia son las reglas de juego. Lucía Álvarez, heredera de uno de los clanes más poderosos del país, y Iris Espinosa, la hija de un despiadado líder mafioso, son obligadas a unirse en un matrimonio arreglado. Ambas, atrapadas entre sus propios sueños y los oscuros intereses de sus familias, deben navegar un mundo peligroso lleno de intrigas, sacrificios y traiciones.
A lo largo de esta apasionante novela, las protagonistas luchan por encontrar su lugar en un mundo que las quiere como piezas en un tablero de ajedrez, pero ambas tienen planes propios. En el proceso, descubrirán que el amor no siempre es blanco o negro, y que el precio que deben pagar por el poder puede ser mucho más alto de lo que imaginaban.
NovelToon tiene autorización de Emiliano Alvarez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El filo de la lealtad
Capítulo 21: El filo de la lealtad
Desde la perspectiva de Lucía:
Lucía observaba el mapa desplegado en la mesa central de la sala de estrategia. Las líneas que marcaban el territorio de los Chagoya parecían un laberinto que se cerraba cada vez más alrededor de ellos. Su mandíbula estaba tensa, y el dolor de la herida en su abdomen ardía como un recordatorio constante de su fragilidad. Pero no podía permitirse mostrar debilidad, no ahora.
A su lado, Iris mantenía una mano en su hombro, como si intentara transmitirle algo de calma. Pero Lucía sabía que, aunque Iris aparentaba serenidad, por dentro estaba tan inquieta como ella. La tensión entre los dos clanes había escalado a niveles peligrosos, y ahora, con la información de Edgar y la amenaza de los Chagoya en su contra, las jugadas que debía hacer no podían ser improvisadas. Cada decisión, cada movimiento, tenía que ser exacto.
—Si seguimos esperando, nos van a devorar vivos —dijo Lucía, dirigiéndose a los presentes. Su voz era firme, pero su mirada mostraba el cansancio acumulado. Cada día era una batalla, y su paciencia comenzaba a agotarse.
—O un movimiento sigiloso —interrumpió una voz familiar.
Lucía alzó la vista y encontró a Carlos “El Lobo” Herrera, recargado en el marco de la puerta con una sonrisa despreocupada. Tenía el cabello oscuro cortado al ras y ojos marrones que brillaban con una chispa de confianza. Su complexión atlética y su postura relajada daban la impresión de que nada en el mundo podía afectarlo. Sin embargo, Lucía sabía que debajo de esa fachada había un hombre capaz de todo para proteger a su clan, incluso si eso significaba sacrificarse.
—Tienes una habilidad única para aparecer cuando las cosas están en su peor momento, Lobo —comentó Lucía, cruzando los brazos y esbozando una sonrisa cansada.
Carlos se encogió de hombros, como si no fuera nada fuera de lo común.
—Es un talento natural. —Su tono era ligero, pero sus ojos mostraban una determinación feroz.
Desde la perspectiva de Iris:
Iris observaba a Carlos mientras avanzaba hacia la mesa. Había algo en él que siempre le había resultado intrigante: esa mezcla de carisma ligero y determinación inquebrantable. No era difícil entender por qué Lucía confiaba tanto en él, aunque Iris nunca bajaba la guardia del todo con nadie. En su mundo, la lealtad era volátil, y no se podía confiar en las apariencias.
Carlos tenía esa sonrisa de confianza que a menudo era un truco, una fachada que ocultaba su verdadera intensidad. Pero aún así, había algo que le decía que Carlos era genuino en su lealtad hacia Lucía. Lo que no podía entender completamente era cómo lograba mantener esa calma en medio del caos. Era una habilidad envidiable, pero también peligrosa.
—¿Qué propones, entonces? —preguntó Iris, cruzando los brazos y observando cada movimiento de Carlos con atención.
Carlos la miró con esa sonrisa que siempre parecía al borde de una broma.
—Un trabajo limpio, rápido y sin llamar la atención. Infiltrarnos, sacar la información y salir antes de que siquiera sepan que estuvimos ahí.
—Demasiado optimista —respondió Iris, arqueando una ceja con desconfianza—. No sabemos qué tan protegida está esa zona ni cuántos hombres tienen.
Carlos no dudó.
—Por eso soy el indicado. —Su voz tenía una firmeza que dejó claro que no había margen para dudas—. Soy el mejor en lo que hago. Lo que necesitamos es precisión, no fuerza bruta. Vamos a ser invisibles.
Iris no pudo evitar mirarlo con escepticismo. La idea de infiltrarse en el terreno enemigo sin causar alarma parecía casi imposible, pero también sabía que Carlos no hablaba sin conocer los riesgos. Aun así, no iba a ser tan fácil como él pensaba.
—No lo dudo —respondió Iris con frialdad—. Pero nadie puede predecirlo todo. Si algo sale mal…
—Nada saldrá mal —interrumpió Carlos con un gesto confiado—. Si sigues mi plan, saldremos ilesos.
Lucía observaba en silencio. La determinación en la voz de Carlos no dejaba lugar a dudas sobre su habilidad, pero ella también sabía que la situación era más peligrosa que nunca. Aun así, confió en su instinto.
—Está bien —dijo, finalmente, mirando a ambos con resolución—. Pero no vas solo. Iris, tú irás con él.
Desde la perspectiva de Carlos:
Carlos sentía el peso de las miradas sobre él. Sabía que tanto Lucía como Iris tenían razón en desconfiar; la misión era arriesgada. Pero eso no lo detenía. Desde pequeño, había aprendido a moverse entre las sombras, a actuar donde otros dudaban. Y ahora, como la mano derecha de Lucía, sabía que su deber no era solo protegerla, sino también asegurarse de que ella pudiera mantener el control de todo lo que había construido.
Había crecido junto a Lucía, compartiendo momentos de lucha y sacrificio que los habían unido más allá de lo que las palabras podían describir. Ahora, ella lo necesitaba más que nunca, y él no iba a fallarle.
Miró a Iris, notando la falta de entusiasmo en su rostro. Carlos sabía que ella nunca confiaba completamente en nadie, pero había algo en su actitud hacia él que denotaba respeto. Quizás, pensó Carlos, ese respeto mutuo era todo lo que necesitaban para hacer el trabajo.
No iba a ser fácil, pero era su trabajo. Y lo iba a hacer bien.
—No voy a fallar —dijo, con más seriedad de la que usualmente mostraba.
Lucía lo observó en silencio, y Carlos supo que estaba considerando los riesgos. Finalmente, ella asintió.
—Está bien. Pero no vas solo.
Carlos quiso protestar, pero el tono de Lucía no dejaba espacio para discusión. En su mundo, Lucía siempre tenía la última palabra.
—Como digas, jefa —respondió, aunque no pudo evitar sonreír de lado. No importaba cuán peligroso fuera todo, siempre había un momento para la broma, incluso en los momentos más oscuros.
---
desde la perspectiva de Carlos:
La noche era densa, y el aire frío se colaba por cada rendija de su ropa. Carlos avanzaba con cuidado, sus pasos apenas perceptibles sobre el concreto agrietado. Su equipo se movía detrás de él, siguiendo las instrucciones que había dado antes de entrar en territorio enemigo. La ansiedad de los otros era palpable, pero él se mantenía imperturbable. Esto era lo que hacía mejor: mantener la calma en el caos.
El almacén que buscaban estaba al final de la calle, con luces parpadeantes y sombras que se movían dentro. Carlos alzó una mano, indicando que se detuvieran, mientras escaneaba el área con precisión. En su mente, cada detalle contaba: el sonido de los neumáticos sobre el asfalto, las ventanas opacas, las puertas blindadas. Cada cosa debía estar en su lugar antes de que entraran.
—Recuerden, en silencio y con cuidado. No queremos darles razones para llamar refuerzos.
Se adentró primero, su corazón latiendo con fuerza pero su mente completamente enfocada. Desde su posición detrás de unas cajas, observó a los hombres reunidos en el centro del almacén. Sus conversaciones eran apenas audibles, pero las palabras clave que captó fueron suficientes para alarmarlo.
—…la entrega final será en dos días. Asegúrate de que Álvarez no se entere hasta que sea demasiado tarde.
Carlos apretó los dientes. Esto no era solo un intercambio de información; era una emboscada planeada con precisión. Todo apuntaba a los Álvarez, y ahora entendía por qué las tensiones entre los dos clanes estaban en su punto más alto. Los Chagoya no solo querían ganar poder, querían aplastar a los Álvarez.
Cuando intentó retroceder, una figura emergió de las sombras. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que un disparo silenciador rozara su brazo, obligándolo a cubrirse.
—¡Intrusos! —gritó alguien, y en cuestión de segundos, el almacén estalló en caos.
Los disparos comenzaron a volar por todo el lugar, y la tensión se disparó de inmediato. Carlos estaba en su elemento, moviéndose con rapidez y agilidad. El eco de los disparos resonaba en sus oídos mientras se deslizaba entre las sombras, buscando un punto seguro. La adrenalina lo mantenía alerta, y su mente se movía a la misma velocidad que sus acciones.
A su alrededor, los hombres de los Chagoya trataban de organizarse, pero el caos reinaba. Carlos estaba dispuesto a aprovechar cada segundo. El trabajo era sencillo si uno se mantenía calmado. Aunque el sonido de los disparos era ensordecedor, él no perdía el control, no dejaba que el pánico lo dominara. Sabía que Lucía e Iris dependían de él para obtener la información clave