EL chico problema se declara a la chica más popular frente a toda la escuela, pero ella no es lo que aparenta.
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VOL3-CAPITULO 5: Oficina de Magia
CAPITULO 5: Oficina de Magia
—Svartálfaheim es el reino de los Elfos Oscuros —explicó Hermelinda a Devan en la sala de espera de la oficina de magia—. Los Svartálfar también se conocen como Enanos. Son los mejores artesanos y herreros que existen en los nueve mundos. Su capacidad para crear objetos mágicos es única; claro que hay unos Svartálfar más talentosos que otros.
Se encontraban en Belstar, la isla ubicada más al norte de Alfheim. En esa isla se encontraba la montaña primordial, y al pie de esa montaña estaba la oficina de magia, que no era más que un edificio de techo puntiagudo y torcido, intentando imitar un árbol alto. Allí había llegado el grupo de Devan.
—Ellos te forjarán una espada muerta —continuó Hermelinda—. Eso esperamos, o en su defecto compraremos una en el mercado.
La sala de espera era circular y tenía todo el lujo y la elegancia élfica que ellos ya reconocían. Calíope estaba recostada en un sillón con los ojos cerrados. Nial, el guía que les había enviado la diosa de la luna, estaba sentado en un sillón opuesto con los brazos cruzados. Elein había ido junto a Esthel a solicitar el permiso para usar la puerta de los mundos para viajar a Svartálfaheim. Ya habían transcurrido casi dos horas y no regresaban. Hermelinda aprovechó entonces para instruir a Devan sobre el reino que visitarían.
—Lo que dijo el rey Q’llian es cierto. Los enanos cobran muy caro sus trabajos y, en cierto modo, lo valen. Pero algunos te quieren estafar vendiendo cachivaches.
Devan estaba sentado en su propio sillón con una expresión de aburrimiento; la espera le estaba pareciendo eterna.
—Esto está tardando mucho —dijo—. Antes de ayer llegamos y nos hicieron esperar mediodía solo para darnos la cita de hoy, y hoy parece que se van a tardar otro tanto.
—La oficina de magia es muy celosa respecto a quién usa o no su puerta de los mundos, Devan —le dijo Hermelinda en su tono sabelotodo—. Principalmente al enviar a alguien a Svartálfaheim, porque Elfos y Enanos no se llevan muy bien. Si fuéramos a viajar a Vanaheim, ya estaríamos allí. O si la diosa Hécate nos abriera una puerta de la luna, sería más rápido —Hermelinda miró a Nial.
—Nah, ya sabes que eso no pasará. La diosa no va a perder el tiempo ayudándonos. Tú eres la maga, ábrenos un portal —dijo el Selenita.
—Ha, es endemoniadamente difícil para los magos abrir puertas entre mundos, tardaríamos mucho más y necesitaría material mágico que no es fácil de conseguir. En fin, solo nos queda esperar.
—Una vez lleguemos a Svartálfaheim, empezaremos tu entrenamiento, Devan —habló Nial—. Te enseñaré a viajar a la luna y de regreso. Con ese poder no necesitarás las puertas de los mundos; podrás viajar de esa forma a distintos mundos en un rayo de luna.
Devan se incorporó en su sillón en pos de Nial. —¡Eso es genial!
—No creas que es fácil de ningún modo —le desanimó Nial—. Gasta un montón de energía, más para ti que no posees magia; tendrás que utilizar la magia de otra fuente. En fin, no es momento de darte clases, pero en cuanto aprendas, habré terminado mi misión.
—Si me enseñas a hacer eso, de viajar entre mundos, podré ir a visitar mi casa en la Tierra —Devan se mostraba alegre.
Nial guardó silencio, y Hermelinda no comentó nada al respecto.
—¿Podré, cierto?
Fue Calíope quien habló abriendo los ojos. —Olvídalo, Devan. No querrás llevar el juego de los dioses otra vez a Midgard. Viajar entre mundos es más complicado de lo que crees, no solo es el espacio, sino también el tiempo. Si no tienes el talento y el conocimiento necesarios, al viajar entre mundos podrías no aparecer en tu tiempo. Ahí radica lo difícil, pero no te desanimes; si ganas el Til Asgard, podrás ir a donde quieras desde Nueva Asgard. Su puerta de los mundos es la más poderosa, se ha dicho.
—Es como dice Calíope —dijo Hermelinda—. Para que sepas, Devan, antes del Ragnarok las puertas eran tan enormes y sustentadas por el poder de Odín que más que puertas eran fronteras que conectaban los mundos; incluso los seres humanos cruzaban esas fronteras de vez en cuando según se cuenta.
Antes de que Hermelinda empezara a extenderse en el tema, llegaron Elein y Esthel.
—No los dejan pasar hoy —dijo Esthel nada más llegar. Ella era un subordinado directo del Rey de Reyes de Alfheim—. Esos estúpidos de la comisión se atreven a no tener en cuenta la solicitud del rey. Ni les importa el estatuto de Ydhin. Dicen que el estatuto solo los autoriza a visitar los mundos, pero no a usar sus puertas. Según ellos, han debido registrarse en la oficina nada más llegar; no aceptaron explicaciones.
Esthel se mostraba bastante molesta. Antes de marcharse les dijo:
—No se preocupen, seguiré insistiendo, cumpliré la orden de mi rey sea como sea, así tenga que amenazar de muerte a algunos elfos y enanos.
—No sé si su ayuda es conveniente o no —suspiró Hermelinda—. Estamos en un problema ahora.
—Ella lo hizo bien, fue bastante diplomática—comentó Elein—, pero la comisión parece más reacia de lo normal; al parecer hay algún conflicto en Svartálfaheim, una especie de guerra comercial.
—En otras palabras, se debe convencer al representante de los Svartálfar —dijo Calíope—. Tendremos que hablar con él.
—No será fácil —dijo Elein—. Ni siquiera estoy segura de que los miembros de la comisión dejen sus oficinas en algún momento.
—Claro que lo hacen —Calíope no mostraba preocupación alguna—. Y si no lo hacen, los haremos salir. Ya me estaba aburriendo de todo esto, pero ahora que sabemos cuál es el problema, tenemos una misión que cumplir.
Calíope sonrió perversamente.
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La primera vez que Devan Tudor llegó a las costas élficas, no pudo creer que vería algo más hermoso que eso en toda su vida. El mar de Alfheim parecía de madreperla, un mar blanco con espuma multicolor. Pudo ver que la espuma del mar se tornaba de distintos colores dependiendo de dónde se mirara. Y los barcos élficos en el puerto lo dejaron anonadado; eran largos y altos, igual que cisnes o dragones de agua gigantescos. La impresión de Devan fue mayor porque llevaba días viendo solo árboles por todos lados; mirar al fin el cielo despejado, sin una hoja o rama a la vista, le alegró el corazón.
Belstar era el nombre de la isla; la mayor parte de su área la ocupaba la montaña primordial, cuyo nombre en élfico le resultó a Devan difícil de pronunciar. En la cima de esa montaña se encontraba la puerta de los mundos, y para llegar hasta allá, los elfos construyeron una escalera de madera (materia prima abundante en Alfheim) que ascendía zigzagueando, apoyándose en el borde del saliente de la montaña. La escalera empezaba desde el edificio de la oficina de magia, cuyo acceso era celosamente custodiado.
Por lo demás, el resto de Belstar carecía de los árboles enormes comunes en otros lugares; sus árboles eran en cambio pequeños y escasos. Devan los relacionó con las palmeras en Midgard por sus formas.
Junto a la torre de la oficina de magia se asentaba una pequeña villa-puerto, que era donde llegaban los viajeros y convivían los guardias de la torre y otro personal. También su puerto era visitado por señores del mar.
El primer paso en la misión de Calíope fue adecuar un local libre en la villa para demostrar su utilidad a los elfos, ya que se quedarían allí un largo tiempo hasta que pudieran resolver sus asuntos con la oficina de magia, como declaraban a todos los que quisiesen oír. El local que abrió fue un restaurante.
Calíope era excepcional cocinando, y en IL Castlin, antes de marcharse, aprendió tanto como pudo de la cocina élfica. Los elfos eran principalmente vegetarianos, pero algunos no despreciaban los nuevos sabores. Y la villa también era habitada por otras razas.
Nial fue asignado para recibir a los clientes en la puerta. Se había negado rotundamente a ayudar en cualquier cosa, diciendo que esa no era su misión, pero Calíope le convenció diciéndole que si no ayudaba no le brindaría de comer su deliciosa receta de pescado ahumado. Nial no pudo negarse porque ya estaba harto de la dieta élfica.
Naturalmente, el local se volvió popular en poco tiempo. Hermelinda se esforzó en darle una apariencia de cálida taberna, encantó un par de instrumentos para que tocaran solos y siempre tenían música de fondo. Hermelinda había capturado en hechizos las melodías de sus canciones favoritas que escuchó en Midgard durante su vida allí, por lo que en la taberna de Alfheim se escuchaban melodías de canciones populares de rock y pop, como “Killer Queen”, “Paint It Black”, “De música ligera” y “Moi Lolita”.
Calíope le puso nombre al local y lo escribió en la entrada en un pendón de madera; el nombre en Vanir era: La Taberna del Guerrero de Midgard.
Pronto tuvo colaboradores elfos de otros establecimientos que querían aprender el vasto conocimiento culinario y en la preparación de bebidas alcohólicas que tenía Calíope. Esto fue conveniente porque la popularidad iba en aumento y ya no había suficiente espacio en la taberna para alojar y atender a todos. Se adecuaron mesas afuera.
El atractivo principal al que había apuntado Calíope era la curiosidad de todos por Midgard, así que ella publicó el nombre y dibujos de los platos que se servían en las paredes (la pizza resultó ser la más popular). Por supuesto, los ingredientes no eran los mismos, pero Calíope se divirtió mucho en la cocina ensayando para conseguir el sabor, la consistencia y la apariencia adecuada para cada plato.
También se colgaron en las paredes los uniformes de colegialas de Calíope y Hermelinda, todo el uniforme completo, incluidas las medias y zapatos que trajeron de Midgard. Eran centro de atención, igual que Devan, a quien Calíope pidió que se colocara algunos días de nuevo la ropa con que había llegado a Alfheim.
Devan se encontró varias veces siendo interrogado por los señores del mar que visitaban la taberna, preguntándole mil historias de Midgard. Él contestaba las preguntas y pronto se dio cuenta de que los habitantes élficos del mar eran menos serios que el resto de los elfos. Siempre estaban bromeando entre ellos y dispuestos a cantar y bailar frente a todo el mundo si era necesario. Varios lanzaban cumplidos a Calíope y Hermelinda por su belleza Vanir. Los elfos eran todos apuestos, Devan lo había notado desde el principio, y con Edhel IL Marís brillando en ellos su belleza era irreal, pero no era extraño que a sus ojos una belleza diferente fuera más apreciada. Felicitaban a Devan por acompañar a preciosas mujeres como esas.
Las elfas también estaban interesadas en Devan y lo rodeaban con sus propias preguntas. Pronto, Elein tuvo que ponerles un límite respecto a lo mucho que se le acercaban.
Devan estaba pasando unos días maravillosos en Belstar. Nunca había recibido tanta amabilidad de tantas personas desconocidas, ni mucho menos ser el centro de atención. Se sentía casi como una celebridad. Los entrenamientos con Calíope y Hermelinda estaban suspendidos y él podía dedicarse a disfrutar del momento. Se encontró deseando que esos días no se terminaran nunca.
Pero la misión prosperaba. Los enanos no tardaron en visitar la taberna.
Los Svartálfar eran especialmente ruidosos cuando estaban comiendo y bebiendo. Se llevaban bien con los señores del mar, que no se ofendían tan fácilmente por el comportamiento brusco de los enanos. Eran bajos, rollizos y la mayoría pelirrojos. Por lo que se veía, les gustaba mucho lucir joyas, como brazaletes, anillos, cadenas de varios tipos de metales. Las mujeres entre ellos se caracterizaban porque usaban antifaces de metal, una tradición de la que Devan se enteró más tarde.
—¡Mi señor Barko, es usted bienvenido!
Calíope saludaba siempre animadamente al representante de Svartálfaheim en la comisión de la oficina de magia, que desde hacía cinco meses visitaba la taberna con sus compañeros. Al principio, se mostraba alerta y hosco ante las atenciones que le daban. Esperaba que en cualquier momento le pidieran un favor a cambio. Pero Calíope sabía tratar a los enanos y sabría cuándo había llegado el momento de actuar.
Los enanos donaron varios toneles de cerveza a la taberna luego de que Barko declarara a gritos que se sentía como en casa. Los elfos se sorprendieron de que los enanos regalaran algo por cuenta propia.
La cerveza donada se sirvió y fue más aceptada que el hidromiel. Los platos preparados con ese nuevo ingrediente aumentaron, si era posible, la fama de la taberna.
Hasta en Reinn, el rey de reyes, Q’llian recibió informes de lo popular que se había convertido recientemente la isla de Belstar. Sabía por los informes privados de Esthel que todo se debía a un plan de Calíope para conseguir pasar por la puerta de los mundos. El informe de la elfa estaba nutrido en detalles; hasta escribió diálogos memorizados. Al rey le parecía que estaba leyendo una historia de aventuras y esperaba con ansias la próxima actualización.
El momento de actuar llegó. Calíope se sentó en la misma mesa que Barko, vestida con el uniforme de la escuela. Hermelinda también se vistió con su uniforme y se encargó de atenderlos.
Lo hicieron porque Barko había comentado anteriormente que no creía que en Midgard las mujeres vistieran así.
—En realidad, es un uniforme que usan las jóvenes en instituciones de enseñanza —le explicó Calíope—, pero el uso de faldas cortas es popular entre las mujeres.
—Extraña forma de vestir. Pero en el mercado correcto esos uniformes se podrían vender a buen precio. Cualquier coleccionista los atesoraría.
Calíope entendió que con cualquier coleccionista se refería a si mismo.
—¿Colecciona usted ropa? —No, bella dama, colecciono artículos creados por la mente de todas las razas y reinos. Tengo escudos élficos, espadas de Jotun y prendedores de Aesir. De Vanaheim, cuernos de guerra y botas de cuero. De Midgard tengo varios artículos, pero en su caso el problema está en comprobar su autenticidad. Problema que no enfrentan tus vestidos.
—¿Los libros tienen mayor valor en ese mercado? —preguntó Calíope.
Los ojos de Barko brillaron con interés. —Los libros tienen un valor alto, sí.
—Hermelinda, ¿quisieras mostrarle a nuestro buen Barko las revistas que trajimos de Midgard?
Hermelinda se retiró para luego aparecer con una caja pequeña que traía en su interior cinco revistas: dos de moda, una de deportes y el resto de interés general. Tanto Barko como los dos enanos que lo acompañaban saltaron a revisar el contenido de la caja. Hojearon las revistas con delicadeza y luego se miraron entre ellos. Hicieron un esfuerzo en mostrar compostura y regresaron a sus asientos.
—Son buenos artículos, pero muy endebles. He visto pergaminos más duraderos que esos —dijo Barko.
—La delicadeza de las hojas los hace un mejor elemento de colección, mi señor; podrían preservarse en vitrinas y solo ser expuestos a quien el comprador considere digno.
—Sí, puede ser. Digamos que yo estuviera interesado, ¿cuál sería el precio?
—No es necesario decírselo. Su mente es tan sagaz como la de cualquier Svartálfar —le respondió Calíope.
—Hermosa, inteligente y peligrosa, dama Calíope. Ya sé que quieren traspasar la puerta de los mundos hasta Svartálfaheim. No es tarea fácil. Actualmente hay huelga en nuestro reino y, hasta que no reciba orden de los gremios de permitir abrir las puertas a otras razas, nuestro mundo se encuentra cerrado para todos —Barko hablaba con cierto desinterés, pero su mirada iba siempre a las revistas.
Calíope cruzó las piernas y los brazos.
—Además de las revistas, le entregaré un uniforme de colegiala —dijo.
—Los dos —habló Barko casi de inmediato.
—Solo uno. El otro se quedará en la taberna como exhibición.
—En ese caso, quiero el que llevas puesto.
—¿Hay trato?
—Hay trato. Veré qué puedo hacer para que entren a Svartálfaheim.
Se pusieron de pie, se dieron las manos y dieron un pisotón al piso con la pierna derecha.
Los enanos se sorprendieron al ver que Calíope hizo al mismo tiempo el gesto.
—¿Sabe las costumbres de nuestro pueblo?
—Soy una Enyini de Viggodorka.-dijo Calíope con una reverencia pronunciada.
Entonces sí que los enanos se rieron a carcajadas. —¡Que los dioses bendigan a tu maestro! —exclamó Barko contento—. Pocos extranjeros alcanzan ese nivel. ¿Puedes mostrármelo?
Calíope abrió la boca y se estiró la mejilla derecha hacia atrás para mostrar sus molares superiores. Uno de sus molares era de plata.
Devan, que había observado la conversación desde cierta distancia, comprobó encantado que, a pesar de que ella le contó su historia pasada, Calíope seguía siendo un misterio.