Sinopsis de Destrúyeme
Lucas Santori es un hombre marcado por el odio, moldeado por un pasado donde el dolor y la traición fueron sus únicos compañeros. Valeria Montalbán, una mujer igual de rota, encuentra en él un reflejo de su propia oscuridad. Unidos por una atracción enfermiza, su relación se convierte en un campo de batalla entre el amor y el deseo de destrucción. Juntos, navegan por un abismo de crímenes, secretos y obsesiones, donde la línea entre víctima y verdugo se desdibuja. En su mundo, amar significa destruir y ser destruido.
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CAPITULO 22
...Lucas....
Verla hablar sobre mí, sobre lo que hago, con esa fascinación disfrazada de indiferencia, con ese deseo que traiciona su piel, me enciende por dentro de una forma que detesto. El pedazo de tela no significa nada, es un maldito detalle irrelevante, pero, por supuesto, tenía que ser ella quien lo descubriera. Es inteligente… demasiado. Pero también astuta, como un depredador que sabe exactamente cuándo lanzar el ataque.
La seguí todo el tiempo, observándola con ese detective gilipollas de la última vez. No sé qué me parece más patético: que él realmente crea que tiene una oportunidad o que ella le siga el juego con esa maldita sonrisa, con esa lujuria descarada que solo debería estar reservada para mí.
Una maldita grieta. Una que no fui capaz de cerrar ni alejandola de mi. Me jode. La odio por esto. Por llegar a meterse en mi como una maldita enfermedad. Algo que no deseo tener y sin embargo no consigo sacar.
Verla besando al imbécil me provoca algo que no estoy acostumbrado a sentir. Zack Daniels no es nadie. No tiene ni una pizca de relevancia en su vida. No es un rival, ni siquiera una distracción real, solo un estorbo que se ha interpuesto donde no debería. Y sin embargo, la idea de borrarlo de la existencia se vuelve insoportablemente tentadora. No hay celos en esto, no hay competencia. Solo una molestia que merece ser eliminada.
Caminé hacia ella, y su mirada me lo confirmó todo. No importa cuánto lo niegue, cuánto intente convencerse de lo contrario, sigue reaccionando a mi presencia. Porque, aunque le pese, aunque se esfuerce en resistirse, yo soy todo lo que necesita. Y eso es algo que jamás podrá borrar.
"Debe doler ¿no? saber que, después de probarte, fue a buscar algo mejor en mi cama"
Cuando el imbécil abre la boca, cuando deja salir esas palabras impregnadas de burla y autosuficiencia, algo dentro de mí se quiebra. No es ira, no es simple molestia. Es una fisura profunda, un colapso interno que arrasa con la contención que creía tener. El control se desliza entre mis dedos, y por primera vez en mucho tiempo, no hago nada por retenerlo.
"Valeria terminó gimiendo bajo otro."
La furia me ciega cuando me abalanzo sobre él, derribándolo al suelo.No hay cálculo, no hay contención, solo la necesidad primitiva de desahogar esto que me consume. Me subo encima, inmovilizándolo con mi peso mientras mis puños caen sin control sobre su rostro. Cada impacto es un eco de lo que arde dentro de mí, un castigo que ni siquiera sé si es para él o para mí. El latido en mis oídos es ensordecedor, mi respiración, entrecortada. No puedo pensar. No puedo detenerme.
"Ni siquiera tuvo que extrañarte."
Recordar la expresión en su rostro, esa arrogancia asquerosa de quien cree haberme arrebatado algo, me enciende aún más. No ha ganado nada. Valeria es mía, y lo será hasta que yo decida lo contrario.
—¡Basta, Santori! ¡Vas a matarlo! ¡Maldita sea, Santori!
Su voz me llega como un eco lejano, un murmullo insignificante en medio del estruendo de mi propia furia.
Un tirón en el brazo. Un intento inútil de detenerme. Mi reacción es automática, feroz. Mi puño se dispara sin pensarlo, sin importar a quién golpee.
Entonces, un sonido. Ahogado, contenido. Un quejido que me sacude más de lo que debería.
Giro la cabeza y ahí está, Valeria. Tirada en el suelo, con el labio abierto y la sangre deslizándose por su piel. Su mejilla enrojecida por el impacto del golpe. Un golpe que—maldita sea—fue mío.
Toda la ira se evapora de golpe, dejando un vacío extraño en su lugar. Algo pesado se instala en mi pecho, algo que no debería estar ahí, algo que me jode más que la rabia misma.
—Aléjate de él —su voz tiembla, pero su cuerpo no. Camina directo hacia mí y me empuja con toda su fuerza. No me lo espero. Tropiezo, perdiendo momentáneamente el equilibrio, cayendo hacia atrás.
¿Tanto le importa este maldito infeliz? ¿Acaso está dispuesta a enfrentarse a mí por él?
Se arrodilla junto a él, con una desesperación que me crispa los nervios. El imbécil está tan jodido que apenas parece reconocer dónde está. Su rostro es un desastre irreconocible, y aún así, ella se inclina sobre él como si fuera lo más importante en este maldito momento.
—¿En qué demonios pensabas? ¿Qué mierda es lo que quieres? —su voz se quiebra al final.
Y entonces lo veo. Lágrimas.
Siempre he despreciado el llanto. Lo considero patético, un signo de debilidad. Pero verla así, con esas gotas deslizándose por su rostro, me remueve algo en lo más profundo. Un nudo áspero se me enreda en la garganta.
¿Por qué? ¿Por qué precisamente ella?
Se limpia la sangre con el dorso de la mano, con un desprecio que me enciende aún más. Sus ojos arden de rabia cuando me mira, pero yo solo pienso en sacarla de aquí, lejos de él, lejos de todo. La sujeto del brazo y la obligo a caminar conmigo, para encerrarla en el primer rincón que encuentre donde pueda tomarla, recordarle a quién pertenece y cual es realmente su lugar.
—¡Suéltame, Santori! —se revuelve con furia, pero mi agarre se vuelve más firme.
Intento no mirarla. Intento no ver el daño que le he causado, no dejar que esa imagen se clave en mi cabeza. Porque si lo hago, corro el riesgo de sentir algo que no quiero, algo que me jode más que cualquier otra cosa.
—Él no debe importarte. Solo yo. ¡Maldita sea, Valeria! ¿Cuántas veces tendré que repetir que esto se acabará cuando yo lo decida?
Antes de que pueda reaccionar, sus dientes se hunden en mi piel con una fuerza inesperada. Un dolor punzante me atraviesa, pero no es solo físico. Es ella. Siempre es ella la única capaz de hacerme sentir esto. Mi agarre se afloja por instinto, y lo aprovecha para soltarse.
—Tú lo terminaste ese día en tu casa… ¡Se acabó! —su voz tiembla de rabia, pero sus ojos están llenos de algo más profundo, algo que me jode reconocer—. No soy tu puta ni tu basura. Me niego a seguir con este maldito juego que solo te divierte.
Me empuja con una fuerza que no debería tener después de todo esto.
—Vete a la mierda, Lucas Santori. ¡Maldito hijo de puta! No eres nada y jamás lo serás. Búscate a otra para que te alimente el ego.
Cada palabra es una daga clavándose en mí, pero lo peor de todo es que, por primera vez en mi vida, no sé qué responder.
La atraigo bruscamente contra mi cuerpo, sujetándola con fuerza por la nuca para inmovilizarla. No le doy opción. No le permito escapar. Mis labios se apoderan de los suyos en un beso que no busca ternura, solo sometimiento.
El infierno se abre bajo mis pies en cuanto la siento. El fuego me consume, me devora desde dentro. Valeria es mi maldito demonio, el único capaz de hacerme perder el control.
Quisiera destruirla. Borrar su existencia de este mundo, arrancarla de mí como una maldita enfermedad. Desintoxicarme. Pero ni siquiera soy capaz de golpearla sin que la culpa me carcoma. Y eso me enfurece aún más.
La beso de nuevo. No con ternura, porque no sé cómo hacerlo. No con dulzura, porque nunca ha sido mi manera. La beso con la desesperación de alguien que está perdiendo algo sin saber exactamente qué es.
Ella lucha nuevamente, claro que lo hace, pero luego deja de hacerlo. Se queda inmóvil bajo mi control, sin responder, sin devolverme el beso. Y eso me enfurece más.
Mi boca se desliza de sus labios a su mejilla hinchada. La toco con los míos, sintiendo el ardor de su piel maltratada, el rastro de mi propia brutalidad marcada en su rostro. Bajo de nuevo, rozando su labio roto, quedándome ahí, respirándola.
Si la tomara aquí mismo, si la hiciera gritar mi nombre hasta que se le olvidara el de ese imbécil, entonces todo volvería a estar en su sitio. Su cuerpo, su voz, su voluntad… todo pertenecería a mí, como siempre debió ser. No habría dudas, no habría lucha. Solo Valeria rendida a mí.
La idea me llena de un placer oscuro, tan intoxicante como peligroso. Pero cuando vuelvo a mirarla, veo la sangre en su boca, la sombra de su rabia en los ojos, y algo dentro de mí se resquebraja.
No voy a disculparme. No es lo que hago. No es lo que soy.
—No vuelvas a ponerte entre mi puño y otro hombre —murmuro contra su piel. Mi voz es ronca, baja, tan cerca que la siento estremecerse—. No quiero volver a probar tu sangre en mi boca. No de esta forma.
No sé si lo digo como advertencia o como súplica. Tal vez sea ambas.
Siento de nuevo otro empujón de su parte que me sorprende.
—Vete, Santori. ¡Ahora! —vuelve a empujarme y luego me propina un bofetón.
El sonido resuena en el aire, pero el verdadero golpe no es ese. Es su mirada. Ardiendo de furia, de desafío. No con el odio que otras veces he visto en sus ojos, sino con algo peor. Indiferencia.
—No regreses más, si es que tienes algo de dignidad. Tú no me interesas. No tienes importancia para mí.
Su voz es un veneno que me carcome por dentro, pero cuando voltea a mirar a ese despojo de hombre tirado en el césped, la rabia que creía haber drenado vuelve a crecer con más fuerza.
—Aprende a perder, Santori. Zack ya te ganó, acéptalo. ¿O es que acaso el gran Lucas Santori también tiene que mendigarle atención a una mujer como yo?
¿Mendigar?
Aprieto la mandíbula hasta sentir que mis dientes crujen. Ella se aleja, y yo dejo que lo haga. No porque haya ganado. No porque tenga razón. Sino porque mi sangre sigue hirviendo, ardiendo con una sed que no se apaga.
Zack no me ha ganado una mierda.
Valeria quiere jugar conmigo, quiere demostrarme que puede alejarse, que su voluntad es más fuerte que lo que hay entre nosotros.
Qué ingenua.
Le voy a enseñar lo que significa perder.
Y cuando regrese a mí, porque lo hará, se arrodillará suplicando.