Haneul lleva años lidiando con su smor no correspondido hacia Dongho, un alfa su mejor amigo. Haneul está harto de que Dongho no pueda corresponder sus sentimientos por esa relación fraternal que han desarrollado desde pequeños, así que en un esfuerzo por superar y olvidar su amor no correspondido, renuncia a su trabajo y a su amor.
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Mañana
La luz de la mañana se filtraba suavemente por la ventana, iluminando la habitación con un resplandor cálido. Parpadeé al abrir los ojos, intentando ubicarme, y de pronto recordé. Sentí el peso y el calor de un cuerpo junto al mío, la respiración tranquila y acompasada de Dongho. Estaba ahí, a mi lado, dormido. Por un segundo, me quedé en silencio, observando la forma en que su cabello castaño se alborotaba sobre la almohada, su expresión pacífica y relajada.
Con una sonrisa, me acerqué lentamente, rodeándolo con un brazo. Sentí su calor y me invadió una paz que pocas veces había experimentado. De pronto, vi que entreabría los ojos. Su mirada, todavía somnolienta, se cruzó con la mía, y una sonrisa perezosa se dibujó en su rostro.
-Buenos días.- Susurró, con una voz grave y adormilada que me estremeció.
No pude evitar reír suavemente mientras él se acercaba más, rodeándome con sus brazos y acurrucándome contra su pecho. Me plantó un beso en la frente y después uno en la mejilla, con una ternura que no hubiera imaginado recibir de él. No sabía que tenía este lado tan suave, pero sentirlo tan cerca, tan genuino, me hacía sentir como si nada malo pudiera alcanzarnos.
-En cinco minutos, iré a preparar el desayuno.- Murmuró, sin intención de moverse realmente. Parecía más cómodo conmigo en ese abrazo cálido y perezoso.
-¿Cinco minutos?- Me burlé, hundiendo la cara en su cuello, absorbiendo su esencia tan conocida, tan familiar.
-Mmm… tal vez diez.- Respondió, con una sonrisa que pude sentir aún sin verla.
Suspiré, entrelazando mis piernas con las suyas, sin ninguna intención de separarme tampoco. Estaba bien, todo estaba bien. No había apuro ni ansiedad, solo un sentido profundo de paz. Cerrar los ojos y sentir que él estaba ahí, conmigo, a mi lado, jamás había pensado que se sentiría tan bien.
Dongho desapareció de la habitación y, al rato, regresó con una bandeja de desayuno cuidadosamente preparada: jugo, fruta y un par de platos de algo delicioso que se veía recién hecho. Con una sonrisa, dejó la bandeja a un lado y se acomodó a mi lado en la cama. Me miraba como si todavía no creyera que estaba ahí conmigo, en mi habitación, compartiendo una mañana como esta.
Mientras tomaba un bocado, Dongho, con una media sonrisa, preguntó:
-¿Y… cómo estás?¿Duele algo?- Apenas susurró la pregunta, como si tratara de medir mis reacciones.
No pude evitar soltar una carcajada, mirándolo con diversión.
-¿Estás preocupado? Estoy bien, Dongho, solo tengo un poco de cansancio, pero ¿qué más se puede esperar después de... bueno, toda la noche? Sobre todo con un alfa como tú.-
La sorpresa cruzó su rostro y pude ver sus mejillas enrojecerse. Escondió la cara en la palma de su mano, algo que no solía hacer, y me di cuenta de lo mucho que le afectaban mis palabras.
-Lo siento… no era mi intención, ¿me pasé?- Murmuró entre sus dedos, aún más avergonzado de lo que jamás lo había visto.
Me reí suavemente y me acerqué para tomarlo del hombro, acercándolo hacia mí. Al verlo tan vulnerable, sentí un calor en el pecho, uno cálido y reconfortante que hacía mucho no sentía. Lo atraje hacia mí y, en cuanto estuve lo suficientemente cerca, lo besé suavemente, dejando que supiera que todo estaba bien.
-No tienes nada de qué disculparte, Dongho.- Le susurré. -Todo fue perfecto.-
El beso fue suave, apenas un roce que nos hizo olvidar cualquier incomodidad. Lo sentí relajarse entre mis brazos, y mientras lo abrazaba, tuve esa certeza de que esto, este momento tan simple, era lo que siempre había deseado. Al separarnos, Dongho sonreía, esa sonrisa pequeña y genuina que me hacía sentir que, al menos para él, yo era suficiente.
Pasamos la mañana juntos, compartiendo los últimos bocados de nuestro desayuno, riéndonos de tonterías y recordando pequeños momentos de nuestra historia, algunos dulces, otros embarazosos. Cada vez que recordaba algo de nuestra infancia o de las veces que Dongho había intentado actuar como el hermano mayor,y cómo yo había tratado de quitarle esa idea, se reía y me despeinaba, como si fuera una broma que solo nosotros dos podíamos entender.
El sol iluminaba la habitación, dándole un aire cálido, y me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, no estaba preocupado por lo que pasaría después. No había dudas, ni preguntas sin respuesta, solo estábamos nosotros dos, y en ese momento, eso era más que suficiente.
Al final, nos quedamos en silencio, mirándonos, hasta que él suspiró y, acariciándome la mejilla, dijo con voz suave:
-Sabes, esto no tiene por qué ser un final. Puede ser el inicio de algo que, aunque no lo parezca, siempre quisimos.-
Asentí, sintiendo que, aunque nos había costado tanto llegar a este punto, todo había valido la pena. Porque, al final del día, Dongho y yo estábamos aquí, juntos, y dispuestos a intentarlo, sin importar el camino que nos llevara adelante.