Elena Carter, una brillante y empoderada empresaria de Nueva York, ha construido su imperio tecnológico desde cero, enfrentándose a un mundo lleno de desafíos y competencia. Nada ni nadie ha logrado desviarla de su camino… hasta que aparece Damian Moretti. Rico, influyente y peligrosamente atractivo, Damian es un mafioso italiano con un oscuro pasado y un obsesivo interés por Elena.
Cuando Damian intenta infiltrarse en su vida a través de una tentadora propuesta de negocios, Elena se encuentra atrapada en una red de pasión y peligro. Su determinación por mantener el control choca con la implacable necesidad de Damian de poseerla, no solo en los negocios, sino en cada aspecto de su vida.
Entre celos, conspiraciones y una atracción que no pueden negar, ambos descubrirán que hay líneas que no pueden cruzarse sin consecuencias. ¿Podrá Elena resistir el encanto y el poder de un hombre que lo arriesgará todo por tenerla? ¿O terminará cayendo en la trampa de una obsesión peligrosa...?
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Capítulo 15: El Precio de la Proximidad
La noche avanzaba lentamente en el apartamento, con el silencio solo interrumpido por el crujido ocasional de los muebles o el murmullo lejano del tráfico. Damian estaba de pie junto a la ventana, observando las luces de la ciudad. Sus pensamientos eran un torbellino; la amenaza de los hombres que seguían a Elena lo inquietaba más de lo que quería admitir.
Elena, por otro lado, intentaba concentrarse en los documentos que tenía frente a ella. Pero la figura de Damian, inmóvil y alerta, no hacía más que distraerla. Había algo inquietante en su calma aparente, una especie de tormenta contenida que parecía estar siempre al borde de desatarse.
—¿Planeas quedarte ahí toda la noche? —preguntó Elena finalmente, rompiendo el silencio.
Damian giró la cabeza, pero no se movió de su lugar.
—Solo estoy asegurándome de que todo esté tranquilo.
Elena dejó caer los documentos sobre la mesa y se levantó, cruzando los brazos.
—Sabes que no puedes controlarlo todo, ¿verdad?
Damian la miró fijamente, sus ojos oscuros brillando con una intensidad que la hizo estremecerse.
—Cuando se trata de tu seguridad, sí, puedo.
Elena suspiró, acercándose a él.
—No puedes protegerme de todo, Damian. Y, honestamente, no necesito que lo hagas.
—¿No? —respondió él, arqueando una ceja—. Porque esos hombres no están jugando, Elena. Si creen que eres un obstáculo, no dudarán en eliminarte.
Elena levantó la barbilla, desafiándolo con la mirada.
—No soy una víctima indefensa. Puedo cuidar de mí misma.
Damian soltó una risa seca, aunque no había humor en su expresión.
—Claro que puedes. Pero eso no significa que voy a quedarme de brazos cruzados mientras corres riesgos innecesarios.
Elena abrió la boca para responder, pero la intensidad en su mirada la detuvo. Había algo en él, una mezcla de preocupación y determinación, que la hacía dudar.
—Damian...
—No voy a perderte, Elena —dijo él, interrumpiéndola. Su voz era baja, casi un susurro, pero las palabras tenían un peso que la dejó sin aliento.
Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. El silencio entre ellos era tan denso que parecía llenar toda la habitación. Finalmente, fue Elena quien rompió la tensión, soltando un suspiro.
—Está bien. Si te hace sentir mejor, puedes quedarte alerta toda la noche. Pero no te quejes cuando estés agotado mañana.
Damian sonrió ligeramente, aunque la preocupación no desapareció de su rostro.
—No te preocupes por mí.
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Las horas pasaron lentamente, pero eventualmente el cansancio venció a Elena. Damian la observó mientras se recostaba en el sofá, sus ojos cerrándose poco a poco. Parecía tan tranquila, tan vulnerable, que por un momento olvidó todo lo demás.
Sin embargo, su paz se interrumpió abruptamente cuando escuchó un ruido fuera de lugar. Un crujido suave, pero lo suficientemente distinto como para llamar su atención. Damian se puso de pie inmediatamente, su cuerpo entrando en modo alerta.
—¿Qué pasa? —murmuró Elena, despertándose al notar su movimiento.
—Quédate aquí —ordenó Damian, caminando hacia la puerta con su pistola en mano.
Elena quiso protestar, pero algo en su tono no dejaba espacio para discusiones. Lo observó mientras inspeccionaba cada rincón del apartamento, sus movimientos precisos y calculados.
Cuando regresó, su expresión era seria.
—No hay nada aquí. Pero no me gusta esto.
—¿Crees que alguien nos está vigilando? —preguntó Elena, su voz cargada de preocupación.
Damian asintió, guardando su arma.
—Es posible. Y no pienso tomar riesgos.
Elena lo miró fijamente, evaluando sus palabras.
—Entonces, ¿cuál es el plan?
Damian la observó en silencio por un momento antes de responder.
—Mañana nos iremos de aquí. Tengo un lugar más seguro en mente.
—¿Nos iremos? —repitió Elena, arqueando una ceja.
—Sí. Tú y yo.
Elena quiso protestar, pero sabía que sería inútil. Además, no podía negar que la idea de estar lejos de todo este caos era tentadora, aunque fuera solo por un tiempo.
—Está bien. Pero si vamos a hacer esto, lo haremos a mi manera también.
Damian sonrió ligeramente, aunque sus ojos seguían serios.
—Trato hecho.
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A la mañana siguiente, Damian la despertó temprano. Empacaron solo lo esencial antes de salir del apartamento en silencio, tomando precauciones para asegurarse de que no los siguieran.
El viaje fue largo y tranquilo, con Damian conduciendo mientras Elena observaba el paisaje pasar por la ventana. Finalmente, llegaron a una casa aislada en las afueras de la ciudad, rodeada de árboles altos y un silencio absoluto.
—¿Este es tu lugar seguro? —preguntó Elena, bajándose del auto.
—Uno de ellos —respondió Damian, cerrando la puerta detrás de él—. Aquí nadie nos encontrará.
Elena observó la casa con atención. Era más acogedora de lo que esperaba, con una mezcla de rusticidad y modernidad que le daba un aire cálido.
—¿Vienes aquí a menudo? —preguntó mientras entraban.
Damian negó con la cabeza.
—No desde hace años. Pero sabía que podría necesitarlo algún día.
Elena asintió, sintiéndose extrañamente cómoda en el lugar.
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La tarde transcurrió con relativa tranquilidad, pero la tensión entre ellos seguía presente. Estaban solos, sin distracciones, lo que hacía que cada interacción se sintiera más cargada de significado.
Finalmente, fue Damian quien rompió el silencio.
—Sé que esto no es fácil para ti.
Elena lo miró, sorprendida por sus palabras.
—¿Qué quieres decir?
—Tener que confiar en alguien más. Dejar que alguien más se haga cargo.
Elena soltó una risa suave.
—No es fácil. Pero tampoco soy tan testaruda como para no darme cuenta de que, a veces, es necesario.
Damian sonrió, aunque había algo melancólico en su expresión.
—Eres más fuerte de lo que crees, Elena.
—Y tú eres más blando de lo que dejas ver —respondió ella con una sonrisa.
Damian rió suavemente antes de acercarse a ella, sus ojos encontrando los suyos.
—Quizá contigo.
Elena sintió su corazón acelerarse, pero no apartó la mirada.
—¿Y eso es malo?
Damian negó con la cabeza, acercándose aún más.
—No. Pero me hace preguntarme qué me estás haciendo.
Antes de que pudiera responder, Damian levantó una mano y acarició suavemente su mejilla. El gesto era tan inesperado, tan íntimo, que Elena sintió que el aire se volvía más pesado.
—No estoy haciendo nada que tú no quieras —murmuró ella, su voz apenas un susurro.
Damian sonrió ligeramente antes de inclinarse y besarla. A diferencia de la noche anterior, este beso era más lento, más profundo, cargado de emociones que ambos apenas comenzaban a comprender.
Cuando finalmente se separaron, ambos estaban respirando con dificultad, sus miradas aún conectadas.
—Esto va a complicarlo todo —murmuró Damian, aunque no parecía arrepentido.
—Entonces, supongo que estamos acostumbrados a las complicaciones —respondió Elena, con una sonrisa desafiante.
Damian rió suavemente antes de volver a besarla, dejando que el mundo se desvaneciera por completo a su alrededor.
...
Mucho e'xito.