En un futuro distópico devastado por una ola de calor, solo nueve ciudades quedan en pie, obligadas a competir cada tres años en el brutal Torneo de las Cuatro Tierras. Cada ciudad envía un representante que debe enfrentar ecosistemas artificiales —hielo, desierto, sabana y bosque— en una lucha por la supervivencia. Ganar significa salvar su ciudad, mientras que perder lleva a la muerte y la pérdida de territorio.
Nora, elegida de la ciudad de Altum, debe enfrentarse a pruebas físicas y emocionales, cargando con el legado de su hermano, quien murió en un torneo anterior. Para salvar a su gente, Nora deberá decidir hasta dónde está dispuesta a llegar en este despiadado juego de supervivencia.
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La esperanza de la rebelión
La señal de resistencia cruzó los cielos de las Nueve Ciudades como un rayo en medio de una tormenta. Nora alzó la mano, la palma abierta como símbolo de desafío. Los que estaban en la plaza, mirando las transmisiones gigantes de "Las Pruebas de las Cuatro Tierras", se miraron entre sí. Uno a uno, los puños se alzaron, extendiéndose como una ola que no podía ser contenida. Los drones de vigilancia capturaron cada imagen y, por primera vez en la historia de la prueba, la transmisión fue interrumpida.
En las pantallas, las caras de los padres de la patria se tornaron rígidas, sus sonrisas falsas se desvanecieron. Los cortes de la señal y los gritos de la plaza quedaron como los únicos vestigios del caos que se desataba. Nadie había desafiado a los padres de la patria en décadas, y nadie había cortado jamás una transmisión. Fue un símbolo claro de que algo estaba cambiando.
Quienes alzaron sus manos en apoyo a Nora Maxfien fueron apresados de inmediato. La fuerza de la Primera Guardia, soldados vestidos en armaduras de un rojo intenso, arrasó con la multitud, arrestando a cualquiera que mostrara signos de insubordinación. Se escuchaban gritos, llantos, mientras la opresión del poder se aseguraba de que el atrevimiento de Nora fuera castigado ejemplarmente.
En una base secreta, oculta entre las montañas secas y desiertas, la resistencia observó todo. Las paredes de la sala de operaciones estaban cubiertas de mapas y esquemas, algunos tachados y otros llenos de anotaciones. Una vieja televisión con la señal pirateada transmitía las pruebas. La voz de Marcos rompió el silencio que quedó tras el corte de la transmisión.
-Lo hizo esa jovencita... -dijo el hombre, su piel blanca y su pelo rizado moviéndose mientras inclinaba la cabeza. No creí que realmente se uniría a la causa.
-Te lo dije, Marcos -respondió Lara, una mujer con maquillaje que parecía más una máscara teatral que un adorno-. No me equivoqué al ir aquel día, incluso con el riesgo de que nos atraparan. Valió la pena.
Lara siempre había tenido un instinto infalible para detectar potencial en la gente. En el momento que vio a Nora en los juegos preliminares, supo que había algo diferente en ella.
Thomas, un joven con aspecto nervioso, irrumpió en la sala, sosteniendo una tableta con imágenes que mostraban la interrupción de la transmisión.
-¡No van a creer esto! ¡Cortaron la transmisión de las pruebas! -exclamó, su rostro una mezcla de incredulidad y urgencia.
-Eso significa que ya no hay vuelta atrás -dijo Lara, sus ojos delineados con exageración brillaban con determinación-. Tenemos que ir por Nora y sus amigos. Ella confió en nosotros, así que no podemos fallarle ahora.
Es casi imposible, Lara. Solo tenemos una probabilidad en cinco millones de poder tener éxito. Ese lugar es una fortaleza, los ecosistemas artificiales están monitorizados las veinticuatro horas. Cualquier entrada es prácticamente un suicidio -replicó Thomas, pasando sus dedos por los mapas holográficos frente a él.
Marcos apretó los puños, golpeando con fuerza la pared de la cabaña.
-No sé cómo lo haremos, pero esa chica es nuestra mejor oportunidad. ¿Sabes quién ha desafiado a los Padres de la Patria en todos estos años? Nadie. Si ella muere ejecutada, todo el movimiento perderá la esperanza. La gente no volverá a levantar la cabeza, y el miedo se apoderará de todos -gruñó.
-Tienes razón, Marcos -Lara dio un paso adelante, su maquillaje brillante reflejando la luz tenue de la sala-. No podemos dejar que el miedo venza. ¡Todos los soldados, prepárense para salir! Vamos a salvar a nuestra arma más preciada.
En la Tercera Tierra, la Sabana, el paisaje era árido y la luz del sol quemaba la piel de los tres únicos sobrevivientes que quedaban: Nora, Marcus y Lian. El sudor cubría sus rostros, y sus cuerpos se veían cansados, con ropas rasgadas y cubiertas de polvo.
-Vamos a morir, seremos ejecutados -murmuró Lian, su voz temblorosa. La desesperación se reflejaba en su mirada mientras se abrazaba las piernas, encogido en el suelo.
Nora, en cambio, estaba sentada con la espalda recta, tratando de mantener la calma.
-No, Lian. Debes tener paciencia. Vendrán por nosotros. Esa mujer me dijo que hiciera la señal cuando estuviera lista -replicó, su voz llena de una determinación que ocultaba su miedo interno.
-De todas formas, solo uno sobrevive en la última Tierra Artificial. No importa cómo muramos -Marcus se dejó caer contra una roca, resignado.
Nora lo miró con tristeza.
-No podía quedarme viendo cómo mataban a más personas. Como a Lila en la primera Tierra. Como Jared... devorado por ese león que ni siquiera es real. No quiero que más gente pase por estas pruebas, no quiero más sufrimiento. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro sucio, sus hombros temblaban-. Quiero matar a esos malditos que asesinaron a mi hermano por querer ser parte de la rebelión.
El silencio se hizo entre los tres, roto solo por los ruidos distantes de la sabana.
En la ciudad de Altum, Nolan, el mejor amigo de Nora, estaba aún en estado de shock. Las transmisiones que había visto nunca le prepararon para algo así. Veía la imagen de su amiga alzando la mano, desafiando a los Padres de la Patria. Mientras distribuía las raciones de agua, susurraba para sí mismo:
-¿Qué hiciste, Nora...? Ahora van a ejecutarte... -Una mezcla de tristeza y admiración le cruzaba el rostro.
La calma del lugar fue rota por el rugido de los motores de los camiones. Soldados vestidos de rojo descendieron con firmeza y comenzaron a buscar a los padres de Nora. Los vecinos, asustados y deseando evitar problemas, señalaron la casa donde vivían.
En medio del alboroto, Lena, la mentora de Nora, llegó corriendo hacia Nolan. Lo agarró del brazo y lo llevó a un lado.
-Los padres de Nora están ocultos, pero necesito que distraigas a esos malditos soldados -le dijo, sus ojos llenos de desesperación.
Nolan asintió, sabiendo lo que tenía que hacer, aunque el miedo lo carcomiera.
-¡Oigan, oficiales! -gritó Nolan, acercándose-. Sé dónde están los padres de Nora, ¡síganme!
El capitán de los soldados lo miró con desconfianza, pero finalmente asintió.
-Confiaremos en ti, chico. Pero si mientes, serás severamente castigado -la voz del soldado era fría e imponente.
-No les voy a mentir... -dijo Nolan, intentando sonar convincente. Sentía el sudor frío bajar por su espalda mientras los guiaba hacia el bosque cercano.
Lena aprovechó para mover a los padres de Nora a un lugar seguro mientras Nolan se adentraba en el bosque, rezando para ganar suficiente tiempo.
-Bueno... parece que se han ido... -dijo Nolan finalmente, intentando disimular el nerviosismo.
El soldado lo miró, claramente furioso.
Mientras tanto, en la Tercera Tierra, el pánico comenzaba a apoderarse de Marcus y Lian mientras veían figuras acercarse desde el horizonte. Nora frunció el ceño.
-Mierda, no creo que esos sean los de la resistencia... -susurró Lian, los ojos abiertos de terror.
-¡Levántense! ¡Corran! -gritó Marcus, tirando de ambos para ponerse de pie-. ¡No nos separemos!
-¡No los conozco! Solo confié en ellos porque era la única opción -respondió Nora mientras corrían.
Los tres comenzaron a correr a través de la vasta sabana, sus sombras largas bajo el sol abrasador. Los disparos comenzaron a sonar, rompiendo el silencio de la tarde. Los soldados de los Padres de la Patria los perseguían con ferocidad, dispuestos a acabar con cualquier vestigio de rebelión.
Los tres comenzaron a correr a través de la vasta sabana, sus sombras largas bajo el sol abrasador. Los disparos comenzaron a sonar, rompiendo el silencio de la tarde. Los soldados de los Padres de la Patria los perseguían con ferocidad, dispuestos a acabar con cualquier vestigio de rebelión.
Mientras corrían, Nora no podía evitar que una idea cruzara su mente. Tal vez este sería su fin, pero si podía al menos sobrevivir un poco más, si podía inspirar un poco más de coraje en la gente, valdría la pena.