Espero que esta carta te encuentre bien, aunque mi corazón late con dolor al pensar que ya no estaré aquí para verte sonreír. Si la estás leyendo, es porque mi tiempo se ha agotado y mi cuerpo ya no puede luchar más.
Quiero que sepas que te perdono. Te perdono por todo el dolor que me causaste, por todas las noches que pasé llorando por ti, por todas las mañanas que desperté con la esperanza de que regresaras a mí.
Te perdono por no estar allí para mí cuando lo necesité, por no escuchar mis súplicas, por no sentir mi dolor. Te perdono por dejar que el tiempo y la distancia nos separaran.
Aunque decidí rendirme y dejar de luchar por nosotros, nunca dejé de amarte. Siempre te amé, y siempre te amaré. Recuerdo cada momento que pasamos juntos, cada beso, cada abrazo, cada mirada...
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Capitulo 21
Al día siguiente, Elena estaba débil y dolorida después de pasar la noche hincada sobre vidrio en la lluvia. Michel la ayudó a levantarse y la sostuvo mientras caminaban hacia la casa, su piel estaba fría y pálida, por sus piernas quedaban rastros de moretones y sangre.
Al entrar, Emir estaba sentado en el sillón, mirándolos con una expresión de desdén.
—Así que ya pensaste bien las cosas —dijo Emir, su voz llena de veneno.
Elena se mantuvo firme, a pesar del dolor y la debilidad.
—No te dejare hacerle daño a mi hijo —dijo—. Haré lo que sea necesario para protegerlo.
Emir se levantó del sillón y se acercó a ellos.
—Los dos se hincarán frente a mí —dijo, su voz cortante.
Michel se negó, pero Elena lo convenció de hacerlo. Se hincaron frente a Emir, que los miraba con una expresión de crueldad.
—Voy a castigar a Michel por su insolencia —dijo Emir, levantando la mano para golpearlo.
Pero Elena se interpuso, protegiendo a su hijo con su cuerpo.
—No —dijo—. No le harás daño. Me castigarás a mí en su lugar.
Emir se detuvo, sorprendido por la determinación de Elena.
—Está bien —dijo—. Comerás comida con vidrio. Si lo haces, dejaré a Michel libre.
Elena aceptó sin dudar. Sabía que tenía que proteger a su hijo a cualquier precio.
Michel se opuso, pero Elena lo calmó.
—No te preocupes, hijo mío —dijo—. Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para protegerte.
Elena se sentó en la mesa, donde Emir había preparado un plato de comida con vidrio. La miraba con una sonrisa cruel mientras ella comía, sintiendo el dolor y la dificultad de tragar.
Michel se quedó a su lado, llorando de impotencia y rabia.
—Mamá, no —dijo—. No deberías hacer esto.
Pero Elena siguió comiendo, sin hacer caso del dolor y la dificultades. Sabía que estaba protegiendo a su hijo, y eso era todo lo que importaba.
Cuando terminó de comer, Emir se levantó de la silla.
—Bien —dijo—. Dejaré a Michel libre. Por ahora.
Elena se levantó, dolorida y débil, pero con la satisfacción de saber que había protegido a su hijo. Sabía que la lucha no había terminado, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para mantener a Michel a salvo.
Michel llevó a Elena al hospital, preocupado por su estado de salud. La había visto sufrir tanto en las últimas horas, y sabía que necesitaba ayuda médica urgente.
En el hospital, los médicos y enfermeras se sorprendieron al ver el estado de Elena. Tenía heridas profundas en las rodillas y pies, y su cuerpo estaba cubierto de moretones y cicatrices.
—¿Qué pasó? —preguntó uno de los médicos, mientras examinaba a Elena.
Michel se sintió abrumado por la emoción.
—Emir, su... su pareja, la ha estado torturando durante años —dijo, tratando de contener las lágrimas.
El médico lo miró con sorpresa y compasión.
—Lo siento mucho —dijo—. Vamos a hacer todo lo posible para ayudarla.
Después de una serie de exámenes y pruebas, los médicos llamaron a Michel a la sala de espera.
—Señor, necesitamos hablar con usted —dijo uno de los médicos.
Michel se levantó, nervioso.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Elena está muy grave —dijo el médico—. Las heridas actuales son graves, pero también tenemos evidencia de tortura y abuso durante mucho tiempo. Al menos 7 años.
Michel se sintió como si hubiera recibido un golpe en el estómago.
—¿Qué? —preguntó, incrédulo.
—Sí —dijo el médico—. Elena ha estado sufriendo abuso y tortura durante casi una década. Sus heridas físicas son graves, pero también tiene daño psicológico.
Michel se sintió abrumado por la rabia y la tristeza.
—¿Cómo pudo hacerle esto Emir? —preguntó, gritando.
El médico lo miró con compasión.
—Lo siento mucho —dijo—. Pero ahora necesitamos enfocarnos en salvar la vida de tú madre.
Michel asintió, determinado a hacer todo lo posible para ayudar a su madre.
—Haré todo lo que sea necesario —dijo—. No dejaré que Emir le haga más daño.
El médico asintió.
—Estamos con usted —dijo—. Vamos a hacer todo lo posible para ayudar a Elena a recuperarse.
Elena yacía en su cama, rodeada de blancas sábanas y cortinas que filtraban la luz del sol. A pesar de que los médicos habían dicho que estaba fuera de peligro, su cuerpo delgado y debilitado contaba una historia diferente.
Sus brazos y piernas parecían palillos, y su piel estaba pálida y tensa. Las cicatrices y moretones que cubrían su cuerpo eran un testimonio de los años de abuso y tortura que había sufrido a manos de Emir, pues no había un poco de piel sin algún daño.
Michel se sentó a su lado, tomándole la mano y mirándola con preocupación.
—Mamá, ¿cómo te sientes? —preguntó.
Elena sonrió débilmente.
—Me siento... mejor —dijo, su voz apenas audible y ronca dejadas por el consumo de vidrios.
Michel se inclinó hacia ella.
—Tienes que descansar —dijo—. No te preocupes por nada.
Elena negó con la cabeza.
—No, Michel —dijo—. Tengo que hablar contigo.
Michel se enderezó, intrigado.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó.
Elena respiró profundamente.
—Tengo influencias y poder, Michel —dijo—. Puedo hacer que Emir pague por lo que me ha hecho. Puedo hacer que nos protejan.
Michel se sorprendió.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
Elena lo miró con determinación.
—Quiero decir que podemos huir —dijo—. Podemos dejar atrás todo esto y empezar de nuevo.
Michel se negó con la cabeza.
—No, mamá —dijo—. No puedo dejar a Emir.
Elena se sorprendió.
—¿Por qué no? —preguntó—. Él te ha hecho daño, Michel. Te ha hecho creer que no vales nada.
Michel se miró las manos.
—Sé que me ha hecho daño —dijo—. Pero... él fue mi figura paterna. A pesar de todo, siempre he querido que me aceptara.
Elena se sintió un golpe en el corazón.
—Michel, no —dijo—. No puedes sentir eso. Él no merece tu amor.
Michel se levantó, mirando a su madre con una mezcla de tristeza y determinación.
—No puedo dejarlo, mamá —dijo—. Aún no.
Elena lo miró, sabiendo que no podía cambiar su mente.
—Está bien, Michel —dijo—. Pero recuerda que siempre estaré aquí para ti. Y cuando estés listo, podemos huir juntos.
Después de una semana de recuperación, Elena y Michel regresaron a su hogar, listos para enfrentar a Emir y su violencia. Pero Emir no estaba contento con su regreso.
—¿Creían que podrían escapar de mí? —gritó Emir, su rostro enrojecido por la ira.
Michel se mantuvo firme, pero Elena se interpuso entre él y Emir.
—No te dejare hacerle daño a mi hijo —dijo Elena, su voz firme.
Emir se rió.
—Eres una mujer débil —dijo—. No puedes protegerlo.
Emir levantó un palo y se dispuso a golpear a Michel, pero Elena se interpuso en el camino. El golpe fue rápido y brutal, y Elena no pudo evitarlo.
El palo golpeó a Elena en la nuca, y ella se derrumbó en los brazos de Michel.
—Mamá, no —gritó Michel, desesperado.
Elena miró a su hijo con ojos débiles.
—Michel... —susurró—. Lo siento...
Michel la abrazó con fuerza.
—No, mamá —dijo—. No te vayas.
Pero Elena ya no podía hablar. Su cuerpo se relajó en los brazos de Michel, y su mirada se apagó.
Michel gritó de dolor y rabia, abrazando el cuerpo sin vida de su madre.
Emir se quedó parado, su rostro pálido y asustado, y luego se encerró en su estudio, dejando a Michel solo con su dolor.
El velorio de Elena fue una tarde fría y solitaria. Solo Michel estaba presente, ya que no había familiares ni amigos que conocieran a su madre. La soledad era palpable mientras Michel miraba la tumba de Elena, su corazón lleno de dolor y tristeza.
Se acordó de los momentos que habían compartido, de las conversaciones y las risas. Se acordó de cómo Elena lo había protegido y amado, a pesar de todo.
Pero justo cuando Michel se sumergía en sus pensamientos, escuchó una voz detrás de él.
—Así que esta es la tumba de la mujer que te abandonó —dijo Emir, su voz llena de veneno.
Michel se giró, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza.
—No —dijo—. No me abandonó. Ella me amó.
Emir se rió.
—No te engañes, Michel —dijo—. Elena te abandonó cuando eras un bebé. No te quería.
Michel sintió una punzada de dolor. ¿Por qué Emir seguía diciendo eso? ¿Por qué no podía dejar que Michel recordara a su madre en paz?
Pero entonces, Michel recordó las palabras de Elena. Recordó cómo ella le había dicho que lo amaba, que siempre estaría con él.
—No —dijo Michel, mirando a Emir con determinación—. No creo eso. Mi madre me amó.
Emir se enfureció.
—Eres un tonto —dijo—. No sabes la verdad.
Pero Michel no se dejó convencer. Sabía que Elena lo había amado, y eso era todo lo que importaba.
Miró la tumba de su madre, sintiendo una sensación de paz y tranquilidad.
—Adiós, mamá —dijo—. Te amo.
Y con eso, Michel se alejó de Emir y de sus palabras venenosas, decidido a recordar a su madre con amor y respeto.
Dos años habían pasado desde la muerte de Elena. Michel había encontrado una forma de vivir con paz, aunque a veces la melancolía lo invadía al recordar a su madre. Había logrado reconstruir su vida, hacer nuevos amigos y encontrar un propósito.
Pero un día, recibió una llamada del hospital. Emir, su padre, estaba a punto de morir.
Michel se sintió confundido. No sabía si sentir tristeza o alivio. Después de todo, Emir había sido el responsable de la muerte de su madre.
Llegó al hospital y se encontró con Emir en una cama, conectado a máquinas y con un aspecto débil.
—Michel —dijo Emir, con una voz apenas audible.
Michel se acercó.
—¿Qué quieres? —preguntó.
Emir respiró profundamente.
—Tengo que decirte la verdad —dijo—. Sobre tu madre.
Michel se sorprendió.
—¿Qué verdad? —preguntó.
Emir cerró los ojos.
—Elena no sabía de tu existencia —dijo—. No sabía que eras su hijo hasta que tú tenías 16 años.
Michel se sintió como si hubiera recibido un golpe.
—¿Qué? —preguntó, incrédulo.
Emir abrió los ojos.
—Sí —dijo—. Ella no sabía que estabas vivo. No sabía que eras su hijo.
Michel se sintió confundido. ¿Por qué Emir le decía esto ahora? ¿Por qué no se lo había dicho antes?
Pero entonces recordó las palabras de Elena. Recordó cómo ella le había dicho que lo amaba, que siempre estaría con él.
—No importa —dijo Michel—. Ella me amó. Y yo la amé.
Emir sonrió débilmente.
—Sí —dijo—. Ella te amó.
Michel se sintió un poco de paz. Sabía que su madre lo había amado, y eso era todo lo que importaba.
—Adiós, Emir —dijo Michel, y se levantó para irse.
Emir lo detuvo.
—Michel —dijo—. Lo siento.
Michel se giró.
—No necesitas disculparte —dijo—. Ya es demasiado tarde.
Michel se giró para salir de la habitación, pero Emir lo detuvo.
—Michel —dijo, con una voz débil—. Hay algo más.
Michel se volvió hacia él.
—¿Qué es? —preguntó.
Emir respiró profundamente.
—He mandado una carta a tu verdadero padre —dijo—. Sergio Pérez.
Michel se sorprendió.
—¿Qué carta? —preguntó.
Emir cerró los ojos.
—Le he contado la verdad —dijo—. Sobre ti, sobre Elena, sobre todo.
Michel se sintió confundido.
—¿Por qué? —preguntó.
Emir abrió los ojos.
—Quiero que sepas la verdad —dijo—. Quiero que sepas que no fui un padre para ti. Que fui un monstruo.
Michel se sintió un escalofrío.
—¿Qué verdad? —preguntó.
Emir respiró profundamente.
—Me obsesioné con Elena —dijo—. La quería para mí solo. Y cuando descubrí que estaba embarazada, decidí hacer un experimento.
Michel se sintió horrorizado.
—¿Experimento? —preguntó.
Emir asintió.
—Quería ver si un feto podría sobrevivir en condiciones extremas —dijo—. Y tú fuiste ese experimento.
Michel se sintió como si hubiera recibido un golpe.
—¿Qué? —preguntó, incrédulo.
Emir cerró los ojos.
—Lo siento —dijo—. Lo siento mucho.
Michel se sintió enfermo. No podía creer lo que estaba escuchando.
—Eres un monstruo —dijo, y se giró para salir de la habitación.
Emir lo detuvo.
—Michel —dijo—. Espera.
Michel se volvió hacia él.
—¿Qué? —preguntó.
Emir respiró profundamente.
—La carta —dijo—. Está en mi escritorio. Leela.
Michel asintió y se fue, dejando a Emir solo con sus pensamientos y su conciencia.