Leonardo , Ethan Morgan el peor villado y más temido de la historia.
El se obsesiono con la protagonista trato de ganar su amor pero ella siempre lo rechazaba entonce secuestro y abusó de ella la torturo de muchas forma por que ella no lo amaba así que cuando rescantaron a la protagonista el fue sentenciado a guillotina ademas de ser torturado de una horrible manera fue sentenciado publicamente a morir .
Aquí dentro yo he renacido en el cuerpo del villano .
¿ Como lograre evitar mi muerte ? Tendre que hacer muchos arreglos a este retrasado mundo y desde luego aprender todo para ser un buen duque cambiare mi final .
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El castigo a la baronesa
El último día del banquete.
Había esperado con paciencia, como un gato acechando a su presa. Todo estaba en su sitio: las pruebas, los testigos, los rumores sembrados con precisión quirúrgica. Hoy sería el día en que la baronesa Ferrero caería, y lo haría de la forma más espectacular posible.
La idea era sencilla, pero brillante. ¿Por qué acusarla en privado cuando podía hacer que su propio esposo la descubriera con las manos —y todo lo demás— en la masa? El duque Ferrero sería mi testigo involuntario.
Pero antes de eso, tenía un plan alternativo: acercarme al barón y ganarme su favor. Me había informado bien; era un hombre de principios nobles, de esos que creen en la justicia y el honor. También era rico y tenía un gran poder comercial dentro del imperio. Un aliado como él valía más que el oro. Durante los últimos días, me había divertido enviándole cartas anónimas con insinuaciones sobre su esposa. Hoy sería el golpe final.
Para ello, necesitaba que me viera como alguien inofensivo. No como el hijo del duque monstruo, sino como un niño dulce, digno de compasión. Al fin y al cabo, nadie sospecha de un niño de tres años con ojos grandes y expresión inocente.
Así que hice lo que mejor sabía hacer cuando quería engañar a los adultos: jugué mi papel a la perfección.
Tomé la mano de mi padre y caminé junto a él al banquete, asegurándome de mantener una expresión calmada, casi distraída. Los invitados nos recibieron con las mismas sonrisas hipócritas de siempre. Yo las ignoré y me concentré en la mesa de postres. Elegí una tarta de fresas y me senté en una esquina, balanceando mis piernas en el aire como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
Pero entonces, algo ocurrió.
La anunciaron.
Mi cuerpo se tensó de inmediato, y mi tarta quedó olvidada en mi plato.
Un nombre que había estado enterrado en mi memoria resonó en la sala. Levanté la mirada y la vi.
La mujer que me trajo al mundo.
Avanzaba con un niño en brazos, besándolo, acariciándole el cabello con ternura. Su esposo caminaba a su lado, observándola con amor.
Un nudo se formó en mi garganta. Mis manos apretaron el borde de la mesa. No entendía por qué, pero algo en mi pecho dolía. Un ardor molesto, una presión que me resultaba insoportable.
¿Por qué a él sí?
¿Por qué podía mirarlo con esa dulzura y nunca a mí?
Yo también fui un bebé una vez. ¿Me miró así alguna vez? No lo recordaba.
Respiré hondo y me obligué a soltar la mesa. No valía la pena pensar en eso.
—¿Quieres más tarta? —La voz de mi padre me sacó de mi ensimismamiento. Me tendía otro plato con una porción de durazno.
Mi padre nunca había sido cariñoso, pero tenía su propia forma de hacerme entender que yo era suyo. Lo entendí con ese gesto. Tomé el tenedor y asentí.
—Gracias.
Él me revolvió el cabello con su mano enguantada.
—Recuerda esto, Ethan —murmuró—. No muestres lo que sientes. Nunca. Si los demás no saben que algo te lastima, no pueden usarlo contra ti.
—Lo sé.
—Bien. No lo olvides.
No lo haría.
Dejé de mirar a la mujer que me dio la vida.
Cuando el baile avanzó, la baronesa Ferrero hizo su movimiento. Se escabulló como todas las noches, con la excusa de sentirse indispuesta. Solo que esta vez, la esperaba una sorpresa.
Las sirvientas hicieron su señal, y el plan se puso en marcha.
Los gemidos resonaron en el aire. Ah, el sonido de la desgracia.
Las personas en el banquete dejaron sus copas y platos, atraídas por el escándalo como polillas a la luz. Yo tomé la mano de mi padre, como el niño bueno que todos creían que era, y lo seguí con pasos pequeños y apresurados.
Cuando la puerta se abrió, la escena fue gloriosa.
La baronesa yacía en la cama con tres hombres. No uno, ni dos, sino tres. Su mejor amigo, su mano derecha y su propio jardinero.
Los gritos del barón Ferrero rebotaron en las paredes.
—¡Luciana! ¿Cómo pudiste?
—¡Señor, ella me sedujo! —chilló uno de los hombres, cobarde.
—¡No es cierto! —lloriqueó la baronesa—. ¡Me obligaron! ¡Es la primera vez!
—No mientas. Todos lo hicimos porque quisimos —intervino el jardinero, indiferente—. Y lo disfrutamos.
Qué divertido.
El barón endureció el rostro.
—Desde este momento, Luciana, eres una mujer libre.
—¡Barón, no! ¡Estoy embarazada!
El silencio fue mortal.
—Busca al padre de ese niño, porque yo jamás te he tocado —sentenció el barón.
Los susurros estallaron. La baronesa cayó de rodillas, implorando, pero el emperador selló su destino.
—El divorcio es concedido. Sin dote, sin compensación.
Mi padre exhaló, complacido. Me dio unas palmaditas en la espalda.
—Bien hecho.
Sonreí, disfrutando mi victoria.
Cuando la noche terminó y subí al carruaje, la vi de nuevo.
—Ethan… —Su voz tembló.
Por un instante, quise responder.
Pero no lo hice.
Me acomodé en mi asiento y miré hacia adelante.
No había nada que decir.
Sé lo que soy. Sé que soy un monstruo.
Pero no nací siendo así.
Me hicieron.
Los primeros capítulos fueron buenos, Pero ya después todo se volvió extremadamente confuso.