Katerin es una pediatra respetada, siempre impecable y dedicada. Sin embargo, detrás de su fachada correcta, guarda un secreto que su familia desconoce. No es tan santa como parece.
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CAPITULO 2
**KATHERIN**
Mi día comenzó temprano. Salí a ejercitarme en el gimnasio de mi apartamento, un espacio moderno y luminoso con grandes ventanales que deja entrar la luz de la mañana y ofrece una vista panorámica de la ciudad. Las máquinas de última generación y el aroma a limpieza me motivaron a comenzar mi rutina. Tras una hora de ejercicio intenso, me bañé y cambié, optando por un vestido negro con un escote provocativo en la parte delantera que acentuaba mi figura esbelta. Tomé mi batido, las llaves de mi Lamborghini rojo mate, y me dirigí a la clínica donde trabajo.
El recorrido, normalmente emocionante al volante de mi coche deportivo, jamás se me había hecho tan fastidioso. Los compromisos familiares me tienen abrumada. La voz chillona de Mara, mi madrastra, me va a enloquecer. El domingo, al llegar a mi casa después de arreglar los pendientes en la mansión y de solucionar discretamente el asunto con Owen, ella estaba allí, esperándome, exigiendo explicaciones que no podía darle. Tuvimos una pelea fuerte y terminó marchándose no sin antes dar un portazo al salir. Quiere manipular mi vida a su antojo, pero es un gusto que no voy a darle. Cree tener derecho de mandarme y eso no va a pasar. Yo no sigo órdenes de nadie.
Llego a la clínica veinte minutos después. El reloj de la oficina marca las 7 de la mañana y empiezo mi labor en el edificio moderno con paredes de cristal y un diseño minimalista que refleja profesionalismo y eficiencia. Paciente tras paciente, niño tras niño, todos acompañados por sus madres... algo aburrido a mi parecer, nada interesante para deleitar la vista.
Me sobo los ojos con frustración, giro mi silla ergonómica hacia el otro lado, dejando que mi cuerpo repose unos segundos sobre ella. Miro la hora: "2pm". Me queda un último paciente antes de salir a disfrutar mi hora del almuerzo. Alzo la bocina de mi teléfono que está conectado a los parlantes externos de la sala de espera y nombro a mi siguiente paciente: "Sarah Taylor, consultorio 10". Cuelgo y espero unos segundos, hasta que la puerta del consultorio se abre dando paso a una pequeña de no más de 6 años, con cabello rubio y largo, ojos ambarinos, muy hermosa a mi parecer, que me dedica una sonrisa al entrar.
—Siéntate —invito, señalando la silla frente a mi escritorio de madera oscura y bien pulida. Toma asiento, balanceando sus piernitas con nerviosismo. La puerta está entreabierta; de seguro su madre está contestando alguna llamada. Cuando al fin se abre de par en par, entra a mi consultorio un hombre blanco de 1.90, musculoso al punto de la perfección, con una camisa fucsia de manga larga, al parecer de la marca Dolce & Gabbana, y unos pantalones apretados azul oscuro que permiten ver el contorno de sus ejercitadas piernas. Elegante en su porte y en su andar, el cabello corto, de un peculiar color rubio claro, igual que la pequeña niña, lo que me hace deducir que se trata de su padre... son como dos gotas de agua.
Exquisito hombre... esos ojos ambarinos tan penetrantes hacen que me muerda sin ningún pudor mi labio inferior... cómo desearía ser "Afrodita" en estos momentos... lo disfrutaría completico... Nuestras miradas se conectan lo que parece una eternidad. La tensión sexual entre los dos es evidente. Tremendo manjar me han enviado. El destino por fin me muestra su favor a mí, Afrodita, la diosa del amor. ¡Dios! mi corazón galopa como un loco, y continúo mordiendo mi labio inferior. La temperatura en el lugar aumenta miles de grados Fahrenheit.
Este hombre es un dios del Olimpo!!!
¡Es perfecta combinación de virilidad y sensualidad!
Empieza a ponerse interesante mi día...