Serena estaba temblando en el altar, avergonzada y agobiada por las miradas y los susurros ¿que era aquella situación en la que la novia llegaba antes que él novio? Acaso se había arrepentido, no lo más probable era que estuviera borracho encamado con alguna de sus amantes, pensó Serena, porque sabía bien sobre la vida que llevaba su prometido. Pero entonces las puertas de la iglesia se abrieron con gran alboroto, los ojos de Serena dorados como rayos de luz cálida, se abrieron y temblaron al ver aquella escena. Quién entraba, no era su promedio, era su cuñado, alguien que no veía hacía muchos años, pero con tan solo verlo, Serena sabía que algo no estaba bien. Él, con una presencia arrolladora y dominante se paro frente a ella, empapado en sangre, extendió su mano y sonrió de manera casi retorcida. Que inicie la ceremonia. Anuncio, dejando a todos los presentes perplejos especialmente a Serena.
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Capitulo 4
¿Un niño?
Serena parpadeó, confundida. No sabía por qué había un niño allí ni quién era. No podía verlo con claridad por la penumbra, pero notaba que estaba descuidado, con el cabello enmarañado y la ropa gastada. Por la forma en que lo encontró, parecía hambriento.
Su mirada se detuvo en un detalle, aquellos ojos… ese extraño tono morado. Los había visto antes. Eran prácticamente idénticos a los de Roger, su prometido.
—Hola… —dijo suavemente, intentando no asustarlo.
Avanzó un paso, pero el niño reaccionó con rapidez. Serena extendió la mano hacia él.
—Espera… hablemos…
No tuvo oportunidad de decir más. El pequeño se escabulló velozmente por lo que parecía ser una abertura cuidadosamente hecha en la pared, oculta a simple vista.
Serena permaneció de pie, atónita. Tardó en reaccionar y, cuando volvió a su habitación, le resultó imposible conciliar el sueño. Tenía demasiadas preguntas: ¿quién era? ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué sus ojos eran como los de Roger?
Pensó en contárselo a las doncellas, pero dudó. ¿Y si lo buscaban para castigarlo por robar comida? No… mejor no diría nada
Al día siguiente, durante las clases, su mente no dejaba de volver a la imagen del niño. La señora Lilian la reprendió varias veces por distraerse, y cada regaño caía como un golpe seco. Por la tarde, mientras descansaba bajo la sombra de un gran árbol del jardín, sintió la extraña sensación de que alguien la observaba. Miró alrededor, pero no vio a nadie. Aun así, el presentimiento no la abandonó.
Esa noche, decidió mantenerse despierta con la esperanza de volver a verlo. No oyó ruidos, pero algo le decía que estaba ahí. Caminó hasta la cocina y, efectivamente, lo encontró. Sin embargo, en cuanto él la vio, huyó otra vez por la pequeña abertura.
Durante la semana siguiente, la rutina se repitió, en el día, la sensación constante de ser vigilada; en la noche, encuentros fugaces en la cocina interrumpidos por su huida. Pero Serena estaba decidida a lograr que confiara en ella.
Esa tarde, escondió entre sus ropas algunas galletas y frutas que le habían dado.
Cuando llegó la noche, fue a la cocina como siempre. Apenas el niño la vio, se tensó para escapar, pero Serena habló antes de que pudiera moverse.
—¿No quieres probar algo que no sea pan?
El niño se detuvo, aunque no se volvió hacia ella. Serena percibió una ligera vacilación en su postura.
—Tengo fruta… y algunas galletas. Te las daré.
Entonces él giró la cabeza. Sus ojos morados se posaron en las manos de Serena, que sostenían lo que prometía. Aun así, su expresión mostraba desconfianza. Viendo que no se acercaba, Serena dejó la comida en el suelo y dio unos pasos atrás.
El niño, después de unos segundos que parecieron eternos, se aproximó con cautela. Tomó lo que le ofrecía y retrocedió, sin apartar la vista de ella. Serena se sentó en el suelo, observando cómo comía con avidez.
Se sintió aliviada y, al mismo tiempo, con un nudo en el pecho. Aliviada por poder ayudarlo, aunque fuera de forma mínima. Angustiada, porque lo evidente era que aquel niño estaba atravesando algo difícil, quizá insoportable.
—Mañana… —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Si quieres, mañana tendré más frutas y galletas para ti.
El niño la miró, inmóvil. No pronunció palabra. Luego, sin dejar de mirarla un instante, se volvió y desapareció por la abertura.
Esa noche, Serena se fue a dormir con una sonrisa dibujada en los labios y una tenue sensación de que algo bueno estaba por suceder. Durante todo el día siguiente, la impaciencia la acompañó como una sombra. Contaba las horas para que llegara la noche y poder volver a ver al niño.
A la hora de la comida, guardó con cuidado —y a escondidas— un pequeño surtido de frutas y galletas que le habían servido. Se aseguró de ocultarlo bien, temiendo que alguien la descubriera.
Cuando la mansión cayó en silencio y el reloj marcó la hora en la que había bajado las noches anteriores, Serena salió de su habitación. Caminó con paso ligero y contenido hasta la cocina. Allí estaba él, como siempre, devorando trozos de pan duro con la urgencia de quien no sabe cuándo volverá a comer.
A Serena se le apretó el corazón al verlo tan desesperado por un bocado.
Al notar su presencia, el niño se detuvo en seco. Sus ojos, oscuros y brillantes bajo la penumbra, se clavaron en ella con una mezcla de desconfianza y alerta. Serena le sonrió con suavidad, intentando transmitirle que no había peligro, y le extendió lo que llevaba entre las manos.
—Tengo frutas… y galletas.
El niño no se movió al instante. Sus ojos morados la evaluaban, como si intentara adivinar sus verdaderas intenciones. Serena, entendiendo su recelo, dejó las provisiones sobre el suelo y retrocedió unos pasos. Solo entonces él se acercó, con movimientos cautelosos, y tomó la comida.
Mientras él comía, Serena lo miraba sin apartar la vista. Sus manos, entrelazadas sobre el regazo, se movían nerviosas; Quería decir algo, iniciar una conversación, pero en su mente las palabras se desordenaban una y otra vez. No sabía qué preguntar, qué callar, qué podía asustarlo y qué no. Pensó tanto que, cuando quiso reaccionar, él ya había terminado y se disponía a marcharse.
—Espera… —dijo con un hilo de voz, apresurándose—. Serena… Serena es mi nombre. Espero que tú… algún día puedas decirme el tuyo.
El niño se detuvo apenas un segundo al oírla. No la miró, pero su cuerpo pareció tensarse, como si sus palabras lo hubieran alcanzado de alguna manera. Sin pronunciar nada, desapareció por la pequeña abertura en la pared.
Serena regresó a su habitación con una sensación agridulce. Había esperado cruzar al menos unas palabras con él, y en cambio, solo había obtenido un instante de atención. Se acomodó en la cama, un poco decepcionada, sin imaginar que, en algún rincón oscuro de la mansión, él murmuraba en voz baja, como probando un sonido nuevo en sus labios.
—Serena…
que pasará 🤔 todavía falta mucho por qué regrese su salvador.
y este loco pervertido autoritario y con una madre loca y permisiva. no podra salvarse de lo que quiera hacer este loco.😭😭😭😭😭😭😭😭
Todos sus planes acaban de esfumarse como un débil suspiro.
Espero que Roger no logre hacerle nada antes de la ceremonia de bodas (la cual, según la sinopsis, es interrumpida por un guerrero de ojos violeta).