Trata de una chica universitaria que trabaja para solventar los gastos de su hogar, sus padres se enfermaron pero se enamora de un chico rico ¿Que pasará?
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Capitulo N°3
Las semanas siguientes se convirtieron en una rutina agotadora que mezclaba clases, hospitales y trabajo. La universidad seguía su curso, indiferente al caos en su vida personal. Cada mañana, ella se despertaba antes del amanecer, con los ojos pesados y el cuerpo dolorido. Se alistaba en silencio, tratando de no despertar a su madre, que dormía en el sillón del hospital casi todas las noches.
Su padre seguía en recuperación, pero el dinero comenzaba a escasear. Las cuentas médicas, los medicamentos, y los gastos del día a día empezaban a acumularse como una montaña que no sabía cómo escalar.
Una tarde, después de visitar a su padre, su madre la llevó al jardín de casa. El sol comenzaba a ocultarse, y el aire estaba impregnado con el aroma de la tierra húmeda y los rosales que su padre tanto amaba.
—Tenemos que encontrar una manera de salir adelante —dijo su madre, arrodillándose junto a uno de los arbustos—. Tu padre no puede trabajar por ahora, y no podemos depender de la suerte.
Ella la miró, sintiendo el peso de las responsabilidades caer sobre sus hombros.
—¿Qué haremos?
Su madre sonrió débilmente, sus manos acariciando la tierra como si fuera una vieja amiga.
—Tu padre me enseñó más de lo que pensaba. Y ahora es mi turno de enseñarte a ti. Vamos a trabajar juntas en lo que sabemos hacer: la jardinería.
Al principio, la idea la desconcertó. ¿Jardinería? ¿Ella, que había pasado más tiempo entre libros y conferencias que al aire libre? Pero no había tiempo para dudas. Al día siguiente, su madre la despertó temprano, con un par de guantes de jardinería y una lista de direcciones.
El primer trabajo fue en una casa elegante en las afueras de la ciudad. El jardín estaba descuidado, las flores marchitas y la hierba crecida. Mientras su madre comenzaba a trabajar, ella la observaba, sintiendo que cada movimiento tenía una intención, una calma que contrastaba con el torbellino en su mente.
—La jardinería es como la vida —dijo su madre, sin dejar de trabajar—. Hay que saber cuándo podar, cuándo regar y cuándo dejar que las cosas crezcan por sí solas.
Esas palabras resonaron en su cabeza mientras se arrodillaba junto a su madre y comenzaba a trabajar. Al principio, sus manos torpes no encontraban el ritmo, pero poco a poco, la repetición se convirtió en una especie de meditación. El olor de la tierra, el sonido de las tijeras cortando ramas, y el sol calentando su espalda le ofrecían una paz que no había sentido en semanas.
Pero esa paz era efímera. Al regresar a casa, aún tenía que enfrentarse a montones de tareas universitarias. Sus notas comenzaron a bajar, y las conferencias que antes le emocionaban ahora se sentían como una carga. Cada vez que intentaba concentrarse, su mente volvía al hospital, a su padre postrado en la cama, o a su madre trabajando incansablemente en los jardines ajenos.
Un día, en medio de una clase sobre derecho internacional, su profesor la llamó para que respondiera una pregunta. Pero su mente estaba en blanco. Miró al profesor, a sus compañeros, y sintió cómo el calor subía por su cuello hasta sus mejillas.
—¿Estás bien? —preguntó el profesor, con una ceja levantada.
Ella solo asintió y se hundió en su asiento. Después de la clase, mientras recogía sus cosas, su compañera de clase, Laura, se le acercó.
—Oye, ¿todo bien? No es como tú quedarte callada.
Ella dudó un momento, pero luego suspiró.
—Mi papá está enfermo. Y… estoy trabajando con mi mamá para ayudar en casa.
Laura la miró con una mezcla de sorpresa y compasión.
—Vaya. No sabía… Si necesitas ayuda con los apuntes o algo, dime.
Ese pequeño gesto la conmovió más de lo que esperaba. Durante semanas, había sentido que llevaba el peso del mundo sola, pero tal vez no tenía que hacerlo todo por su cuenta.
Esa noche, mientras repasaba apuntes con la ayuda de Laura en línea, su madre entró en su habitación, sus manos aún manchadas de tierra.
—Estoy orgullosa de ti —dijo su madre, sentándose a su lado—. No es fácil lo que estás haciendo. Pero recuerda, no tienes que hacerlo sola. A veces, pedir ayuda es el acto más valiente.
Miró a su madre, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez, solo tal vez, podría encontrar un equilibrio entre sus sueños y la realidad.
Pero el camino no sería fácil.
La vida rara vez lo es.