Elena, la preciosa princesa de Corté, una joya, encerrada en una caja de cristal por tanto tiempo, y de pronto es lanzada al mundo, lanzada ante los ambiciosos, los despiadados, y los bárbaros... Pureza destilada ante la barabrie del mundo en que vivía. ¿Que pasará con Elena? La mujer más hermosa de Alejandría cuando el deseo de libertad florezca en ella como las flores en primavera. ¿Sobrevivirá a la barbarie del mundo cruel hasta conseguir esa libertad que no conocía y en la cuál ni siquiera había pensado pero ahora desa más que nada? O conciliará que la única libertad certera es la muerte..
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Capitulo 3
En el exuberante jardín del palacio real, un rincón rebosante de flores exóticas y fuentes burbujeantes, la Reina Leticia observaba con orgullo a su hijo, el joven príncipe Arturo, mientras tomaba una lección al aire libre. El sol filtraba sus rayos a través de las hojas, creando un ambiente tranquilo y lleno de vida. Arturo, concentrado en sus estudios, mostraba ya a sus siete años una inteligencia y madurez que auguraban un futuro prometedor como monarca.
La Reina Leticia se volvió hacia el Rey Dante, que observaba la escena en silencio. Su mirada reflejaba una mezcla de satisfacción y preocupación, la mente de la Reina divagaba hacia los recientes acontecimientos en la mansión Cortez, que no habían escapado a su interés. Leticia rompió el silencio con un tono solemne.
— ¿Qué piensas sobre eso, Majestad—Preguntó, sin quitar los ojos de Arturo.
El Rey continuó en silencio por un momento, antes de responder con un suspiro.
—Creo que ha nacido la novia ideal. —Dijo la Reina, con un brillo calculador en sus ojos.
El Rey chasqueó la lengua, reflexionando.
—Es apenas una diferencia de siete años. Deberíamos apresurarnos y asegurar un compromiso.
El Rey se levantó y se volvió hacia la Reina, con una expresión pensativa.
—Sería lo ideal, pero...
La Reina Leticia levantó una ceja, esperando que continuara. —¿Pero?— Inquirió, curiosa.
—Pero aún hay tiempo para pensarlo. —Respondió el Rey, con voz grave.
—El Duque Cortéz no es un hombre fácil. Nunca muestra sus intenciones claramente. Podríamos ir hoy mismo con una propuesta y ser rechazados. Dejemos que él dé el primer paso.
La Reina asintió, comprendiendo la prudencia en las palabras de su esposo. Sabía que Franco Cortés era un hombre de astucia y cálculo, y cualquier movimiento en falso podría ser desastroso.
—Tiene razón. —Coincidió la Reina— No podemos apresurarnos. Pero debemos estar atentos.En estos tiempos de incertidumbre, esa niña, podría ser clave para nuestra familia. Unir nuestras casas fortalecería nuestro reino.
El Rey Dante asintió, sus ojos fijos en Arturo. —Exactamente. Mantengamos nuestras opciones abiertas y observemos. Cuando llegue el momento adecuado, estaremos preparados para actuar.
El Rey hizo una pausa, luego, con un tono más sombrío, dijo. —Debemos tratar ese otro tema.
La mención hizo que la Reina se pusiera de inmediato a la defensiva, arqueando una ceja y frunciendo el ceño.
—No hay nada que tratar.—Replicó Leticia, con una dureza en su voz. El Rey se acercó, su expresión molesta.
—No podemos omitirlo más. Lo hecho, hecho está y no hay vuelta atrás.
La Reina enfureció, y casi sin darse cuenta, levantó su tono de voz con vehemencia —¡Cómo que no tiene solución! ¡Claro que la tiene y eso es...! —Se calló al ver el ceño fruncido del Rey, que la miraba con intensidad.
—Dilo, Reina, di cuál es esa solución. —Insistió el Rey, su tono fue un desafío. La expresión de la Reina se fue apagando poco a poco y las palabras que estaban en la punta de su lengua se desvanecieron. El Rey, con una voz que sonó como una advertencia, dijo. —Ten cuidado con lo que dices y haces, Reina.
La conversación entre el Rey y la Reina se desvaneció en el aire. El Rey se retiró del jardín, dejando a Leticia con sus pensamientos en conflicto.
La Reina sintió cómo sus manos temblaban, la cabeza le dolía y tenía el pecho agitado. —Es fácil... es fácil para usted.—penso Leticia —Soy yo la que carga con la vergüenza, con la traición, con la peor parte, luego de trabajar tanto para arreglar los errores de tú familia... ¿es así como me pagás?
Mientras Arturo continuaba con su lección, ajeno a las complejas intrigas que se tejían a su alrededor.
En un rincón apartado del palacio real, se encontraba un viejo palacio ocupado por los caballeros reales. Este lugar, con su campo de entrenamiento rodeado de altas paredes de piedra, había sido testigo de incontables batallas y entrenamientos a lo largo de los años. Aquí, los aspirantes y los ya consagrados caballeros se forjaban en el fuego de la disciplina y el rigor.
El Rey Dante se dirigió hacia el campo de entrenamiento al llegar, el Rey se posicionó al lado del comandante de los caballeros, Robert, un hombre robusto con cicatrices que contaban historias de batallas pasadas. Observando a los aspirantes de caballeros, Dante se sorprendió al ver a un pequeño de unos cinco años entrenando con una determinación y habilidad inusuales para su edad. El niño tenía el cabello rojo y los ojos dorados reflejos inconfundibles de su linaje.
El Rey se detuvo, observando al niño con una mezcla de curiosidad y sorpresa.
—Robert, ¿no pensé que fueras tan cruel? ¿Cómo pones una espada en las manos de un niño de ese tamaño? —Preguntó el Rey, sin apartar la vista del niño.
El capitán soltó una carcajada, mostrando una confianza inusual con el monarca.
—Se equivoca, Majestad. Yo no he puesto nada en las manos de nadie. Él solo la tomo —Respondió Robert, con una sonrisa orgullosa.
—Oh... Es bueno. —Dijo el Rey, impresionado por la respuesta.
—Es la sangre real. —Dijo el capitán, con un tono que mezclaba respeto y cautela.
El niño, Bastian, el hijo bastardo del Rey, se movía con una agilidad y precisión que desmentían su corta edad. Cada golpe y cada bloqueo eran ejecutados con una técnica impecable, dejando claro que no solo poseía el talento, sino también el instinto de un guerrero nato.
El Rey Dante observaba a Bastian con conflicto. Sabía que este niño era una parte de su legado, un recordatorio constante de sus acciones y decisiones pasadas. Mientras Bastian continuaba entrenando, el Rey no podía evitar sentir una punzada de culpa mezclada con admiración.
Quince años atrás, el Reino de Alejandría se encontraba en una situación crítica. El antiguo monarca había gestionado el reino de manera ineficaz, dejando a Alejandría vulnerable y en medio de una profunda inestabilidad. Las tensiones con los reinos colindantes se habían intensificado, y al ver la debilidad de Alejandría, varios reinos pequeños se unieron para atacar, con el objetivo de apoderarse de tierras y recursos valiosos.
A pesar de la precariedad del momento, Alejandría contaba con casas nobles fuertes que se convirtieron en el pilar del reino. Entre estas destacaban la Casa Ducal de Monterreal, la Casa Ducal de Cortés y la Casa del Conde Borgia. Estas familias, con sus vastos recursos y poderosos ejércitos, lograron sostener el reino. La estrategia astuta del Duque Franco Cortés y la destreza militar del Duque Monterreal fueron cruciales para llevar al Reino de Alejandría a la victoria. Tras una serie de batallas sangrientas, la guerra terminó con la firma de un tratado de paz, obligando a los reinos invasores a enviar delegaciones a Alejandría para firmar dicho tratado.
La paz trajo consigo celebraciones y también consecuencias inesperadas. Entre las delegaciones de los reinos vencidos llegó una hermosa bailarina, enviada para entretener al Rey Dante y a los nobles durante las festividades. Alejandría, siendo un reino de costumbres conservadoras, no veía con buenos ojos que las mujeres bailaran como entretenimiento. Sin embargo, el Rey, usando como excusa el respeto a las costumbres de otros reinos y la diplomacia, permitió su presencia. La realidad era que el Rey Dante había caído bajo el encanto de la exótica bailarina, encontrando en ella consuelo durante un período de dificultad personal y política.
Tras la guerra, el Rey Dante, cuya reputación había sido manchada por su falta de liderazgo militar, se refugió en los brazos de la bailarina. La mantuvo como su amante secreta durante años, hasta que su matrimonio y el nacimiento de su heredero legítimo cambiaron la dinámica. La situación se complicó cuando la bailarina quedó embarazada y dio a luz a un niño que llevaba innegablemente la sangre real. El escándalo fue inevitable, causando la furia de la Reina, quien había trabajado arduamente para mejorar la situación de la familia real tras la guerra.
Presionado por la corte y la reina, el Rey Dante se vio obligado a repudiar a su amante. Sin embargo, no pudo deshacerse de su hijo bastardo. Cedió la crianza y tutela del niño a su hombre más leal y confiable, el Capitán de los Caballeros, Robert. Así, el hijo ilegítimo del rey fue criado en las sombras, bajo la protección de un hombre cuya lealtad al trono era inquebrantable.
Aunque pareciera un acto de clemencia y de amor paternal el dejar al niño crecer bajo la protección del Rey y en el palacio real, la realidad estaba completamente alejada de eso.
El motivo porque el Rey permitió que Bastian viviera era porque la Reina no podía tener otro hijo, luego de su complicado parto enfermo al punto de quedar infértil. Un divorcio y segundo matrimonio para la familia real era impensable y menos luego de ese escandaloso pasado del Rey. Así que él Rey conservo a Bastian como un respuesto... Por sí algo inesperado ocurriera con su heredero. Esa era la cruel verdad.
Poco a poco, el escándalo fue olvidado por la mayoría, y la reputación del Rey se recuperó. Sin embargo, para Leticia, la traición nunca fue completamente olvidada, y la existencia de Bastian, el hijo nacido de esa aventura, era un recordatorio constante de la fragilidad de la confianza y del precio de los errores pasados.