En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.
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CAPÍTULO TRES: UNA ALUCINACIÓN
—¿Alguna vez has sentido que alguien te observa en la oscuridad? No esos ojos qué ves cuando cierras los tuyos, sino algo... diferente. Algo que no debería estar ahí, pero lo está. Cómo si nos estuviera acechando para luego casarnos.
—Sí, lo he sentido. Pero lo que me aterra no es lo que veo, sino lo que no veo. Es el silencio justo antes del grito, la sombra que se esconde detrás de la luz. Es como si el mismo aire estuviera vivo, esperando… por eso.
—Esperando a que bajes la guardia, a que cierres los ojos por un segundo. Y cuando lo haces, te atrapa. No es un cuento para asustar a los niños, Thaddeus. Los demonios no son una fantasía... Son reales, y están más cerca de lo que crees.
—¿Por eso me elegiste? ¿Porque puedo ver lo que otros no pueden?—su voz sonó baja, como si temiera que alguien más pudiera escuchar esa extraña conversación.
—No solo por eso. Te elegí porque, a pesar de todo lo que has visto, aún tienes miedo. Y el miedo, Thaddeus, es lo que mantiene viva a una persona en este mundo... lo que te mantiene a salvo. Hace que no cometas errores.
Thaddeus no podía apartar la vista de Celine, la chica de cabello blanco que había irrumpido en su vida justo cuando todo se desmoronaba. La imagen de sus padres asesinados junto a su hermana de siete años aún lo atormentaba, y su mente luchaba por entender cómo aquella joven había aparecido de la nada para salvarlo en el momento más oscuro. Celine no era solo una estudiante, como había afirmado con frialdad, sino que pertenecía a un mundo más complejo y peligroso del que jamás había imaginado.
Era una cazadora de demonios y sombras, una profesión tan extraña que, antes de conocerla, Thaddeus la habría descartado como un mito, una mera fantasía. Durante años había pensado que los demonios eran meras ilusiones, un producto de mentes perturbadas que veían cosas donde no las había. Pero ahora, sentado frente a Celine, comprendía la aterradora verdad: los demonios eran reales.
Se ocultaban entre los humanos, viviendo en las sombras, aguardando el momento perfecto para devorar las almas de los incautos. Lo que alguna vez había considerado fruto de la locura, ahora se le revelaba con una claridad perturbadora. Todo lo que conocía estaba trastocado, y la realidad se le presentaba más oscura de lo que jamás habría creído posible.
Celine, con su mirada penetrante y una calma que contrastaba con el caos a su alrededor, era la única que podía ayudarlo a entender este nuevo mundo. Pero mientras Thaddeus la observaba, una pregunta lo atormentaba: ¿por qué había decidido salvarlo a él?
Thaddeus recordaba las historias que sus padres le contaban sobre los demonios. Siempre hablaban de ellos como seres malévolos, encarnaciones del mal, y aunque él escuchaba con atención, nunca les dio mucha importancia. Para él, eran simplemente cuentos que sus padres, fervientes cristianos, usaban para inculcarle el miedo a lo desconocido, para obligarlo a asistir a la iglesia del pueblo, un edificio lúgubre que se erguía a pocas calles de su casa.
Desde que había llegado a ese pueblo, cuando tenía apenas trece años, algo en él le resultaba inquietante. Había vivido toda su infancia con sus abuelos en la ciudad, y mudarse a ese lugar apartado había sido un cambio brusco. Al principio pensó que la sensación de incomodidad se debía a los extraños habitantes del pueblo, gente que parecía ocultar secretos detrás de sus miradas furtivas y sus sonrisas forzadas. Pero ahora, con todo lo que había ocurrido, se daba cuenta de que la oscuridad que lo rodeaba era mucho más que simples rarezas de un lugar apartado. El pueblo no solo era raro, era siniestro, y algo en sus entrañas albergaba un mal mucho mayor del que jamás había sospechado. Las historias de sus padres ya no le parecían exageradas, ni producto de su devoción religiosa; empezaba a entender que en cada palabra había una advertencia que había ignorado.
Celine le había mostrado la verdad que había estado frente a sus ojos todo ese tiempo, y ahora que lo veía con claridad, el miedo comenzaba a apoderarse de él. Las sombras no eran solo el reflejo de sus miedos, sino el preludio de un horror mucho más profundo, algo que había acechado en silencio desde el momento en que puso un pie en ese lugar.
— Lo que sucedió, iba a suceder en cualquier momento—rompió el silencio, Celine.
Thaddeus sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras las palabras de Celine resonaban en su mente. Su tono era firme, sin rastro de duda, como si estuviera hablando de una verdad irrefutable, algo que no podía ser cuestionado.
—Si quieres conservar tu vida, debes acompañarme. Te mostraré el lugar donde los cazadores aprendemos todas las habilidades que tenemos para proteger a los simples humanos—dijo Celine, cruzándose de brazos. Su mirada, intensa y penetrante, no se apartaba de él—. No eres una persona normal, tienes el don de ver demonios, Thaddeus. Eres uno de los míos.
Las palabras lo golpearon como una bofetada. ¿Uno de los suyos? Durante toda su vida, había intentado ser como cualquier otro, había luchado por encajar, por ser normal. Pero nada en su vida había sido ordinario desde que llegó a ese maldito pueblo. Ahora, la verdad se desplegaba ante él, aterradora y fascinante a la vez.
—¿Cómo puedes estar tan segura de eso? —murmuró, sin apartar la vista de los ojos violetas de Celine. Había un fuego en ellos, una determinación que lo hacía sentir pequeño e indefenso, pero también despertaba en él algo más, una chispa de curiosidad que no podía ignorar.
Celine soltó un leve suspiro, como si hubiera esperado esa pregunta.
—Porque los he visto seguirte, he visto cómo intentan alcanzarte, cómo sus sombras se estiran hacia ti —dijo con una calma que lo inquietó aún más—. Y porque cuando uno de ellos intentó poseerte, lograste resistir más tiempo del que cualquier humano normal podría. No eres solo un espectador en este juego, Thaddeus. Tienes un papel que jugar, uno crucial. Y si no vienes conmigo, no sobrevivirás mucho más. Es tu decisión, Thaddeus.
Thaddeus sintió que el suelo bajo sus pies se tambaleaba. Todo lo que creía saber estaba siendo derrumbado. Pero en lo más profundo de su ser, una parte de él sabía que Celine tenía razón. No podía seguir ignorando lo que estaba frente a él, no podía seguir huyendo de la verdad que lo acechaba desde las sombras.
Cuando tenía 15 años, los médicos le diagnosticaron esquizofrenia. Decían que las sombras que veía, esas figuras oscuras y retorcidas, no eran más que alucinaciones, productos de una mente enferma. Todos a su alrededor creían que estaba loco, que su mente le jugaba malas pasadas, y durante un tiempo, incluso él llegó a convencerse de ello. Los medicamentos, las terapias, todo parecía dirigido a convencerlo de que lo que veía no era real.
Pero ahora, con Celine frente a él, esas certezas se desvanecían. La realidad era mucho más compleja y aterradora de lo que jamás había imaginado. No estaba loco; su mente no le estaba fallando. Lo que veía era real, aunque otros no pudieran percibirlo. Esa capacidad, que había sido tratada como una enfermedad, era en realidad un don, uno que lo separaba del resto, pero también lo marcaba como alguien diferente, alguien especial.
¿Cómo se suponía que debía manejar esta revelación? ¿Cómo se ajusta uno a la idea de que su vida entera ha sido una mentira, que lo que todos creían que era una maldición era, en realidad, una puerta hacia un mundo oculto y peligroso? Por un momento, Thaddeus deseó con todas sus fuerzas que todo esto fuera solo un sueño, una pesadilla de la que pronto despertaría para volver a su vida normal, con todos sus problemas y confusiones, pero sin este abismo de oscuridad que ahora se abría ante él.
Pero sabía que no era un sueño. La sensación del aire frío en su piel, la intensidad de la mirada de Celine, el peso de la verdad que ella le había revelado... todo era demasiado real. No podía seguir negándolo. No podía seguir escondiéndose de la verdad que siempre había sabido, en lo más profundo de su ser.
Thaddeus cerró los ojos por un momento, tratando de calmar la tormenta de pensamientos y emociones que lo consumía. Cuando los abrió de nuevo, su mirada se encontró con la de Celine, y supo que no había vuelta atrás.
—¿Qué hago ahora? —preguntó, su voz temblorosa, llena de incertidumbre.
Celine le sonrió, una sonrisa que, aunque pequeña, estaba llena de comprensión y determinación.
—Ahora, Thaddeus, —dijo suavemente—, es el momento de que aceptes quién eres y lo que puedes hacer. Tienes un papel en este mundo, uno que solo tú puedes cumplir. Y aunque el camino que tienes por delante será difícil y peligroso, no tienes que enfrentarlo solo. Estoy aquí para ayudarte.
—Está bien —dijo finalmente, con una voz que apenas reconoció como la suya—. Te acompañaré.
Celine esbozó una pequeña sonrisa, como si su respuesta hubiera sido la única que esperaba.
—No te arrepentirás, Thaddeus. Este es solo el comienzo.
Así mismo, Victoria Lith, al borde de la adultez, celebraba su décimo octavo cumpleaños en la terrorífica mansión, la cual había sido testigo de los actos más atroces que una persona podía cometer sin remordimiento alguno. Aunque se supone que ese día debía ser feliz, estaba marcado por la monotonía y el aburrimiento que persistía todos los días sobre las paredes del lugar. Ella estaba encerrada en su habitación, como era costumbre. Pocas veces salía y era más que todo para la comida.
Esa mañana, Victoria se levantó con pesar de la cama y se acercó a la ventana. Siempre hacía eso cuando se levantaba. Parecía que ya era su rutina diaria y le gustaba eso. Desde la ventana podía observar muchas cosas, como lo hacía en ese momento que se encontraba observando a sus primos con quienes nunca había compartido una relación profunda. La mayor parte del tiempo los veía juntos, con esos rostros tan sombríos y serios que pensaba que no había rastro de vida en ellos.
Tanto ellos como Victoria habían sido criados bajo normas estrictas y tradiciones un tanto fuera de lo común, para ser un gran Lith, como sus abuelos solían decir. Pero había algo que los diferenciaba a pesar de haber vivido en el mismo techo, Victoria se había consagrado como la única mujer nacida en la familia en los últimos cien años, por lo que había sido criada de manera diferente a los varones de la familia ya que las expectativas que todos tenían sobre ella eran inmensas, una presión constante que moldeaba cada aspecto de su vida.
Desde temprana edad, se le había enseñado a comportarse con una dignidad que refleja el prestigio de su apellido, a seguir rituales y ceremonias que habían sido transmitidos de generación en generación hacia las mujeres nacidas, cuya sangre era nativamente Lith. Pero a pesar de las enseñanzas y las expectativas, había algo en ella que no encajaba del todo con ese mundo de rigidez y tradición.
A medida que el sol matutino iluminaba su oscura habitación, Victoria sintió una mezcla de calidez y pesar al recordar las palabras de su padre, Salazar. Desde pequeña, él le había inculcado la importancia de ser fiel a sí misma, de encontrar su propio camino incluso en medio de las restrictivas tradiciones familiares. Sin embargo, cada vez que intentaba seguir su propio instinto, una fuerza invisible la ataba a las reglas inquebrantables de la familia Lith, esas normas ancestrales que parecían dictar cada aspecto de su vida.
Sabía que cualquier desviación sería vista como una traición, no solo a su familia, sino también a todo lo que la mansión representaba. Las miradas vigilantes de sus antepasados, los retratos colgados en los pasillos oscuros, parecían seguirla, recordándole constantemente su deber. La presión de mantener intacto el legado de los Lith la sofocaba, empujándola a reprimir sus propios deseos y a conformarse con el papel que le habían asignado.
La puerta sonó. Victoria miró hacia esta. Era su padre, reconocía esa manera de tocar.
—Victoria, hija mía —escuchó la dura voz de su padre, quien estaba asomándose por la puerta con un semblante serio en su rostro—. Pensé que aún dormías—dijo, cerrando la puerta detrás de él—. Considero que ya es tiempo de que tengamos una conversación tú y yo. ¿Puedo sentarme junto a ti?
Victoria sintió un nudo en el estómago al escuchar la voz de su padre, Salazar. Levantó la vista hacia él, notando su semblante serio y la tensión en su postura. Aunque les temía a esas conversaciones, sabía que no podía evitarla, no cuando Salazar tenía algo importante que decir.
—Claro, padre —respondió, con una calma que no reflejaba la tormenta interna que sentía. Fue hasta la cama y se sentó.
Salazar caminó lentamente hacia ella, sus pasos firmes resonando en el silencio de la habitación. Al sentarse, Victoria sintió su presencia como una sombra que la cubría por completo. Su padre, un hombre que siempre había sido la autoridad incuestionable en su vida, la miró con esos ojos que parecían ver a través de ella.
—¿Qué sucede, papá? —preguntó Victoria, intentando mantener la calma en su voz.
—Como ya sabes, hoy es un día importante para ti, Victoria, pero también es el aniversario de la muerte de tu madre —comenzó Salazar, sus ojos fijos en los de su hija—. Puede que aquello te desagrade tanto como a mi. Nunca pensé que mi mujer moriría el día en el que mi hija naciera, pero sucedió y no hay nada que pueda cambiar eso. Tu madre era una mujer valiente y testaruda. Jamás permitió que alguien decidiera por ella o mucho menos que no la vieran con el valor que ella se veía.
Victoria escuchó las palabras de su padre, sintiéndose un tanto extraña. No conoció a su madre por lo que no sabía cómo sentirse al respecto.
— ¿A dónde quieres llegar, padre? No entiendo porque me hablas de ella hoy cuando nunca lo haces.
—Victoria, tú eres lo único que queda de tu madre. Me costó mucho tomar esta decisión, pero considero que será lo mejor para ti, hija —su hija arrugó su rostro, sin entender nada —-. Tus abuelos y yo estuvimos hablando durante semanas sobre esto. Tu tía Lilibeth nos dio la idea y aunque al principio me negué, sé que no puedo decidir por ti… Hija mía, dado a que tu eres la única miembro de esta familia que nunca ha salido de la mansión, tomamos la decisión de que tú también puedas conocerlo.
Victoria sintió una mezcla de emociones al escuchar las palabras de su padre: sorpresa, confusión, y una creciente sensación de traición. La mansión Lith había sido todo lo que conocía, un lugar que la había protegido del mundo exterior, pero también la había mantenido prisionera. Las advertencias sobre los peligros del exterior siempre habían sido suficientes para mantenerla dentro de los muros, sin cuestionar las decisiones de su familia. Pero ahora, esas mismas palabras que le habían ofrecido consuelo durante años, comenzaban a sonar huecas y manipuladoras.
— Este lugar es igual de peligroso que el mundo exterior…es…
—¿Por qué nunca me dijiste esto antes? —preguntó Victoria, su voz temblando ligeramente mientras buscaba una explicación en el rostro de su padre—. ¿Por qué siempre me hicieron creer que estaba más segura aquí, cuando en realidad... —hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras—. Cuando en realidad, este lugar es tan peligroso como cualquier otro?
Salazar la miró con una expresión que Victoria no había visto antes, una mezcla de culpa y algo que casi podría ser arrepentimiento.
— Hija, no es momento para cuestionarse de nada. Tu tía se tomó la molestia de inscribirte a la academia donde sus hijos están estudiando actualmente. Podrías salir de la mansión y educarte como aquí no podemos hacerlo. Sé que podría ser algo intimidante para ti, pero confío en ti, se que tienes la valentía para eso.
Victoria arrugó su rostro, sin saber cómo actuar. ¿Qué debía hacer?
—La academia no es tan normal como puede aparentar a simple vista —dijo su padre, sacando una foto de su bolsillo. Era de un gran castillo, sombrío como la misma mansión. Dejo la foto en manos de su hija antes de continuar hablando—. Aquella institución está diseñada especialmente para personas cuyas habilidades son excepcionales, especialmente para aquellos que pueden ver cosas que otros no. En nuestra familia, desde hace generaciones, nos hemos dedicado a esta tarea, aunque en estas paredes solo somos guardianes de secretos antiguos, creyentes fervientes en las sombras y los demonios.
—Padre…