Lena, una joven que siempre ha sentido que es diferente, sin saber por qué. En la noche de su vigésimo primer cumpleaños, su vida da un giro inesperado cuando descubre que es la Luna destinada del alfa de la manada más poderosa de la región, un hombre llamado Aiden, conocido por su ferocidad y liderazgo implacable.Aiden, marcado por una profecía ancestral, ha esperado años para encontrar a su Luna, la única persona capaz de calmar la bestia dentro de él y traer equilibrio a su vida. Sin embargo, Lena no está dispuesta a aceptar su destino fácilmente. Mientras lucha por comprender y aceptar el vínculo que la une a Aiden, descubre que su conexión va mucho más allá del amor: está vinculada a un oscuro secreto que podría destruirlos a ambos.En medio de luchas internas, conflictos con otras manadas, y una amenaza que podría desencadenar una guerra, Lena debe decidir si está dispuesta a aceptar la marca del Alfa y el destino que le ha sido impuesto, o seguir su propio destino
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Capítulo 3: El Encuentro con el Alfa
Los días siguientes a la revelación de sus padres pasaron en una especie de niebla para Lena.
Cada mañana se despertaba con la esperanza de que todo lo que había sucedido hubiera sido solo un sueño, solo para recordar con una mezcla de horror y resignación que era su nueva realidad.
Había descubierto algo dentro de ella, algo que la aterraba y la fascinaba en igual medida. Desde ese fatídico día, Lena comenzó a notar cosas que antes le habían pasado desapercibidas.
Al principio, fueron los olores. Caminando por la calle, el aroma del pan recién horneado de la panadería de la esquina era tan fuerte que casi podía saborear el crujiente de la corteza en su boca.
Podía distinguir la mezcla exacta de especias en un restaurante con una sola inhalación, o identificar la fragancia de una flor a metros de distancia. Pero no únicamente era la intensidad; también estaba la complejidad.
Cada persona tenía un olor único, y Lena descubrió que podía decir mucho de alguien solo por cómo olían.
¿Era eso lo que sus padres habían mencionado? ¿Parte de lo que significaba ser un licántropo? Luego estaba la energía. Era algo más difícil de describir, pero Lena sentía una especie de vibración en el aire cuando estaba cerca de otras personas, como si cada individuo tuviera una frecuencia propia, una huella de energía que ahora ella podía percibir.
A veces, la energía era tranquila y relajante, como el calor del sol en una tarde de verano; otras, era inquietante y caótica, y Lena se sentía casi abrumada por ella.
Eran cambios sutiles, pero innegables, que la hacían sentirse más extraña y desconectada de su vida anterior. Intentaba actuar con normalidad en la universidad, interactuando con sus compañeros y profesores como siempre, pero el mundo a su alrededor había cambiado, y ella no sabía cómo encajar en él.
Sus amigos notaron su distancia, pero Lena se encontró incapaz de explicar lo que estaba pasando.
¿Cómo podía decirles que ahora podía oler el miedo en una persona o sentir la tristeza como un nudo en el aire?
Sin embargo, había algo más que comenzó a notar, algo que la llenaba de un miedo más profundo: la sensación de que alguien o algo la estaba observando.
Era una presencia de algo que desconocía, una energía poderosa y dominante que parecía seguirla a todas partes.
La primera vez que lo sintió fue unos días después de la revelación de sus padres.
Estaba caminando de regreso a casa, y de repente se detuvo, sus sentidos en alerta máxima. Era como si una sombra la estuviera acechando, aunque cuando se giró, no había nada allí.
Pero la sensación persistía, como una presión constante en su mente.
Esa noche, Lena apenas pudo dormir. Cada crujido de la casa, cada susurro del viento fuera de su ventana, la hacía saltar. Y entonces, en medio de la noche, tuvo un sueño.
No, un sueño: era una visión. Estaba en un bosque oscuro, la luna llena brillando débilmente a través de las copas de los árboles.
Caminaba descalza sobre la tierra húmeda, y podía sentir el frío del suelo en sus pies.
No sabía hacia dónde se dirigía, pero sentía una fuerza tirando de ella, un impulso que no podía ignorar.
De repente, un fuerte aullido resonó a la distancia, un sonido que resonó en su alma. Y entonces lo vio: un lobo enorme, de pelaje oscuro como la noche, con ojos brillantes que la observaban desde las sombras.
Había algo en esos ojos que la paralizó algo familiar, era aterrador, pero al mismo tiempo su mirada la calmaba.
Lena quería correr, pero su cuerpo no respondía. El lobo se acercó lentamente, y a medida que lo hacía, Lena sintió un tirón en su corazón, como si estuviera conectada a esa criatura de alguna manera.
Justo cuando el lobo estaba a punto de alcanzarla, Lena se despertó, su corazón latiendo con fuerza y el cuerpo cubierto de sudor frío.
Después de ese sueño, la presencia se hizo más fuerte. Lena sabía que alguien la estaba buscando, y aunque no entendía por qué, una parte de ella estaba aterrorizada por la inevitable confrontación.
Era una tarde de otoño, y Lena decidió tomar un desvío por el bosque de regreso a casa.
El bosque siempre había sido su refugio, un lugar donde podía perderse en la tranquilidad de la naturaleza y olvidar por un momento la caótica realidad de su vida en ese momento.
Pero hoy, el bosque no ofrecía la misma paz. Mientras caminaba, los olores y energías se intensificaron, haciéndola sentir abrumada.
Cada hoja que crujía bajo sus pies, cada soplo de viento entre los árboles, todo parecía amplificado, como si el mundo estuviera tratando de comunicarle algo.
De repente, se detuvo en seco. Allí estaba de nuevo, esa presencia, más cerca que nunca. Lena se giró lentamente, y su corazón casi se detuvo cuando lo vio.
A unos metros de distancia, de pie entre los árboles, estaba un hombre. Alto, de complexión fuerte y musculosa, con el cabello oscuro que caía desordenadamente sobre su frente y ojos penetrantes que la observaban con una intensidad que la dejó sin aliento.
Había algo en él que irradiaba poder, una energía que llenaba el espacio entre ellos y que Lena sintió casi tangible. Su respiración se aceleró, y sin entender por qué, un solo pensamiento cruzó su mente: peligro.
El hombre dio un paso hacia ella, y Lena retrocedió instintivamente.
—No temas —dijo él, su voz profunda resonando en el aire, tan suave como el susurro del viento pero tan firme como una orden.
Lena sintió que algo dentro de ella reaccionaba a esa voz, un tirón en su interior que la hizo temblar.
—¿Quién eres? —preguntó, su voz apenas un susurro.
El hombre la miró por un momento, como si estuviera debatiendo cuánto decirle. Finalmente, dio otro paso hacia ella.
—Soy Aidan —dijo simplemente. Su nombre resonó en la mente de Lena, aunque no tenía idea del por qué.
Había algo en él, algo en la forma en que su presencia la afectaba, que le decía que este no era un encuentro cualquiera.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Lena, aunque una parte de ella ya sabía la respuesta.
Aidan la miró con una intensidad que hizo que su corazón latiera con fuerza.
—No es lo que yo quiero —respondió—.
Es lo que tú eres, lo que siempre has sido. Lena, somos iguales.
Lena frunció el ceño, sin comprender.
—¿Iguales? ¿De qué estás hablando?
Ayudan dio un paso más hacia ella, hasta que solo unos pocos metros los separaban.
Lena podía sentir su calor, su energía envolviéndola.
—Licántropos —dijo él suavemente, observando su reacción—.
Al igual que tú, soy un licántropo. Pero no soy cualquier licántropo. Soy el alfa de mi manada.
Lena sintió un escalofrío recorrer su espalda. El alfa de su manada.
Su mente se llenó de las historias que sus padres le habían contado cuando era pequeña, sobre la jerarquía de las manadas, sobre los alfas y su poder. Y entonces lo entendió.
La presencia que había sentido, la energía que la había estado siguiendo... todo tenía sentido ahora.
Él la había estado buscando.
—¿Por qué yo? —preguntó finalmente, su voz apenas un murmullo.
Aidan la miró con una mezcla de ternura y seriedad.
—Porque eres mi Luna —dijo, y Lena sintió que el suelo se movía bajo sus pies.
—¿Tu qué?—Mi Luna —repitió él—. Cada alfa tiene una Luna destinada, una pareja que está predestinada a estar con él.
Alguien que comparte su poder, su vida, su alma. Y tú, Lena, eres mi Luna.
El mundo de Lena se derrumbó una vez más. Luna, Destino, Pareja. Todo lo que Aidan estaba diciendo sonaba como algo salido de un cuento de hadas retorcido, y, sin embargo, la forma en que la miraba, la manera en que su presencia la afectaba, todo tenía sentido en un nivel que Lena no quería admitir.
—No... esto no puede ser cierto —murmuró, negando con la cabeza—.
Yo no soy nadie. No quiero ser parte de esto.
Aidan dio un paso más, y Lena sintió que el aire a su alrededor se comprimía.
—Lo sé, Lena —dijo con suavidad—. Sé que esto es abrumador. Pero no puedes huir de lo que eres, de lo que somos.
El vínculo entre un alfa y su Luna es sagrado, algo que no se puede romper. Lo que sientes ahora, esa atracción, ese tirón... es real. Es nuestra conexión.
Lena sintió que las lágrimas comenzaban a llenarle los ojos. No quería esto. No quería ser arrastrada a un mundo que no entendía, a una vida que no había elegido.
—No sé qué hacer —susurró, su voz quebrándose.
Aidan extendió una mano hacia ella, pero se detuvo a medio camino, como si temiera asustarla.