Una noche ardiente e imprevista. Un matrimonio arreglado. Una promesa entre familias que no se puede romper. Un secreto escondido de la Mafia y de la Ley.
Anne Hill lo único que busca es escapar de su matrimonio con Renzo Mancini, un poderoso CEO y jefe mafioso de Los Ángeles, pero el deseo, el amor y un terrible secreto complicarán su escape.
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#03
Un rayo de sol ingresó por la ventana de una sencilla habitación, en el motel ubicado en una esquina de la Avenida 140 de los Barrios Bajos. Las cortinas ondeaban por la brisa y el hombre que dormía en la cama despertó.
Renzo Mancini había tenido una noche agitada. Le surgieron varios compromisos el día anterior, incluidas dos invitaciones. A una de ellas debió cancelar, a la otra (un evento de beneficencia en un salón del Hotel Hilton) sí asistió, pero ocurrió algo inesperado: debió huir.
Ahora lo recordaba todo. O casi…
Renzo se incorporó lentamente sobre la cama y se sentó. Corrió los cabellos oscuros que tapaban su frente y apoyó la mano en ella, sintiendo su sudor. Luego, emitió una larga exhalación, nervioso.
—Estaba en esa fiesta. Alguien me arrojó bebida en el saco. Esa bebida tenía algo fuerte…— Renzo cerró los ojos, rememorando cada momento; los decía en voz alta para no olvidar—. Fui al toilette, aguardé a que Tuko me trajera otro saco. Cuando olí el líquido con más detenimiento, me mareé… Cometí una estupidez al olerlo, por eso decidí salir cuanto antes de allí; fue obvio que me tendieron una trampa…
Renzo recordaba la persecución que sufrió, como su cuerpo iba perdiendo energías por culpa de esa especie de somnífero tan poderosa. Quienes planearon drogarlo, sabían bien que él jamás bebía en las fiestas.
Pero Renzo Mancini, además de ser un Ceo poderoso y jefe de la Mafia, era un superviviente y jamás se dejaría vencer tan fácil: quienes le habían hecho eso, se las pagarían una por una.
Se puso de pie; su casi metro noventa se recortó con la luz que ingresaba por la ventana, proyectando una sombra en la cama. Él se acarició la barbilla, la cual apenas necesitaba rasurar. Se rozó los labios con los dedos, como recordando una nueva sensación. Una voz lejana, suave, resonó en su cabeza:
“Ayúdame… Es demasiado calor…”
Renzo se miró a sí mismo, la camisa abierta, el cinturón colgando en su cintura estrecha y la bragueta del pantalón casi abierta del todo. Su olfato no lo engañaba: tenía pegado el aroma de una mujer.
—La chica… —masculló entre dientes — Ella entró a esta habitación…
Renzo no podía recordarla bien, ni su rostro o el color de su cabello. Pero su voz, su aroma, la sensación al tocarla… Todo eso cayó de golpe en su mente y sentidos.
—¡Carajo…! ¿Quién mierda me hizo esto?
Renzo recorrió la habitación con la mirada, obteniendo un rápido pantallazo; su cerebro ya estaba descansado, óptimo para atar cabos. Notó las cosas depositadas en la mesa de luz y se aproximó.
—Las llaves… —leyó el número — Al parecer, estoy en la habitación 203…
Hasta ese momento, Renzo no sabía con certeza en qué habitación estaba, pues se había metido por la ventana cuando escapaba. De hecho, trepar al segundo piso había extinguido sus fuerzas.
—¿Y esto? — Renzo descubrió una nota junto a un billete de 50 dólares. Al verlos, entendió perfectamente de qué se trataba: ni siquiera quiso leer ese asqueroso papel— ¡Hija de…! ¡Aggggh!
Renzo Mancini estalló de furia, arrugando la nota entre sus dedos. Sus ojos, de un tono casi tan dorado como el oro, se clavaron en el suelo. Su orgullo de hombre se arrastraba herido en medio de sus peores pensamientos.
¿Cómo una chica insignificante le habría hecho algo así?¡A él! ¡Renzo Mancini, uno de los hombres más respetados y poderosos! Ella lo había violado. A él, que no se dejaba tocar por rastreras…
No solo la nota le resultaba un insulto, sino esos asquerosos y miserables 50 dólares.
—¡¿Quién se creyó que soy?! ¡¿Un mozo imbécil?! ¡¿Un prostituto?!
Renzo le dio un puñetazo a la pared. Su corazón se aceleró al intentar recordar a esa mujer. Se sintió perdido; el efecto residual de esa maldita droga comenzaba a confundir sus sentidos, incluso, borró de su memoria gran parte de lo que había ocurrido en esa habitación simplona, cercana a una avenida que, en ese momento, le pareció insufriblemente ruidosa.
De repente sus ojos se detuvieron en un objeto que se hallaba cerca de la puerta de entrada: era un pañuelo. Renzo lo recogió y contempló con detenimiento; era de seda, de color azul oscuro y tenía estampadas decenas de mariquitas rojas. Era algo que usaría una jovencita.
El joven mafioso se llevó el pañuelo cerca de la cara e intentó percibir su fragancia; en principio, era suave y le recordaba a alguna flor con toques de vainilla. Sin embargo, la sensación duró poco: de un momento a otro, Renzo comenzó a perder el olfato y la sensación dulce desapareció.
El mafioso tragó saliva. Se guardó el pañuelo en el bolsillo, intentando poner la mente fría y dejar de lado el rencor, al menos por un momento. Tenía que pensar, resolver este asunto.
Buscó su móvil. No lo traía encima y se preguntó si lo habría perdido en el camino o si lo había olvidado en el Hilton.
—Mierda… —rechinó los dientes, buscando inconscientemente por todas partes. Se sentó en la cama y se agarró la cabeza—. Si no se lo llevó esa asquerosa mujer, es posible que yo lo haya perdido. Es lo más probable, pues el rastreador estaba activado y si el aparato hubiera estado aquí desde el principio, mis hombres me habrían encontrado… Ahora, yo estaría en casa y no es este despreciable sitio.
Renzo debería buscar un teléfono y hacer una llamada. Urgente. Sin perder tiempo, se abrochó la camisa y la metió en el pantalón. Fue al toilette, lavó su rostro y se miró al espejo, notando una marca roja cerca del labio; era una mordida pequeña.
Decidido, dijo mirando fijamente su propio reflejo:
—No se si esa mujer tiene o no algo que ver con quienes intentaron aniquilarme. Pero juro que voy a encontrarla. Ella no tiene idea de con quién se ha metido…
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