Eros y Lyra descubren que están unidos por el lazo más poderoso: son compañeros destinados. Sin embargo, las heridas del pasado convierten ese vínculo en una lucha constante para Lyra, quien intenta resistirse a lo inevitable. Pero el llamado del destino es más fuerte, y poco a poco, la atracción entre ambos comienza a derribar las barreras que los separan.
La cercanía se intensifica cuando Eros y Lyra emprenden un viaje en busca de respuestas sobre los inquietantes cambios que ella experimenta. En el camino, descubrirán que el mundo está tejido de secretos oscuros: brujas que juegan con el destino, vampiros que ocultan verdades prohibidas y Doppelgängers que amenazan con cambiarlo todo.
Te invito a caminar bajo la misma luna con Eros y Lyra en busca de respuestas.
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Capítulo 20
Lyra
Lyra
Los nervios amenazan con traicionarme. Había un vampiro en mi casa, y sé que esto tiene que ver conmigo. Estoy segura. Eros también lo sabe; por eso ha reforzado la seguridad de toda la manada.
—¿Qué estaban buscando? —pregunta Félix, el padre de Eros.
—No lo sé —responde mi padre.
Las chicas, Eros y yo permanecemos en silencio. No vamos a decir nada; no queremos alarmar a nadie más de lo necesario.
—Alfa —entra un guerrero con paso firme—. Lo hemos atrapado —anuncia, haciendo que todos nos miremos entre sí.
—Ya saben qué hacer. No lo maten aún, quiero hablar con él —ordena Eros con voz firme.
—Nosotros vamos contigo, hijo —dice Félix, señalando también a mi padre.
Eros me dedica una mirada antes de irse, cargada de calma y determinación. Una silenciosa promesa de que todo estará bien.
Eros.
Camino junto a mi padre y el de Lyra hacia el calabozo subterráneo, donde suelen interrogar a los prisioneros. Mi lobo está inquieto; lo siento rugir bajo mi piel, deseando desgarrar al bastardo que se atrevió a rondar la casa de mi compañera.
El olor a hierro, sudor y sangre se intensifica a medida que descendemos. Dos guerreros custodian la puerta reforzada; uno de ellos abre al vernos.
Dentro, el vampiro está encadenado, sus muñecas sangrando por la verbena que lo mantiene inmóvil. Su sonrisa arrogante me provoca un gruñido.
—Alfa —me saluda con voz ronca, como si estuviera disfrutando la situación.
—Habla —le ordeno, conteniendo mis ganas de arrancarle la garganta.
—¿Sobre qué? —se burla, mostrando los colmillos.
Me acerco despacio, hasta quedar frente a él. Mis ojos se oscurecen y mi lobo amenaza con tomar el control.
—¿Sobre qué mierda haces en mi manada? —gruño con los ojos oscuros.
—No diré nada —responde el vampiro, desafiante.
—Habla, maldito chupasangre —digo, y sin pensarlo clavo mis garras en su pecho.
Atravieso la coraza de su carne hasta alcanzar su corazón. El grito desgarrador que suelta hace eco en las paredes. Aprieto el músculo palpitante, obligándolo a doblegarse.
—Una chica… —murmura apenas, la voz rota—. Una chica… —repite.
Lo suelto, retirando mi mano ensangrentada. Su pecho sube y baja con dificultad, pero en cuestión de segundos las heridas empiezan a cerrarse, como si nunca hubiera metido la mano allí.
—¿Qué chica? —pregunto con dureza.
—No lo sé —responde.
Estoy a punto de perder la paciencia.
—¿Cómo que no sabes? —le gruño.
—Solo sé que mis pies me trajeron hasta aquí… y mis ojos buscaban a una chica —dice con la mirada perdida.
Entiendo al instante lo que ocurre: está hipnotizado.
Pero eso es imposible… ningún vampiro puede hipnotizar a otro. Y aun así, el que tengo delante es prueba viviente de lo contrario.
Los vampiros son criaturas que pueden vivir siglos sin envejecer; conservan la edad a la que fueron transformados. Para convertirse, deben tener sangre de vampiro en su sistema, morir y después revivir. Si en las primeras veinticuatro horas no consumen sangre humana… perecen.
Son rápidos, letales, con sentidos agudos, rivales dignos de los hombres lobo. Y aunque sus mordidas chupan la vida de sus víctimas, nuestras mordidas, en cambio, son veneno puro para ellos.
—¿Qué chica? —interviene el padre de Lyra, con el rostro tenso.
El vampiro lo mira fijamente antes de hablar:
—Una chica de orbes púrpura.
Una punzada me atraviesa el pecho. Mis manos tiemblan de rabia.
Ha venido por Lyra.
—¿Por qué? —exijo.
—Ya dije que no lo sé… solo obedecía esa voz en mi cabeza.
—¿Cómo se llama la chica? —pregunto, conteniendo a duras penas a mi lobo.
—Amara —responde.
Lo observo, confundido.
¿Quién diablos es Amara?
—Descríbela —ordeno.
—Cabello rubio, ojos púrpura, piel clara, baja estatura, complexión delgada.
En ese momento, la voz del padre de Lyra atraviesa el enlace mental:
—Está describiendo a mi hija.
Un escalofrío me recorre la espalda.
—Lo sé —respondo con el mismo enlace, mi mandíbula apretada.
Miro fijamente al vampiro, que sigue respirando con dificultad, como si cada palabra que dice le costara romper cadenas invisibles. Pero mi mente ya no está en él… sino en Lyra.
Su padre y yo nos quedamos en silencio por unos segundos, el peso de lo que significa ese nombre cayendo sobre nosotros.
—Amara —repito en voz baja, como si probar el nombre me diera alguna respuesta. Pero no siento nada. Ningún recuerdo, ninguna pista. Solo el presentimiento de que la pesadilla apenas comienza.
El vampiro vuelve a reír, ganándose mi atención, una carcajada rota que me crispa los nervios.
—Amara… vendrán por ella, ya saben que está aquí, yo no seré el único que intentará venir por ella —susurra con sorna, y sus colmillos brillan bajo la tenue luz.
La rabia me consume y mi lobo empuja por salir. Pero más allá de la furia, una verdad se clava en mi pecho como una daga:
Lyra y Amara están conectadas.