Dentro de lo más profundo de esta sociedad, existen males que le hacen bien al mundo, sin embargo, su simple existencia envenena a todo el que la toca.
Mas allá de la vida cotidiana, este mundo consagra distintas plagas, una de ellas ha logrado atrapar a Killian Inagawa en una red de dulces mentiras superpuestas por ¿su prometida?
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¿Seré Capaz de Perderte?
Los problemas llegan como si estuviesen esperando a que me enloqueciera. Uno a uno sin escatimar en tiempo y espacio.
Frente a mí yacía Ciro Di Gati acompañado por la hija mayor de los Nakamura y su esposo Raiko Yoshida. Si mi intuición no me fallaba, su presencia en este lugar sin previo aviso, no se debía a nada más que a observar las posibilidades de derrotar a la Durga y en consecuencia a los Konan y los Miwra en compañía de los Di Gati.
–Es una gran sorpresa tener al jefe de los Di Gati en mí residencia.
Suelto, manteniendo mi distancia, dispuesto a dar la orden de disparo si alguno se llegaba a mover un solo centímetro en nuestra contra. Mis hombres prestaban suma atención a lo que estaba sucediendo en el lugar, especialmente Einer, quien se encarga de dirigir la vigilancia de la mansión.
–Siento mucho la intromisión. Nos hemos enterado de la unión discreta entre nuestra amada Durga y el nuevo jefe de los Miwra.
Sus palabras eran respetuosas… Claro que lo son. Una familia de más alto rango en la mafia que la de los Konan no podía quedarse quieta ante una unión tan fuerte como la que Laila y yo habíamos hecho.
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No puedo evitar pensar aquello al ver la cicatriz que cruza el rostro de Ciro Di Gati. Una tan profunda que ni la mejor tecnología y medicina pudo desvanecer.
Le observo directo a los ojos. Una maldita costumbre que había adaptado al compartir tanto tiempo junto a esa mujer, después de todo, solo se conoce a las verdaderas bestias mirándolos a los ojos, pues sus palabras endulzan el oído y sus actos engañan a tu mente.
Un escalofrío cruza mi espalda al encontrar unos ojos azul grisáceo que contrarrestaban peligrosamente con su tez morena. La frialdad que habitaba en ellos no se podía comparar con la de Laila, pues esta parecía disfrutar matar por el simple hecho de ver sangre derramada.
–Aunque lo diga de esa manera, señor Ciro Di Gati, el presentarse en nuestra residencia de esta forma es un claro desacato a las reglas de la mafia.
Suelta Laila a unos cuantos pasos de mí. Volteo para verla con una sonrisa involuntaria, pues el simple echo de tenerla de mi lado me hacía sentir imparable.
–Por favor, no lo vea de esa forma, querida.
Se excusa el hombre con un tono completamente diferente al que había dirigido hacia mí unos minutos antes. Parecía querer agradarle más de lo normal sin dejar de lado el sarcasmo y la burla.
–Nadie puede llamarme de esa forma más que mi esposo, se lo advierto.
Le ordena, sonriéndole con amabilidad aún cuando su mirada le enviaba una clara advertencia, una que provoca que este hombre clave esa mirada fría con un brillo de interés en ella.
Inmediatamente noto esto, bajo las escaleras, parándome en frente de Di Gati e ignorando por completo a sus mudos acompañantes. Tomo la solapa de su chaqueta y la acomodo con un par de tironcitos.
–Tenga mucho cuidado con la forma en la que está observando a mi mujer. Puede que ella termine arrancándole los ojos y que yo me encargue de desaparecerlo de la línea familiar de los Di Gati. Ya sabe de lo que somos capaces.
Le advierto, lanzando una mirada de soslayo a Raiko Yoshida y su mujer, quien parece aterrada al verme confrontar a su espada, mientras que su escudo no se mueve un solo segundo de su lado, protegiéndola como debe ser.
–No me atrevería a hacer nada que atente contra la integridad de mi clan.
Se defiende, retirando mis manos de un manotazo, cosa que me causa gracia, pues por mucho que lo diga, estoy seguro de que no consciente a nuestro clan como un digno oponente.
–Me alegra escuchar eso – Respondo, regresando al lado de mi esposa, quien me observa con una mirada rebosante de alegría. – Por el momento, espero escuchar sus verdaderas razones.
Les enfrento. Ciertamente, pensaban que me habían logrado tomar por idiota con una escusa tan barata. Si bien soy consciente de que un matrimonio tan importante a escondidas era un insulto para la mafia, no iba a permitir que rebajaran el apellido de mi esposa.
–Hemos venido por mi hermano Ian Nakamura.
Escuchar por primera vez la voz de esa mujer me sorprendió, pues a pesar de su apariencia madura, por su tono parecía ser una joven de 23 años.
Ahora entendía el afán de su padre por conseguir poder de una forma desesperada. No era que no pudiese poner a su hija debido a que esta era mujer y su hijo varón era menor de edad. Era porque ella se había negado al contraer matrimonio con un hombre del clan, sin rango ni estatus mayor que el de un guerrero.
Esa imagen cruza por mi mente, haciéndome dudar respecto a qué hubiese sucedido si yo no hubiese tenido la capacidad de posicionarme como cabeza de los Miwra y ella insistía en mi presencia para sus planes. ¿Por qué yo?
Volteo a verla, mientras que ella me regala una mirada confundida. Poco a poco un ligero rubor se asoma en sus mejillas, provocando que aparte repentinamente su mirada de la mía. Ese simple acto despejaba por completo mis dudas, obligándome a disfrutar el presente.
–No se lo vamos a devolver.
Responde Laila, cruzada de brazos al tiempo que se burla de sus expresiones desencajadas. Claramente, ya habíamos hablado al respecto, y ambos coincidíamos en que no podíamos soltar a ese niño a una familia que no dudaba en entregar su vida en bandeja de plata.
Un gesto bastante blando para una familia de la mafia tan despiadada como la nuestra. Un claro punto de quiebre, razón por la cual no podíamos permitir que lo tomasen como un acto de bondad o estaríamos acabados.
La confesión de Laila desata finalmente la ira de su esposo, quien saca de su bolsillo un cuchillo similar al que Laila utilizaba. En su mirada podía ver claramente la intención de lanzarlo hacia ella sin una sola gota de duda.
Rápidamente, le ordeno con un ademán a Einer que se moviese de acuerdo a mis órdenes. Sin momento a duda, Einer levanta las armas de su escuadrón, cuidando a la Durga de cualquier ataque, mientras que yo le disparaba al cuchillo arrebatándoselo de las manos.
Aquello sucedió tan rápido que ni siquiera Ethan tuvo tiempo de proteger a Laila con su cuerpo, llegando a ella en cuanto el cuchillo tocó el suelo. La rabia sube por mis venas sin cuidado. Una cosa era amenazarme a mí o al clan, y otra era apuntar a Laila sin cuidado alguno, cosa que no permitiría.
–Tranquilízate, cariño.
Me detiene Laila, posando levemente su mano sobre mi brazo tensionado por la situación. Tomo aire y lo expulso lentamente, intentando calmarme antes de soltar la orden en su contra.
–Me parece interesante, así que sabes pelear con cuchillos.
Suelta Laila, despegándose de nuestro lado y caminando directo a Riako Yoshida, quien se mantiene estático en su posición, probablemente protegiendo a su mujer.
Era bien sabido que esa mujer podía acabar con una docena de hombres entrenados por sí sola. El enfrentarse a ese hombre en específico no era distinto, no obstante, no había ordenado a Einer bajar las armas, lo que llama mi atención.
Observo cauteloso sus movimientos. Desde donde estaba, su cuerpo era demasiado fino y elegante, una mezcla de poder y belleza que te distrae de su verdadera fuerza, pero ¿hasta qué punto sería capaz de resistir?
Podría confiar en ella así como Ethan lo hace, dejándola enfrentarse a cualquier riesgo sin meditarlo y confiando en sus habilidades. Era consciente de su capacidad, y cómo era capaz de petrificar a su oponente, lo sabía, lo había vivido en carne propia… pero ¿hasta qué punto ella podía con todo sola? Si me llegaba a confiar de más, podría perderla y eso no me lo perdonaría jamás.
–Si puede ganarme en un enfrentamiento, entonces le entregaré al pequeño Nakamura.
Propone Laila, recogiendo el cuchillo y entregándoselo.
–¿Qué está diciendo?
Se me adelanta la mujer a su lado, preocupada por lo que su esposo respondería ante una propuesta tan llamativa. Aquello no lo había hablado con ella, no era parte del trato y no estaba para nada de acuerdo, pero llevarle la contraria frente a Di Gati no era la mejor de las ideas.
Si me dejaba llevar por las emociones, entonces todo lo que ella había hecho hasta este punto por cumplir con su meta sería en vano. Si bien no conocía las razones de Laila para hacer todo esto, era perfectamente capaz de entender que apenas había comenzado con su plan y que llegar a las familias más poderosas de la mafia, era una de las razones por las cuales realizó la unión entre nuestras familias.
Me contengo, y contra todos mis impulsos, observo la situación calladamente, fingiendo desinterés con una mirada fría.
–No desconfíes de tu esposo querido, es bastante hábil y por eso me interesa enfrentarle… Si es capaz de dejarme sangrando, entonces les entregaré al niño.
Escucharla me hace querer sacarla de este lugar y entregarles al pequeño sin rechistar una sola palabra. ¿Acaso pretendía morir por probar la calidad de personas que eran este par? ¿O se trataba de algún otro interés?
–Acepto.
Responde, sujetando la mano de su esposa en un intento de calmar sus nervios. Un gesto bastante cariñoso, pero ante la situación, ello no era más que una debilidad de la cual no me iba a olvidar jamás.
–Mañana a esta hora podemos tener el encuentro en el patio trasero de la mansión. ¿No es así, querido?
Me pregunta, como si mi opinión valiese de algo… No, ella no me está pidiendo mi opinión al respecto, me está arrinconando a que acepte sin que tenga otra vía de escape, si decía que no, rápidamente saltaría a contradecir sus palabras de hace un momento.
Acepto sin remedio, ordenándole a Einer comunicarles a los hombres de nuestra facción que organizasen el lugar para mañana. Si no podía entrometerme en su decisión, entonces me aseguraría de que ninguno tuviese la oportunidad de jugar sucio en su contra.
Ella finalmente regresa a mi lado con una sonrisa de oreja a oreja, tomando mi brazo en forma de gancho. Su calor corporal hace que mi corazón enloquezca, reclamándome cuan permisivo estaba siendo con ella.
–Por el momento, permanecerán en la mansión como invitados especiales, así que espero no echar a ninguno de menos en la hora del almuerzo.
Sentencio, retirándome del lugar con una calma fingida, al tiempo que sujeto a Laila hacia la sala de reuniones, lugar que al menos me permitiría un tiempo con ella sin que pareciese sospechoso.
–¿Qué diablos estás haciendo?
Ella me sonríe, y sin darme tiempo de reclamo, se pasea por la sala tocando todo cuál niña pequeña. Elijo quedarme en silencio por un momento, esperando una respuesta ya sea un placebo para mantenerme en calma o una daga al corazón, no me importa una mierda si son mentiras, solo quiero escucharla intentar justificar aquella decisión.
La razón por la cual el miedo de perderla me atormenta más de lo normal se hallaba en su rival, pues ese hombre no era cualquier asesino. Se trataba del mejor de su generación, superando las capacidades de un sequito con su propia agilidad.
–No puedo permitir que se lleven a ese niño así de fácil.
Suelta, volteando a verme desde el otro extremo de la sala. Por alguna razón ella había aprendido a leer mi comportamiento, hasta el punto de tener que anticiparse, alejándose de mí cuando confesaba una estupidez como aquella.
–¿Así que eres capaz de arriesgar todo tu esfuerzo por un niño que no conoces, pero no por mí?
Pregunto, claramente enfadado. Se podría decir que los celos me estaban dominando como nunca, y todo esto a causa de un mocoso que nada que ver.
Laila niega con un ligero movimiento, desdibujando lentamente esa sonrisa llena de confianza. En su mirada se asoma una pequeña pizca de odio. Esa mirada… aquella con la que aterra a su contrincante, parece dominar su alma con un tinte de rencor.
Me muevo instintivamente hacia ella; sin embargo, a cada paso que doy ella retrocede dos, obligándome a mantener mi distancia.
–No pienso entregarle la vida de un ser que necesita cuidado, a alguien que no le importa mancharle en sangre – Suelta, alzando su vista hacia mí – Creí que lo entendías.
–Claro que lo hago. Pero tú no eres capaz de entenderme a mí en esta situación… ¿Siempre será así? ¿Yo confiando en que todo saldrá como deseas y tu arriesgando tu vida sin considerar el riesgo?
Su mirada se aliviana ante mis palabras, sin embargo, aún mantiene su distancia, dándome la misma respuesta de siempre. Me estoy hartando de sentirme de esta forma. Si amar supone ceder ante todo de esta forma entonces no lo quería… Yo deseo protegerla de todo peligro, aun cuando sé que no lo requiere, sé que puedo ser su espada y escudo, pero no seré de utilidad si continúa luchando por si sola.
–Es como debe ser – Suelta finalmente, regresando a esa maldita sonrisa falsa que me rompe el alma – Soy La Durga de la mafia.