La autora de esta historia se queda dormida frente a la computadora y, mágicamente, la protagonista de su propia novela la obliga a tomar su lugar, ya que le pareció muy injusta la forma en que la autora trató a su familia.
¿Podrá nuestra autora sobrevivir a su propia trama...?
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capítulo 20
El amanecer apenas comenzaba a teñir el cielo cuando los seis hermanos Valemont, acompañados por Lara y Santiago, salieron por las puertas del castillo en dirección al norte. El aire aún guardaba la frescura de la madrugada, y la bruma serpenteaba entre los árboles, como si tratara de retenerlos. El viaje que emprendían no era una simple expedición, sino el inicio de una cruzada que pondría a prueba su lealtad, sus límites… y su destino.
Jackson iba al frente, con el ceño fruncido y la mirada fija en el horizonte. A su lado, cabalgaba Lara, aún agotada por la batalla que había librado apenas una noche antes. Su postura era erguida, pero sus ojos cargaban el peso del cansancio. No tenía fuerzas para abrir un portal mágico, ni para levantar una barrera. Lo único que podía hacer era cabalgar.
Sus hermanos seguían tras ellos, aún sorprendidos por la decisión que habían tomado la noche anterior.
Diana, la menor con apenas quince años, había insistido entre lágrimas que no los dejaría marchar sin ella. “Puedo curar heridas y hacer pociones, soy más útil que muchos adultos”, había dicho. Samanta, la mayor de las mujeres con dieciocho años, había argumentado que alguien debía cuidar de Lara si esta volvía a agotarse. Oriana, con diecisiete, se negó rotundamente a quedarse sola en el castillo y amenazó con escapar por su cuenta si no la aceptaban. Aron, mellizo de Oriana, también de diecisiete, simplemente tomó su arco y dijo: “Voy”. Y Nicolás, el segundo mayor con diecinueve, alzó su espada y soltó un “Siempre quise conocer los reinos del norte”.
Y así, sin más discusión, todos cabalgaban juntos, con el viento en el rostro y el corazón latiendo al ritmo de los cascos contra la tierra.
El silencio entre ellos duró poco.
Aron, el más imprudente del grupo, cabalgaba cerca de Lara, observándola con atención. Ya no tenía el cabello negro ni los ojos rojos que había visto cuando la conoció. Ahora su cabello era rubio como el oro bruñido, y sus ojos brillaban con un extraño tono ámbar que parecía captar cada rayo de sol.
—¿Por qué cambias tu apariencia? —preguntó sin ningún pudor, como si la conociera de toda la vida.
Jackson giró la cabeza y le lanzó una mirada de advertencia, pero Aron ni se inmutó.
Lara, que parecía perdida en sus pensamientos, respondió sin girarse:
—Para que mis enemigos no me reconozcan hasta que llegue el momento adecuado. Tal vez el color de mi cabello sea común, pero mis ojos... ellos delatan quién soy en realidad.
Aron la observó con una mezcla de asombro y respeto. Luego miró a su hermano mayor.
—Jackson, ¿sabías que podía hacer eso?
Jackson no respondió. Solo le devolvió una mirada que claramente decía *“mejor no preguntes más”*, pero Aron no se detuvo.
—¿Y a dónde vamos exactamente? Porque por aquí no es el camino a Amatista.
—No, no lo es —respondió Lara con voz serena.
Santiago, que cabalgaba unos metros detrás, frunció el ceño al escuchar eso. Aceleró el paso de su caballo hasta emparejarse con ella.
—Entonces… ¿a dónde nos dirigimos?
Lara no respondió de inmediato. Dejó que el silencio se hiciera presente, como si estuviera decidiendo cuánta verdad compartir. Finalmente, habló:
—A Bórico.
—¿Bórico? —repitió Santiago, perplejo—. ¿Qué vamos a hacer allí?
—He oído que el rey de Bórico tiene dragones. Quiero verlos con mis propios ojos.
Santiago la miró incrédulo. Su rostro reflejaba duda, como si esperara que ella soltara una carcajada y dijera que era una broma. Pero Lara solo le sostuvo la mirada con una sonrisa misteriosa.
—¿Dragones? —exclamó, acelerando su caballo—. ¡Oye! ¡Es una broma, ¿verdad?! ¡Los dragones están extintos!
—Lo sabremos al llegar —respondió ella con naturalidad—. Vamos, no se queden atrás.
Los cuatro hermanos más jóvenes, que escuchaban desde atrás, se miraron entre ellos, sorprendidos. Diana abrió mucho los ojos, Samanta murmuró algo en voz baja que sonó como *“esto es una locura”*, y Nicolás soltó una risa nerviosa. Pero fue Aron quien rompió el silencio con entusiasmo:
—¡Eso tengo que verlo! Maga, iré contigo… ¡espérame!
Y sin esperar respuesta, espoleó su caballo y galopó más rápido, colocándose a la par de Lara.
Los otros tres no tuvieron más opción que seguirlo.
—Esto se está saliendo de control —dijo Samanta mientras ajustaba las riendas de su montura.
—Lo ha estado desde que esa mujer llegó —respondió Oriana, pero sin un tono de reproche. Más bien, parecía intrigada.
—¿Ustedes creen que realmente haya dragones? —preguntó Diana, con una chispa de ilusión en la voz.
—No lo sé —dijo Nicolás, pensativo—. Pero si los hay, más vale que estemos preparados. No todos los cuentos de hadas tienen finales felices.
Y así, uno a uno, los hermanos Valemont tomaron su lugar en la cruzada.
La marcha hacia el norte fue ardua. El terreno se volvía cada vez más agreste, y los caminos parecían más antiguos, menos transitados. No se cruzaban con viajeros ni comerciantes. Solo los vigilaban, de vez en cuando, los cuervos negros posados en ramas secas, como si fuesen centinelas de un pasado olvidado.
A la caída de la tarde, hicieron una parada cerca de un lago escondido entre las colinas. Lara desmontó con cuidado, sus piernas temblorosas por el esfuerzo del viaje. Santiago la ayudó a caminar unos pasos, mientras Samanta y Diana preparaban una pequeña fogata.
—Debes descansar —le dijo Santiago en voz baja—. Has hecho demasiado en poco tiempo.
—Aún no es suficiente —respondió Lara, cerrando los ojos por un momento—. El verdadero viaje empieza en Bórico. Si los dragones existen, necesitaremos su fuego.
—¿Para qué? —preguntó Aron, que se había acercado sin hacer ruido—. ¿Vas a quemar algo?
Lara lo miró con una leve sonrisa.
—Voy a encender una guerra —respondió—. Una que ha estado dormida durante siglos.
El silencio cayó de nuevo, pesado. El crepitar del fuego fue lo único que rompió la tensión.
—¿Y si perdemos? —preguntó Diana, su voz apenas un susurro.
—Entonces no habrá reino que proteger —dijo Jackson, acercándose—. Pero no vamos a perder.
—No con nosotros unidos —añadió Nicolás, colocando su espada sobre sus rodillas mientras se sentaba.
—Ni con dragones —susurró Oriana, con una sonrisa valiente.
Lara abrió los ojos y los miró a todos.
—No con ustedes.
Y en ese instante, por primera vez, supo que no estaba sola.
No eran solo aliados. Eran una familia, rota pero firme. Dispuesta a caminar con ella hasta el fin del mundo.
La noche cayó sobre ellos, pero el fuego de su determinación ardía con fuerza.
El norte los esperaba.