alexia rencarna en la última novela que leyó después de haber muerto traicionada por su propia hermana...
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capítulo 20
El Duque Daniel Salvatierra supervisó la evacuación desde la oscuridad. Su guardia, Kaelia, actuó con la eficiencia de una veterana, usando mantos para cubrir a las mujeres traumatizadas y guiándolas por rutas callejones discretos fuera de la propiedad del Duque Petrob. Una vez que la última mujer estuvo a salvo en la casa segura que Daniel había preparado discretamente en el Ducado del Este, el Duque Daniel sintió un leve alivio.
—Asegúrate de que tengan comida, agua y un médico. Y sobre todo, Kaelia, que nadie se acerque a ese lugar —ordenó Daniel, sus ojos oscuros por la rabia acumulada.
—Estarán seguras, mi Señor. Ahora, ¿qué hacemos con la evidencia? —preguntó Kaelia, señalando en dirección a la bodega de Petrob.
—La prueba ya está en camino a la Capital. Ahora, quedémonos escondidos en las sombras por ahora. Petrob no tardará en descubrir lo que ha pasado, y la caza comenzará.
Daniel y Kaelia se retiraron, dejando la bodega silenciosa, un sangriento testimonio de la depravación de su dueño.
No pasó mucho tiempo antes de que la calma se rompiera en la mansión del Duque. Un guardia aterrorizado irrumpió en el estudio del Duque Petrob, donde este se encontraba consultando sus cuentas con una copa de vino.
Un guardia, pálido por el terror, irrumpió en el estudio del Duque.
—¡Mi Señor! ¡Noticias urgentes! ¡Tiene que ver esto!
—¡Habla de una vez! —rugió Petrob.
—Encontramos a seis de los hombres de la bodega muertos, Mi Señor. Y... y las mujeres prisioneras... desaparecieron.
La conmoción en Petrob fue total. Corrió a la bodega y confirmó la masacre y la huida. La escena era la prueba irrefutable de un acto de rescate, no de una simple fuga.
—¡Maldita sea! ¡Malditas sean esas perras! —gritó Petrob, golpeando la pared con el puño.
Se volvió hacia un sargento que llegaba con más soldados, la furia distorsionando su rostro.
—¡Moviliza a todos los hombres que tengas! ¡Quiero patrullas en cada callejón, cada posada, cada agujero de este Ducado! ¡Encuentren a esas fugitivas! ¡A todas! ¡Si una sola de esas mujeres es vista y se atreve a abrir la boca, estaré en graves problemas con la Capital!
Petrob escupió en el suelo.
—El responsable de esto pagará, y esas perras van a desear no haber escapado. ¡Las castigaré a todas por atreverse a escapar y matar a mis lacayos! ¡Ahora, busquen!
"Alguien está interfiriendo. Esos asesinatos fueron demasiado limpios. No fue casualidad. Si esto llega a oídos del Emperador, no me servirá de nada ser de la realeza ¡Debo encontrar a esas mujeres y a quien las liberó antes de que sea demasiado tarde!"
El Duque ordenó el encierro del Ducado, creando una cortina de humo sobre un supuesto ataque de bandidos, mientras sus hombres se lanzaban a una búsqueda desesperada.
El Príncipe Sian y su pequeña escolta se habían internado en un bosque, a menos de un día de la Capital del Reino de Cristal. El sol estaba bajo, y el Príncipe había ordenado un breve descanso para que sus hombres pudieran comer y recuperar fuerzas antes de la última y más peligrosa etapa del viaje.
Mientras el grupo se alimentaba silenciosamente, Marcus, el capitán, levantó la cabeza, su mano deslizándose hacia su espada.
—Alteza, compañía. Vienen del lado sur Parecen soldados.
Sian se puso de pie. Efectivamente, una nube de polvo se levantaba a la distancia. Poco después, emergió un numeroso grupo de soldados, con el emblema imperial en sus armaduras, liderados por el Capitán Kan, el mismo hombre que el Emperador había enviado con la Legión Tercera y Cuarta.
—¡Alteza! ¡Primer Príncipe Sian! —gritó Kan, desmontando y haciendo una reverencia profunda.
—Capitán Kan. Qué oportuno. Pensé que vendría con la Legión Tercera y Cuarta.
—Lo hago, Alteza. Mi grueso de la fuerza está fortificando la frontera según las órdenes de Su Majestad, preparándose para el ataque. Pero el Emperador me ordenó personalmente que me apresurara para alcanzarlo y ponerme a sus órdenes.
Sian asintió. Su padre no era tonto. Sabía que Sian actuaría impulsivamente y había enviado refuerzos de élite para protegerlo.
—Bienvenido, Capitán. Sus Legiones son vitales para la defensa. Ahora, escúcheme bien. Usted y su escuadrón descansarán aquí durante las próximas tres horas. No avanzarán ni un paso hacia la Capital de Cristal.
—Pero, Alteza...
—Esta es una orden directa. Mi objetivo ahora es la diplomacia, o la confrontación directa con el Rey. Si voy con un ejército, el Rey de Cristal usará eso como excusa para la guerra total. Si voy solo, lo forzaré a negociar o a exponer su traición.
Sian se inclinó cerca de Kan.
—Necesito que usted se quede aquí. Si la audiencia con el Rey fracasa, o si yo no salgo del palacio en un tiempo prudencial, les enviaré una señal. Si reciben mi aviso, se apresurarán hacia la Capital a la máxima velocidad. Estarán listos para entrar y acabar con su Rey, si es necesario, sin esperar ninguna otra orden. Pero esperarán mi señal.
—Entendido, Alteza. Estaremos listos. Que los cielos lo protejan.
Sian le dio una palmada en el hombro a Kan. El descanso se acortó. El Príncipe y su escolta original se pusieron en marcha, dejando a los refuerzos ocultos en él bosque.
El sol ya estaba alto cuando el Príncipe Sian y su reducido grupo llegaron a la inmensa puerta de la Capital del Reino de Cristal. La ciudad era impresionante, con torres que parecían talladas en cuarzo y mármol, un contraste severo con la miseria de los pueblos circundantes.
Sian cabalgó con determinación hasta el puesto de guardia, donde un grupo de soldados de Cristal, con armaduras relucientes, les bloqueó el paso.
—¡Alto! ¿Quién eres y qué buscas en la Capital? —exigió el capitán de la guardia.
Sian desmontó lentamente, su armadura pulida bajo el sol. Su porte, su cabello blanco y sus ojos rojos imponían una autoridad innegable.
—Soy Sian Mondragón, Primer Príncipe del Imperio Mondragón. Vengo directamente de la Capital Imperial. Exijo una audiencia inmediata con su Rey. La naturaleza de mi visita es urgente
El capitán de Cristal parpadeó, completamente tomado por sorpresa. La llegada del Príncipe Sian, el heredero del Imperio sin aviso, era un evento sin precedentes.
—¡Él... el Primer Príncipe! —tartamud
eó—. Espere, Alteza. Debo informar a Palacio de su... de su inesperada visita.
—No esperaré. Informa ahora mismo. A tu Rey de mi llegada
El capitán, superado por la presión, ordenó a un mensajero que volara al palacio.
Sian se quedó allí, en la puerta principal de la Capital enemiga, su presencia silenciosa era un desafío más ruidoso que cualquier ejército. Solo con su pequeño grupo de hombres, el Primer Príncipe había entrado en el corazón del enemigo para exigir justicia y paz, o declarar la guerra.
Solo espero que Sian no sea un tonto y caiga con esa vibora!
Respeto lo que escribe usted Autora..