En el frío norte de Suecia, Valentina Volkova, una joven rusa de 16 años con ojos de hielo y cabello dorado, se ve obligada a casarse con su padrastro, Bill Lindström, un hombre sueco de 36 años. Marcados por un pasado lleno de secretos y un presente lleno de tensiones, ambos deberán navegar entre el deber, el resentimiento y una conexión que desafía las normas. En un matrimonio tan improbable como inevitable, ¿podrá el amor surgir de las cenizas de la obligación?
NovelToon tiene autorización de Valentina Claros para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
XX. La catedral dorada y los detalles finales
El día estaba cargado de un aire gélido, pero el cielo despejado ofrecía una luz vibrante que iluminaba cada rincón de la ciudad. A solo cuatro días de la boda, Valentina despertó con una mezcla de ansiedad y determinación. Sabía que el tiempo se le agotaba, pero también que cada día era una oportunidad para ajustar su plan.
Mientras se preparaba, una de las empleadas tocó suavemente la puerta de su habitación.
—Señora, el señor Bill la espera en el coche. Hoy revisarán los últimos detalles en la iglesia.
Valentina soltó un suspiro breve y se miró al espejo, ajustando el abrigo sobre su vestido beige. —Gracias, ya bajo.
Cuando llegó al vestíbulo, Bill estaba allí, impecable como siempre, con un traje oscuro y un abrigo largo. Su expresión era la de alguien que tenía el control absoluto, pero su sonrisa era extrañamente cálida, casi complacida.
—Estás lista, supongo. —Le extendió una mano mientras abría la puerta.
Valentina asintió sin decir nada, tomando su brazo mientras salían juntos hacia el coche.
---
El trayecto hacia la iglesia comenzó en silencio, pero Bill, siempre observador, rompió el hielo.
—¿Sabías que la decoración de la recepción la está supervisando mi madre?
Valentina giró ligeramente hacia él, sorprendida. —¿Tu madre? Pensé que no aprobaba este matrimonio.
Él dejó escapar una risa seca. —No lo aprueba, pero tampoco permitirá que un evento de esta magnitud sea mediocre. Es su manera de garantizar que todo sea perfecto.
—¿Y cómo se ve la recepción? —preguntó, genuinamente curiosa.
—Eso tendrás que verlo el día de la boda. —Bill le guiñó un ojo, como si disfrutara mantener ese misterio.
Ella apretó ligeramente los labios, guardando silencio. Por un momento, se preguntó qué tan opulenta sería esa recepción y cómo podría usarla en su contra si fuera necesario.
—Por cierto, —continuó él, —hoy también discutiremos los últimos detalles de los anillos. Espero que no tengas objeciones al diseño que escogí.
—Mientras no sea algo demasiado extravagante, no me importa.
Bill alzó una ceja, claramente entretenido por su respuesta. —¿Extravagante? Valentina, estamos hablando de nuestra boda. ¿No crees que merece ser recordada?
—Oh, será recordada, Bill. De eso estoy segura, —respondió ella con una leve sonrisa que él interpretó como resignación, pero que ocultaba un propósito mucho más oscuro.
---
Cuando llegaron a la iglesia, la vista los dejó sin aliento. La estructura se erguía como un palacio celestial, con su cúpula azul decorada con estrellas doradas que brillaban bajo el sol. Al entrar, Valentina se detuvo por un momento, dejando que sus ojos recorrieran cada detalle: los frescos en los techos, las columnas doradas, las interminables filas de flores blancas que adornaban los pasillos.
—Es impresionante, —admitió en voz baja.
—Lo es, —respondió Bill, complacido por su reacción. —No escatimé en nada para asegurarme de que este día sea perfecto.
Un equipo de organizadores se acercó rápidamente, trayendo planos y muestras de los últimos arreglos. Bill comenzó a discutir con ellos los detalles de la ceremonia, mientras Valentina se mantenía al margen, escuchando solo a medias.
—Las flores son demasiado simples para el altar, —comentó Bill, señalando una de las decoraciones. —Quiero algo más... imponente.
—Podemos agregar orquídeas blancas y lirios dorados, —sugirió uno de los organizadores.
—Perfecto. Háganlo.
Valentina observó todo con aparente indiferencia, pero tomó nota de cada detalle. La opulencia era tan abrumadora que era imposible no sentir que este matrimonio era más una declaración de poder que de amor.
Cuando finalmente se quedaron solos por un momento, Bill se giró hacia ella.
—¿Qué opinas?
—Es... perfecto, —respondió Valentina con un tono que parecía sincero, aunque en su interior sentía una mezcla de asombro y repulsión.
—Sabía que te gustaría, —dijo él, colocándose a su lado. —¿Has pensado en cómo quieres que los anillos sean entregados durante la ceremonia?
Ella frunció el ceño ligeramente. —¿No lo habías decidido ya?
—Quiero que sea algo especial, algo que refleje quiénes somos. Tal vez un niño con traje llevando los anillos en una bandeja de cristal.
Valentina dejó escapar una risa breve, casi sarcástica. —¿Y quién será ese niño? ¿Un sobrino que no conozco?
Bill sonrió. —No te preocupes, ya tengo alguien en mente.
---
Después de inspeccionar cada rincón de la iglesia, ambos regresaron al coche. Durante el trayecto, Bill sacó una pequeña caja de su abrigo y la abrió frente a Valentina.
—Estos son los anillos.
El brillo de los diamantes y zafiros capturó la luz, creando destellos que parecían hipnotizar.
—Son hermosos, —dijo ella, manteniendo su expresión neutral.
—Mandé grabar nuestros nombres en el interior. Y la fecha de la boda, por supuesto.
Valentina apenas pudo contener una mueca. La idea de que su nombre estuviera grabado en algo tan simbólico le producía una mezcla de ira y frustración.
—Espero que te queden bien. Si necesitas algún ajuste, aún podemos hacerlo.
Ella asintió, sabiendo que cualquier resistencia sería inútil en ese momento.
---
Esa noche, mientras estaba sola en su habitación, Valentina sacó un papel y comenzó a escribir una lista. Cada detalle de la boda, cada debilidad en los planes de Bill, cada oportunidad para cambiar el curso de los acontecimientos.
El tiempo se agotaba, pero Valentina estaba decidida. Esta boda no sería el inicio de una nueva vida con Bill. Sería el final de todo lo que él representaba. Y aunque todavía no sabía si saldría impune, una cosa era segura: no dejaría que él ganara.
y de paso es una maquiavélica...no, no, no aburre