Erick un antiguo detective retirado es una persona obsecionada con un caso de desapricion del pasado resibe una misteriosa llamada anonima que lo llevara a volver al caso, el inicio que comenzo con esta llamada lo metera a los planes de una organizacion que nos dice que el secuestro de laura no es tan simple como parece
La historia está hecha para que te preguntes si hubieras seguido las decisiones que Erick toma a lo largo de la historia
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¿Tienes miedo de las arañas?
La criatura que irrumpe en la habitación es una aberración más allá de la comprensión. Una araña gigantesca, de al menos tres metros de altura, con un cuerpo grotesco y peludo, del cual cuelgan tres cabezas humanas, grotescamente deformadas y con ojos vacíos, como si fueran macabras decoraciones. La visión es tan horripilante que me cuesta procesarla; es una imagen que se grabará en mi mente para siempre. En una de sus patas, lleva un nuevo cadáver, que deposita sin ceremonia en el montón, añadiéndolo al macabro nido.
Después de su macabra ofrenda, la araña gigante comienza a explorar la habitación, examinando cada rincón con una lentitud inquietante. Sus múltiples ojos, aunque grotescos, carecen de la inteligencia que había percibido en la araña anterior. Es como si estuviera buscando algo, aunque no con la agudeza visual de un depredador común. Sus movimientos son lentos, inseguros; me doy cuenta, con un escalofrío que recorre mi espina dorsal, de que la criatura es ciega.
La araña se detiene frente a nosotros, su pesado cuerpo proyectando una sombra que nos envuelve por completo. Un hedor fétido, similar al de los cadáveres pero más intenso y acre, me golpea con fuerza. Siento su presencia, su monstruosa masa a escasos centímetros de nosotros, pero la amenaza no viene de su ataque. Es la quietud, la paciente espera de su exploración. Mi instinto me grita que permanezca inmóvil, que no haga el menor ruido. Después de lo que parece una eternidad, la criatura se aleja, moviéndose con torpeza, pero con una rapidez sorprendente, desapareciendo de la misma manera que llegó, dejando tras de sí un vacío lleno de horror y el agrio olor a muerte y podredumbre. El silencio regresa, más profundo y más inquietante que antes. El aire pesado con el olor nauseabundo nos envuelve. La experiencia me deja con una mezcla de alivio y pavor.
Eleanor en mis brazos está pálida, presa del pánico. Lo entiendo. Le doy un poco de espacio, intentando mantener la calma, mientras mis ojos escudriñan la habitación, buscando alguna pista, alguna señal de lo que pueda venir. El aire sigue cargado con el hedor nauseabundo a muerte y descomposición. La monstruosa araña ha desaparecido, pero el horror permanece, incrustado en mis huesos.
Con cautela, observo los cuerpos, una macabra colección dispuesta como un nido grotesco. Algunos recientes, otros esqueletos cubiertos por una fina capa de polvo y telarañas. En medio de esa mortaja de carne y huesos, algo brilla. Una pequeña luz entre la oscuridad: una memoria USB. Con movimientos lentos y deliberados, evito cualquier contacto innecesario, consciente de la posibilidad de contaminar alguna evidencia. Me acerco silenciosamente, la humedad del lugar pegándose a mi piel. La tomo con cuidado; su superficie fría contra mis dedos.
El silencio, ese silencio opresivo que se había asentado tras la partida de la araña, se rompe. Un sonido seco, metálico, me llega desde la distancia. Un disparo. Otro. Y luego, gritos. No son los gritos de terror que uno esperaría en un lugar como este; estos tienen un tono diferente, metálico, ensordecedor. Suenan a lucha, a desesperación.
El miedo, esa fría garra que se ha aferrado a Eleanor, se intensifica. Ella tiembla en mis brazos, aferrándose a mi chaqueta como si su vida dependiera de ello. El USB en mi mano se siente pesado, un peso de evidencia y peligro. El ruido de los disparos se acerca, más cerca de lo que me gustaría. ¿Qué sucede fuera? ¿Quiénes son esos que disparan? ¿Y qué significa ese sonido diferente, tan metálico y penetrante? ¿Habrá llegado la ayuda? ¿O es una nueva amenaza que se cierne sobre nosotros?
La situación cambia radicalmente. La prioridad ya no es la investigación en este nido de muerte; la prioridad es escapar, proteger a Eleanor y entender el significado de esos disparos.
El escape es una carrera frenética. Salimos de la habitación con una rapidez que ni yo mismo creía posible, Eleanor aún temblando en mis brazos. En el suelo, a la salida, una araña más pequeña, de las que habíamos visto antes, nos observa con una inquietante serenidad mientras corremos. Sus múltiples ojos parecen brillar con una luz fría, sin emoción, mientras nos deja pasar. La imagen se graba en mi retina con la misma intensidad que la visión de la araña ciega. Al llegar al exterior del edificio, nos refugiamos tras una pila de escombros, el corazón latiéndome como un tambor de guerra en mi pecho. Allí, en la entrada del edificio, yace el cuerpo de la monstruosa criatura.
Desmembrada, destrozada, apenas la mitad de su tamaño original. El espectáculo es grotesco, pero también revelador. No fue una lucha fácil. Menos de la mitad de los guardias que habían protegido las instalaciones yacen muertos, esparcidos por el suelo. La escena es caótica, violenta. Una voz amplificada resuena con fuerza a través de una especie de sistema de megafonía, cortando el silencio sepulcral que reinaba hasta hace unos instantes. La voz, distorsionada y metálica, grita instrucciones con una urgencia escalofriante: "Busquen algo.
Alguien alertó al Sujeto N°002. ¡Que el Sujeto N°001 se mueva no es normal! ¡Estas cosas valen millones!" Las palabras resuenan en el aire, impregnadas de una tensión casi palpable. Millones. La confirmación de lo que ya sospechaba: esto va mucho más allá de la desaparición de Laura. Va mucho más allá de la muerte de mi padre. El horror se desborda, no solo por la crueldad que he presenciado, sino por la magnitud de la conspiración que comienza a tomar forma.
Ahora, la pregunta no es solo quién secuestró a Laura, sino quién está detrás de todo esto, y qué significa esa infernal obsesión por el valor económico de estas aberraciones. El silencio que nos acoge tras el último grito de la megafonía es, sin embargo, distinto. No es el silencio sepulcral del laboratorio. Este es el silencio de la espera, el silencio antes de la tormenta.
El instante en que salgo de mi ensimismamiento es el mismo instante en el que la violencia me golpea sin previo aviso. Un golpe brutal, una fuerza colosal que me envía volando varios metros, proyectándome contra una pila de escombros. El impacto me deja sin aliento, el mundo girando en una borrosa maraña de dolor y confusión. Cuando logro enfocar la vista, mi agresor se yergue ante mí, imponente. Un coloso de al menos dos metros de altura, con la piel de un rojo intenso, casi enfermizo, y una musculatura tan desproporcionada que me sobrecoge.
Sus músculos, abultados y tensos bajo una piel brillante, son más grandes que los míos, incluso en mi mejor estado físico. Mi arma, caída a varios metros de distancia tras el impacto sorpresa, está fuera de mi alcance. La situación es brutalmente clara: una pelea a puñetazos. La adrenalina inunda mi cuerpo, suprimiendo el dolor y activando los reflejos. No hay tiempo para el miedo, solo para la supervivencia.
Sus ojos, hundidos en las cuencas, brillan con una intensidad fría, sin emoción alguna. Es una mirada que me recuerda a la de las arañas, fría y calculadora. No hay rastro de humanidad en su expresión; solo una brutal y primitiva fuerza. Me incorporo con dificultad, el cuerpo doliendo en cada articulación, la respiración entrecortada. Él se acerca, lento pero implacable, su sombra proyectándose sobre mí como una amenaza tangible.
El combate está a punto de comenzar. El aire está cargado de tensión, de la promesa de dolor y sangre. La brutalidad del encuentro está a punto de comenzar. La lucha por mi vida comienza ahora.