La joven, cuyo corazón había sido destrozado por la crueldad de aquellos que una vez habían sido sus seres queridos, ahora caminaba por un sendero de venganza. Había perdido todo: su hogar, su familia, su inocencia. La amargura y el dolor habían dado paso a una sed de justicia, que la impulsaba a buscar a aquellos que le habían arrebatado todo. Sin embargo, el destino, que parecía tener un plan propio para ella, nuevamente la pondría a prueba. La joven se encontraría cara a cara con su pasado, y debería enfrentar las sombras que la habían perseguido durante tanto tiempo. ¿Podría encontrar la fuerza para perdonar y seguir adelante, o la venganza la consumiría por completo? Eso solo el tiempo lo diría.
NovelToon tiene autorización de Sofia Mercedes Romero para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 20
La doncella anunció con respeto, "Majestad, la señorita ya despertó", y se retiró rápidamente, dejando la habitación en un silencio tenso.
Narón, furioso por el comportamiento de Elizabeth, se dirigió inmediatamente hacia la habitación, su ira consumiéndolo por dentro. "Ahora verás, corderito", murmuró entre dientes, "intentas burlarte de mí... eso te saldrá caro".
Al llegar a la habitación, los guardias abrieron las puertas y las damas salieron rápidamente, como si sintieran el peligro que se avecinaba. Elizabeth, al verlo, se hizo un bollo en la cama, sostiene las sábanas como si eso la protegiera de la furia de Narón.
Pero Narón no se detuvo. Se acercó sin pausa y la sujetó del cuello, levantándola de la cama con brutalidad. Elizabeth emitió un gemido de dolor y miedo, mientras Narón la miraba con desprecio.
"Escucha bien, imbécil", gruñó, su voz llena de veneno. "Que sea la última vez que decidas escapar. Teníamos un trato. Ahora deberás cumplir... o morirás". Su amenaza flotó en el aire, como una espada de Damocles, lista para caer y destruir cualquier esperanza de libertad que Elizabeth tuviera.
Elizabeth se debatió, su rostro enrojecido por la ira y el dolor, mientras intentaba quitarse la mano de Narón de encima. Cuando finalmente la soltó, cayó al suelo sin aliento.
Jamás había sido tratada de esa manera, y su orgullo y dignidad estaban heridos. Miró a Narón con desprecio y determinación.
"No voy a quedarme aquí", declaró, su voz firme.
Narón se sorprendió por su reacción, nunca antes le había hablado de esa manera. Su expresión cambió de ira a sorpresa.
"¡Escaparé sin importar lo que cueste, jamás seré tu esposa, jamás voy a sentir algo por ti que no sea desprecio!", gritó Elizabeth, su voz llena de pasión.
Narón se rió irónicamente, pero su sonrisa se desvaneció al ver la determinación en los ojos de Elizabeth.
"¿Tú crees que necesito tu cariño?", se burló, acercándose a ella hasta sentir su respiración.
Elizabeth se estremeció, su rostro cambió de ira a miedo en un instante.
"Jamás tendrás un lugar en mis sentimientos, ni siquiera en mi cama", escupió Narón, su voz llena de veneno.
"¡Las mujeres que se ofrecen como tú me dan asco!", gritó, su rostro contorsionado por el desprecio.
Elizabeth se encogió, su corazón latiendo con miedo, pero su espíritu seguía indemne. Sabía que no podía ceder, no podía permitir que Narón la dominara. Su libertad y dignidad estaban en juego.
Henry fue liberado por una testigo que vio todo lo sucedido y salió rápidamente para el pueblo. Antes del atardecer, se detuvo frente a la mansión Luna, con un gran ramo de rosas blancas en la mano, símbolo de su amor y compromiso.
Al llegar, Emir abrió la puerta y se quedó helado al verlo. "¿Qué demonios hace él aquí?", pensó, sorprendido por la audacia de Henry.
"Hola, buen día", dijo Henry, con una sonrisa. "¿Se encuentra el Señor Luna y la señorita Elizabeth?"
Emir entrecerró la puerta y salió su padre, el Conde Eduar Luna, que lo miró de pies a cabeza con desdén.
"Hola Oficial, soy el Conde Eduar Luna. ¿En qué puedo ayudarle?", preguntó, con una voz cortante.
Henry se puso serio y dijo con voz convincente: "Vengo a pedir la mano de su hija Elizabeth en matrimonio". El Conde se sorprendió y pensó entre sí: "Qué descarado resultó este muchacho".
Se rió y dijo: "¿Tú? Lo siento mucho, pero no podrá ser. No pierda su tiempo".
Henry insistió: "Tengo dinero para hacerme cargo de su hija y si no es suficiente, seguiré trabajando. La amo y quiero que sea mi esposa".
El Conde se puso serio: "Joven, entiende que por más dinero que tengas, ya no será posible. ¡Vete!".
Henry frenó la puerta con su mano y preguntó: "¿Por qué? Soy un simple Oficial".
El Conde lo miró amenazante: "Si fueras un noble de alto rango, te diría lo mismo. Lamento decirte que llegaste tarde. Elizabeth ya es una mujer casada".
El reencuentro con su amado está muy próximo