Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 20 Conexión
Alice se aferró con fuerza al pecho de Aristoteles, sus manos recorriendo lentamente cada línea de músculo que sentía bajo la tela de su camisa. Sus dedos se movieron con una mezcla de determinación y deseo contenido, mientras sus labios buscaban los de él con urgencia y hambre, liberando toda la tensión acumulada desde el primer momento en que se habían conocido.
Aristoteles, consciente de cada centímetro de ella en sus brazos, deslizó sus manos por su espalda con una firmeza posesiva, atrayéndola aún más cerca de él. Su beso era intenso, como si estuvieran buscando en el otro una respuesta a esa atracción que ambos habían tratado de ignorar durante tanto tiempo. Sus labios se movían con una fuerza y pasión que hablaban de algo mucho más profundo que el simple deseo: era un fuego que había estado prendido en silencio, latente, esperando el momento adecuado para arder sin reservas.
Los labios de Alice se entrelazaron con los de Aristoteles, una mezcla de suavidad y dominio. Su lengua exploraba la de él con movimientos que oscilaban entre lo tierno y lo exigente, mientras sus cuerpos parecían moverse al mismo ritmo, sincronizados por esa atracción irresistible que ambos sentían. Ella inclinó ligeramente la cabeza, dando acceso total a sus labios, permitiéndole a Aristoteles saborear cada rincón, cada roce, cada suspiro que escapaba entre ellos.
La respiración de ambos se volvió cada vez más errática; cada movimiento de sus bocas parecía cargar con la fuerza de todas las palabras no dichas, todos los gestos reprimidos y todas las miradas compartidas en silencio. Alice presionaba su cuerpo contra el de él, sus manos recorriendo su pecho y sus hombros con una intensidad que revelaba su necesidad de sentirlo, de explorar esa conexión física que habían evitado por tanto tiempo.
Aristoteles, por su parte, deslizó sus manos desde la espalda de Alice hasta su cintura, trazando cada curva con una mezcla de devoción y deseo. La apretó contra él, como si quisiera asegurarse de que ese momento fuera tan real como parecía. Sus labios descendieron brevemente por su cuello, dejando un rastro de besos suaves y húmedos antes de regresar a su boca, donde sus lenguas se encontraron nuevamente en un choque cargado de electricidad.
Sin embargo, después de un largo momento, Alice separó sus labios de los de él, aunque no se alejó del todo. Su respiración era errática, su pecho subía y bajaba rápidamente, y su rostro estaba marcado por una mezcla de deseo y algo que parecía casi incredulidad.
—Mejor… mejor llamemos a la policía —murmuró, aún con la respiración entrecortada, no se aparto ni un segundo.
Aristoteles asintió, aunque sus ojos aún ardían con el mismo fuego que habían compartido en aquel beso. Sin soltarla, bajó una de sus manos y tomó su brazo, ayudándola a subir de nuevo hacia el hospital, mientras su otra mano sacaba su teléfono y marcaba el número del oficial Cortes.
Alice, recuperándose poco a poco, dejó que él la guiara, pero en su mente las sensaciones del beso seguían ardiendo, recordándole cada segundo de esa conexión tan poderosa. Al llegar a la sala de espera, se sentó en uno de los sillones, y sin perder la compostura, sacó su teléfono y lo desbloqueó con su huella dactilar. Con una orden breve, clara y llena de autoridad, dijo:
—Llamar a James Porter.
Al escuchar el tono al otro lado de la línea, Alice se irguió un poco más, como si buscara recuperar el control absoluto de sí misma, a pesar de la confusión y el revuelo de emociones que aún sentía.
—James —dijo, con voz firme—. Tuvimos un incidente en el hospital. Intentaron atacarme en el estacionamiento, pero estoy bien, estoy con Aristoteles.
La voz de James, aunque estaba del otro lado del teléfono, transmitía la preocupación en sus palabras.
—¿Estás segura de que estás bien, Alice? ¿Necesitas que vaya para allá?
—No es necesario, James —respondió ella, en un tono que dejaba claro que no había espacio para discusión—. El oficial Cortes está en camino. Solo quiero que estés informado, en caso de que necesitemos algún respaldo adicional.
Después de colgar, Alice dejó el teléfono sobre su regazo, respirando profundamente para controlar la mezcla de emociones que se arremolinaban en su pecho. Mientras tanto, Aristoteles, que había terminado de hablar con el oficial Cortes, no apartaba sus ojos de ella. Observaba cada uno de sus gestos, notando cómo Alice, incluso después de un evento tan tenso, mantenía aquel aire de autoridad y control que tanto lo fascinaba.
Se acercó y se sentó a su lado, manteniendo una mano en su rodilla como un gesto de apoyo silencioso, aunque la conexión entre ellos, tan visceral y palpable, no necesitaba de palabras.
—Cortes ya viene en camino —informó él en voz baja, sin perder de vista el rostro de Alice—. Debería estar aquí en pocos minutos.
Alice asintió, su mirada fija en algún punto distante, como si estuviera procesando cada aspecto de lo sucedido. Sin embargo, la presencia de Aristoteles, la calidez de su mano sobre su rodilla, la mantenía anclada a la realidad, recordándole que, a pesar de su independencia y fortaleza, había alguien en quien podía confiar de verdad.
—Gracias, Aristoteles —murmuró, su tono serio, aunque en su voz había un matiz de vulnerabilidad que rara vez permitía que otros notaran.
Él sonrió apenas, con esa leve inclinación de cabeza que ya era casi un gesto característico en él.
—Siempre, señora Crawford.
La puerta de la sala se abrió, y el oficial Cortes entró con paso firme, observando la escena con una expresión de profesionalismo y respeto. Aristoteles se levantó y le extendió la mano, y ambos intercambiaron una mirada cargada de entendimiento.
—¿Qué sucedió exactamente? —preguntó Cortes, sacando una libreta para anotar los detalles.
Aristoteles tomó la palabra, describiendo los acontecimientos con precisión, mientras Alice, aunque permanecía en silencio, mantenía su postura recta y sus manos relajadas sobre su regazo. La autoridad que emanaba en cada uno de sus gestos era inconfundible; no era solo una mujer que había pasado por un ataque, sino alguien que mantenía el control incluso en los momentos más difíciles.
—¿Los hombres dijeron algo durante el ataque? —preguntó Cortes, dirigiéndose tanto a Aristoteles como a Alice.
—No —respondió Aristoteles, frunciendo el ceño mientras recordaba los detalles—. Fue todo muy rápido. Intentaron inmovilizarla, y luego me atacaron a mí con una navaja. No hubo palabras, solo acción.
Alice intervino, su tono sereno pero firme.
—Quienesquiera que sean, están bien organizados. Y si llegaron tan lejos como para seguirnos hasta el hospital, significa que no estamos lidiando con un incidente aislado.
Cortes asintió, guardando su libreta después de anotar sus observaciones.
—Voy a aumentar la vigilancia en las zonas cercanas y revisar el material de las cámaras de seguridad. Les aseguro que haremos todo lo necesario para garantizar su seguridad.
Cuando Cortes se retiró para coordinar los detalles con el equipo de seguridad, Aristoteles volvió a sentarse junto a Alice, permitiéndose un breve momento de pausa. La tensión del ataque, el beso inesperado, y la presencia constante del peligro aún flotaban en el aire entre ellos. Se miraron, y en esa mirada compartida, ambos encontraron algo que iba más allá de las palabras.
—Siento haberte puesto en peligro, Alice —dijo Aristoteles en voz baja, inclinándose ligeramente hacia ella, sus ojos buscando los de ella con una mezcla de sinceridad y preocupación.
Alice negó con la cabeza.
Por otra parte está Aristóteles....wao, todo en él grita "soy Griego", hasta el nombre
sugiero que coloques imágenes de tus personajes. gracias, ánimo