Amor Infinito

Klaus se sentó junto a la chimenea, observando las llamas danzar mientras los recuerdos llenaban su mente. A su lado, sus nietos escuchaban en silencio, especialmente Eliyah, su nieto mayor, que parecía haber heredado el fuego en la mirada de su madre y la determinación de su abuelo.

“Abuelo, ¿cómo fue que mis padres se conocieron y decidieron enfrentarse a todo por estar juntos?” preguntó Eliyah, con una mezcla de curiosidad y respeto.

Klaus sonrió nostálgico y comenzó a relatar la historia de su hija y su esposo. La llamó por su nombre, Helena, un nombre fuerte , como una estrella en su vida, y recordó también a su yerno, Jamal, un joven de origen árabe y alma noble, valiente y leal.

“Después de huir del palacio en busca de un amor libre de intrigas y prohibiciones,” comenzó Klaus, “tu madre y Jamal lograron cruzar las fronteras del reino, disfrazados de soldados. Se hicieron pasar por buenos amigos, una estrategia que les permitió viajar sin ser detectados. Al llegar al otro lado, encontraron un lugar perfecto para empezar de nuevo, un pueblo pintoresco rodeado de montañas nevadas, con cabañas que parecían salidas de un cuento. Era tan hermoso que decidieron hacer de ese rincón su hogar, lejos de la política, los rumores y los intereses ajenos.”

Helena y Jamal trabajaron con determinación. Helena llevaba consigo algunas joyas que había ocultado en su maleta antes de salir del palacio, y con ellas compraron un pequeño terreno donde construirían su hogar. Juntos levantaron una casa sencilla de madera en medio del bosque, con todo lo necesario para sobrevivir al crudo invierno, con una chimenea que mantendría su hogar cálido y acogedor. Era una vida modesta, pero llena de esperanza y amor.

La Prueba del Invierno y el Amanecer del Amor

El pueblo al que Helena y Jamal habían llegado parecía sacado de un sueño. Rodeado de majestuosas montañas nevadas que se elevaban como guardianes del horizonte, aquel rincón parecía un refugio perfecto, para dar inicio a una hermosa familia. La cabaña que habían construido con sus propias manos estaba en el corazón de un bosque frondoso, donde el canto de los pájaros y el susurro del viento entre los árboles componían una sinfonía de paz.

Los días transcurrían entre el trabajo en su pequeña huerta y el cuidado de las pocas ovejas y la vaca que lograban sustentarles. Sin embargo, el invierno llegó con una dureza implacable. La nieve cubrió los campos y la cosecha, que prometía ser abundante, se perdió bajo un manto helado. Los ahorros disminuían rápidamente, y el frío intenso penetraba las paredes de su hogar, poniendo a prueba su resistencia y amor.

Helena, con la mirada perdida en el fuego de la chimenea, recordó las historias que su madre le contaba sobre cómo había vendido flores para sobrevivir en tiempos difíciles. Decidió que esa sería su salvación. Con determinación, Helena y Jamal dedicaron sus últimos recursos a cultivar flores resistentes al frío, buscando colores vivos que desafiaran el invierno. Pronto, su pequeño terreno floreció con lirios, narcisos y tulipanes que parecían encenderse bajo el sol débil del invierno.

El Mercado de Gaia

Cada amanecer, Helena se dirigía al mercado de Gaia, un lugar vibrante y colorido a pesar del frío. Puestos de madera se alineaban en la plaza central, donde comerciantes ofrecían desde especias exóticas hasta artesanías locales. El aire estaba impregnado del aroma de pan recién horneado y el humo de las chimeneas cercanas.

Helena instaló su puesto de flores en una esquina estratégica, donde la luz del sol iluminaba su rostro, resaltando su belleza. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos azules, tan profundos como el cielo invernal, atraían la mirada de todos los que pasaban. La delicadeza de su piel blanca de porcelana contrastaba con la dureza del invierno, convirtiéndola en una visión etérea en medio del bullicio.

Fue allí donde un conde de alta estatura, envuelto en un lujoso abrigo de terciopelo negro, la vio por primera vez. Sus ojos grises, fríos como el hielo, se posaron en Helena con una mezcla de fascinación y deseo. Buscaba flores para la tumba de su madre, pero al verla, quedó impacatado. Sus visitas al mercado se volvieron frecuentes, siempre con la excusa de comprar flores, aunque su verdadera intención era conquistarla.

Helena, ajena al peligro, se dedicaba a su trabajo. Jamal llegaba cada tarde para ayudarla a recoger el puesto. Sus manos fuertes y su mirada protectora hablaban del amor que sentía por ella. Pero aquella tarde, el conde, consumido por los celos al verlos juntos, decidió actuar.

Con astucia, el conde urdió un plan para deshacerse de Jamal. Ordenó a sus soldados que lo arrestaran bajo falsas acusaciones de robo. Jamal, aunque fuerte, no pudo resistir el ataque de varios soldados que lo doblegaron y lo llevaron al calabozo del castillo del conde.

El castillo se alzaba en lo alto de una colina, majestuoso y sombrío. Sus torres de piedra gris parecían rasgar el cielo, y sus muros, cubiertos de hiedra marchita, daban una sensación de decadencia. Dentro, las paredes estaban adornadas con tapices oscuros y candelabros que apenas iluminaban los vastos salones. Había un aire de opulencia fría, un lujo carente de vida.

El conde aprovechó la oportunidad para acercarse a Helena. Le ofreció liberar a Jamal si aceptaba acompañarlo al castillo. Helena, con el corazón angustiado pero la mente alerta, accedió, sabiendo que el conde ocultaba intenciones siniestras.

El Rescate en el Castillo

Al llegar al castillo, Helena fue conducida a una habitación lujosa pero sombría. El conde, con una sonrisa arrogante, le ofreció una copa de vino mientras le aseguraba que pronto su "problema" estaría resuelto, lo que él no sabía era que helena había crecido como toda una guerrera en los salones de entrenamiento en el palacio de sus padres, por eso Helena no era una mujer fácil de engañar. Había aprendido a luchar y sobrevivir.

Esa noche, mientras el conde dormía, Helena se vistió con una armadura de soldado que encontró en un pasillo oscuro. Su corazón latía con fuerza, pero su mirada era decidida. Armada con una espada, descendió silenciosamente a los calabozos.

Las celdas estaban húmedas y frías, pero Helena encontró a Jamal, debilitado pero lleno de esperanza al verla. Con la destreza de una guerrera, Helena enfrentó a los guardias, liberó a Jamal y juntos se abrieron paso a través del castillo. Espada en mano, lucharon codo a codo, como lo habían hecho antes en su huida del palacio.

La Confrontación Final

El conde, al escuchar el ruido de la batalla, salió al encuentro de Helena y Jamal. Los vio luchar con una sincronía perfecta, como si fueran uno solo. Sus ojos grises se llenaron de una mezcla de admiración y rabia. Sabía que no podría vencerlos en ese momento.

“Hoy los dejo ir”, dijo con una sonrisa fría, “pero esto no ha terminado. Volverán a saber de mí.”

Helena y Jamal, exhaustos pero victoriosos, abandonaron el castillo. Bajo el cielo estrellado, regresaron a su cabaña, donde las flores seguían floreciendo a pesar del invierno. Sabían que su amor, probado en fuego y hielo, era más fuerte que cualquier adversidad.

Y mientras las montañas nevadas los protegían, comprendieron que juntos podían enfrentar cualquier batalla que la vida les presentara.