Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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Susurros del Alma
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—Oh, Dios... ¿cómo puedes ser tan increíble? —susurró Agustín, mientras la cercanía entre ambos crecía en una danza íntima y rítmica, cada movimiento resonando en el silencio de la habitación.
Agustín dejó que sus manos recorrieran la espalda de Balvin, notando cada pequeño estremecimiento bajo su toque, mientras la calidez compartida parecía crear una burbuja aislada del mundo. Cada roce y cada gesto los sumergía más en ese espacio donde nada más importaba, solo el deseo y la conexión que los unía.
Balvin, completamente entregado al momento, se dejó guiar, atrapado por la intensidad de los sentimientos que Agustín proyectaba. Cada mirada y cada contacto entre ellos parecía llevarlos más allá de las palabras, envolviéndolos en una mezcla de emociones tan poderosa como arrolladora.
Agustín, con una expresión intensa y la voz baja, susurró:
—Eres... mío, Balvin.
Con firmeza, tomó su mano, sosteniéndola en un gesto de posesión, y sus ojos reflejaban una fascinación inquebrantable. La cercanía física y emocional envolvía a ambos, haciendo que cada segundo pareciera eterno. Agustín acariciaba a Balvin, observando su rostro y los rastros de entrega en sus gestos, como si quisiera memorizar cada detalle, cada expresión vulnerable.
Balvin no podía apartar la vista del reflejo en el espejo cercano; su propia imagen y la de Agustín le revelaban la fuerza del vínculo entre ellos. La mirada de Agustín, fija en él, destilaba poder y deseo, despojándolo de toda pretensión de control, llevándolo más allá de cualquier límite que hubiera conocido.
Agustín se inclinó hacia él, deslizando los dedos por su cabello y acercándose para susurrarle al oído:
—no sabes lo loco que me estás volviendo —dijo, su tono cargado de intensidad—. eres algo invaluable.
La intensidad de sus palabras pareció encender un fuego en el interior de Balvin, quien, a pesar de la emoción avasalladora, no podía apartar la vista de Agustín. Sus ojos se encontraron, y en esa conexión, ambos comprendieron la profundidad de lo que estaban compartiendo.
Las respiraciones aceleradas, los temblores y la cercanía los envolvieron en un momento cargado de significado, donde el silencio hablaba más que cualquier palabra. Finalmente, cuando la pasión comenzó a apaciguarse, Agustín observó a Balvin con una expresión mezcla de satisfacción y ternura, y le apartó el cabello del rostro.
—fascinante.
—Tss... —Balbin parpadeó varias veces, tragando con dificultad mientras sentía la garganta seca. Frunció el ceño y levantó la cabeza para enfrentarlo, todavía sin aire —.haa ¿No conoces... Los límites?
Agustín alzó ambas cejas, y Balbin notó su expresión y un destello nervioso se filtró en sus ojos, mientras recibe la botella de agua que el humano le entregó.
—¿Es normal que un incubus tenga límites? ¿No existes para esto?
—Bestia salvaje —murmuró Balbin —, aunque seamos diferentes de ustedes los humanos, también compartimos muchas cosas; tenemos límites, metas, sentimientos, propósitos más allá de esto. Así que sí, tengo límites, sobre todo cuando hay un maníaco desenfrenado encima.
—¿Cuáles son tus metas?
—¿Eh?
—Dijiste que tenías metas. ¿Cuáles son? ¿Qué más puedes hacer? —preguntó Agustín, acomodándose entre las piernas del incubus.
—Mis asuntos...
—Sé que no me concierne. Tranquilo, no es como si fuera a hacer algo con esa información.
—No es algo que debería interesarte.
—Bueno, estoy acostumbrado a dar esa respuesta. El asunto es, que has despertado mi total curiosidad. Creí que un incubus solo hacía esto...
—Mentiroso. Lanzó la botella que Agustín esquivó fácilmente.
—jaja, me atrapaste. Pero si te hace sentir menos vulnerable, puedo contarte algo de mi vida.
Agustín se dejó atrapar por la sonrisa de Balbin cuando este, en un acto de desafío, se sentó sobre él, rodeando su cuello con los brazos y susurrando en su oído. Hasta que el jalón de cabello lo obligó a admirar esos ojos color ámbar que tanto lo cautivan.
—No te preocupes... no es que me interese mucho tu información; ya te lo dije, no eres tan especial.
Agustín sonrió de lado, deslizando sus manos con suavidad hacia la espalda del incubus, acariciando sus muslos lentamente.
—Sí, sigue diciéndote eso —respondió antes de atacar los labios del incubus, quien respondió con la misma audacia.
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Balbin suspiró al abrir los ojos. Era la tercera o cuarta vez que experimentaba un sueño tan profundo en este cuerpo físico; después de desmayarse, algo verdaderamente asombroso y renovador. Mientras disfrutaba del rebosante Magna, maldecía el dolor en cada músculo. Notó que Agustín no estaba a su lado, como en las veces anteriores. En su lugar, estaba sentado en la esquina, dándole la espalda, rodeado por el humo del puro que se disipaba lentamente. Estaba casi inmóvil, mirando al frente, pensativo. La firme y trabajada espalda de Agustín era difícil de no admirar; su cabello despeinado y brillante seguía suave incluso después de la noche salvaje. Pero lo que llamó más su atención era la pesadez de su estado.
—¿Te desperté?
—¿Esta vez qué me hiciste mientras dormía? —preguntó Balbin , sentándose, dudando de la propia pregunta.
Agustín dejó salir una risa nasal y exhaló otra nube de humo.
—Sabes... Tenía nueve años cuando mi padre asesinó a la niñera… Ella era del FBI. Mi madre volvió a irse del país —Balbin , aunque nervioso, esperó con tranquilidad a que Agustín continuara, quien parecía perturbado por algo en sus pensamientos—. Nos escapamos y nos escondimos en una base militar en Cancún. Luego de dos años nos mudamos a otra base en la frontera. Esa semana, dos soldados quisieron emboscarme. Los asesiné sin dudar; gracias a eso, no dormí por…
Giró su rostro, como si asimilara lo obvio. El rostro de Agustín estaba demasiado serio. Bal tragó en seco y, sin querer hacerlo, continuó por él:
—Cuatro días… no dormiste por cuatro días. Tu padre regresó a su hogar. Año y medio más tarde, se te ordena participar en las guerrillas.
—¿Qué pasó allá?
—...trajeron a una joven, apenas dejaba de ser niña cuando aquel general, junto a sus soldados, te ordenaron someterla.
Agustín se puso de pie, caminó hasta quedar frente al íncubo, todavía en la cama. Se sentó a su lado y empezó a juguetear con el cabello de Balbin , mirándolo cansado y con suma concentración.
—Continúa…
—Les dijiste que no lo harías, pero insistieron. Así que… asesinaste a la joven. Le abriste el cuello. Los hombres de tu padre se enteraron e informaron, y te enviaron de vuelta junto a él.
—¿Qué hizo mi padre al llegar?
Balbin sabía que esta interacción rompía más reglas de las que se podían contar, pero no podía negarle una respuesta a Agustín, no en ese estado. Respondió sin apartar la vista de sus profundos ojos.
—Tu padre te preguntó por qué la asesinaste, y dijiste: " fue por placer…"
Agustín sonrió de lado y miró hacia el ventanal, ocultando su verdadera desgracia.
—Pero… fue una mentira. Solo odiaste el hecho de que alguien impusiera una orden sobre tu vida. Preferías destruir aquello que se interponía en la máxima libertad de tu ego.
—La verdad es que no soy especial. Ahora dime… si conoces cada detalle de mi vida, ¿por qué te enviaron conmigo? ¿O por qué accediste? Destruirte sería lo más normal en mí, ¿no? —dijo con firmeza, pero cierta culpa se asomó en lo más profundo de sus palabras.
El corazón de Bal le dolía, y una agonía inexplicable lo hizo juntar las cejas. Empezó a cuestionar si su caparazón ya rozaba los límites, teniendo la certeza de que era eso, sí, eran los núcleos oxidados. Antes de poder asimilarlo, la boca de Bal se movió por sí sola.
—Somos… similares.
Agustín volvió a mirarlo, ahora con curiosidad. Balbin , sorprendido por sus propias palabras, ya no pudo retractarse. Suspiró, fingiendo naturalidad, y continuó:
—Mi vida tampoco fue la ideal. Mi hermano es todo lo que está bien en el infierno, nadie puede negarlo, "prodigio de prodigios". Y aunque he llegado lejos, nadie ve más que sus influencias. Cada paso que he dado ha sido… —Balbin se recompuso, habló de más y no entendía por qué— en fin, por eso te eligieron, para sabotearme. Seres poderosos me pusieron aquí y, hasta ahora, no tengo idea de quién pudo ser. Nadie se metería con un chamán, ni siquiera un príncipe demonio. —Bal desvió la mirada— Si hay alguien especial, ese eres tú.
Agustín, asombrado, abrió la boca, y cuando iba a hablar, un cambio en la atmósfera anticipó la presencia de alguien más. Agustín se puso de pie y Balbin saltó de la cama, ya vestido. Materializó su daga, empujando a Agustín detrás de él. Los símbolos dispersos en las paredes y el techo comenzaron a brillar. En segundos, la bruma gris entró por la ventana y empezó a formar un cuerpo. El ser, con prendas elegantes, piel clara, ojos verdes y cabello rojo brillante, iluminó la habitación por unos segundos.
—¡Qué lugar! —exclamó Siwel, y Agustín frunció el ceño— ¿Es un...?
El pelirrojo miró a Balbin y quiso ir hacia él, pero Balbin lo detuvo.
—¡No te muevas! —ordenó, haciendo retroceder a Agustín. Quien en un segundo disparó hacia Siwel, el incubus esquivó la bala.
—¡Aahhhh! ¡Humano! —gritó Siwel al ver el roce en su hombro, señaló a Agustín, quien todavía lo apuntaba— ¡Así recibes a tus invitados! ¡Bal! Se acercó y Balbin volvió a repetir:
—¡No des un paso más!
Siwel levantó las manos, nervioso.
—Balbin , soy yo.
—Hace trescientos años… ¿A dónde escapamos luego de la importante reunión del quinto territorio?
Siwel, al tanto de la desconfianza, pensó unos segundos antes de responder:
—Oh, claro… pero ¿podrías ser más preciso?
—¡Responde! —exclamó y la daga se hizo más grande.
—¡Fue aquí, Las Vegas! Nuestro lugar favorito. Conocí a Verónica.
Balbin bajó el arma y suspiró. Siwel sonrió y fue a darle un abrazo, cuando sus ojos se cruzaron con el profundo mar en las pupilas del chamán, su boca se abrió, sorprendido por la belleza de Agustín.
—Siempre rodeado de lo mejor —dijo, tragando la Magna dispersada en el aire, lo que le puso la piel de gallina—. Bueno, ahora entiendo perfectamente por qué no lo asesinaste —rió Siwel, empujando suavemente a Balbin para acercarse a Agustín. El humano se cruzó de brazos mientras el pelirrojo lo rodeaba sin media vergüenza, Agustín lo seguía con una mirada severa.
—Tienes coraje. ¿Quién eres? ¿Cómo te atreves a entrar sin mi autorización?
—Humano —saludó el íncubo. Tras analizarlo por un rato, enfrentó esa poderosa mirada, rió vagamente— ¿Cuántos hermanos depuraron para que terminaras así? Vesh'tar.
Aquella última palabra resonó en lo más profundo de su alma. No hacía falta que Agustín entendiera la lengua antigua para saber que eso fue un insulto. Balbin sujetó el brazo de Siwel y lo arrastró hacia atrás con un tirón.
—Concéntrate —reprendió Balbin, miró a Agustín—. Es de confianza, nos ayudará con el viaje.
—Lo siento, lo siento —dijo Siwel, apenado, y se cubrió la nariz—. La Magna dispersada es demasiado, no logro… concentrarme…
Balbin levantó una ceja y volvió a dirigirse hacia Agustín, fingiendo no haber dicho lo que dijo antes. Aún así, rogando que no siguieran tocando aquellos temas pasados.
—¿Puedes abrir las ventanas de toda la casa? —preguntó Bal.
Agustín frunció el ceño, luego sonrió con ironía. “Hechado de su propiedad”.
—Por supuesto, cariño —dijo, y se retiró después de abrir el ventanal. Después de todo, tampoco entendía por qué le dijo todo aquello a Balbin ; tomar aire sería lo mejor.
Siwel, igual de animado, recorrió la habitación, tocando los coloridos dibujos.
—Balbin , sigues siendo tan... "peculiar" en artes arcaicas —dijo mientras sostenía una hoja con símbolos brillantes. Sonrió recordando las primeras clases juntos.
Balbin suspiró, quitándole la hoja con mal humor. Antes de que pudiera hablar, Siwel continuó:
—Sobre el viaje... ¿todavía crees que es la única solución? —Siwel se mostró preocupado.
—Es la única alternativa que tenemos.
Siwel suspiró.
—Tengo todo listo, traje el libro, pero darle esto al Vesh'tar es peligroso.
—Todavía puedo ejercer "sugestión" en él.
—¿Estás seguro? O… ¿te lo hizo creer? Se ve arrogante, quizá más que tú mismo.
—Siwel, créeme.
—El viaje al infierno será mañana, al alba. Me dijiste que llegaste a un acuerdo con él. Entonces, ¿por qué tu caparazón está en esas condiciones?
—Estamos… haciendo lo necesario para recolectar Magna.
—¿Por qué no vas con otros?
—No es tan sencillo.
—Sí, sí lo es. ¿Por qué dejas que él siga dañándote?
—Mierda, Siwel… ¿a dónde piensas que puedo ir en este estado? La última vez me crucé con otro raro chamán, y por Lucifer, ya tenía otro espíritu; de lo contrario, no sé qué me habría sucedido —Balbin se masajeó los ojos—. Si tan solo me expongo… hay ojos por todas partes, aún debo hallar una pista de quién me hizo esto.
—Bal —lo sostuvo de los brazos—. No cuestiono tus razones, pero sabes que si alguien supiera de tu ubicación o estado, ya te habría perjudicado. Esta zona es segura, nadie puede saber tu ubicación y la de tu objetivo. Solo no debes salir de esta área... —Siwel se alejó pensativo—. ¿Acaso la razón... es personal?
—¿De qué carajo hablas?
—No somos novatos. El placer es placer. Si este humano te ayudó a descubrir nuevas tácticas y gustos, no es necesario crear excusas tan…
Balbin se acercó a él.
—Cierra la boca —dijo entre dientes.
Siwel levantó las manos.
—No digo más —sonrió con picardía—. Trae al humano.
Siwel estaba frente a Agustín, quien ya se había cambiado y resplandecía con una presencia imponente.
—Humano, ¿estás consciente de que irás con nosotros al Infierno?
—Pregúntale a Bal lo que sé.
—¿Bal?
—¿Te sorprende? No es difícil nombrar a un íncubo por su nombre una vez que él te lo ruega.
Siwel miró a Balbin , tratando de no darle demasiada importancia, aunque realmente estaba fuera de sí. La importancia del nombre lo era todo. Siwel continuó:
—Tú eres de linaje chamán inactivo. Eso significa que, aunque estás sumamente protegido, no lo estás del todo. Para viajar al infierno, necesitarás ir en alma. —Siwel entregó un antiguo grimorio hecho de cuero de algún animal—. El infierno no diferencia a ningún ser. Al acceder abiertamente a venir con nosotros, tu incompleta protección podría verse afectada. Tienes que conectar con tu linaje, acceder a la sabiduría de tus ancestros. Asumir su pacto.
—¿Eso significa?
—A lo largo de la existencia, los chamanes han jurado no solo ser un puente entre los planos, sino también mantener el orden y equilibrio entre cada ser y mucho más. Es...
Balbin interrumpió.
—Significa que verás el mundo tal cual es: seres, marcas, influencias demoníacas y espirituales de todo tipo.
—¿Podré siempre verte tal cual eres? —preguntó Agustín sin titubear.
Balbin quedó en completo silencio. La pregunta era extraña, o quizás demasiado obvia. La última vez que lo vio fue cuando fueron al limbo, tantas cosas sucedieron. Siwel interrumpió sus pensamientos.
—Quizás, si tus habilidades psíquicas no son mediocres, jajaja...
Agustín volvió hacia Siwel.
—¿Qué más?
—Me caes cada vez mejor, humano. Lo siguiente, después de la protección, sería… desprender tu alma y listo. Tu gente tiene dos habilidades para lograrlo. Tienes hasta mañana para lograrlo o los tres moriremos en el intento de cruzar un alma chamánica al infierno, jajaja.
—¿Estas al tanto de que eres sumamente irritable?—
—Gracias por el cumplido.
—¿Está escrito aquí? —señaló el libro.
—No, eso será tu canalizador, es lo único más antiguo que encontré de tus ancestros. Pon la mano allí y repite conmigo: Saldore, lo que significa "Juramento de alma".
Dijo Siwel con la desdicha de tener que hablar la lengua materna y más antigua de los chamanes.
—Saldore —dijo Agustín y se desplomó de inmediato.
—Bueno, esperemos que no despierte poseído por un Patriarca Chamán asesino de íncubos —dijo Siwel al mirar a su amigo.
—Deja de bromear.
—Estas podrían ser mis últimas bromas, Bal. Si sale algo mal...
—Tienes razón. Siwel… gracias.
—No me agradezcas, no hay nada que no haría por mi mejor amigo. Pero en serio, este Vesh'tar es demasiado arrogante —señaló al humano y caminaron hacia la salida—. Preparemos el siguiente pa.
De pronto, Agustín se sentó de golpe, alarmando a ambos íncubos, que se miraron entre sí. Algo no andaba bien. El juramento debería inducirlo a un trance para así brindarle información de su linaje, lo que tomaría más o menos un día entero. Pero ahora Agustín despertó. Tenía la mirada perdida.
Balbin fue quien dio un paso, captando toda la atención de Agustín, lo miró con sorpresa. Bal movió lentamente las manos y respiró con calma.
—Agustín... Lo llamó.
Él se puso de pie, y Siwel intentó tirar de Bal, pero antes de tocarlo, la mirada asesina de Agustín lo hizo retroceder.
—Balbin —llamó Siwel preocupado, pero Bal levantó la mano deteniendo su andar. La marca comenzó a brillar con intensidad en ambos.
—Agustín, ¿sabes quién soy?
—V'kaari —pronunció Agustín, y Balbin , al estremecerse hasta el cuerpo espectral, apareció frente a Agustín, quien intentó sujetarlo del cuello. Bal lo inmovilizó velozmente con una llave, pero este se liberó. Siwel, quien saltaba sobre él con un lazo plateado, lo iba a golpear.
—¡Sigue en trance! —exclamó Bal al empujar a Agustín, logrando que esquivara el latigazo. En consecuencia, Agustín logró golpear a Siwel y sujetar a Balbin del cuello para empujarlo contra la pared.
—¡Es obvio que lo está! ¡Golpea su cabeza! —dijo Siwel, levantando su lazo, pero Agustín miró al pelirrojo, levantó una mano y los papeles que rodeaban la habitación brillaron. Al tanto de esto, Siwel sonrió apenado.
—Ja... ¿Quién dijo eso? —fingió demencia.
—Z'vrah tilk'dun r'khanaak.
A continuación, aquellas letras aparecieron sobre el cuerpo de Siwel, quien cayó de cara al suelo, inmóvil. Su cuerpo se volvía más y más pesado, agrietando el suelo, amenazando con traspasar hacia el primer piso.
—Ahg, qué sucio juegas, ese conjuro se prohibió hace milenios —se quejó Siwel mientras empujaba el suelo—. ¡Balbin , morir en el infierno sería mucho, mucho más glorioso!
La marca del vínculo en el cuerpo de Agustín brillaba y la fuerza de Bal se iba agotando más rápido que cualquier vez anterior.
—Nhg. —Balbin tiró de las prendas y abrazó el cuello de Agustín, quien apretó el agarre; sin embargo, Bal logró besarlo, asombrando a Siwel.
“Morir besando un ser de tal belleza, tampoco está mal” pensó Siwel, y el peso hizo que su cuerpo se hundiera aún más.
De pronto, Agustín reaccionó, parpadeó y volvió en sí, notando el agarre en el cuello del íncubo. Lo soltó y su mente todavía seguía confundida.
—¿Pero qué...?
El cabezazo de Balbin lo hizo callar y retroceder. Agustín se cubrió la nariz rota mientras la sangre se filtraba por sus dedos. Con su otra mano, agarró la pechera del íncubo.
—¿Qué mierda crees que estás haciendo, Balbin ?
—¡Suéltame, humano incompetente! Te dije que no me subestimaras.
—Ni siquiera te estoy… yo estaba, yo... ¿Qué me pasó?
Retrocedió para ver a Siwel, quien corrió y se cubría detrás de Balbin .
—¿No funcionó? —murmuró Siwel, lleno de polvo.
—Su aura sigue igual…
—¿No debería haber accedido a información? —cuestionó Agustín y de mala gana, fue hasta el mueble por un pañuelo.
Siwel, todavía enojado y aterrado, colgado de Balbin , lo señaló y exclamó:
—¡Vesh'tar muar loth'ka shi eldor!
“Tus antepasados son una manada de salvajes,” Agustín escuchó perfectamente, y se detuvo unos segundos. Por lo que Balbin suspiró.
—Sí funcionó. Ahora entiende Kalkuné. Su lengua materna.
Agustín, pensativo, murmuró muy bajo:
—¿Cuna... del rey?
—Bueno, no entiende del todo su significado —Siwel se acercó a Agustín sonriente y le golpeó el pecho—. Hombre, ¿pero qué te pasó? ¡Me asustaste! Jaja. Ir al infierno con alguien tan desquiciado me alegra. ¡Siguiente fase! Te enseñaré a salir en alma de este cuerpo —dijo señalando el pecho, a lo que Bal empujó la mano sorprendiendo a Siwel.
—Primero déjalo recuperar —dijo Bal, pero antes de terminar, se desplomó. Tanto Agustín como Siwel lo sostuvieron. Más tarde, Balbin estaba completamente inconsciente.
Siwel miraba los dibujos que Bal había distribuido, luego observó a Agustín, quien miraba al íncubo en la cama.
—¿Es hermosamente intrigante, no te parece?
Agustín se recompuso y fingió rectitud hasta que Siwel le puso la hoja frente a él.
—Estos… son garabatos tan arcaicos que pocos lograrían entrelazarlos de esa manera. Intrigante, intrigante.
Siwel sonrió con picardía y continuó mostrando.
—No deberías estar preparando el viaje —dijo Agustín.
—Balbin me preocupa, su estado no es el mejor...
—Es tan arrogante que no lo admitirá jamás —murmuró Agustin para sí mismo.
—¿En su lugar, podrías admitirlo?
Siwel sonreía, y la atmósfera se teñía de sombras. Sus ojos verdes brillaron con un fulgor que envolvió a Agustín, y poco a poco, el azul de sus pupilas se desvaneció, dejando solo el reflejo del mismo verde hipnótico. En un instante, Agustín estaba atrapado, sumergido en un trance irrompible.
—Responde la pregunta… —murmuró Siwel, su voz apenas un susurro que parecía resonar en algún rincón oscuro del alma de Agustín.