En un mundo devastado por el apocalipsis zombi, la supervivencia es una guerra constante. Ayanokouji Kiyotaka, un joven calculador y frío, escapa de la opresiva Sala Blanca solo para encontrar un mundo aún más brutal. Ahora, atrapado en el instituto Fujimi, debe usar su inteligencia y habilidades estratégicas para liderar a un grupo de estudiantes en medio del caos.
A medida que las hordas de muertos vivientes se acercan, Ayanokouji se enfrenta a una amenaza aún mayor: la traición y la desconfianza dentro de su propio grupo.
Mientras los aliados se vuelven enemigos y la violencia alcanza su punto álgido, Ayanokouji debe tomar decisiones drásticas para proteger a a los suyos. Entre la lucha por los suministros y la constante amenaza de los zombis, cada día se convierte en una prueba de ingenio y fuerza.
¿Podrá Ayanokouji mantener la unidad y liderar a su grupo hacia un futuro incierto, o caerá ante las fuerzas que buscan destruirlo?
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Capítulo 19: Ecos del Pasado
Ayanokouji Kiyotaka se sentó solo en la sala de la casa fortificada, con la luz tenue de la lámpara de pie proyectando sombras alargadas en las paredes. La batalla con los Vipers, la traición de Yuji y Mariko, y las decisiones difíciles que había tenido que tomar últimamente lo habían dejado agotado. Pero más que la fatiga física, era el peso mental lo que lo aplastaba. Mientras el resto del grupo dormía, Ayanokouji se permitió un momento para recordar su pasado, un pasado que siempre trataba de mantener enterrado.
La Sala Blanca. Solo el nombre evocaba una sensación de frío y desolación. Ayanokouji cerró los ojos y se dejó llevar por los recuerdos que tan cuidadosamente había intentado suprimir.
La Sala Blanca era una instalación secreta creada con un único propósito: producir individuos extraordinarios. Desde que tenía uso de razón, Ayanokouji había estado allí. Las paredes eran de un blanco inmaculado, una pureza que contrastaba con la dureza y la crueldad de lo que sucedía dentro. Los días se mezclaban, sin ventanas para indicar el paso del tiempo, solo un ciclo interminable de entrenamiento físico, mental y emocional.
El hombre detrás de todo esto era su padre, un hombre frío y calculador que veía a su hijo no como un niño, sino como un experimento. "La perfección solo se alcanza a través del sufrimiento", solía decir. Bajo esa premisa, Ayanokouji fue sometido a pruebas extremas que desafiaban sus límites en todos los aspectos posibles.
—Kiyotaka, tu objetivo es ser superior a todos. La empatía y las emociones son debilidades que no puedes permitirte —decía su padre con voz fría mientras observaba a través de una ventana de observación, sus ojos sin una pizca de calidez paternal.
Los otros niños en la Sala Blanca no eran amigos ni compañeros. Eran competidores, rivales que debían ser superados. Las pruebas incluían resolver complejos problemas matemáticos bajo presión, combates cuerpo a cuerpo, y experimentos psicológicos diseñados para romper la voluntad. Ayanokouji aprendió rápidamente que mostrar debilidad solo atraía más sufrimiento. Así, construyó un muro alrededor de sus emociones, una barrera impenetrable que le permitía sobrevivir.
Había un momento que nunca olvidaría. Tenía unos diez años y estaba encerrado en una habitación pequeña y oscura como parte de una prueba de resistencia psicológica. Llevaba horas allí, quizás días, y la soledad era abrumadora. En un momento de desesperación, había golpeado las paredes, gritando pidiendo ayuda. Pero nadie vino. Aprendió entonces que en la Sala Blanca, solo podía depender de sí mismo.
Con el tiempo, se convirtió en lo que su padre quería: una máquina eficiente, un ser que ejecutaba órdenes con precisión sin cuestionar. Sin embargo, la humanidad dentro de él nunca desapareció por completo, solo se ocultó profundamente. Esa chispa de humanidad fue lo que finalmente lo impulsó a escapar, a buscar una vida fuera de la opresiva sombra de la Sala Blanca.
Ayanokouji abrió los ojos, de vuelta en la realidad de la casa fortificada. A su alrededor, las paredes no eran blancas ni impolutas; eran desgastadas, marcadas por la lucha por la supervivencia. Pero representaban libertad, algo que había anhelado durante tantos años.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por un ruido suave. Se giró y vio a Saeko Busujima entrando en la sala, con su katana colgada a la espalda. Parecía sorprendida de encontrarlo despierto.
—¿No puedes dormir? —preguntó ella, acercándose.
Ayanokouji negó con la cabeza. —No realmente. Demasiadas cosas en mente.
Saeko se sentó frente a él, estudiándolo con una mirada perspicaz. —Pareces llevar un peso pesado. ¿Quieres hablar de ello?
Ayanokouji dudó. No era alguien que compartiera fácilmente su pasado. Pero algo en la calma y la fuerza de Saeko le dio confianza. Decidió hablar, aunque de manera vaga.
—Mi vida antes de esto... no fue fácil. Crecí en un lugar donde la empatía y las emociones eran consideradas debilidades. Me entrenaron para ser perfecto, para no mostrar nunca debilidad.
Saeko asintió lentamente. —Puedo entenderlo. La perfección es una carga. Te convierte en algo que no eres.
—Exactamente. —Ayanokouji hizo una pausa. —Y ahora, en este mundo, esa frialdad me ayuda a mantenerme enfocado. Pero a veces me pregunto si realmente estoy haciendo lo correcto.
Saeko lo miró con una mezcla de compasión y admiración. —Hemos sobrevivido gracias a tu liderazgo. Pero no olvides que todos aquí te apoyamos. No tienes que cargar con todo solo.
Ayanokouji asintió, apreciando sus palabras. —Gracias, Saeko. Intentaré recordarlo.
Saeko se levantó y, con un gesto de camaradería, le puso una mano en el hombro. —Descansa, Ayanokouji. Mañana será otro día difícil.
Ayanokouji la observó salir de la sala, sintiéndose un poco más ligero. Sabía que su pasado siempre sería una parte de él, pero también sabía que, con el apoyo de su grupo, podría enfrentar cualquier desafío que el futuro les deparara.
…
El padre de Ayanokouji Kiyotaka, Ayanokouji Senior, tiene una apariencia que refleja su personalidad y el rol que desempeña en la Sala Blanca. Es un hombre de mediana edad con una apariencia imponente y austera. Su cabello es oscuro y cuidadosamente peinado, a menudo con un ligero toque de canas que insinúan su experiencia y autoridad. Sus ojos son fríos y calculadores, siempre analizando y evaluando a quienes lo rodean. Su rostro está marcado por líneas de tensión y concentración, mostrando pocas emociones superficiales.
En cuanto a su actitud, Ayanokouji Senior es extremadamente disciplinado, meticuloso y exigente. Es un perfeccionista que tiene expectativas casi inhumanas tanto para sí mismo como para los demás, especialmente para su hijo. Su enfoque hacia la vida y el trabajo es rígido y controlado, priorizando siempre la eficiencia y los resultados. No tolera la mediocridad ni la debilidad, y es conocido por su capacidad de mantener la calma bajo presión, aunque su desaprobación puede ser devastadora.
Su interacción con otros es generalmente fría y distante. No es alguien que se incline hacia las emociones o las relaciones personales, viendo a las personas más como herramientas o proyectos que como individuos con valor intrínseco. Esta actitud se extiende a su relación con Kiyotaka, a quien ve principalmente como un producto de la Sala Blanca y un reflejo de su éxito o fracaso como líder del programa.