Sabía que acercarme a Leonel era un error.
Encantador y carismático, pero también arrogante e irreverente. Un boxeador con una carrera prometedora, pero con una reputación aún más peligrosa. Sus ataques de ira son legendarios, sus excesos, incontrolables. No debería quererlo. No debería desearlo. Porque bajo su sonrisa de ángel se esconde un demonio capaz de destrozar a cualquiera en cuestión de minutos. Y sé que, si me quedo a su lado, terminaré rota.
Pero también sé que no puedo –no quiero– alejarme de él.
Leonel va a destruirme… Y, aun así, estoy dispuesta a arder en su infierno.
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Capítulo 17 | Lucia [Segunda parte]
Leonel conduce en silencio por las calles vacías.
Son las dos de la madrugada. Ni siquiera me había percatado de lo tarde que es. Sus dedos están entrelazados en los míos y está muy callado.
— ¿Te encuentras bien? —susurro rompiendo el silencio
Leonel me mira un segundo antes de volver a fijar su vista en la carretera. —Si —su voz suena más ronca de lo normal—. Sólo estoy… pensando.
— ¿En qué? —susurro acariciando la piel de mano con mi pulgar.
—En lo que pasó la última vez que tuve una novia.
Mi corazón se detiene una fracción de segundo, pero me obligo a mantener mi expresión en blanco. Me pongo de rodillas sobre el asiento del carro y espero hasta que se detiene en un semáforo en rojo para tomar su cara entre mis manos y lo obligarlo a mirarme. —No soy ella —me sorprende la intensidad con la que hablo.
—Sé que no lo eres —dice mirándome a los ojos—. Pero yo si soy… yo. No quiero arruinarlo contigo como lo arruiné con ella. No quiero fallarte a ti. No quiero…
Mis labios se unen a los suyos en un beso urgente, acallando cualquier cosa que quiera decir. Mi lengua invade su boca sin pedir permiso y él gruñe en aprobación.
—Confío en ti —susurro contra su boca y pega su frente a la mía.
—No huyas de mí —susurra—. Voy a equivocarme, voy a ser un desastre, voy a hacer que quieras irte pero, por favor, no lo hagas.
La urgencia de sus palabras me hace ver lo mucho que está arriesgándose a mí lado y lo único que quiero es que sepa que no voy a irme a ningún lado. —No me iré —prometo—. Yo también voy a equivocarme y seré un desastre, y seré insegura, y seré todas esas cosas ridículas que puede llegar a ser una chica…, pero no me iré.
Leonel no pronuncia ni una sola palabra más, pero lo siento un poco más relajado.
Mi corazón late con fuerza contra mi pecho cuando aparca frente al edificio en el que vive. Bajo y siento mis rodillas temblando ante la expectativa de lo que puede suceder.
No habla mientras me toma de la mano y me guía escaleras arriba. No habla cuando busca sus llaves y tampoco habla cuando abre la puerta y se aparta para dejarme entrar.
Mi corazón retumba contra mis costillas a un ritmo inhumano, y mi respiración se atasca en mi garganta cuando lo oigo cerrar la puerta detrás de mí. Lenta y tortuosamente, envuelve sus brazos en mi cintura, pegando su cuerpo al mío. Mi espalda está pegada a su abdomen firme y fuerte.
Su respiración agita el cabello junto a mi oreja y toda mi carne se pone de gallina. Mis párpados revolotean hasta cerrarse y echo la cabeza hacia atrás. —Me encanta la manera en la que tu cuerpo embona con el mío —susurra contra mi oreja y un escalofrío recorre todo mi cuerpo.
Sus manos se deslizan sobre mi estómago y se posan en mi vientre. Mis labios se entreabren ante su cálido y posesivo gesto, y lo escucho susurrar—: Me encanta la forma en la que me besas… —su caricia se extiende hacia mis costados, hasta que sus manos aferran mis caderas—. Me encanta tu aroma y la curva de tu cadera —como para probar su punto, desliza sus manos de arriba hacia abajo, enmarcando esa curva—. Me encanta éste vestido… —aferra el material con los puños, subiéndolo con lentitud.
—L-Leonel… —murmuro, pero no estoy segura de qué es lo que quiero decir.
Retira el cabello de mi cuello y me inclino casi por instinto, dándole entrada a él. Su nariz roza mi pulso y aspira profundamente. —Oh, Dios mío —murmura. Su voz suena casi gutural.
Presiona sus labios contra la piel caliente de mi cuello y deslizo mi mano hacia atrás de su cabeza, sintiéndome valiente, incitándolo a besar mi cuello con avidez. Besos húmedos son depositados desde mi cuello hasta mi hombro y toda mi piel hormiguea justo donde me besa.
Me giro sobre mi cuerpo y me sorprende a mí misma que aún pueda mantenerme en pie, sobre todo cuando estoy deshaciéndome ante la intensidad de lo que está sucediendo entre nosotros. Ni siquiera me ha tocado y ya soyuna masa temblorosa de terminaciones nerviosas.
Rozo mis labios contra los suyos, apartándome cuando él intenta profundizar el beso. Sus ojos se abren y se clavan en los míos. Una tormenta azul y gris se mezcla en sus irises. —No juegues conmigo —susurra, pero noto que está deseando que vuelva a hacerlo.
Rozo mis labios contra los suyos una vez más, y me aparto otro poco. Él gruñe y se acerca para besarme. Yo me retiro cuando sus labios rozan los míos y una risa ronca brota de su garganta. —Está bien —murmura—. Si no puedo besar tus labios, voy a besarte en otro lugar.
Como para probar su punto, me aprieta contra su cuerpo, hundiendo la cabeza en mi cuello, dejando un rastro de besos húmedos hasta mi clavícula. —L-Leonel —suspiro y enredo mis dedos en las hebras oscuras de su cabello
Levanta la cabeza y enreda sus dedos en los míos. —Ven aquí —susurra, tirando de mí en dirección a su habitación. Las piernas apenas me funcionan, pero me las arreglo para seguirlo.
Cierra la puerta una vez que estamos dentro y me mira a los ojos con intensidad, en la penumbra. —Vamos a quitarte ese vestido —murmura y me tenso por completo.
—N-No —pido débilmente, dando un paso hacia atrás—. P-Por favor, no.
—Lucia, no me importa —dice acercándose, pero no estoy lista para que vea mis cicatrices. No sé si algún día estaré lista.
—Aún no, por favor —pido con la voz entrecortada.
Me mira por un largo momento, pero termina asintiendo. —De acuerdo, ven aquí —mis pasos flaquean, pero me obligo a caminar hasta que queda muy poco espacio entre nuestros cuerpos—. Quítate el sujetador —pide con la voz enronquecida y todo mi cuerpo se estremece en respuesta.
No tengo la más remota idea de cómo voy a hacerlo sin tener que quitarme el vestido, doy un paso hacia atrás y deslizo mi vestido hacia arriba. Sus ojos no dejan los míos mientras descubro mis bragas de algodón, mi vientre y mi estómago. Deslizo mis manos por mi espalda hasta que alcanzo el broche y lo deshago de un movimiento. Retiro los tirantes por mis brazos y saco el material sintiéndome ridículamente desnuda a pesar de que sólo he retirado una prenda.
Intento bajar el vestido, pero la voz de Leonel me detiene—: Déjalo así —susurra.
Acorta la distancia entre nosotros y siento su palma caliente contra mi espalda baja. —Prometo que no pasaré de aquí —desliza su mano hacia arriba. Justo en mi cintura.
Asiento sintiendo mi respiración atascándose en mi garganta. Su mano libre se desliza hacia arriba, sobre el material de mi vestido, y ahueca uno de mis pechos con suavidad. Un suspiro brota de mi boca y mis ojos se cierran con fuerza.
Su pulgar trabaja en la cima de mi pecho y toda la habitación se desvanece. Inclino mi cabeza hacia adelante, recargándola sobre su hombro, y él dirige su atención en mi otro pecho. Mis dedos arrugan su camisa dentro de mis puños y soy capaz de escuchar mi respiración entrecortada.
Me aparto sólo para besarlo y gruñe cuando deslizo mis manos por su pecho y su abdomen. Sus manos abandonan su caricia y se fijan en mis caderas, alzándome del suelo. Mis piernas se envuelven en sus caderas y siento cómo nos guía hasta su cama.
Se sienta sobre el colchón, dejándome a horcajadas sobre él. No dejo de besarlo mientras desabotono su camisa con dedos temblorosos. Tengo que parar de besarlo para concentrarme en la, ahora imposible, tarea de deshacer los últimos botones.
Una risa brota de su garganta mientras me concentro en reprimir el temblor de mis manos y así poder quitar su camisa y acariciar su pecho y abdomen.
Cuando por fin lo logro, deslizo mis manos por las ondulaciones de sus pectorales, rozando los pequeños pezones con ligereza.
Sus manos ahuecan mi trasero mientras acaricio la piel caliente de su pecho. Desliza caricias suaves por mis piernas y, de pronto, su caricia cambia, deslizando los dedos a la parte interna de mis muslos.
Sus labios buscan los míos en un beso húmedo y urgente, mientras me ayuda a ponerme de pie para sentarme sobre una de sus piernas. Sus manos exploran la piel de mis caderas y muslos antes de rozar ligeramente mi entrepierna cubierta por el material de mis bragas.
Me tenso por completo cuando él separa mis piernas con gentileza. Desliza el material de mis bragas hacia a un lado, rozando los rizos de feminidad con la punta de sus dedos. La vergüenza me asalta sólo por el hecho de que nunca había pensado en quitar el vello de ahí, pero a él no parece importarle en lo absoluto.
Su boca abandona la mía y mira hacia abajo. Está mirándome. Está mirando lo que está haciendo y me siento avergonzada y eufórica. Sus labios están enrojecidos por nuestros besos y su respiración es pesada y superficial.
Uno de sus dedos se abre paso entre mis pliegues y una nueva oleada de vergüenza me asalta debido a la humedad de mi centro. Mi respiración es superficial y un escalofrío recorre todo mi cuerpo.
—Oh, Dios mío, estás tan húmeda —su voz es tan ronca que apenas puedo reconocerla.
Su dedo se desliza de arriba hacia abajo un par de veces, haciéndome jadear ante la abrumadora sensación. De pronto su caricia se concentra en un solo punto y muerdo mi labio inferior, medio gimiendo.
— ¿S-Se siente bien? —pregunta y mi respuesta es un suave suspiro de puro placer.
Mis ojos están cerrados con fuerza, y apenas soy consciente de mí misma. No puedo concentrarme en otra cosa que no sea en su caricia. Un gemido suave brota de mi garganta cuando cambia el ritmo y, de pronto, deja de tocarme. Me levanta sobre mis pies y desliza el material de mis bragas, liberándome de ellas. Apenas puedo sostenerme en pie.
Me hace sentarme sobre su regazo. Mi espalda está pegada a su abdomen, y es entonces cuando abre sus piernas, obligándome a abrir las mías. Me siento expuesta, me siento deseada y aturdida. Todo esto es demasiado intenso.
Soy capaz de sentir el bulto entre sus piernas. Eso sólo hace que mi corazón lata aún más fuerte. Su mano se desliza por mi cintura hasta llegar a mi vientre, deslizándose un poco más hasta que tiene que buscar entre mis pliegues y continuar acariciándome, ésta vez, a un ritmo más intenso. Echo la cabeza hacia atrás, recargándola en su hombro.
— ¿T-Te gusta? —susurra contra mi oreja y enredo mi mano en su nuca.
—S-Si —tartamudeo en respuesta.
Su dedo se viaja hasta mi entrada y, lentamente, lo introduce en mí. Un gemido brota de mi garganta e intento cerrar las piernas como acto reflejo. La sensación es un poco incómoda e invasiva, y al mismo tiempo, es agradable. Él me sostiene en mi lugar, susurrando cosas dulces contra mi oreja. Ni siquiera soy capaz de registrar qué es lo que está diciéndome, pero el tono de su voz es dulce y tranquilizador.
—Oh, Dios mío, estás tan apretada —susurra y retira su dedo un poco, haciéndome jadear.
Desliza su dedo dentro y reprimo otro sonido. Comienza a bombear su dedo dentro y fuera de mi cuerpo. Siento todas sus articulaciones en mi interior y, poco a poco, voy acostumbrándome a sentir su caricia.
Su palma roza mi punto más sensible y la mezcla de sensaciones se vuelve cada vez más intensa. Comienza a intercalar caricias, a veces desliza su dedo en mi interior, y otras acaricia mi punto más sensible. Mi respiración es un resuello constante. Estoy acalorada y sólo puedo concentrarme en lo que está haciéndome.
Su mano libre traza caricias a lo largo de cuerpo, en mis piernas, mi vientre, mis pechos…
Me encuentro alzando las caderas en la búsqueda de su caricia y él gruñe cuando un gemido suave brota de mi garganta. — ¿Estás cerca? —pregunta y mi respuesta es un balbuceo incoherente.
Su caricia cambia el ritmo y todo mi cuerpo comienza a temblar incontrolablemente. Aferro mis manos a sus muslos vestidos y echo mi cabeza hacia atrás, recargándola en su hombro. —L-Leonel… —tartamudeo en un suspiro y él besa mi cuello.
—Tan hermosa —murmura contra la piel de mi cuello y sé que estoy a punto de estallar en fragmentos.
Todo mi cuerpo se tensa ante la inminente oleada placentera que me golpea y ahogo un gemido particularmente ruidoso. Mis caderas se alzan con fuerza y él me sostiene, sin dejar de acariciarme, absorbiendo todos los espasmos de mi orgasmo.
Todo mi cuerpo tiembla cuando me dejo caer sobre su cuerpo. Su mano aún me acaricia con suavidad y coloco mi mano sobre la suya en un débil intento de detenerlo debido a la abrumadora sensación que me invade.
Su respiración suena casi tan irregular como la mía. Deposita un beso suave en mi cuello y desliza su mano hasta mi vientre, sosteniéndome. Mis piernas tiemblan y apenas soy consciente de mí misma.
— ¿Estás bien? —Susurra con la voz enronquecida y me tomo un momento antes de asentir—, ¿se sintió bien?
Una risita débil brota de mis labios y asiento una vez más. Él ríe también.
—Dime, por favor, que nunca nadie te había tocado de ésta manera —noto cómo se tensa en la espera de mi respuesta.
—N-Nunca. Nadie —susurro y me sorprende lo inestable que suena mi voz.
Se relaja notablemente y me ayuda a levantarme, depositándome sobre la cama. —Necesito una ducha fría —masculla y siento el rubor instalándose en mis mejillas cuando se recuesta a mi lado, acercándome a su cuerpo para besar mis labios
—Necesito mi ropa interior —mascullo contra su boca y él ríe.
—Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida —dice mirándome a los ojos—. Eres la mujer más hermosa que existe y no puedo creer que estés aquí, ahora, conmigo…
—Eres el hombre más dulce de la tierra —susurro rozando mi nariz contra la suya en un gesto cariñoso.
—Dame unos minutos —masculla—. De verdad necesito una ducha helada.
Una risa ronca brota de mi garganta cuando se levanta y hace su camino hasta la puerta de la habitación. Me echa una última mirada y me siento pudorosa, deslizando mi vestido hacia abajo para cubrir mi desnudez. — ¡Dios, eres hermosa! —exclama con una sonrisa y sale de la habitación.