Tenias Que Ser Tú...

Luciana

El fin de semana pasó volando. Fueron tantas las alegrías compartidas que aún siento que estoy viviendo un sueño.

Hoy me levanté más temprano de lo habitual: es el primer día de clases de Clara y quiero acompañarla. Ella está emocionada, aunque sé que también siente nervios.

Cuando salí de mi habitación, ya estaba bañada y vestida, con su uniforme impecable y la sonrisa más bonita del mundo. La noche anterior habíamos dejado todo listo: útiles, libros y zapatos bien lustrados.

—Clara, te ves hermosa —le dije abrazándola con orgullo.

—Gracias, hermana. Todo esto es un sueño… y tú lo hiciste posible. Bueno, tú y el señor Emiliano.

—Aprovecha esta oportunidad, hermanita. Estudia, para que nunca tengas que pasar por lo que yo pasé.

Ella me miró con ternura, pero luego frunció el ceño.

—Lucy, hoy vas a ver a ese hombre, ¿verdad?

—Sí, después de dejarte en el colegio iré a hablar con él —le respondí.

—Ten cuidado. Sabes que ese hombre es peligroso.

—No te preocupes —le dije sonriendo—. Sé defenderme. Ahora espérame, voy a bañarme y luego preparamos el desayuno.

Cuando llegamos a la casa grande, Elena ya estaba en la cocina adelantando el desayuno. Saludó con cariño a Clara, a quien cada día quiere más; han formado una linda amistad.

Subí a despertar a los gemelos. Al pasar por la habitación de Emiliano, lo vi terminando de guardar sus libros. Es un muchacho responsable y silencioso, tan diferente a los demás chicos de su edad. Camila se maquillaba frente al espejo, mientras la pequeña Sol se hacía la dormida, pero al final logré levantarla, vestirla y peinarla.

Con todos listos, bajamos al comedor. Solo faltaba el señor.

Golpeé suavemente la puerta de su habitación.

—Buenos días, señor.

—Pasa, mi amor —escuché desde adentro.

Entré… y me quedé paralizada. Tenía una toalla enrollada a la cintura y el cabello húmedo. Su cuerpo mojado brillaba bajo la luz tenue del cuarto.

—¿Cómo dormiste, mi vida? —me preguntó acercándose para besarme la frente.

—Bien, muy bien —balbuceé, intentando no sonrojarme.

—¿Qué pasa, amor? ¿Estás nerviosa? —susurró tomándome por la cintura.

Sonreí, pero el corazón me latía tan fuerte que temí que pudiera oírlo.

—Un poco, lo admití.

Él sonrió y rozó mis labios con los suyos.

—Hoy estás más hermosa que nunca.

—Por favor, pare… tenemos que bajar, los niños nos esperan.

—Te salvas por hoy, pero no siempre será así.

Sonreí nerviosa y salí de la habitación. Si seguía comportándose así, tarde o temprano caería en la tentación.

Después del desayuno, salí con Clara y Emiliano rumbo al colegio. Mi hermana iba radiante; sus ojos brillaban por la ilusión del primer día. Emiliano, como siempre, guardaba silencio, mirando por la ventana. A veces me pregunto en qué piensa tanto.

Al llegar, lo vi tomar la mano de Clara para guiarla hasta su salón. Saber que estarán cerca me da tranquilidad.

Pedí al chofer que me dejara unas cuadras antes del bar. Allí me esperaba Tania, mi amiga de toda la vida.

—Lucí, me alegra verte —me dijo abrazándome.

—A mí también, Tania. ¿Cómo estás?

—Mal. Ese hombre está cada vez peor. Ayer golpeó a dos meseras. Ten mucho cuidado, por favor.

—No te preocupes. Llegó la hora de enfrentar mi pasado.

Al entrar al bar, los gritos se escuchaban desde la oficina. Todo seguía igual, o quizá peor.

—Buenos días, dije entrando con calma.

—Lucianita… justo lo que faltaba para arruinar el día, respondió él con una sonrisa falsa.

—Esto es para usted, le dije entregándole un sobre.

Lo abrió, contó el dinero y murmuró:

—Esto es solo la mitad de lo que me debes.

—El próximo mes le pagaré el resto.

—O podrías volver a trabajar y saldarlo más rápido.

—Eso no va a suceder.

Su rostro cambió al instante. Se levantó y me tomó del cuello.

—¿De qué hablas, maldita? Firmaste un contrato.

—Suélteme.

—Esta noche te quiero aquí a las siete. Si no… tu hermanita pagará las consecuencias.

Me arrojó al suelo con fuerza. Sentí el aire escaparse de mis pulmones, pero no retrocedí.

—No lo haré. Mátame si quieres, pero ya no le tengo miedo. El mes que viene le pago todo.

Él me agarró del cabello, furioso.

—Ganas no me faltan de deshacerme de ti.

—Entonces hágalo. Ya no tengo nada que perder.

El golpe fue seco. Caí al piso, aturdida. Sentí el sabor metálico de la sangre.

—Eso es lo que quieres, eso tendrás, dijo mientras sacaba su arma.

Y entonces escuché una voz firme detrás de él.

—Si valoras tu vida, suelta esa arma. Ahora.

El hombre se giró, temblando.

—Señor, solo es una mujer que no quiere cumplir su contrato.

—Te dije que la sueltes. Es una orden.

Su voz… me resultaba familiar. Él me ayudó a ponerme de pie. Sus ojos, profundos y firmes, me estremecieron.

—Vete, Luciana. Y olvida esa deuda. A partir de hoy está cancelada. Tienes mi palabra.

Lo miré, confundida. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué me defendía? Sentí que lo conocía, pero mi mente estaba nublada por el dolor.

Salí tambaleándome del bar. Tania corrió a mi encuentro y me ayudó a subir a un taxi.

Quería llevarme al hospital, pero no se lo permití.

No sé cómo voy a explicarle todo esto a Emiliano… ni cómo esconderle las marcas de mi pasado que acaban de abrirse otra vez.

Muchas gracias por la paciencia y la espera de cada capítulo, hoy actualizaré uno más.

Estoy atenta a sus comentarios.