Amar a uno la sostiene. Amar al otro la consume.
Penélope deberá enfrentar el precio de sus decisiones cuando el amor y el deseo se crucen en un juego donde lo que está en riesgo no es solo su corazón, sino su familia y su futuro.
NovelToon tiene autorización de HRHSol para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 19.
Penélope conducía con las manos firmes sobre el volante, pero su respiración era rápida y entrecortada. Cada recuerdo de la frase venenosa de Sophi en la sala de juntas le quemaba la piel. No era solo lo que dijo, sino cómo lo dijo, como si buscara abrir una grieta entre ella y Kylian, un espacio que, aunque pequeño, podía ser fatal.
Kylian, sentado a su lado, intentaba leer la expresión de Penélope sin éxito. Sabía que algo hervía debajo de su compostura.
—¿Vas a hablar o solo vas a morder el volante? —preguntó con voz calmada, aunque su propia tensión se colaba entre las palabras.
—¿Hablar? —escupió ella, girando ligeramente la cabeza—. ¿De qué quieres que hable? ¿De la manera en que tu compañera de oficina intenta envenenarme en mi propio trabajo?
Kylian suspiró, buscando un equilibrio que no encontraba.
—No puedo controlar lo que dice Sophi, Penn… pero podemos decidir cómo reaccionar.
—¡Reaccionar! —exclamó ella, golpeando con la palma de la mano el volante—. ¿Decidir? No puedo decidir que ella no meta veneno en mi vida, Kylian. No puedo decidir que tú no guardes secretos.
Él la miró, con un hilo de paciencia y frustración mezclados, mientras sus dedos tamborileaban sobre el volante.
—No son secretos, son… precauciones. Para protegerte.
—¿Protegerme? —repitió con un hilo de ironía—. Protejerme de qué, de ti mismo y de tus… tus…
Se detuvo, atrapada por el pensamiento que no podía pronunciar. Kylian bajó la mirada un instante y respiró hondo.
—De mí, de lo que no puedo controlar.
El silencio llenó el auto como un manto pesado, interrumpido solo por el motor y los ruidos de la ciudad. Cada kilómetro hasta la guardería parecía estirarse, y Penélope no podía decidir si odiaba más a Sophi o a Kylian.
Cuando llegaron, Max los recibió con la energía habitual, ajeno a la tensión que saturaba el auto. Jack, más perceptivo, los miró con ceño fruncido, preguntando con inocencia:
—¿Todo bien?
—Sí, cariño, todo bien —respondió Penélope, forzando una sonrisa—. Solo tuvimos un día largo.
Mientras Jack ayudaba a Max a colocarse el abrigo, Penélope y Kylian intercambiaron una mirada cargada de reproche y culpa. Nadie dijo nada, pero ambos sabían que el silencio contenía más verdades que cualquier palabra.
De regreso a casa, la cena fue un ejercicio de tensión contenida. Penélope movía el tenedor con fuerza, mientras Kylian cortaba la carne en silencio. Ni un gesto de cercanía, ni una palabra que no estuviera teñida de irritación. La luz cálida del comedor no lograba suavizar la sensación de frialdad que los envolvía.
—¿Quieres un poco de pan? —preguntó Penélope, intentando al menos un hilo de normalidad.
—No, gracias —respondió él, sin mirar—.
Ella se mordió el labio, deseando que la conversación se desarrollara de otra manera, deseando que él simplemente dijera algo que rompiera la barrera. Pero Kylian estaba atrapado entre el deseo de disculparse y la necesidad de mantener ciertos secretos que, si salían a la luz, podían cambiarlo todo.
Después de cenar, recogieron juntos la mesa, pero cada movimiento era mecánico, como si siguieran una coreografía aprendida y fría. Los niños fueron acostados primero por Penélope, con Jack más atento que nunca, y Max mostrando un cansancio que contrastaba con la energía habitual. Penélope sintió un peso extra en el pecho al observarlos dormir, mientras la pelea del día parecía reflejarse en la quietud de la habitación.
Kylian permaneció unos instantes en la puerta, mirándola desde lejos. Su respiración se mantenía constante, su postura controlada, pero había un temblor en la mandíbula que solo ella podía percibir. Finalmente, se acercó lentamente, dejando que sus dedos rozaran la mejilla de Penélope.
—Lo siento —susurró—. No quise…
—No —lo interrumpió ella, volviendo la cabeza para que no lo tocara—. No quiero excusas.
Él bajó la mirada, respirando hondo. La tensión entre ambos no necesitaba palabras para ser sentida, pero aún así lo intentó:
—No es solo Sophi… es todo. Estoy… he cometido errores.
Penélope cerró los ojos un instante, dejando que la ira y la confusión se mezclaran. Sabía que lo que él llamaba “errores” incluía secretos que aún no conocía del todo. Y su mente no dejaba de imaginar escenarios imposibles: él con otra, o… con Eric.
—Kylian —susurró con voz temblorosa—. Necesito saber que aún hay algo real entre nosotros. Que lo que siento por ti no se desmorona por… esto.
Él asintió, con los ojos brillando de tensión contenida.
—Aún estás conmigo, Penn. Siempre lo estarás. Pero hay cosas que… aún no puedo decir.
Penélope apoyó la frente contra la almohada, respirando hondo. Sabía que la guerra no había terminado, que cada secreto, cada gesto, cada mirada contaba. Pero por ahora, se conformó con esa promesa silenciosa, mientras el reloj avanzaba y la noche se cerraba sobre ellos, cargada de sospechas, deseos y la tensión que los mantenía despiertos.
En la penumbra, mientras los niños dormían en su habitación, ambos se quedaron en silencio, cada uno inmerso en su propia tormenta, con la certeza de que el mañana traería nuevas batallas. Y en ese silencio, la pregunta flotaba en el aire, imposible de responder: ¿cuánto podrían soportar sin que todo se viniera abajo?
...----------------...
Los días siguientes transcurrieron como un péndulo: casa, oficina, niños, silencios.
Penélope y Kylian se movían en automático, cumpliendo cada gesto aprendido, como actores en una obra que habían representado demasiadas veces. El café servido sin una palabra de más, los platos recogidos en silencio, los besos de despedida que se convirtieron en meros roces en la mejilla.
Jack los observaba con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—¿Por qué ya no se ríen en la mesa como antes? —preguntó una mañana, mientras removía su taza de leche.
Penélope apretó la cuchara con tanta fuerza que el metal tintineó contra la porcelana.
—Estamos cansados, cariño. Eso es todo.
Kylian, sentado frente a él, intentó sonreír.
—Las cosas del trabajo, Jack. Pero todo está bien.
El niño frunció el ceño, no del todo convencido, pero dejó el tema en paz. Max, en brazos de Penélope, balbuceaba ajeno, repartiendo migas de galleta en el suelo.