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Lo Que Debía Permanecer Oculto

Lo Que Debía Permanecer Oculto

Status: Terminada
Genre:Romance / Época / Fantasía épica / Edad media / Completas
Popularitas:638
Nilai: 5
nombre de autor: MIS HISTORIAS

Kaela Norwyn nunca buscó la verdad. Pero la verdad la encontró a ella.
Tras la muerte de su madre, Kaela inicia un viaje hacia lo desconocido, acompañada por un joven soldado llamado Lioran, comprometido a protegerla… y a proteger lo poco que queda de un apellido que muchos creían extinto. Lo que comienza como un viaje de descubrimiento personal, pronto se transforma en una carrera por la supervivencia: antiguos enemigos han regresado, y no todos respiran.
Perseguidos por seres que alguna vez estuvieron muertos —y no por decisión propia—, Kaela y Lioran desentrañan un legado marcado por pactos silenciosos, invocaciones prohibidas y una familia que hizo lo impensable para mantener a salvo aquello que debía permanecer oculto.
Entre la lealtad feroz de un abuelo que nunca se rindió, el instinto protector de un perro que gruñe antes de que el peligro se acerque, y el amor contenido de un joven

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Capitulo 19

El sol aún no se había escondido del todo cuando Lioran salió en silencio por una de las puertas traseras del Vado Gris, envuelto en su capa y cargando una pequeña bolsa de cuero. Nadie lo detuvo. Y eso era parte del plan.

Excepto por Niebla, que lo seguía con su acostumbrado sigilo delator, caminando a su lado con expresión de: “¿A dónde crees que vas sin mí?”

—Sabía que me seguirías —dijo Lioran, sin voltear.

Niebla soltó un leve “uff” nasal que, para cualquier otro, habría pasado desapercibido. Pero Lioran ya entendía esos sonidos. Sabía que el perro no lo dejaría hacer nada “romántico” sin supervisión.

—Necesito una noche. Solo una noche. Sin gruñidos ni interrupciones. ¿Podrías… no estar? Solo por hoy.

Niebla se detuvo. Lo miró. Parpadeó una vez. Claramente no.

Lioran suspiró. Luego, como quien se prepara para enfrentar un dragón, se agachó, abrió su bolsa… y sacó el trozo de carne curada más grande y jugoso que había conseguido en todo el Vado Gris.

—Esto es para ti. Entero. Sin compartir.

Niebla inclinó la cabeza. Dudó.

—Y… —añadió Lioran, bajando la voz como si el trato fuera sagrado— si me das esta noche, también te daré una de las galletas de Kaela. De las especiales.

Silencio.

Niebla se sentó. Luego, como quien acepta un pacto de sangre, movió la cola… una vez.

Trato hecho.

Con eso resuelto, Lioran siguió su camino.

El herrero del Vado Gris —un hombre tosco, de pocas palabras— lo esperaba ya con un pequeño estuche de terciopelo oscuro.

—No es común que un caballero me pida algo tan delicado —comentó mientras se lo entregaba—. ¿Es para la dama?

—Para la única dama —respondió Lioran.

El anillo era de plata antigua, con un pequeño fragmento de crisopraso negro en el centro. Eldran le había confiado la gema con una sola condición: “Haz que signifique algo. No solo que luzca bien.”

Y eso había hecho.

Guardó el estuche con cuidado y se dirigió al punto de encuentro.

**

La noche estaba en su punto más sereno cuando Kaela llegó a lo alto de la colina. Lioran la esperaba sobre una manta extendida bajo el cielo estrellado, con un picnic cuidadosamente dispuesto: pan recién horneado, frutas jugosas, queso suave y una infusión de frutos rojos aún humeante. Todo sencillo, pero preparado con esmero.

—¿Así que esto es una cita? —preguntó Kaela, sonriendo mientras se acomodaba junto a él.

—No sé si cumpla con los protocolos reales —dijo Lioran—, pero tiene pan robado, galletas y un soborno bien ejecutado.

—¿Soborno?

—A Niebla.

Kaela lo miró como si dudara.

—¿Y qué le diste?

—Un trozo entero de carne curada. De la buena. Y una de tus galletas.

Kaela se llevó una mano al pecho.

—¿¡Una de mis galletas!?

—Fue por el bien común —replicó él, levantando las manos en defensa—. Lo necesitaba distraído. Solo esta noche. Solo tú y yo.

Kaela suspiró y rió al mismo tiempo.

Comieron en paz. Compartieron palabras suaves, silencios cómodos, y miradas que decían más de lo que se atrevían a nombrar. Cuando la comida terminó y solo quedaba el murmullo de la brisa nocturna, Lioran se volvió hacia ella.

—Kaela…

Ella lo miró.

—Cuando tu abuelo nos presentó como prometidos, lo hizo por formalidad. Por estrategia. Pero yo… —sacó el pequeño estuche de terciopelo oscuro y lo sostuvo en la palma— …yo quiero que eso sea real. No por una obligación. Sino porque tú eres lo único que quiero construir en medio de este mundo que se cae a pedazos.

Kaela abrió los ojos, sorprendida. No era una propuesta formal, pero el significado pesaba igual. Lioran no le abrió el estuche. No la obligó a nada. Solo dejó las palabras caer entre ellos con ternura y respeto.

—Y también quería disculparme —añadió, bajando un poco la voz—. Por aquel beso en la torre… no estuvo bien. Soy mayor que tú. Debí esperar. No fue correcto de mi parte.

Kaela lo miró con seriedad… y luego negó suavemente con la cabeza.

—Está bien. A mí no me pareció un error. Pero entiendo lo que sientes, y… estoy de acuerdo. Ese es un límite que no debemos cruzar aún. Me gusta que me respetes. Me gusta que me esperes. No quiero que lo que nazca entre nosotros se manche por prisa o impulsos.

Hizo una pausa, sonriendo con dulzura.

—Y sí, quiero ser tu prometida de verdad. No porque alguien lo diga, sino porque tú me lo estás pidiendo. Porque quiero caminar contigo.

Lioran tragó saliva. Emocionado, conmovido. Se inclinó hacia ella y le besó la cabeza con una delicadeza reverente. Un gesto cargado de promesa, de devoción.

Kaela se abrazó a él… y luego, con una chispa traviesa en la mirada, comenzó a llenarlo de besos por toda la cara: una en la mejilla, otra en la frente, otra en la sien, una en la punta de la nariz.

—¡Oye! —protestó Lioran, riendo— ¡Esto no es equilibrado!

—Es mi turno de sellar el compromiso, ¿no? —dijo ella, sin detenerse.

Y justo cuando el momento no podía ser más perfecto…

¡Empujón!

Niebla apareció de la nada, como si hubiera estado cronometrando el momento exacto para interrumpir. Se acercó por detrás y empujó a Lioran con su enorme cabeza, haciéndolo rodar ligeramente sobre la manta.

—¡¿Niebla?! —gritó Lioran, levantándose medio indignado, medio cubierto de migas— ¡¡¿Tú también?! ¡¿Tú?! ¡¿Después del soborno?!

Niebla simplemente se sentó a su lado. Majestuoso. Silencioso. Sin una pizca de arrepentimiento.

Kaela estalló en risas, sin poder contenerse. Lioran, con el cabello un poco desordenado, lo señaló.

—¡Traidor! ¡Vendiste tu lealtad por una galleta! ¡Una sola!

Niebla bostezó.

—¡Y ni siquiera fue una de las rellenas!

Kaela se dobló de la risa, y Lioran, después de unos segundos, no pudo más que reír también, derrotado.

El anillo aún estaba guardado. No era el momento de entregarlo.

Pero sí había sido la noche para sellar algo más fuerte.

No con ceremonia.

No con testigos.

Sino con pan, estrellas, un beso en la cabeza… y una traición peluda que solo confirmó lo inseparable que ya eran.

**

El amanecer había comenzado con un silencio extraño, más pesado que la calma. En el Vado Gris, esa quietud se rompió de forma abrupta cuando los primeros gritos atravesaron el aire.

—¡El santuario! ¡Fuego! ¡El del norte ha sido destruido!

Kaela y Lioran, que aún compartían los restos del picnic en la colina, se pusieron de pie de inmediato. Niebla gruñó bajo, sus sentidos en alerta. Corrieron cuesta abajo sin preguntar, sin detenerse. La tranquilidad de la noche anterior se evaporaba con cada paso.

Cuando llegaron al límite del bosque, el aire ya estaba impregnado de humo y ceniza. Donde antes se alzaba el santuario de piedra —custodio silencioso de oración y protección—, ahora sólo quedaban ruinas calcinadas.

Y sobre las piedras ennegrecidas, grabado de forma grotesca, estaba el símbolo:

Una estrella de ocho puntas.

Una lágrima negra en el centro.

El Ojo Oscuro.

Kaela se llevó una mano a la boca.

—No… aquí no… —susurró, retrocediendo un paso.

Las llamas ya habían sido apagadas, pero el olor a muerte y quebranto permanecía. Algunos sacerdotes murmuraban oraciones rotas, otros lloraban de rodillas. El silencio de fe rota era más desgarrador que cualquier grito.

Darel llegó apresuradamente, sin su habitual extravagancia. Llevaba el cabello despeinado, la túnica mal abrochada.

—¿Cómo demonios ocurrió esto? —murmuró al ver el símbolo—. Ni siquiera el aire aquí se había corrompido antes…

—¿Cuándo fue? —preguntó Lioran a uno de los templarios.

—Durante la madrugada. Nadie escuchó explosiones. Solo… despertamos y ya estaba destruido.

Eldran llegó caminando con la espalda tensa y la mandíbula endurecida. Cuando vio el símbolo, se detuvo como si un peso invisible le hubiera caído encima.

—Esto no es un acto de intimidación —dijo con voz grave—. Es una declaración de guerra.

Kaela se arrodilló entre las piedras y posó la mano sobre una que aún estaba tibia. Sintió una energía extraña… una ausencia. Como si algo hubiera sido arrancado del lugar con violencia.

—Ya no protege… —susurró.

Lioran se arrodilló a su lado, tocando el suelo quemado.

—¿Estás bien?

Ella asintió sin hablar. Pero sus ojos, empañados, decían otra cosa.

Entre las cenizas, un niño del templo encontró algo. Corrió hacia Darel con cuidado y le entregó una pluma. No era de ave. Era negra, alargada, casi metálica. Darel la sostuvo un instante antes de alejarla, como si quemara.

—Esto no es natural.

—No —dijo Eldran, con el rostro helado—. Esto es lo que queda cuando los velos que protegen el mundo comienzan a rasgarse.

Kaela se incorporó lentamente. Su voz era serena, pero firme:

—Esto ya no es una historia antigua. Ni un mito en los libros. Está aquí. Y está empezando.

Lioran le apretó la mano.

—Entonces lo enfrentaremos. Juntos.

**

Unos momentos después, mientras los sacerdotes comenzaban a cerrar el área y los guardias intentaban mantener a los curiosos lejos, Lioran notó que Darel no se había marchado.

—¿Qué haces aún aquí? —le preguntó, desconcertado.

Darel se sacudió un poco la ceniza de la manga con una sonrisa forzada.

—¿Irme? Por favor. No me perdería la organización del compromiso por nada del mundo.

—¿El… compromiso? —repitió Lioran.

—Claro. Con hombres tan celosos cerca de la princesa, alguien tiene que asegurar que todo sea hermoso, elegante y... sin manchas de posesividad medieval.

Lioran frunció el ceño. Eldran lo miró con expresión de advertencia.

Niebla gruñó.

Darel los miró uno por uno con fingida inocencia.

—¿Dije algo malo?

Kaela, que aún tenía las manos llenas de hollín y el corazón encogido por lo ocurrido, soltó una risa que rompió por completo la tensión. Una risa clara, honesta. Justo lo que todos necesitaban.

—Darel —dijo ella entre risas—, algún día Niebla te va a morder por tus comentarios.

—Lo sé —dijo él, orgulloso—. Pero ese día… ¡haré que lo pinten en un mural!

Lioran suspiró, resignado.

—¿Por qué me rodeo de locos?

—Porque sabes que solos… no sobreviviríamos a esto —respondió Kaela.

Y mientras el humo se disipaba y el símbolo ardía grabado en la memoria de todos, ellos supieron que el tiempo de la espera había terminado.

Ahora… debían actuar.

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