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Ángeles Y Demonios 2 La Sombra De La Verdad

Ángeles Y Demonios 2 La Sombra De La Verdad

Status: En proceso
Genre:Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Reencuentro / Villana
Popularitas:8.9k
Nilai: 5
nombre de autor: Dane Benitez

Aun cuando los años pasen como un río imparable, la verdad se abre paso como un rayo de luz entre la tormenta, para revelar lo que se creía sepultado en las profundidades del silencio.

Así recaería, con el peso de una tormenta anunciada, la sombra de la verdad sobre la familia Al Jaramane Hilton. Enemigos de antaño, armados con secretos y rencores, volverían a tambalear la paz aparentemente inquebrantable de este sagrado linaje, intentando desenterrar uno de los misterios más sagrados guardados con celo... Desatando así una nueva guerra entre el futuro y el pasado de los nuevos integrantes de este núcleo familiar.

Aithana, Aimara, Alexa y Axel, sobre todo en la de este último, donde la tormenta haría mayor daño.

🌹🖤

NovelToon tiene autorización de Dane Benitez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPITULO 18

     Sacudida al corazon

Aimara

El móvil vibra insistentemente por tercera vez esta mañana, rompiendo el silencio concentrado de mi consulta. Miro la pantalla y, al ver el nombre de Axel, siento una oleada de calidez familiar que contrasta con la tensión acumulada en mis hombros por lo acontecido en los últimos días. Lo cojo de inmediato, activando la cámara para que su rostro preocupado aparezca en el pequeño rectángulo luminoso.

__Hola preciosa mía. ¿comó estas?

— ¡Todo está bien, hermanito! —le aseguro con una sonrisa forzada, pero genuina, intentando transmitirle la calma que sé tanto necesita.

—Siento mucho fastidiarte, pequeña, pero no puedo evitar angustiarme por ustedes —responde él, su voz grave teñida de esa protección instintiva que siempre ha definido a mi hermano Sus ojos claros, idénticos a los de mama reflejan el peso invisible que carga desde el incidente con Alexa.

—Lo sé, cariño, pero estoy bien. ¿Qué tal va tu mañana? —le pregunto, recostándome un poco en la silla ergonómica de mi consultorio, rodeada de estanterías llenas de libros médicos y dibujos infantiles que mis pequeños pacientes me han regalado.

—Todo está bajo control, hermosa. En un rato iré a casa de los abuelos y luego a casa —me informa—. ¿Te apetece que vaya por ti y comamos junto a Aithana? —propone, su tono esperanzado como si un almuerzo entre los tres pudiera disipar las sombras que nos acechan.

En otro momento, no dudaría en aceptar; pasar un rato con mis compañeros de vientre

.

—No puedo, Axel. Tengo un paciente en una hora —le explico con un suspiro, aunque el rechazo me duele un poco.

—Tranquila, ya nos veremos cuando llegues a casa esta noche. Te amo —dice, y me lanza un beso virtual que me arranca una sonrisa auténtica a través de la pantalla—. Recuerda que estoy al pendiente de ti. Llámame si algo pasa.

—Te adoro tanto —le devuelvo el gesto, sintiendo un nudo en la garganta antes de colgar.

Guardo el móvil en el cajón y me recuesto contra el espaldar de mi silla, masajeando mis sienes con los dedos. Un dolor sordo late allí, alimentado por el estrés que no me abandona. Estos últimos días han sido un torbellino emocional: el atentado contra Alexa ha transformado nuestra vida en una fortaleza invisible. Papá nos llama cada dos por tres, su voz ronca por la ansiedad; los nervios de mamá apenas se han calmado, y nosotras —sus hijas— nos sentimos como piezas en un tablero de ajedrez, vigiladas sin descanso. Extraño esos días despreocupados en los que podía caminar por la ciudad sin que dos sombras robustas me siguieran paso a paso, o sin que media docena de ojos invisibles me escanearan desde puntos ciegos. La libertad se ha convertido en un lujo que ya no nos pertenece.

Verifico la hora en el reloj de pared, un viejo artefacto de madera que tic-tac como un recordatorio constante del tiempo que se escapa. Cuando veo que la próxima consulta se acerca, una sacudida eléctrica recorre mi cuerpo entero, haciendo que mi pulso se acelere. No sé si es el agotamiento o algo más... tal vez el hecho de que lo único que ha distraído mi mente del caos familiar haya sido un par de ojos color esmeralda, profundos y enigmáticos, que han invadido mis pensamientos como un sueño recurrente.

Me pongo de pie para estirar las piernas entumecidas, organizando los instrumentos en la camilla y revisando las notas en mi tableta. El aroma a desinfectante limpio llena el aire, un olor que solía reconfortarme, pero que hoy solo acentúa mi fatiga.

—Doctora Aimara —me llama la enfermera desde la puerta entreabierta, asomando medio cuerpo con su uniforme impecable—. La doctora Altamira me ha encargado que le diga si es posible que le cubra el turno de esta noche en emergencias de adultos —explica con una sonrisa de disculpa, como si supiera el sacrificio que implica.

Tardo unos segundos en procesarlo, mi mente calculando el costo: amanecería hasta el día siguiente y luego encadenaría con mi turno normal, dejando mi cuerpo al borde del colapso. Debería decir que no, priorizar mi descanso... pero mi corazón, blando como el de un pollo, no puede negarse cuando intuyo que la ausencia de mi colega es por una razón importante, quizás una emergencia familiar.

—Dile que lo haré. Al desocuparme iré a casa a descansar un poco o lo haré aquí mismo —respondo, y ella asiente con alivio antes de cerrar la puerta con un clic suave.

Me recojo el cabello en un moño alto, sintiendo el alivio temporal de liberarlo de mi cuello, y me pongo la bata blanca que cuelga del perchero. Justo cuando estoy por sentarme de nuevo, la puerta se abre con un chirrido sutil. Una loción masculina intensa, me envuelve de golpe, avasallándome por completo. Los vellos de mis brazos se erizan, y un escalofrío recorre mi espina dorsal, como si mi cuerpo reconociera la presencia antes que mi mente.

—Buenos días —dice una voz grave y ronca que rasga la tensión en el aire como un trueno.

Levanto la vista lentamente, y mis ojos se encuentran con los suyos: esmeraldas hipnóticas que me clavan en el sitio. Su cabello oscuro cae desordenado, sin rastro de fijador, dándole un aire salvaje y encantador. Lleva una camisa negra arremangada hasta los codos, revelando antebrazos fuertes que me hacen tragar saliva con dificultad. (no me ha pasado antes).

Sin embargo, es la preciosura en sus brazos quien me saca una sonrisa radiante de oreja a oreja, disipando por un instante el torbellino en mi cabeza.

Los preciosos rizos negros caen en cascada sobre sus hombros diminutos, y sus mejillas regordetas brillan como perlas bajo la luz fluorescente. Sus ojos —idénticos a los de su padre, grandes y curiosos— me miran con inocencia absoluta.

—Bienvenidos —murmuro, acercándome con pasos suaves, incapaz de resistir el impulso de hacerle mimos a la pequeña. Ella sonríe, mostrando unos dientes diminutos, y entierra su carita en el cuello de su padre, emanando un aroma dulce a talco y leche.

El hombre de traje que entra detrás de ellos, deja la pañalera color rosa sobre una silla con un movimiento eficiente, antes de retroceder hacia la puerta.

—Hola, preciosa Solecito —digo con voz suave, extendiendo los brazos. Su nombre, Sol, es una de las cosas más bonitas que tiene: evoca calidez y luz en medio de tanta oscuridad.

La pequeña extiende sus bracitos regordetes hacia mí con confianza, y la tomo en brazos, deleitándome con el olor a bebé puro que emana de su piel suave, sin duda uno de los mejores aromas del mundo.

—La revisaré, puede tomar asiento —le indico al pelinegro, quien no aparta sus ojos verdes de mí ni por un segundo, su mirada intensa como si me estuviera evaluando.

—No es necesario —responde con seriedad, cruzando los brazos sobre el pecho, una postura que acentúa su figura atlética.

Dejo a la pequeña sobre la camilla acolchada y comienzo a quitarle el lindo vestido amarillo que lleva, con cuidado. Sus ojitos curiosos no se apartan de mí, parpadeando con fascinación. Por suerte, no se inmuta cuando le saco el chupete con gentileza, tendiéndoselo al padre, quien observa cada movimiento mío con atención fija, como si estuviera memorizando lo que hago.

—Evita que lo use con frecuencia —le aconsejo, y él asiente con un gesto breve, sus labios curvándose en una línea pensativa.

Los minutos siguientes transcurren en un ritmo metódico: ausculto su corazoncito acelerado, reviso su temperatura, palpo su abdomen suave. Todo está en los parámetros normales para un bebé de su edad, lo que me llena de una tranquilidad profunda, como si al menos en este pequeño mundo todo estuviera en orden.

—¿Y bien? —pregunta el joven padre cuando, luego de vestirla con delicadeza, se la entrego de vuelta. Él se sienta frente a mí, la bebé acurrucada contra su pecho, y yo ocupo mi lugar detrás del escritorio, sintiendo el peso de su mirada.

—Todo está en orden con esta preciosa —afirmo con seguridad, sonriendo—. Solo recetaré nuevas vitaminas y suplementos alimenticios, ya que por lo que observé en su historia médica, desde su nacimiento ha tomado principalmente fórmula. Eso ayudará a fortalecer su sistema inmune.

Él asiente, y la pequeña se va quedando dormida en sus brazos, su respiración rítmica como si la presencia de su padre la envolviera en una manta de seguridad absoluta. Hay algo tierno en esa escena: un hombre fuerte, endurecido por quién sabe qué vida, sosteniendo con delicadeza a su hija.

—¿Solo será eso? —insiste, frunciendo el entrecejo, una arruga profunda en su frente.

—Sí, y seguir trayéndola a su control pediátrico mensualmente —le explico—. Sin embargo, si vuelve a presentar fiebre como hace algunos días, no dude en traerla a emergencias o, en su defecto, comuníquese con la secretaria y me aseguraré de venir y atenderla personalmente.

—Entendido —es lo único que dice.

Se pone de pie, el guardia vuelve a entrar, toma la pañalera y sale.

—Nos veremos el próximo mes —dice él extendiendo su mano hacia mí.

—Los estaré esperando —estrecho su mano sintiendo como una corriente magnética me recorre toda la médula.

Nuestros ojos se encuentran, y por un segundo me pierdo en el verde hipnotizante de estos.

(Son hermosos).

Me despido con la mano cuando los acompaño a la puerta. La pequeña sigue dormida entre sus brazos y nosotros compartimos una mirada fugaz antes de que yo vuelva a entrar.

Muchas preguntas me toman de repente cuando vuelvo a quedar sola entre las paredes que aún encierran el olor masculino de ese perturbador de sueños.

¿Es padre soltero? Qué va, quizás solo la madre de la pequeña está ocupada, pero... En su historia clínica no figura nada de ella. ¿Y si murió al dar a luz? Me obligo a dejar de pensar en el tema, pese a que me es super difícil no hacerlo cuando no he dejado de verlo en mis sueños desde aquella noche en la terraza del club.

Me quito la bata y salgo otra vez. Cruzo el pasillo donde los dos guardias me esperan; los saludo con una inclinación de cabeza.

—¿Ya se va a casa? —me pregunta Tyler y sacudo la cabeza en negación.

Seguimos andando y cuando llego a la recepción, la persona que salió de mi consulta hace poco sigue aquí. La bebé aún duerme en sus brazos y él tiene el móvil pegado a la oreja.

—No iré a casa hoy, Tyler. Ya llamaré a casa, pero necesito algunas cosas. ¿Serían amables e ir por ellas? —digo girándome hacia mi guardaespaldas.

—No podemos dejarla sola; sin embargo, mandaré a que le traigan lo que necesite —me asegura y yo asiento.

Le doy las indicaciones que él repite a través de la radio y, luego de ello, doy una última vista al padre de mi paciente y me meto al ascensor pisando el botón a la planta de la cafetería.

Termino de comer y, luego de hablar un rato con papá y mamá, regreso a mi consulta a descansar un poco para la guardia nocturna que haré hoy.

Los guardias me han traído lo que he pedido y han vuelto a tomar su lugar en el pasillo. Y por más que les digo que pueden tomarse un rato para descansar, se niegan.

Me tumbo en el sofá que, pese a no ser tan grande, es cómodo y pongo la alarma en mi móvil solo para descansar dos horas antes de irme a la emergencia donde cubriré a mi colega.

♡♡

Quito los guantes manchados de sangre por la herida que acabo de suturar y, luego de desinfectarme las manos, me acerco al grupo de enfermeras que están platicando en la pequeña sala de urgencias. Para mi suerte, la guardia está suave en comparación a otros días.

—Doctora, ¿no se siente incómoda por que sus guardias la sigan a todos lados? —me pregunta una de las chicas.

—No es algo muy normal; sin embargo, tampoco es algo del otro mundo —intento parecer convencida de lo que digo cuando realmente no es así.

—Su padre debe quererla mucho como para preocuparse tanto así por su seguridad —dice la misma chica sin dejar de sonreír.

—Creo que...

Justo cuando estoy por responder, las puertas se abren de par en par con un estruendo que hace que todas nos volvamos de golpe. Los paramédicos comienzan a entrar rápido, empujando una camilla con urgencia. El aire se carga de inmediato con ese olor metálico a sangre y desinfectante que siempre precede al caos.

—¿Qué tenemos? —pregunto rápidamente mientras salto de donde estoy sentada, mi instinto médico tomando el control. Me acerco a la camilla, ajustándome los guantes nuevos que agarro de la estación cercana.

—Un herido por arma blanca en las costillas, intento de robo —suelta el chico de uniforme oscuro, jadeando un poco por el esfuerzo. Su compañero revisando el pulso—. Herida penetrante, sangrado activo, presión arterial bajando. Lo encontramos en un callejón cerca del centro; dice que fue un asalto rápido, pero no dio más detalles.

Siento que el corazón se me quiere salir del pecho cuando, al acercarme a la camilla, a quien mis ojos encuentran es al padre de la preciosa Sol. Él. Ese hombre de ojos esmeralda que ha invadido mis pensamientos desde aquella noche en la terraza. Ahora yace allí, pálido como un fantasma, con la camisa blanca empapada en un rojo oscuro que se extiende como una mancha de tinta. Sus rasgos endurecidos por el dolor, los labios pálidos y apretados, y esos ojos... esos ojos verdes que me miran con una mezcla de sorpresa y no se que.

Nuestros ojos se encuentran por un segundo eterno, y algo en mi interior se revuelve: pánico, preocupación, y esa atracción inexplicable que no puedo ignorar. Pero no hay tiempo para eso. Soy doctora, y él es un paciente. Punto.

—Voy a ayudarte, tú tranquilo —le digo con voz firme, aunque mi pulso late desbocado. Me pongo a su lado mientras la camilla es empujada hacia el cubículo más cercano. Con gasas estériles hago presión inmediata en la herida, sintiendo la calidez pegajosa de la sangre filtrándose a través del material.

 —Mantén la presión aquí, paramédico. Enfermeras, prepárense para vía IV, analgésicos y un escáner de tórax. Necesito saber si hay daño en órganos vitales.

Él asiente levemente, su respiración entrecortada, pero no dice nada. Sus ojos no se apartan de los míos, y por un instante, veo un destello de vulnerabilidad en ese rostro que parece ser tan controlado.

Llegamos al cubículo y lo transferimos a la camilla de examen. Las luces fluorescentes lo iluminan sin piedad, revelando el sudor perlado en su frente y la forma en que su mano se crispa contra el borde de la camilla. Corto la camisa con tijeras quirúrgicas, exponiendo la herida: un corte limpio de unos diez centímetros en el costado derecho, justo debajo de las costillas. Sangra profusamente, pero no hay signos obvios de hemorragia interna... aún.

—Presión arterial 90/60, pulso 110 —anuncia una enfermera mientras inserta la vía intravenosa en su brazo—. Le estoy poniendo suero y morfina.

—Bien. Monitoreen la saturación de oxígeno —ordeno, mientras exploro la herida con guantes limpios. Presiono suavemente alrededor, buscando indicios de perforación pulmonar o hepática. Él se tensa, un gruñido bajo escapa de sus labios, pero no se queja. Fuerte. Demasiado fuerte, quizás.

—¿Puedes decirme tu nombre para el registro? —pregunto, más para distraerlo que por necesidad. Sé su nombre de la historia clínica de Sol: Naim.

—Naim Montenegro—murmura, su voz ronca, casi un susurro—. Solo... haz lo que tengas que hacer rápido.

Asiento, ignorando el escalofrío que me recorre al oír su voz tan cerca.

—La herida parece superficial, pero necesitamos descartar complicaciones. Vamos a limpiar y suturar, y luego un TAC para estar seguros. ¿Dolor en el pecho? ¿Dificultad para respirar?

—Un poco... pero puedo manejarlo —responde, y sus ojos se clavan en los míos de nuevo. Hay algo en esa mirada: gratitud mezclada con algo más profundo, como si me reconociera no solo como la pediatra de su hija, sino como la mujer a quien vio en el club. O quizás soy yo la que está proyectando.

Mientras las enfermeras preparan el equipo, limpio la herida con solución salina, deteniendo el sangrado con más gasas. La adrenalina me mantiene enfocada, pero no puedo evitar notar detalles: la tensión en sus músculos, los tatuajes que salpican su pecho.

—Esto va a picar —advierto mientras inyecto anestesia local. Él solo cierra los ojos un momento, respirando hondo. Procedo con la sutura: puntos precisos, capa por capa, asegurándome de que quede limpia y sellada.

Minutos después, la herida está cerrada, vendada y él estabilizado. La presión sube un poco con el suero, y el color regresa levemente a sus mejillas.

—Todo bien por ahora —digo, quitándome los guantes y anotando en la ficha—. Te quedas en observación unas horas. Si no hay fiebre o signos de infección, podrás irte mañana. ¿Alguien a quien llamar? ¿Familia?

__No, no quiero preocupar a nadie__soltó serio__si dices que no es grave no llamaré a nadie.

__Al irte a casa deberás cuidar de la herida__le hago saber__¿lo harás solo? ¿O vendrás a diario dos veces para hacerlo?__sus ojos me miran con curiosidad, y aunque no curve sus labios, sé que le ha hecho gracia

__ya lo resolveremos__suelta sin mas.

__De acuerdo, por ahora te dejare, vendré a verle en la mañana, descanse.__digo mientras me encaminó a la salida.

 Antes de salir definitivamente, me doy la vuelta rápidamente y lo veo cerrar los ojos , en su cara se le ve el cansancio quizás de varios días acumulados.

Son más de la media noche, tomo mi móvil y respondo el mensaje de mi hermano antes de tumbarme en el banquillo mientras las enfermeras toman el café que han preparado hace poco para aguantar el resto de la guardia.

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Valauma Regaleria
asi termina
loli Gomez
bueno¿ está es mujer es? multipropósito, pediatra, médico general, cirujano
Yanitza Aguirre
Bueno, bueno, esperemos que está mujer no sea una de los malos. gracias
Yanitza Aguirre
Gracias va muy interesante
loli Gomez
🤔🤔🤔será Adriel ? imposible
loli Gomez
será hermano de Axel
loli Gomez
🫣🫣🫣🫣🫣 Jesús María y José comenzaron con la chiquita de papá
SORANGEL 💓✨
Gracias por retomar nuevamente la escritura., desconozco por lo que hayas pasado para abandonar temporalmente, pero retomaste con fuerza. bienvenid@ nuevamente y espero que sigas dando lo mejor de tí, así co.o en tus obras anteriores 👏
loli Gomez
Ouch ! Troya el enemigo oculto
Yanitza Aguirre
Gracias ☺️ me encanta 😊 está buena, buenísima 🤭
Yanitza Aguirre
Hola! y gracias por actualizar. Alex y Alexa deberían contarle al papá la pelea que tuvo en el colegio. Creo que el papá de la niña es el chico que la mamá desprecio en dos oportunidades. Ese sería uno de los enemigos
loli Gomez
de paso es el Troya el enemigo oculto 🤦
loli Gomez
es porque es hermoso, precioso y Divinooooooooo
loli Gomez
pobrecita y no tiene plata para el taxi 😡
Yanitza Aguirre
Vas muy bien 😊 me encanta. Como todo ser humano tienes ocupaciones y quizás problemas, Dios te de la sabiduría y fuerza para seguir adelante. Esperamos por ti
Yanitza Aguirre
Está muy bonita e interesante la historia 😊 gracias por querer compartir tu talento para la escritura con nosotras...
Gisele Silva
EXCELENTE!
catalina vera
Más capitulosss está muy buena
Marta Elena Cifuentes Lagos
No demores mucho en subir más capítulos xfavor
Marta Elena Cifuentes Lagos
El q les mando los anónimos tiene q ser el q molestaba a Ana en la universidad
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