Hace dieciocho años, el reino de Eldoria fue consumido por la traición y la guerra. En medio del caos, mientras el Rey Gustavo luchaba una batalla perdida contra su ambiciosa hermanastra, la Reina Roxana se vio obligada a huir. Con el corazón roto y un adiós desgarrador a su amado, confió el futuro de su linaje a tres pequeñas vidas: sus hijas trillizas, recién nacidas y destinadas a heredar el trono.
Hoy, esas princesas viven una existencia humilde y oculta bajo los nombres de Nyx, Ignis y Luna. Tras la reciente pérdida de su madre, estas jóvenes campesinas se enfrentan solas a la dureza de la vida, sin saber que la sangre real corre por sus venas ni que cada una posee un don mágico latente: el control de las Sombras, el Fuego y la luz, respectivamente.
Pero el destino tiene otros planes. La llegada de un misterioso anciano, portador de secretos ancestrales y verdades olvidadas, irrumpirá en sus vidas, desvelando la usurpación de su reino y profecías...
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Un poder desvaneciendose
POV CORVUS
La adrenalina de la batalla aún vibraba en mis venas, pero se vio opacada por una creciente sensación de desasosiego. La cercanía de Nyx, y su vulnerabilidad palpable, había removido algo dentro de mí que prefería mantener sellado.
Al cruzar el umbral de mi habitación, la sombra que me envolvía pareció intensificarse, casi como si anticipara la tormenta que se estaba gestando en mi interior.
Mi mano, impulsada por un instinto primario, buscó en el bolsillo de mi túnica.
La frialdad del amuleto se sintió extraña, y ajena. Al sacarlo, la tenue luz reveló una grieta profunda que lo partía en dos. Mi respiración se detuvo en seco. La Tejedora, en Visperia, me había advertido: "Fuerte, pero frágil ante la fuerza de algo más fuerte. El amor."
¿Amor?
La palabra resonó en mi cabeza como una burla cruel, una antítesis de lo que yo era, y de lo que debía ser. Esto no podía ser real. ¿Cómo, cuándo? La idea de la batalla se desmoronaba ante este descubrimiento.
Y entonces, la verdad sobre las trillizas me golpeó con una nueva potencia. Ignis, Luna... y Nyx. Las había visto como guerreras formidables, pero ¿Ellas son las trillizas? mi madre había hablado de ellas, de su conexión, de su importancia para el equilibrio. Y yo, en mi obtusa visión de guerrero, no había reconocido esa verdad fundamental. Ahora, todo cobraba un sentido terrible. Nyx no era solo una guerrera; era una parte de algo mucho mayor de lo que jamás imaginé.
La rabia y el pánico se entrelazaron. Mi forma comenzó a transformarse involuntariamente. La sombra se espesó, mis alas de cuervo se desplegaron con un batir furioso, y mis ojos brillaron con la intensidad de una noche sin estrellas. Las sombras me eran familiares, el poder del cuervo también, pero esta desintegración de mi esencia, esta rotura interna, era algo nuevo y aterrador.
—Esto no puede ser— mi voz salió grave, distorsionada por la transformación, en un graznido áspero de desesperación. —Necesito salir de aquí. Ir con mi madre— La necesidad de buscar refugio, de alejarme de esta verdad que me desgarraba, era abrumadora.
Mi misión… la misión que me definía, se sentía ahora más urgente que nunca, pero también teñida de una amargura desconocida. Había estado combatiendo a ciegas, sin comprender la verdadera naturaleza de aquellos a mi alrededor.
Mi amuleto roto, la revelación de las trillizas, la cercanía de Nyx… todo convergía en una sola necesidad: escapar.
Huir de la fragilidad, de la conexión, de las implicaciones de ese "amor" que, según la Tejedora, podía romper incluso la protección más fuerte.
Tenía que cumplir mi misión, ahora más que nunca, y esa misión requería distancia. La distancia de ella, la distancia de esta verdad que me estaba consumiendo. Con un último batir de alas, me transformé y me lancé hacia la noche, mis sombras están alargándose tras de mí, en un rastro de mi confusión y mi determinación.
El torbellino de mis pensamientos se vio interrumpido por una sensación gélida. La fuerza de mi transformación en cuervo menguaba, mi cuerpo se sentía pesado, e inestable. Caí, dando vueltas en el aire, la oscuridad que me envolvía se disipaba como humo, dejándome expuesto y vulnerable. Mi cuerpo humano se materializó con un golpe sordo contra el suelo pedregoso. ¿Qué demonios estaba pasando? La confusión era un nudo apretado en mi garganta.
Mi medallón rojo, el que nunca me quitaba, y el que mi madre me dio en honor a mi padre, comenzó a palpitar con una fuerza inusitada contra mi pecho. Un calor intenso se extendió, ajeno a la frialdad del ambiente. Miré a mi alrededor, reconociendo con un escalofrío la lejanía de Víspera. No había otra opción: debía regresar a la caverna.
Los guardias, al verme maltrecho, me permitieron el paso sin más.
Me dirigí hacia mi habitación, cada paso resonaba con el dolor sordo de mis golpes.
Justo antes de cruzar la puerta, la vi. Nyx. La última persona en este mundo que deseaba encontrar en mi estado. Sus ojos se posaron en mí, y la preocupación se dibujó en su rostro al notar mi estado. Sin dudarlo, se acercó, ofreciéndome su ayuda.
—Estoy bien— logré decir, con mi voz ronca. Pero ella insistió, su determinación es inquebrantable.
Juntos entramos en mi habitación. Me dejé caer en el borde de la cama, mientras el cansancio se apoderó de mí. Nyx tomó un pañuelo, lo humedeció y comenzó a limpiar con delicadeza la pequeña herida en mi brazo.
—¿Qué pasó?— preguntó, suave.
—Me caí— mentí, busque la excusa más burda que se me ocurrió.
Ella soltó una risita suave. —¿Un hombre tan rudo como tú, ¿caído?— Su mirada recorrió mi rostro, y sus dedos rozaron mi mejilla, apartando mechones de cabello sucio.
Nuestros ojos se encontraron.
Por un instante, el mundo se detuvo.
Me perdí en la profundidad de los suyos, en un abismo de emociones que me atraía irremediablemente.
Se inclinó un poco más, sus ojos estaban fijos en el lado de mi cuello, como si buscara algo. Mi respiración se aceleró, en un ritmo desbocado contra mi pecho. Ella levantó la mirada, y el momento se cargó de una intensidad eléctrica.
Mi mano, grande y torpe, se alzó para posarse en su rostro, mi pulgar acaricio su mejilla y mis dedos su nuca. La atraje hacia mí, en un beso desesperado, con un torrente de emociones contenidas.
Pero justo cuando el beso se volvía más profundo, una oleada de quemaduras recorrió mi cuello, un dolor agudo y punzante que disimulé con un gruñido ahogado. Me separé bruscamente, con mi mandíbula tensa.
—Es hora de dormir— dije, con mi voz apenas un susurro ronco. —Gracias por tu ayuda—
Se levantó de inmediato, su mirada es fugaz pero cargada de algo que no pude descifrar. Dejó la taza y el pañuelo, y se dirigió a la puerta.
—Descansa— dijo, lanzándome una última mirada antes de desaparecer en la oscuridad.
En cuanto la puerta se cerró, me retorcí. El dolor en mi cuello era insoportable, una quemadura que se sentía como si el propio fuego de Ignis estuviera consumiéndome. Duró un minuto, quizás dos, y luego se desvaneció, dejándome con una inquietud aún mayor.
¿Qué demonios estaba pasando con ese amuleto? ¿Por qué mi transformación había fallado? ¿Y por qué ese dolor... ese dolor que parecía conectado a ella, a este beso que me había roto de nuevo? La confusión y el miedo me envolvieron, tan densos como las sombras que antes me habían pertenecido.