Adrían lo tenía todo lo que un muchacho de 19 años pudiera tener, belleza, protección y un futuro prometedor. Pero, sus hermanos lo traicionaron revelando que es gay a sus padres, sin contemplación lo expulsaron de la casa. No esperaban,sin embargo, que todo rastro de él desaparecería, como si nunca hubiera existido, sintiendo la culpa aplastarlos.
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Así que su mujer no pudo curarlo
El sueño que tuvo Daniel lo consumía por dentro, y la necesidad de compartirlo con su hermana lo sentía urgente y aterrador. Se acercó a ella, que se encontraba lavando los cubiertos en la cocina. El sonido del agua cayendo y el golpeteo metálico de los utensilios contra el fregadero llenaban el ambiente.
Sintió que su hermano se aproximaba. Supo que algo le pasaba; podía leerlo en sus gestos y en su mirada. Cerró la llave del agua con la intención de escucharlo con atención.
Daniel intentó hablar, pero las palabras no salían de su boca. Lo que tenía que decir era demasiado íntimo... pero necesitaba sacarlo.
Con voz temblorosa, dijo:
—Soñé con Chris.
Su hermana entendió enseguida que no era un sueño cualquiera. Miró el rostro de su hermano y le preguntó directo:
—¿Soñaste que tuviste sexo con él?
Decidió ir al grano, así a su hermano le sería más fácil contar lo que lo preocupaba.
—¡NOO! —dijo enfáticamente.
Fue tanto el énfasis que su hermana se dio cuenta de que no erró tanto.
—Entonces, Dani... ¿qué pasa?
—Soñé que estaba con él en el balneario. En mis sueños, nos acercábamos cada vez más hasta que... —Con un susurro casi inaudible— besarnos...
María se tapó la boca con la mano, en un acto reflejo ante semejante confesión.
Lo miró, y para tranquilizar a su hermano, que se veía claramente perturbado, le dijo:
—Dani, has pasado demasiado tiempo solo. Es la única persona con quien tienes contacto. Desde que murió tu mujer, no has vuelto a salir. Así que no creo que te hayas ido al "otro lado".
Las palabras de su hermana lo tranquilizaron. “Ha de ser eso”, pensó.
Daniel se alejó y fue a ver en qué andaba Ana.
María se sentó en una vieja silla de madera, marcada con rayones de crayón hechos por la niña. Estaba preocupada, aunque no se lo mostró a su hermano.
Ella creía que eran más cercanos de lo que Dani quería admitir. Antes de cada visita de Adrián, su hermano limpiaba con esmero el patio y pasaba hablando de él constantemente. No era homofóbica, simplemente veía que las cosas podrían complicarse para su hermano.
En un pueblo pequeño, dos hombres que se aman… uno con una hija. No podría salir bien. Luego sonrió para sí misma: “Estoy llevando las cosas muy lejos en mi mente, son solo amigos”.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido del portón abriéndose. Se asomó para ver quién había llegado. Precisamente era Chris.
Vio cómo se abrazaban con su hermano y pasaban juntos al patio. El muchacho entró en la cocina directo la saludó y llevó el tereré ya preparado.
María salió al patio y fue a ver lo que estaban revisando. Eran ropas para Ana que trajo Adrián.
A María le encantaron. Los abuelos maternos solo traían ropas de color rosa, y la niña parecía no cambiarse nunca.
—Dani, como hoy es domingo, voy con papá a nuestra casa. Es muy celoso y no quiere dejarme ir sola —dijo sonriendo.
—Ahh, voy a aprovechar y darte la licuadora de Ña Petrona que arreglé —espetó Daniel.
El de ojos azules sonrió y dijo:
—No sabía que eras técnico de electrodomésticos.
—No lo soy. Reviso si no hay cables sueltos, lo limpio, y si funciona, cobro un poco de dinero. A veces simplemente pruebo a ver qué pasa.
—Es lo que se llama conocimiento empírico —dijo el de ojos azules.
—¿Qué significa empírico, Chris?
—Es cuando el conocimiento se obtiene por la experiencia, no de la teoría.
—Siempre salís con tus términos técnicos, Chris —y puso su pierna sobre la de su amigo.
En ese momento llegó el padre de Daniel. Con mirada dura los observó a ambos. El moreno se sorprendió, apartó rápidamente su pierna, se sentó derecho y tensó el cuerpo.
El hombre saludó a ambos, apretando con fuerza la mano de Adrián. Para el de ojos azules, era simplemente la forma en que se saludan en el campo.
—Voy a arreglar mis cosas y nos vamos —espetó María.
—Apurate, hija. Debiste preparar ya tus cosas de antemano.
La niña dejó sus juegos y corrió junto al abuelo.
—¡Abuelo, abuelo! —Y le dio golpes con su mano en la cabeza al hombre.
Daniel llamó la atención a la niña:
—Ana, no le des golpes tan fuertes al abuelo. Despacito nomás.
Luego la niña se aburrió. Bajó del regazo del abuelo y fue corriendo a tirar piedras hacia el jardín.
—¡Por favor, Ana! ¡Dejá de tirar piedras al jardín! —espetó enojado Daniel.
La niña salió corriendo y fue a tirar piedras en otra parte.
—Ya estoy lista, papá. Vamos.
El hombre, de camisa blanca y pantalón gris desgastado, con rostro duro, miró en dirección a Chris y Daniel antes de darles la espalda y marcharse. Murmuró:
—Así que su mujer no pudo curarlo...
—¿Me dijiste algo, papá? —preguntó María.
—Nada, hija —y siguió caminando.
María lo escuchó. Lo que ella quería era escuchar la explicación. Explicación que nunca llegó.
Cuando se quedaron solos, a Chris le pareció que su amigo podría estudiar para trabajar en reparaciones de electrodomésticos, así que le ofreció un trato: él le prestaría dinero y Daniel estudiaría en un instituto cercano, en un programa del gobierno japonés para jóvenes de escasos recursos. Aun así, debería comprar las fotocopias y alimentos.
Florencia le proporcionaba cierto porcentaje de las ganancias por la venta de leche y otros productos de la granja. Como Chris no gastaba prácticamente nada, fue ahorrando.
El otro se resistió, pero Chris le dijo que solo era un préstamo. Así que terminó aceptando.
—Dani, debo ir a llevar leche a otras partes. Si me tardo demasiado, se va a cortar y no habrá dinero. Nos vemos. Pórtate bien.
—Vos pórtate bien, eh.
Chris repartió todos los pedidos, volvió con Florencia y usó su tiempo libre para escribirle a su amiga. En esas conversaciones, siempre surgía el nombre de Daniel.
—¿Estás seguro de que no te gusta Dani? —preguntó Renata.
—Es heterosexual. Me prometí nunca fijarme en uno.
—Estás desviando el tema, Adrián. No es lo que te pregunté.
—Prefiero tener un buen amigo para toda la vida. Me siento cómodo con él. Admito que me gusta ese físico trabajado que tiene. Los que trabajan en construcción son tipos fuertes, bien masculinos.
—Entonces te gusta.
—Sí, pero no me arriesgaré a perderlo. Las cosas podrían salir mal, muy mal. Podría sentirse insultado como hombre y golpearme. O simplemente dejar de hablarme.
—Amigo, estás sobrepensando las cosas.
Mientras tanto, en la mansión de los Torres...
—Mamá, hay rumores sobre Chris. Muchas personas afirman haberlo visto. Están confundidos porque no se ha dado alerta de su desaparición —dijo animado Lucas.
—¿En dónde lo vieron supuestamente? Decime, hijo. Necesito saberlo.
—En el balneario de un pueblo cercano.
—Tiene sentido. No podía ir tan lejos —dijo pensativa la mujer. Luego agregó—: Han pasado casi un año... Es hora de que vuelva a casa.