Thiago siempre fue lo opuesto a la perfección que sus padres exigían: tímido, demasiado sensible, roto por dentro. Hijo rechazado de dos renombrados médicos de Australia, creció a la sombra de la indiferencia, salvado únicamente por el amor incondicional de su hermano mayor, Theo. Fue gracias a él que, a los dieciocho años, Thiago consiguió su primer trabajo como técnico de enfermería en el hospital perteneciente a su familia, un detalle que él se esfuerza por ocultar.
Pero nada podría prepararlo para el impacto de conocer al doctor Dominic Vasconcellos. Frío, calculador y brillante, el neurocirujano de treinta años parece despreciar a Thiago desde la primera mirada, creyendo que no es más que otro chico intentando llamar la atención en los pasillos del hospital. Lo que Dominic no sabe es que Thiago es el hermano menor de su mejor amigo y heredero del propio hospital en el que trabajan.
Mientras Dominic intenta mantener la distancia, Thiago, con su sonrisa dulce y corazón herido, se acerca cada vez más.
NovelToon tiene autorización de Raylla Mary para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 8
Las Heridas que Vinieron de Casa
El pasillo del hospital parecía aún más silencioso esa mañana.
Theo estaba sentado al lado de la cama, sosteniendo la mano de Thiago, que permanecía quieto, con los ojos abiertos, pero vacíos. Era como si estuviera allí... y al mismo tiempo muy lejos.
Aún no comía bien. Aún se estremecía al ver a gente entrando en la habitación. Aún pedía, en voz baja, que no lo dejaran solo.
Fue en ese escenario que una noticia llegó como una bomba:
—Sus padres llegaron —avisó una enfermera, con expresión incierta—. Están pidiendo ver a Thiago.
Theo sintió el estómago revuelto.
Se puso de pie de un impulso. La enfermera lo encaró, aguardando una respuesta, pero todo lo que consiguió fue murmurar:
—Voy a hablar con ellos primero.
Salió de la habitación, con los puños cerrados y el corazón acelerado.
Al final del pasillo, cerca de la recepción restringida, los vio. La pareja vestida con ropas formales, postura rígida, los rostros demasiado serios para lo que debería ser un momento de compasión.
Doctor Caetano Whitmore, renombrado cirujano cardíaco. Y la Dra. Miranda Whitmore, neuróloga consagrada.
Padres. Al menos en el papel.
—Entonces es verdad —Caetano dijo, encarando al hijo mayor—. Él intentó suicidarse.
—Su nombre es Thiago, papá. Y sí. Lo intentó. Porque no aguantaba más —Theo respondió sin filtros, con la voz firme—. Y ustedes tienen culpa en eso también.
—No empieces con dramas, Theo —Miranda replicó, acomodando el bolso en el hombro—. Tu hermano siempre fue... inestable. Demasiado sensible. Eso no es responsabilidad nuestra.
Theo se acercó, los ojos llenos de un desprecio que mal conseguía contener.
—Él solo quería ser aceptado. Solo quería que ustedes lo miraran como hijo. Pero ni eso consiguieron.
—Él eligió alejarse —el padre replicó con frialdad—. Nosotros ofrecimos ayuda. Terapias alternativas, retiros. Pero él insistió en seguir una vida “común”. Como técnico. En vez de buscar algo a la altura del nombre Whitmore.
—No fue elección. Fue supervivencia —Theo escupió—. Él solo quería ser libre. Pero ustedes lo llamaron vergüenza. Cortaron contacto. Negaron afecto.
Miranda suspiró.
—Theo, esta no es hora de lavar ropa sucia. Estamos aquí para verlo.
—No —La voz de él salió fría—. Ustedes no van a entrar ahora.
—¿Estás impidiéndonos ver a nuestro propio hijo?
—Sí. Porque él no puede ser expuesto a más dolor. La presencia de ustedes puede ser un gatillo. Él está inestable, fragilizado. Y si tiene otra crisis, él puede no sobrevivir.
Caetano entrecerró los ojos.
—¿Nos estás culpando por eso?
—No estoy culpando. Estoy afirmando.
El silencio pesó.
Entonces Miranda habló, en un tono más bajo:
—¿Él despertó?
—Despertó. Y tuvo miedo hasta de su propia sombra. ¿Pero saben de quién él no tuvo miedo? De mí. El hermano que nunca lo abandonó —Theo respiró hondo, intentando no gritar—. ¿Y saben a quién él imploró no ver? A nadie. Pero si ustedes entran en esa habitación... va a implorar.
Miranda desvió la mirada, incomodada. Caetano quedó en silencio.
Theo finalizó:
—Si un día él quiere verlos, todo bien. Pero no ahora. Y no aquí. Si ustedes realmente se importan con él... van a respetar eso.
Los padres quedaron allí, inmóviles. Después de algunos segundos, Miranda se volteó sin decir nada y comenzó a andar por el pasillo. Caetano vaciló, pero la siguió.
Theo volvió a la habitación con el pecho apretado, pero seguro de lo que había hecho. Al entrar, encontró a Thiago aún despierto, mirando por la ventana.
—Oí voces... —la voz de él salió débil—. ¿Era papá?
Theo se acercó, sentándose al lado de él.
—Era. Pero ellos no entraron. Yo no dejé.
Thiago cerró los ojos despacio, una lágrima escurriendo por la sien.
—Gracias...
Theo apretó su mano con más fuerza.
—No estás solo, pequeño. Nunca más.
Y en aquel instante, incluso con todo el dolor, incluso con el miedo que aún lo prendía... Thiago sintió algo calentarse en el pecho.
Era pequeño.
Pero era esperanza.