En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 18
No pude decírselo. Cuando la vi ahí, en la cocina, con esa mirada tranquila y amorosa, simplemente no pude. Sabía que si le contaba lo que pasa y lo que estoy a punto de hacer, querría venir conmigo. Y no puedo permitirlo.
No puedo arriesgarme a perderla a ella, a que ambos no volvamos. Nuestra hija no merece quedarse sola por nuestra idiotez.
Acaricio su mejilla mientras duerme. Su respiración es tranquila, y su cuerpo desnudo descansa sobre el mío, relajado y feliz. Verla así me llena de una mezcla de amor y culpa. ¿Cómo puedo alejarme, aunque sea temporalmente? ¿Cómo puedo arriesgar lo que tenemos?
- Gracias a la vida por darme a esta mujer tan fuerte y bella -murmuro en voz baja mientras beso suavemente su frente.
Con cuidado, comienzo a deslizarme fuera de la cama, tratando de no despertarla. Me visto rápidamente, recogiendo las cosas que ya había preparado en silencio. Antes de salir de la habitación, me detengo en el umbral y la observo una última vez. La luz tenue de la luna que entra por la ventana ilumina su rostro sereno.
- Volveré... No me odies cuando regrese -susurro, aunque sé que no puede escucharme.
Cierro la puerta con delicadeza y camino hacia la habitación de Inha. Mi pequeña está dormida profundamente, abrazada a su conejo de peluche. Ese conejo, un pequeño tesoro que encontramos con Nadiya en una exploración meses atrás, ahora es su fiel compañero.
Me agacho a su lado, acariciando su cabello con ternura. Sus mejillas están sonrojadas por el calor de las mantas.
- Debo volver. Debo volver para verte crecer -digo en un susurro que casi se rompe en mi garganta.
Le doy un beso en la frente, inhalando su aroma dulce y familiar, antes de levantarme y salir de la habitación. En el salón, dejo una nota escrita con pocas palabras, pero llenas de promesas: "Volveré. Confía en mí." También dejo mi cadena favorita sobre la mesa, la misma que siempre le fascinó a Inha y con la que solía jugar. Es mi manera de asegurarle que regresaré por ella.
Tomo mi mochila y me la coloco al hombro. Camino hasta la puerta principal. Antes de abrirla, me giro y observo la casa por última vez. Cada rincón construido con esfuerzo, cada memoria guardada entre estas paredes, todo lo que amo está aquí.
- No puedo fallar. No puedo permitir que me arrebaten esto.
Cierro la puerta detrás de mí y me encamino hacia las puertas del pueblo. Cuando llego, veo cinco caballos preparados y a César esperándome.
- ¿Por qué tantos caballos? -le pregunto al acercarme.
Antes de que pueda responder, una figura emerge de entre las sombras.
- Porque nosotros también vamos, Facu -responde Mario, levantándose de un tronco donde estaba sentado.
- ¿Mario? ¿Qué estás haciendo? Tienes a Carla, no puedes venir tú también -digo, acercándome rápidamente a él.
Mario cruza los brazos, su mirada firme.
- No voy a dejar que quien nos salvó la vida aquel día, quien además es el mejor de nosotros y mi amigo, enfrente esto solo. Además, le prometí a Carla que te traería de vuelta con vida.
Antes de que pueda replicar, dos voces juveniles interrumpen.
- ¡Y nosotros también vamos, señor Facundo! -dice Mirko con una sonrisa confiada, seguido de Kevin.
Ambos son jóvenes bajo mi tutela, chicos que he entrenado en caza y exploración. Sus rostros muestran determinación, pero también inexperiencia. Esto me duele aún más.
- Chicos... -suspiro, intentando ocultar la mezcla de orgullo y temor que siento. No quiero que nadie muera. Después de tantos años, por fin tengo personas a las que proteger y cuidar. No puedo permitir que esto termine como aquella vez. No dejaré que muera nadie.
- Gracias -les digo al final, conmovido. Estos últimos años me han cambiado. Me han hecho volver a ser el hombre que solía ser, alguien capaz de creer en los demás.
Subimos a los caballos, y las puertas del muro se abren con un crujido que resuena en la noche silenciosa. La luna llena ilumina nuestro camino mientras cabalgamos hacia el norte. El pueblo, nuestro hogar, se hace cada vez más pequeño a nuestras espaldas, hasta que desaparece por completo.
La primera parada es el acceso Challhuaco, donde tenemos un puesto de vigilancia. Cuando llegamos, el lugar está desierto. El olor a sangre nos golpea antes de ver las manchas en la madera y el suelo.
Me acerco lentamente, observando cada detalle. Esa sangre seguramente pertenece a Oscar o Franco, los vigías asignados aquí. Un nudo de ira y dolor se forma en mi pecho. Mis manos se cierran en puños mientras intento contenerme.
- Lo van a pagar con su vida -murmuro, apretando los dientes.
En el suelo, encontramos pequeñas huellas, casi imperceptibles, que se dirigen hacia el este. Nos montamos de nuevo en los caballos y seguimos el rastro.
El aire es frío, y el bosque a nuestro alrededor parece más oscuro de lo habitual, como si incluso la naturaleza estuviera en nuestra contra. A pesar del silencio, mi mente está llena de ruido: recuerdos, miedos, promesas.
"Voy a acabar con ellos." Esa frase se repite una y otra vez en mi mente, como un mantra.
El viaje se alarga por horas, pero no me detengo. No puedo permitirme el lujo de flaquear. Por mi familia, por mis amigos, por todo lo que hemos construido, esto tiene que terminar aquí.
Finalmente, llegamos a un claro donde el rastro parece detenerse. César señala algo en la distancia: humo. Parece que hemos encontrado su campamento pero aun se ve a lo lejos.
- Prepárense. No hay vuelta atrás -digo, mi voz más firme y fria.
"Por mi familia. Por todos. Esto tiene que acabar."