— Advertencia —
Es una historia corta.
La trama tiene contenido adulto, se pide discreción.
♡ Sinopsis ♡
Jodie nunca se ha quedado quieta, tiene una energía desbordante y una manera de meterse en donde no la llaman. Cuando se muda a un nuevo edificio, se encuentra con Kai; totalmente opuestos.
Él es reservado, ama el silencio y su rutina inquebrantable, pero su tranquilidad empieza a flaquear cuando Jodie lleva el caos hasta su puerta. ¿Podrá Kay resistirse a sus provocaciones?
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Un paso adelante, dos hacia atrás
Me quedé quieta por muchos minutos más después de haber dejado a Kay plantado tras la puerta. Mi cuerpo apenas se movía, pensando en lo que acababa de hacer, sentía como si estuviera paralizada, congelada en un instante que no dejaba de ver. Pensaba en lo que había dicho, y más aún, en lo que había decidido no decir. Cuando finalmente caminé hacia la sala, me dejé caer en el sofá, cerrando los ojos e intentando sofocar el galopeo que provenía desde mi pecho.
Sus palabras se reproducían una y otra vez en mi cabeza, persistentes. “No es tan fácil” había dicho, y esa frase me clavó. Me sentía estúpida, estaba estancada, no porque no pudiera procesar lo que había sucedido, sino porque no sabía si en verdad me había dolido. ¿Por qué era tan testarudo? ¿Y por qué tenía que justificarlo todo con sus estúpidos razonamientos?
Quise sentir rabia, indignación, cualquier cosa que me permitiera darle coherencia a mis acciones. Pero solo sentí un vacío, una especie de punzada que subía desde el estómago hasta la garganta. Pasados los días, y en cada uno de ellos intenté convencerme de que estaba bien, me repetía una y otra vez que, de haber sido algo serio, al menos habría llorado. ¿Y entonces qué era lo que estaba sintiendo dentro de mí? El sabor amargo seguía creciendo, y no podía dejar de pensar en él, ni siquiera mientras sustentaba los exámenes del final de ciclo.
A pesar de todo, Kay tampoco me había buscado, y definitivamente yo no iba a seguir arrastrándome. Todo se volvió más confuso cuando el vacío ya no era vacío; era un nudo que se formaba en mi interior cada vez que evocaba recuerdos de él en mi mente, y terminaba transformándose en náuseas. Fue entonces que entendí que solo había sido protegida por un bloqueo emocional, y que tal vez no había querido admitirlo, pero ahora el sentimiento estaba ahí, obligándome a reconocerlo. Esto ya no era solo mi orgullo herido, era algo más profundo.
Me levanté casi de golpe y caminé hacia el tocador en mi habitación, analicé mi reflejo, buscando alguna respuesta en el rostro que me devolvía la mirada. Era alguien diferente. Lucía en una versión tan agotada como me sentía, tenía el cabello revuelto y los hombros apagados. Dejé escapar un suspiro largo, casi un gemido de frustración, y regresé a sentarme al borde de la cama. Comprendí con una claridad dolorosa que no era algo que pudiese solucionar tan fácilmente, no teniéndolo tan cerca.
Y, ciertamente, no podía seguir así. No podía dejar que algo tan idiota como un juego de seducción perjudicara mi vida entera. Había dejado que las emociones crecieran demasiado y ahora tenía que ponerles un fin. Dudaba mucho que fuera amor, era algo más complicado, quizá una obsesión o un capricho. Pero, fuera lo que fuera, no iba a dejar que me destruyera.
Lo medité durante horas, y al final tomé una decisión. No creo que fuera la mejor, la mi desesperación nublaba mi juicio, pero, por ahora, era suficiente
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—¿Qué quieres decir con que te mudaste? —preguntó después de haberme estado espiando por un buen rato a través de su ventana mientras me veía pasar reiteradas veces, sacando algunas cajas de mi departamento—. ¿Y por qué no me dijiste nada?
Dejé de caminar, en seco. Volteé hacia él, sin expresión en mi rostro. No quería demostrarle nada de lo que estaba pasando por mi cabeza. Sentía un torbellino de emociones y cada una estaba oculta tras mi indiferencia.
—¿Por qué? —cuestioné con neutralidad—. ¿Qué eres conmigo para darte ese tipo de explicaciones?
Vaciló un momento antes de proseguir. Pude ver como sus ojos buscaban las palabras que, posiblemente, ni él mismo tenía claras.
—Pues, tú dijiste que… —titubeaba—. Pensé que estábamos saliendo, pero tú desapareciste, otra vez —remarcó lo último.
Reí en seco.
—Si ni siquiera intentaste buscarme. Si te soy honesta, creo que deberías dejarme tranquila.
Continúe caminando hasta bajar las escaleras, sus pasos detrás de mí me estaban inquietando.
—Jodie, ¿qué estás diciendo? —Empecé a notar cierta desesperación en su tono de voz que nunca antes había notado—. No puedes terminar esto así, tienes que hablar conmigo.
Emergí con una exhalación en los escalones y me volví a detener bruscamente.
—Habría sido una buena opción si no lo hubiéramos intentado ya. Fui muy clara, Kay. Si estaba contigo, no quería a Lucy en tu casa. No te pedí más que eso.
Esperé a que respondiera, su silencio se alargó unos segundos yanten de que volviera a abrir la boca.
—Es que no es tan simple, maldita sea, no lo comprendes. —Ahí vamos, la misma excusa—. Jodie, la amistad de Lucy verdaderamente significa algo para mí. Pero tampoco quisiera que te fueras, y de esa forma.
—Sigues diciéndolo. Qué lástima.
—¿Por qué tengo que elegir? ¿Por qué me haces elegir? ¿No podemos encontrar otra manera de resolver esto? Simplemente… —resopló, y tomó el puente de su nariz entre sus dedos, frustrado. Había una parte de mí que quería compadecerlo. No debí, pero dejé las cajas en el piso para que analizara mejor sus palabras y que no se sintiera con la presión de que me iría en ese momento—. Mira, siendo sincero, no he podido pensar en otra cosa que no sea en lo mucho que necesito que dejemos de comportarnos de esta forma.
Lo miré fijamente, pero él estaba evitando cruzar la mirada conmigo. En cambio, estaba admirando el suelo como si allí pudiera encontrar las respuestas.
—Continúa —dije, sintiendo cómo mi paciencia se desgastaba.
—No te vayas —dijo con determinación, esta vez levantando la mirada—, no puedo dejar que hagas eso. Si tengo que elegir entonces… —hizo una pausa— te elijo a ti. Y haré cualquier cosa para que confíes en lo que te digo. Solo, no sigas con esto, por favor.
Y nos quedamos ambos sin saber qué hacer, con la tristeza de quien mira y la decisión de quién protagoniza la escena. Él no dijo más que eso. Me había costado demasiado aceptarlo y tomar esta decisión con la angustia que sentía, para que me volviera a arrastrar con él nuevamente. Juro que quise ser petulante, quise ser soberbia y avanzar hacia delante sin darle oportunidad a nada, pero no fue así. En lugar de eso, volví a tomar la caja entre mis manos y dije.
—Sí, Kay. De acuerdo.