La novela trata sobre una joven llamada Jazz que, después de un accidente de tránsito, se reencarna en el mundo de su novela favorita, "Príncipe de la Oscuridad". Ahora es la reina Anastasia, casada con el rey Richard y es madre del pequeño Ethan de cinco años. A medida que explora este nuevo mundo, Jazz debe navegar por la política y la magia, mientras descubre su papel en la historia y su conexión hacia ese mundo.
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Capítulo 19 : Lux Aeternum
Después de que Ethan, el hijo de Anastasia, muriera, la reina no pudo contener su dolor. Sus sollozos resonaban en la habitación, y sus manos temblorosas se aferraban al pequeño cuerpo inerte de su hijo. Sus lágrimas caían sin descanso, empapando la ropa del niño.
El rey Richard estaba de pie, inmóvil, pero su respiración era irregular, y su rostro estaba marcado por una mezcla de dolor y furia contenida. Miró al médico imperial, quien permanecía arrodillado en un rincón, temblando. Sus ojos se llenaron de un brillo peligroso mientras avanzaba hacia él.
—¡Majestad, por favor...! —suplicó el médico, su voz quebrada por el miedo—. Hice todo lo que estaba en mi poder.
El silencio de Richard era más intimidante que cualquier grito. Se detuvo frente al médico, y su presencia parecía llenar la habitación con una tensión insoportable. Pero antes de que pudiera hablar, Anastasia levantó la cabeza, sus ojos hinchados por el llanto. Con la voz rota, apenas un susurro, dijo:
—No... no hagas daño a nadie. No quiero más sufrimiento, Richard. Por favor.
El rey se detuvo. Sus puños se apretaron a los costados, y por un momento, pareció debatirse entre su rabia y el ruego de su esposa. Finalmente, dio un paso atrás, pero no sin dirigir al médico una mirada que lo dejó helado.
—Fuera todos —ordenó Richard con voz grave, sin levantarla. Su tono no admitía réplica.
Las criadas y los mayordomos, que habían estado llorando en silencio en los rincones
comenzaron a salir rápidamente, bajando la cabeza. El rey, sin mirar a nadie más, añadió con un tono bajo, pero cortante como una cuchilla:
—Esto no debe salir de esta habitación. Si alguien osa hablar de lo sucedido... no dudaré en hacer que lo lamenten.
Un estremecimiento recorrió a los presentes. Las palabras eran simples, pero el peso de la amenaza era claro. Nadie se atrevió a levantar la mirada mientras abandonaban la habitación, dejando al rey y la reina solos con su pérdida.
Anastasia seguía llorando sin consuelo. Su cuerpo temblaba, y cada sollozo parecía arrancarle un pedazo de alma. Richard la miró, y por un instante, toda su furia se desvaneció, reemplazada por un dolor profundo e indescriptible. Se acercó a ella, pero antes de poder sostenerla, Anastasia, agotada por el llanto, perdió el conocimiento.
Con cuidado, Richard la levantó en brazos. Su mirada era severa, pero en sus ojos brillaba el dolor. Caminó con ella hasta sus aposentos y la recostó en la cama, acomodándola con delicadeza. Luego, se quedó un momento observándola, sintiendo cómo el peso de la pérdida lo aplastaba.
Regresó al cuarto de Ethan, que aún estaba impregnado con el aroma de la infancia de su hijo: la fragancia de los pequeños libros, los juguetes ordenados en un rincón, y las pequeñas piedras mágicas que había elegido Anastasia con tanto cariño. Richard se arrodilló junto a la cama y cubrió su rostro con las manos. El rey, conocido por su fortaleza y autoridad, lloró en silencio, dejando que las lágrimas se llevaran todo lo que no podía decir.
En el pasillo, Lemel llegó corriendo, con el rostro desencajado por la desesperación. Al ver a los guardias frente a la puerta, trató de abrirse paso.
—Déjenme entrar —pidió con urgencia—. Quiero ver al joven amo.
Los guardias intercambiaron miradas incómodas, pero uno de ellos levantó la mano para detenerlo.
—Lo siento, Lemel. Son órdenes del rey.
Lemel se desplomó de rodillas en el suelo, las lágrimas cayendo libremente por su rostro.
—No puede ser... ¿Por qué...? ¿Por qué tenía que ser él?
Sus palabras, apenas un murmullo, resonaron como un eco en el pasillo. Los sirvientes que lo veían desde lejos no podían evitar compartir su dolor, aunque en silencio. El castillo entero parecía hundido en una tristeza que ningún decreto ni amenaza podía disipar.
Lemel permaneció afuera de la habitación durante lo que le pareció una eternidad, sentado en silencio, con la cabeza apoyada contra la pared y los ojos enrojecidos por el llanto. No se atrevió a moverse ni a decir nada más, pero la espera lo consumía por dentro. Finalmente, uno de los guardias abrió la puerta y le hizo un gesto para que pasara.
Al entrar, la escena lo golpeó como un puñetazo en el pecho. Ethan yacía acostado en su cama, su rostro pálido y sereno, como si estuviera dormido. El aire de la habitación estaba cargado de una tristeza abrumadora, y Lemel sintió que sus piernas flaqueaban. Se acercó lentamente al lecho, observando el pequeño cuerpo del joven amo al que había servido y querido como a un hijo.
—No... —murmuró, su voz quebrándose mientras las lágrimas comenzaban a correr nuevamente por su rostro—. Esto no debería haber pasado.
Cayó de rodillas junto a la cama, sus manos temblando mientras las llevaba a su rostro. Lloró, pero esta vez no era solo tristeza; era una furia contenida, una mezcla de impotencia y rabia que lo quemaba por dentro. De repente, se levantó de golpe, girándose hacia Richard, que estaba de pie junto a la ventana, inmóvil como una estatua.
—¡Te lo dije! —gritó Lemel, con los ojos llenos de lágrimas y la voz rota—. ¡Te lo advertí, Richard! Esa mujer solo traería desgracias.
Richard giró lentamente hacia él, su rostro sombrío, pero su mirada estaba cargada de un dolor contenido. Sin embargo, sus palabras salieron frías y firmes:
—No... Esto no es culpa de Anastasia.
Lemel lo miró incrédulo, como si esas palabras lo hubieran golpeado. Dio un paso hacia el rey, sin importarle su posición.
—¡Sí lo es! —exclamó, con la voz aún temblorosa—. Si no fuera por ella, el joven amo estaría vivo.
El aire en la habitación pareció volverse más pesado. Richard, con los ojos entrecerrados, dio un paso adelante, su voz grave y llena de advertencia:
—Ten cuidado con tus palabras, Lemel. Soy el rey.
Lemel, lejos de retroceder, mantuvo su posición. Se pasó una mano por el rostro, limpiando las lágrimas, y respondió con un tono más calmado, pero igual de decidido:
—Lo sé... pero también eres mi amigo. Y como tu amigo, no puedo quedarme callado mientras te niegas a ver la verdad.
Un silencio tenso llenó la habitación. Richard y Lemel se miraron fijamente, ambos heridos, ambos rotos, pero cada uno con un dolor que no podía compartir con el otro. Finalmente, Richard desvió la mirada, caminando hacia la cama donde yacía Ethan. Se arrodilló junto a su hijo y pasó una mano temblorosa por su cabello, susurrando algo que Lemel no alcanzó a escuchar.
—No sé cómo seguir, Lemel... —murmuró Richard finalmente, su voz cargada de una vulnerabilidad que pocas veces mostraba—. He perdido a mi hijo. Y siento que también estoy perdiendo todo lo demás.
Lemel se quedó en silencio, su furia apagándose lentamente al ver la figura derrotada de su amigo. Dio un paso hacia él, pero no dijo nada. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía palabras para ofrecer.
Cinco días después de la tragedia
El castillo permanecía sumido en un silencio opresivo, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Lemel, incapaz de soportar el dolor de perder a su joven amo, se retiró al campo de batalla, buscando alguna manera de escapar de la tristeza que lo rodeaba. El rey Richard, aunque devastado, cumplía con sus deberes como emperador, pero su mirada reflejaba un vacío profundo. Anastasia, agotada por el peso de la corona, continuaba adelante con su rol como emperatriz, pero su corazón estaba roto.
El cuerpo de Ethan permanecía en su habitación, preservado por el hechizo Eterna Glacia, que mantenía su forma congelada, como si el tiempo no hubiera pasado desde su muerte. Aunque su cuerpo parecía intacto, la ausencia de su hijo era palpable, y el dolor que Anastasia sentía se hacía cada vez más insoportable.
Esa tarde, después de cumplir con sus deberes, Anastasia regresó a la habitación de Ethan. Cerró la puerta suavemente tras de sí, y se acercó a su hijo. Se sentó a su lado, acariciando su rostro helado con manos temblorosas. Las lágrimas comenzaron a caer una vez más, sin poder detenerlas.
—Ethan... ¿por qué? ¿Por qué te fuiste? —susurró, la voz quebrada por el dolor.
Permaneció en silencio, mirando a su hijo, como si esperara que en algún momento despertara. Pero nada sucedió. En su desesperación, sin darse cuenta, comenzó a cantar. Era un canto antiguo, en el idioma olvidado del reino occidental, una lengua que muchos consideraban perdida en el tiempo. El idioma no solo era conocido por algunos sabios del reino, sino que se había transmitido de generación en generación en las antiguas leyendas del pueblo, aunque muy pocos hablaban o comprendían sus significados. Sin embargo, en ese momento, Anastasia no pensaba en nada más que en su hijo, y las palabras surgieron de su corazón, como un lamento.
Mientras sus lágrimas seguían cayendo, Anastasia cantaba mirandoa sus hijo.
sin pensar, cerro los ojos y con voz quebrada por el dolor. La melodía, aunque desconocida para muchos, era pura y llena de tristeza, como si la propia esencia del reino occidental se uniera a su llanto. Las palabras fluían de ella, aunque no comprendía su significado exacto, como si el alma misma de la emperatriz se fusionara con ese antiguo poder.
Las lágrimas de Anastasia caían sin cesar, y una de ellas, más brillante que las demás, tocó la fría mejilla de Ethan. En ese instante, algo extraordinario ocurrió. La habitación comenzó a llenarse de una cálida luz dorada, que al principio fue tenue, pero rápidamente se intensificó. Anastasia, aún con los ojos cerrados y sumida en su dolor, no comprendía lo que sucedía, pero podía sentir cómo algo poderoso comenzaba a despertar dentro de ella.
La luz rodeó a Ethan, envolviéndolo por completo. La energía de la Lux Aeternum comenzó a fluir, como si una fuerza ancestral despertara, respondiendo a la desesperación y el amor de la emperatriz. La magia se concentró en su cuerpo, dándole una calidez que hacía desaparecer el frío de su piel.
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Lux Aeternum no era un poder común. Se decía que los dioses lo habían concedido a algunos mortales elegidos para que pudieran realizar milagros más allá de la comprensión humana. Era un poder ancestral, ligado a la energía vital misma del universo, capaz de traer de vuelta a los muertos, purificar lo impuro, y sanar incluso las heridas más profundas. Sin embargo, su uso tenía un alto precio: cada vez que se invocaba, drenaba la energía vital de quien lo usaba, acercándolos más al final de sus días
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Anastasia continuó cantando, su voz ahora un susurro débil, pero lleno de esperanza, mientras las lágrimas seguían cayendo. La habitación se llenó de una energía vibrante, y el resplandor dorado iluminó todo a su alrededor, los ojos y el aura que salía de su cuerpo iluminaba todo el castillo que estaba en silencio y oscuro
¿acaso el poder que despertó es algo que siga destruyendo la trama y la historia?