En Valmont, el poder y el deseo se entrelazan en un juego tan seductor como peligroso. Mi nombre es un susurro en los círculos más exclusivos; mi presencia, un anhelo inalcanzable. Pero en un mundo donde la libertad tiene un precio, cada decisión puede llevarme a la cumbre… o arrastrarme a la perdición.
Soy Isabella Rivas, mejor conocida como Sienna, y esta es mi historia.
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Madame Livia
—Tu trabajo será bailar.
Las palabras de Jade me golpearon como un balde de agua fría.
—¿Bailar? —repetí, sintiendo que no podía haber oído bien.
Jade asintió con una sonrisa cansada.
—Sí, en el club, en el escenario, en la barra de tubo… básicamente hacer striptease.
Mi estómago dio un vuelco.
—¿Eso es todo? —pregunté con cautela, aunque ya intuía la respuesta.
Jade se encogió de hombros.
—Por ahora.
"Por ahora." No me gustaba nada cómo sonaba eso.
—También hay otros trabajos —continuó Jade, apoyándose en la pared.
—Algunas sirven tragos en el bar, otras entretienen a los clientes en las mesas, asegurándose de que gasten más dinero en copas. Y luego están las que se dedican a acompañarlos, hacer que se sientan especiales, coquetear…
Hice una mueca.
—Básicamente fingir que nos gusta estar aquí.
—Exacto —asintió Jade.
—Y todo eso hasta que Vincent o Livia decidan que ya estás lista para satisfacer a los clientes.
Solté un suspiro tembloroso. Nada de eso era bueno, pero al menos no tenía que acostarme con nadie. Jade notó mi expresión y bufó.
—Deberías sentirte agradecida. Yo no tuve esa suerte.
Fruncí el ceño, mirándola.
—¿Qué quieres decir?
Se cruzó de brazos y su mirada se endureció.
—Que cuando entré aquí, Livia no me dio ninguna opción. Ni siquiera pasaron doce horas antes de que me obligaran a acostarme con alguien.
El asco me revolvió el estómago.
—¿Con un cliente?
Jade negó con la cabeza.
—Con Vincent.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Recordé sus manos sobre mí la noche anterior, su voz susurrándome amenazas con esa seguridad arrogante. Quise vomitar.
—¿Se acuesta con todas las chicas o qué?
Jade bajó la mirada y luego me sostuvo la mirada con una seriedad inquietante.
—No.
Me quedé helada.
—Pero si te obligó a acostarte con él…
Jade suspiró.
—Vincent tiene una regla muy clara: no toca la "mercancía", como él nos llama. Pero si lo hace, es por dos razones. O tiene un interés especial en ti… o solo quiere dejar claro quién manda.
Mi estómago se hizo un nudo. ¿Se suponía que eso debía tranquilizarme?
—Genial —murmuré con sarcasmo.
Jade se inclinó un poco más hacia mí, como si estuviera a punto de contarme un secreto importante.
—Aunque hay una chica con la que Vincent sigue acostándose.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo se llama?
—Dahlia.
—¿Y qué tiene ella de especial?
Jade sonrió con burla.
—Yo también me lo pregunto, pero así es. Es como su chica exclusiva. Casi parece una relación.
Eso me desconcertó aún más.
—Pero, ¿no se supone que eso está prohibido?
—Lo está —asintió Jade—. Si alguien lo supiera, Vincent estaría en problemas. Por eso lo mantienen en secreto.
—¿Alguien? ¿Quién?
Jade me miró con seriedad.
—El dueño de La Rosa Negra.
Me estremecí. Ese nombre ya lo había mencionado antes.
—¿Es peor que Vincent?
Jade dejó escapar una risa amarga.
—Mucho peor. Vincent es cruel, pero al menos tiene ciertos límites. El jefe… él no tiene ninguno o al menos eso escucho.
Tragué saliva con dificultad.
—Entonces, ¿cómo es que todo el mundo sabe lo de Vincent y Dahlia si se supone que es un secreto?
Jade se encogió de hombros.
—Aquí cada quien se mete en sus propios asuntos. Aunque oigamos o veamos cosas, es mejor hacer como si no pasara nada. Si el jefe se entera y echa a Vincent, podría traer a alguien peor.
Me quedé callada, procesando todo lo que me había dicho.
—Además… —Jade bajó aún más la voz—. Dahlia está enamorada de Vincent.
Mis ojos se abrieron como platos.
—¿¡Enamorada!?
Jade me lanzó una mirada de advertencia.
—¡Shhh, baja la voz! —Me encogí un poco, murmurando una disculpa. Pero ella siguió.
—Sí. Y eso la hace peligrosa.
—¿Peligrosa? —pregunté, sin entender del todo a qué se refería.
Jade asintió, mirándome con una expresión que me puso nerviosa.
—Si Vincent muestra interés en otra chica, ella se encarga de hacerle la vida imposible.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
—¿Quieres decir que…?
Jade me miró con seriedad.
—Si Vincent se ha fijado en ti, haz lo posible por hacer que pierda el interés.
Me quedé sin palabras.
—O las cosas aquí se pondrán aún más difíciles para ti.
Genial. Como si ya estar en esta maldita pesadilla no fuera suficiente.
—Hay un pequeño problema… —dije, cambiando de tema lo más rápido posible.
Jade me miró con curiosidad.
—¿Cuál?
—No tengo ni la menor idea de cómo hacer un striptease o bailar en una barra de tubo.
Jade soltó una risa nasal.
—Sí, me lo imaginé.
—Genial. Entonces, ¿qué hago? ¿Finjo que me desmayo en el escenario?
—Nah, muy dramático. Mejor vienes conmigo.
Me puse de pie y la seguí. Caminamos por pasillos que parecían sacados de una película de época: alfombras de terciopelo oscuro, paredes con papel tapiz elegante, iluminación tenue. Todo muy lujoso… y muy sofocante.
Finalmente, Jade se detuvo frente a una puerta de madera negra con detalles dorados. Golpeó con los nudillos y esperamos. Segundos después, una voz femenina y firme nos dio permiso para entrar.
El despacho parecía una mezcla entre una mansión de la realeza y la guarida de un villano de película. Terciopelo rojo en las paredes, muebles de caoba oscura, alfombras gruesas con bordados dorados, un candelabro ridículamente grande iluminando la chimenea encendida. Y, en una esquina, un bar de cristal lleno de botellas que seguro costaban más que mi vida.
Al fondo, un escritorio imponente de mármol negro y madera tallada dominaba la habitación. Y detrás de él, en un sillón de cuero con detalles dorados, estaba ella: Madame Livia.
Era imposible no mirarla. Vestido negro ajustado, guantes largos de satén, moño perfectamente recogido y labios rojos de esos que parecen decir "te podría matar y ni arrugaría el vestido".
Nos miró como si fuéramos meros insectos en su lujosa alfombra.
—¿Qué sucede? —preguntó, cruzando las piernas con una calma calculada.
Jade dio un paso al frente.
—Le mostré a Sienna todo lo que pidió, le expliqué las reglas y su trabajo, pero… hay un problema.
Livia arqueó una ceja.
—¿Qué problema?
—No sabe bailar.
Silencio.
La Madame soltó un suspiro de pura exasperación y me miró por primera vez con atención, como si acabara de notar que existía.
—Eso es un inconveniente —dijo lentamente, como si estuviera decidiendo si me echaba a la calle o me hacía desaparecer.
—No podemos ponerla a trabajar si no sabe moverse.
Se llevó una mano a la barbilla, pensando.
—Jade, vete y Dile a Dahlia que venga.
Mi cuerpo se tensó al escuchar ese nombre. Jade me lanzó una mirada rápida, pero no dijo nada antes de dar media vuelta y salir.
Genial. Ahora estaba sola con está mujer. Ella entrelazó los dedos y apoyó los codos en el escritorio.
—Siéntate, Sienna.
Me moví con cuidado y me dejé caer en una de las sillas de terciopelo frente a su escritorio, sintiéndome como un cordero en la boca del lobo.
Ella me observó con una leve sonrisa.
—Veamos qué tienes que ofrecer.