habla de la vida y los desafíos de un chico gay el cuál se desarrolla en medio de un país latinoamericano
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Carreras y risas
Las tardes se volvieron el refugio de Matías. Después de enfrentar las tensiones en casa y las dificultades en la escuela, encontró consuelo en algo tan simple como dar vueltas en bicicleta alrededor de la manzana. Era su momento de desconectar del mundo exterior y conectar consigo mismo.
Matías había descubierto la bicicleta como una válvula de escape durante uno de sus paseos solitarios por el vecindario. Al principio, lo hizo por casualidad, buscando una forma de despejar su mente atormentada. Pero pronto se convirtió en una rutina terapéutica, una actividad que lo ayudaba a encontrar paz interior.
Cada tarde, después de las clases y antes de que su padre regresara a casa, Matías tomaba su bicicleta y comenzaba su ritual. El suave traqueteo de las ruedas contra el pavimento se convertía en su banda sonora personal, acompañando sus pensamientos mientras recorría las calles familiares.
La rutina era sencilla pero reconfortante. Con cada pedalada, sentía cómo la tensión se disipaba de sus hombros y cómo sus preocupaciones se desvanecían, al menos temporalmente. La brisa fresca acariciando su rostro era un bálsamo para su alma cansada.
Durante esos paseos, Matías encontraba consuelo en la simplicidad del paisaje urbano que lo rodeaba. Observaba a los vecinos pasear a sus perros, a los niños jugando en los parques y a las parejas mayores sentadas en los bancos, disfrutando del atardecer juntos. Era como si el mundo siguiera girando en su propio ritmo, ajeno a sus tormentos internos.
A veces, Matías se detenía en lugares específicos que tenían un significado especial para él. Una pequeña plaza con un banco solitario donde solía sentarse a reflexionar, o un callejón tranquilo donde podía detenerse y cerrar los ojos, absorbiendo los sonidos y aromas del entorno.
Sus amigos en la escuela a menudo lo invitaban a unirse a ellos después de clases, pero Matías prefería la soledad de sus paseos en bicicleta. No era que no apreciara su compañía, pero necesitaba ese tiempo a solas para procesar sus pensamientos y emociones sin distracciones.
La bicicleta se convirtió en su confidente silenciosa, testigo de sus lágrimas y sus suspiros, pero también de sus momentos de serenidad y claridad. En cada vuelta de la manzana, Matías encontraba un pequeño respiro de paz en medio del caos de su vida.
Con el tiempo, comenzó a explorar rutas más largas y desafiantes fuera de su vecindario. Descubrió senderos naturales que lo llevaban a lugares desconocidos, donde podía perderse en la belleza de la naturaleza y sentirse libre de las cadenas emocionales que lo ataban.
A medida que pedaleaba, Matías también comenzó a notar mejoras en su estado emocional y físico. Se sentía más en forma y en control de sí mismo. La bicicleta no solo era una forma de escape, sino también una herramienta para fortalecer su resistencia interna y su capacidad para enfrentar los desafíos que el futuro le deparaba.
Los días se deslizaban como una sucesión de pedales y risas para Matías y su hermano Moisés. Después de la escuela, se aventuraban en sus bicicletas por las calles del vecindario, buscando emociones y adrenalina en cada carrera improvisada.
Moisés, el hermano mayor de Matías por dos años, siempre había sido su cómplice en travesuras y aventuras. Juntos exploraban cada esquina del vecindario, buscando el próximo desafío que los uniera en risas y complicidad.
Una tarde soleada, decidieron probar quién era más rápido en una carrera desde el final de la calle hasta el parque cercano. El aire vibraba con la energía competitiva mientras ajustaban los cascos y se posicionaban en la línea de salida improvisada.
Con un grito de "¡Listos, fuera!", se lanzaron hacia adelante con la fuerza y la determinación que solo los niños llenos de vida pueden tener. Sus bicicletas cortaban el viento con velocidad, las risas de excitación mezclándose con el crujido de los neumáticos sobre el pavimento.
El trayecto era emocionante y desafiante, con Moisés tomando la delantera al principio, pero Matías no se rendía fácilmente. Con cada pedalada, aceleraba con determinación, sintiendo el latido de su corazón en su pecho mientras se esforzaba por alcanzar a su hermano.
En la esquina de la calle, sin embargo, ocurrió un incidente inesperado. Una señora mayor, que caminaba con dificultad y con un parche sobre un ojo, cruzó la calle justo en el momento en que Matías y Moisés se aproximaban a toda velocidad.
"Frena, Mati", gritó Moisés, pero fue demasiado tarde. Matías apenas logró esquivar a la señora tuerta, pero su bicicleta rozó la manga de su abrigo y la hizo tambalearse. Por suerte, no cayó, pero miró furiosa a los niños que casi la atropellan.
"¡Miren por dónde van, niños irresponsables!", regañó la señora tuerta con voz aguda y enérgica. "¿No pueden ver que estoy cruzando? ¡Podrían haberme lastimado!"
Matías y Moisés se detuvieron abruptamente, conscientes del error que habían cometido. Moisés trató de disculparse, diciendo: "Lo siento mucho, señora. No lo hicimos a propósito. Estábamos corriendo y no la vimos."
La señora tuerta los miró con ceño fruncido, pero luego sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa. "Deben tener más cuidado la próxima vez", les advirtió antes de continuar su camino, aunque Matías juró que vio un destello travieso en sus ojos.
Moisés y Matías intercambiaron miradas y, en un acceso de risa nerviosa, comenzaron a reír a carcajadas. La tensión se disipó rápidamente mientras se abrazaban el uno al otro, incapaces de contener su alivio y alegría por haber evitado un accidente mayor.
Desde ese día, la señora tuerta se convirtió en una anécdota divertida que compartían con sus amigos y familiares. Cada vez que pasaban por el lugar donde ocurrió el incidente, recordaban con cariño aquel momento de susto y risas compartidas.
Para Matías, aquellos paseos en bicicleta con Moisés no solo eran una forma de escapar de sus preocupaciones, sino también una fuente inagotable de conexión fraternal y alegría pura. A través de las carreras y las travesuras, descubrió el poder sanador de la risa y la complicidad entre hermanos.
Juntos, exploraron cada rincón de su mundo familiar y encontraron la magia en las pequeñas aventuras cotidianas. A través de sus risas compartidas y sus momentos de cercanía, Matías aprendió que el verdadero valor de la vida reside en los momentos simples y significativos que compartimos con quienes amamos.
estoy en secundaria y me va un poco mejor pero sigo con las inseguridades autoestima baja y ataques de ansiedad,la vergüenza y el pánico social,en fin,te comprendo