VENDIDA AL JEQUE ÁRABE

...TE QUIERO...

Cuando me llamó la noche siguiente, ya había decidió poner fin a todo el asunto. Estaba cooperar y luego estaba lo que él me estaba obligando a hacer.

Malek estaba lleno de mierda.

Ya no necesitaba practicar. No era una profesional en las mamadas, pero me había vuelto bastante buena y cómodo con ellas, a pesar del manejo brusco de este hombre.

—Ya no voy a hacerte mamadas —dije, en el momento en que entré a su habitación.

Sentado en el sillón junto a la ventana, Malek levantó la mirada hacia mi. La habitación estaba mal iluminada, la lámpara de la mesita de noche era la única fuente de luz, por lo que el rostro del hombre estaba medio en sombras y era difícil de leer.

—¿Qué mamadas?

Parpadeó antes de reírme.

—¿Es esa tu idea de una broma? ¡No aluciné con las mamadas que me obligaste a darte!

Recostándose en su asiento. El cínico cruzó sus largos dedos frente a él y me miró con las cejas ligeramente arqueadas.

—Fue sólo una práctica. Y si alguien se vio obligado a hacerlo, no fuiste tú. Recuerdo claramente que te divertías cada vez.

Con la cara ardiendo, resople.

—¿En serio vas a decir que no lo hiciste?

Solo se encogió de hombros.

—No lo niego, pero no es más que una reacción fisiológica a los estímulos. Nos es que tampoco lo hayas hecho estupendo. He recibido mejores. Y yo no cambio parámetros y para mí es lo que acordamos: algo momentario, hasta que ya puedas abrirle las piernas a mi hermano. Te creía inteligente, pero ya veo que no eres una mujer de palabra, solo una chiquilla inmadura.

—¿Abrirle las piernas a tu hermano? —Repito, farfullando de indignación.

Traté de ignorar el otro sentimiento que se revolvía en mi estómago. No resulte herida. No fue una decepción. Fuera lo que fuera, me originaba en la misma parte de mi que se pavoneaba cada vez que este hombre se dignaba alabarme. Esa parte de mi debería callarse.

—Sí —Aclaró. —En caso de que lo hayas olvidado,

—Fue duro tomar eso en serio cuando te corrías en mi boca varias veces al día. Mientras jugabas ha palabras intencionadas.

Él solo me dio una mirada fija. A cambió sonreí.

—Lo siento, pero no me creo que no haya sido "tan estupendo". Ningún hombre es tan abnegado. Y un imbécil egoísta como tú definitivamente no lo es. No me importa cómo lo racionalices en tu mente reprimida y machista que no puede aceptar los hechos de tus acciones, así que no me cuentes esa mierda. Porque no me lo creo. Y aún más cuando me enterrabas tu pølla hasta el fondo de mi garganta cada vez que te venías.

Algo cambió en sus ojos oscuros. La temperatura en la habitación pareció bajar varios grados mientras él me escudriñaba. Finalmente, dijo en voz baja:

—No puedes acusarme de inclinaciones machistas reprimidas, sólo porque no correspondo a tus sentimientos.

Casi me atragantó.

—¡No siento nada por ti, idiota egocéntrico, petulante y engreído! —La mera idea era nauseabunda. Nauseabunda y ridícula. ¡El atrevimiento!

Malek arqueó las cejas.

—Mi error. Debe haber sido alguien más que parece un cachorro pateado cada vez que salgo de la habitación.

Me imaginó vívidamente estrangulándolo con mis propias manos.

O golpeando esos labios perfectos y burlones.

Eso no es jodidamente cierto, quise gritar.

Pero luego lo pensé mejor. Sería inútil. Él no me creería. ¿Por qué lo haría, cuando me comportaba tan vergonzosamente ansiosa cada vez que le chupaba la pølla? No, tenía que pensar en otra forma de tomar ventaja. Todos tenían una debilidad.

El problema era que este hombre no parecía tener ninguna.

Excepto... excepto tal vez por la grieta en su armadura que había aparecido cuando lo había aludido a las inclinaciones machistas y reprimidas de Malek. ¿O lo había imaginado?

Valía la pena intentarlo. Podría ser la única manera de meterme bajo su piel, desequilibrarlo.

—Tienes razón —dije, dándole mi más dulce sonrisa y agitando mis pestañas de manera exagerada.

Los ojos del hombre se entrecerraron.

—¿Lo hago? —Pregunta casi incrédulo, mirándome con cierto recelo.

—Sí.— Reafirmo, mientras me voy acercando. Me dejó caer en su regazo y sonrió más ampliamente, fingiendo que no había notado la forma en que se había puesto completamente rígido. Rodeó su cuello con mis brazos. —Te quiero — confieso dramáticamente, dándole un beso en la mandíbula sin afeitar.

Con el corazón acelerado, lo hice de nuevo, intentando no respirar profundamente. El olor de este hombre me hizo cosas. Cosas horribles.

—No puedo vivir sin ti, tengamos bebés juntos- ¡Ay!— Me frote mi trasero dolorido cuando me arrojaron sin contemplaciones del regazo de Malek. —Esta no es la manera de tratar a alguien enamorado de ti, cariño —digo, agitando las pestañas nuevamente antes de lanzarle un beso.

Un músculo se contrajo junto a su ojo izquierdo. Me miró fijamente durante un largo y cargado momento con tal intensidad que comencé a temer seriamente por mi vida.

Pero ya no había vuelta atrás. Además, esto seguro estaba funcionando en lo que respecta al molesto hombre. Y era divertido.

—No te enojes conmigo, mejillas dulces —Le digo, apenas reprimiendo una risa. Me inclinó hacia adelante y apoyó mi mejilla contra su rodilla, mirándolo a través de mis pestañas. — Puedo sentir lo estresado que estás—. Deslizó mi mano bajo su thobe, dejando que mis dedos recorrieran la tela de sus pantalones, subiendo por su duro muslo, hasta que finalmente alcanzaron su miembrø.

La cual definitivamente no era del todo suave.

Mi sonrisa se amplió más.

—¿Quieres mi boca ahora? —Preguntó suavemente, frotando mi mejilla contra su rodilla. Sentía calor en la cara, pero me obligué a añadir —Puedes quedártela. Sabes que me encanta chuparte la pølla. Tu pølla es la única que quiero chupar.

El miembrø bajo mi mano se contrajo.

El rostro de Malek era pétreo.

—Detén este comportamiento ridículo de inmediato — Refutá fríamente, como si su pęnę endureciéndose contra mi mano no le perteneciera. —No estoy seguro de lo que estás tratando de lograr, pero no funcionará. Fue solo práctica. No me gustan compartir.

Bueno, la pølla dura que palpitaba contra mi palma decía lo contrario.

—Está bien —murmure, empujando su thobe fuera del camino y avanzando hasta que mi cara presionara contra el bulto obsceno debajo de sus pantalones. Respiré hondo, tratando de controlar mi emoción.

Dios, odiaba que lo que le había dicho, ni siquiera fuera una mentira: me encantaba chuparle la pølla. Era inquietante lo mucho que lo amaba. Era algo adicto a eso.

Felizmente, pasaría el resto de su vida de rodillas, con el pęnę de Malek en mi boca, utilizada por él cada vez que quería correrse. Y por eso esto tenía que parar. Esto era una locura.

Mi atracción por él se estaba convirtiendo en algo

obsesivo, sumiso y enfermizo.

Esto tenía que parar.

¿O no quería parar?.