La Sangre de Asclepio: El Don de Curación de una Mujer Divina".

**Sombras de Guerra y Confesiones**

Esa noche, la luna brillaba apenas lo suficiente para iluminar tenuemente los opulentos pasillos del palacio. Aurelia, perturbada por el ruido de una discusión, se levantó de la cama donde el sueño apenas había empezado a envolverla. Sigilosa, avanzó por el corredor, guiada por los sonidos de voces alteradas. Al final del pasillo, entreabrió la puerta de la sala de estrategia, donde su esposo Adriano discutía acaloradamente con un hombre que le resultaba inconfundiblemente familiar: su propio hermano, Octavio.

"No puedes seguir cuestionando cada decisión que tomo en el campo de batalla. ¡Lo que pasó en Hispania fue necesario, y ahora Venecia demanda nuestra atención!" la voz de Adriano retumbaba con autoridad y frustración.

Octavio, con una calma que rozaba la insolencia, replicó, "Pero debes entender, Adriano, que no todos ven con buenos ojos la forma en que Aurelia ha asumido su rol. Algunos creen que..."

Adriano lo interrumpió con furia, "¡Que piensen lo que quieran! Aurelia ha hecho más por el bienestar de este reino de lo que muchos podrían jactarse en una vida. No toleraré más difamaciones hacia ella, ni siquiera de ti."

Aurelia sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. No solo estaba escuchando la defensa vehemente de su esposo, sino que también se encontraba inesperadamente en medio de asuntos de estado más grandes que sus propios dramas palaciegos.

La conversación se desvió entonces hacia la guerra en Venecia. "Necesitamos asegurar los puertos para mantener nuestro dominio sobre el comercio en el Adriático. Si dejamos que Venecia se rebele abiertamente, será el principio del fin para nuestra influencia en la región," explicaba Adriano, desplegando mapas y señalando con un dedo firme las áreas críticas.

Octavio asintió, pero su preocupación era palpable. "Es una empresa arriesgada. Y si fallamos, no solo perderemos territorio, sino que también expondremos nuestras fronteras a nuevos enemigos."

Adriano suspiró, su furia inicial disipándose un poco ante la magnitud de los retos que enfrentaban. "Lo sé, hermano, lo sé. Pero es un riesgo calculado. Debemos actuar ahora que nuestros enemigos no esperan un movimiento tan audaz."

Mientras Aurelia observaba y escuchaba, la enormidad de la responsabilidad que Adriano cargaba sobre sus hombros se hacía más evidente. Ella entendió entonces que las tensiones de la guerra iban mucho más allá de las batallas; se extendían a los lazos familiares, las lealtades y las percepciones del pueblo sobre su gobierno y su matrimonio.

Cuando finalmente regresó a sus aposentos, los primeros rayos del amanecer empezaban a teñir el cielo de un suave azul. Adriano, notando su silueta contra la luz del amanecer, se acercó con preocupación. "¿Lo has escuchado todo?" preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

Aurelia, con una mirada que mezclaba admiración y preocupación, asintió. "Sí, y no sabía... no sabía todo lo que llevas sobre ti."

Con un gesto de ternura, Adriano la atrajo hacia sí. "Es una carga que llevo con honor, especialmente porque sé que te tengo a ti. Juntos, enfrentaremos lo que venga."

Y en ese abrazo, Aurelia se sintió no solo protegida, sino también profundamente involucrada en las luchas y sueños de su esposo. Juntos, en la penumbra que precedía al amanecer, se prometieron enfrentar cualquier adversidad, fortalecidos por su unión y amor.

** Ecos en el Agua**

El agua de la bañera todavía mantenía un calor reconfortante cuando Aurelia decidió sumergirse completamente, cerrando los ojos y dejando que el silencio del agua amortiguara los sonidos del mundo exterior. La fragancia de los aceites esenciales se mezclaba con el vapor, creando una atmósfera de tranquila serenidad. Sin embargo, la paz fue efímera, pues al abrir los ojos, la figura de Adriano se reflejaba en el espejo colocado estratégicamente frente a ella.

Ella emergió de la bañera, envolviéndose en una toalla mientras se acercaba a él. "¿Cómo estuvo tu día, amor?" preguntó con una voz suave, intentando desviar cualquier tensión previa.

Adriano, con una expresión que mezclaba preocupación y afecto, respondió, "Ha sido largo, y, Aurelia, debemos hablar sobre algo importante."

Ella asintió, preparándose para lo que pudiera venir. "Claro, ¿qué sucede?"

Él tomó un momento, eligiendo sus palabras con cuidado. "No me gusta saber que estás escuchando conversaciones a escondidas. ¿Qué sucederá si descubren que conoces asuntos que deberían ser privados? Es peligroso, no solo para ti, sino para nosotros."

Aurelia sintió un pequeño pinchazo de culpa. "Lo siento, Adriano. No fue mi intención espiar. Simplemente ocurrió que escuché y..."

"Y te entiendo, pero debes ser más cuidadosa. No todas las palabras que se hablan en este palacio son para oídos ajenos, incluso los tuyos," interrumpió Adriano, su voz suave pero firme.

Ella asintió, sabiendo que él tenía razón. "Lo comprendo y lo respetaré. Pero también quiero que confíes en mí, que no me mantengas al margen. Si vamos a enfrentar juntos lo que venga, necesito estar informada."

Adriano la observó por un momento, la preocupación en sus ojos dando paso a una comprensión resignada. "Tienes razón. Es justo. Te mantendré informada, dentro de lo que sea seguro y prudente."

"Gracias," dijo ella, acercándose a él y posando una mano sobre su pecho. "Y ahora, cuéntame cómo podemos relajarnos juntos esta noche. ¿Algún plan especial?"

Con una sonrisa, Adriano permitió que la tensión de la conversación se disipara. "Creo que podríamos empezar por unirse a mí en la bañera, si no te molesta compartir el agua ya un poco fría."

Aurelia rió, el sonido ligero y claro como el cristal. "Eso suena delicioso, pero sólo si prometes calentar el agua con historias de tu infancia. Esas siempre me hacen sentir como si estuviéramos comenzando de nuevo."

"Es un trato," dijo Adriano, guiñando un ojo mientras ayudaba a Aurelia a deslizarse de nuevo en el agua tibia que prometía un rato más de charlas sinceras y unión en la tranquilidad de su santuario personal. Juntos, en la bañera, compartieron risas y recuerdos, fortaleciendo su vínculo en la quietud de la noche.

** Sombras de Traición**

El sol aún brillaba con fuerza cuando Adriano regresó apresuradamente al palacio. Su rostro, habitualmente sereno y controlado, mostraba ahora una mezcla de ira y confusión. Aurelia, que había estado en los jardines supervisando el nuevo diseño floral, se sobresaltó al verlo tan alterado.

“¿Qué ha ocurrido, Adriano? ¿Por qué esa prisa?” preguntó, acercándose preocupada.

Sin detenerse, Adriano la tomó del brazo, guiándola hacia el interior del palacio. “No aquí,” murmuró, mirando hacia todos lados como si temiera que las mismas paredes pudieran escuchar. “Necesitamos hablar en privado.”

Una vez en la seguridad de su cámara, Adriano cerró la puerta con un golpe y se volvió hacia Aurelia, sus ojos ardían con una intensidad que ella rara vez había visto. “Alguien ha intentado asesinar a mi hermano,” dijo sin preámbulos.

El corazón de Aurelia se detuvo. “¿Cómo? ¿Está bien?”

“Vive, pero está gravemente herido. Lo encontraron en su estudio, apenas consciente y junto a él, mi daga.”

“¿Tu daga?” Aurelia sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal. “Pero, ¿cómo es eso posible?”

“La dejé en su palacio la última vez que discutimos. Fue una discusión acalorada sobre su gestión y las quejas de su esposa. Ella nunca ha ocultado su desdén hacia mí... Ahora parece que alguien ha usado eso en mi contra.”

Aurelia procesó la información, su mente trabajando a toda velocidad. “¿Crees que ella...?”

“No lo sé, Aurelia. No quiero acusar sin pruebas, pero el hecho de que mi daga estuviera allí no es coincidencia. Alguien quiere que parezca culpable.”

Adriano comenzó a caminar de un lado a otro, claramente angustiado. “Este incidente podría destruir todo lo que he trabajado. Mi reputación, nuestra seguridad, todo está en juego.”

Aurelia se acercó a él, colocando una mano reconfortante sobre su hombro. “Lo resolveremos, juntos. Primero, debemos asegurarnos de tu inocencia. Necesitamos hablar con tu hermano, saber qué recuerda.”

Adriano asintió, respirando hondo. “Tienes razón. También debo hablar con mis aliados, asegurar que entienden mi posición antes de que los rumores comiencen a esparcirse.”

“Y yo puedo hablar con algunas personas de confianza, aquellas que sabrán cómo se propagan estos rumores y podrán ayudarnos a controlarlos,” añadió Aurelia, su mente ya trazando un plan.

“Siempre tan perspicaz, mi amor,” dijo Adriano, ofreciéndole una sonrisa triste. “Gracias por estar a mi lado.”

“Siempre estaré a tu lado, no importa lo que pase. Juntos enfrentaremos esto y limpiaremos tu nombre.”

Con un plan esbozado y la determinación de proteger todo lo que habían construido, Adriano y Aurelia se prepararon para enfrentar una de las pruebas más difíciles de su unión. Sabían que el camino sería arduo, pero la fortaleza de su vínculo era la mejor arma contra cualquier adversidad que se les presentara.