“El heredero del Trono Lunar podrá gobernar únicamente si su alma está unida a una loba de sangre pura. No mordida. No humana. No contaminada.”
Así empezaron siglos de vigilancia y caza, de resguardo y secreto. Muchos olvidaron la razón de dicha ley. Otros solo recordaban que no debía ser quebrantada.
Sin embargo, la diosa Luna, que había decidido el destino de Licaón y de aquellos que lo siguieron, seguía presente. Miraba. Esperaba. Y en silencio, tejía una nueva historia.
Una princesa nacida en un lugar llamado Edmon, distante de las montañas donde dominaban los lobos. Su nombre era Elena. Hija de una mujer sin conocimiento de que provenía del linaje de la Luna. Nieta de una mujer que había amado a un hombre lobo y había mantenido su secreto muy bien guardado en su corazón. Elena se desarrolló entre piedras, rodeada de libros, espadas y anhelos que no eran aceptados en la corte. Era distinta. Nadie lo comprendía plenamente, ni siquiera ella misma.
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CAPÍTULO 20 – El Consejo del lobo supremo.
Narrador
El ambiente estaba cargado de murmullos. Las declaraciones de Freydis no solo habían arruinado el momento del alfa y su luna, sino que también habían encendido una llama peligrosa. Kael apenas le prestó atención al ordenar, con la mandíbula apretada:
—Acompáñame. Ya.
Freydis lo siguió, con aire orgulloso y una leve sonrisa en su rostro, como si esa orden fuese una retribución en lugar de un castigo. Sin embargo, no avanzaron mucho. Un muro de autoridad los detuvo.
—Mi hija no se moverá a ningún lugar sin mí —afirmó el rey Erik de Freedom, haciendo sentir su autoridad como un puño cerrado sobre la mesa. Sus ojos, igual que los de Freydis, mostraban ambición.
Kael se dio la vuelta, su expresión era dura.
—Entonces ven con nosotros. Pero este asunto se tratará en privado.
Varun fue quien se interpuso para evitar que la discusión estallara frente a todos los clanes.
—La sala del consejo —declaró con voz firme—. Solo aquellos que deben escuchar y decidir.
La sala del consejo era un lugar austero, diseñado para la verdad, no para la diplomacia. Allí no importaban los títulos, solo el peso de la justicia… y lo inevitable.
Kael entró primero, con los hombros tensos, el ceño fruncido y la mirada de alguien que ha llevado un peso en los hombros. A su lado estaban sus padres, Natalia, digna y seria como una reina y Arturo siempre serio y callado. El lobo supremo León, su abuelo, también ingreso al salón en silencio.
Frente a ellos, Erik tomó asiento como si el mundo le debiera algo, mientras Freydis se sentaba a su lado con la fragilidad calculada de una supuesta víctima.
Varun ocupó el centro.
—Hagan sus declaraciones —dijo sin rodeos—. Y que esta vez, lo hagan con sinceridad.
Kael tomó aire. Cuando habló, su voz se mantuvo firme, pero sus palabras llevaban el peso de siglos de vida.
—Sí. Freydis y yo pasamos una noche juntos. Solo una. Fue antes de la encontrar a mi luna. No hubo promesas. No hubo lazos. Le dejé claro que no buscaba nada más.
Freydis bajó la vista, pero su voz tembló.
—Yo. . . no entiendo cómo sucedió. Fue mi culpa —susurró, ahogando un sollozo—. Entré en su habitación sin su permiso. Quería despedirme. Él estaba solo, pero no pensé que… —hizo una pausa dramática— …no imaginé que acabaría embarazada.
El silencio era abrumador. El aire se tornó denso.
Kael la miró con desconfianza y rabia contenida.
—¿Y esperas que te crea?
Freydis sostuvo su mirada con ojos llenos de lágrimas.
—¿Por qué mentiría sobre algo así?
Kael dio un paso hacia ella. Sus palabras eran como cuchillas contenidas.
—Porque no siento a mi cachorro en ti. Kan tampoco lo siente. Y si fuera mío, lo sabríamos, dudo que estes embarazada.
Erik se levantó con un rugido bajo.
—¡Es demasiado pronto! Para que lo sientas ¡Mi hija no miente!
—Quizás no esté mintiendo… —interrumpió Natalia con un tono tranquilo pero duro—. Pero tampoco ha revelado sus verdaderas intenciones.
Sus ojos se fijaron en Freydis con precisión, como si fueran una flecha en un blanco.
—Si lleva en su barriga al hijo de Kael, será reconocida. Sin embargo, eso no altera lo fundamental: Kael ya ha forjado su lazo con Elena. Ella es su Luna. Su reina. Sentencio Natalia.
—No aceptaré esa deshonra —respondió Erik, lleno de furia.
—Entonces, debiste enseñar a tu hija a valorar el honor más que la ambición —interrumpió León, que hasta ese momento había estado observando en silencio, como un lobo esperando el momento adecuado para atacar.
Su voz resonó en el salón como un eco antiguo.
—Desde la época de Licaón, ningún Rey Alfa ha tomado concubinas. Si esto se confirma, Freydis será la primera en siglos. No será por elección. Será por deber. Y solamente si ese niño lleva el mismo fuego que fluye en nuestras venas.
—¿Una concubina? —escupió Erik—. ¿A mi hija? ¿Una princesa de Freedom relegada a un rango tan bajo, como si fuera una simple omega?
León se puso de pie. No elevó la voz. No lo necesitó.
—Debiste considerar eso antes de mandarla como cebo. Antes de permitirle jugar con las alianzas de los clanes como si fueran piezas de un juego. No te hagas el digno, que tus intenciones son ovias.
Luego miró a Freydis como si pudiera traspasarla.
—Has ocasionado un revuelo. Y aún no sabes si llevas verdad en tu vientre o solo veneno. Concluyo dando por terminada la reunión.
Erik apretó los puños, pero Varun levantó el bastón.
—La decisión está tomada —declaró—. Esperaremos. Si hay un hijo, se reconocerá. Pero no cambiará lo que el Círculo ya ha sellado. La conexión de Kael con Elena es sagrada. Y no será rota por capricho o deseo.
Freydis bajó la mirada. Asintió ante el Alfa Supremo con la sumisión de quien no tiene otra alternativa. Pero detrás de sus párpados húmedos, algo ardía en silencio.
Esto no había concluido.
Esto apenas comenzaba.