Doncella De La Mafia

El reloj dio las tres de la tarde.

Anne ya estaba lista junto a sus maletas, como un condenado que espera su sentencia. En su mente, intentaba convencerse que todo saldría bien y que podría escapar, como había acordado con Justin, sin embargo, no podía tranquilizarse.

El timbre de la casa sonó y el ama de llaves fue a abrir la puerta. Toda la familia Hill aguardaba en el recibidor, esperando de pie, con Anne parada en medio como un extraño sacrificio para un dios rencoso: el vestido blanco con flores rosa y las bonitas joyas que le complementaban le quedaban muy bien, pero había vuelto a maquillarse de una manera desfavorable y tampoco había abandonado las gafas de marco negro; ya con haberse puesto un vestido que la hiciera ver fina y delicada era suficiente, demasiada consideración de su parte para ese tipo, quien le parecía un verdugo con dinero.

Los Hill miraron hacia el frente casi al mismo tiempo cuando Renzo Mancini ingresó por la puerta, seguido de su colega, Guido Vitale. El joven mafioso vestía ropa casual: jeans azules, camisa blanca sin corbata, gabardina marrón claro y tenis. Su aspecto era bastante diferente del que había conocido Anne, con su traje Armani y zapatos que costaban más que todo su guardarropa, sin embargo, Renzo no dejaba de lado su buen gusto para vestir ni las marcas costosas.

—Buenas tardes — saludó Renzo a los Hill, rodeándolos con sus ojos dorados, emanando la fría cordialidad de siempre.

—Bienvenido, Renzo — saludó Patrick Hill —Nos alegra verte.

Los ojos del joven se detuvieron en los de Anne. Sin rodeos, dijo:

—¿Lista?

Anne movió la cabeza afirmativamente y se aferró a la manija de su bolsito de mano.

—Okey — y miró a Patrick— Señor Hill, no se preocupe por su hija, yo me encargaré de ella de ahora en más.

—No sabes cuanto te lo agradezco — respondió Patrick, más por cortesía que por un sentimiento real de padre.

—Vámonos entonces — fue lo último que dijo Renzo, dándose la vuelta y saliendo por la puerta principal.

Guido Vitale no le siguió, sino que ayudó a Anne con sus maletas. El hombre, que tenía más o menos la misma edad que Renzo, tomó las cosas sin pedir permiso pero con amabilidad.

—Gracias — dijo Anne quedamente. Guido le devolvió una sonrisa educada y se le adelantó, saliendo primero por la puerta. Ella caminó tras el asistente y su familia la siguió.

La Residencia Hill tenía un breve patio hacia el frente y rejas de hierro forjado muy antiguas. Al atravesar el portón principal, se salía a la calle. Allí, un Bugatti negro de cuatro puertas esperaba estacionado junto a su chofer.

Renzo Mancini ya estaba dentro del carro, sentado en la parte trasera. El chofer abrió la puerta para Anne y la invitó a subir y sentarse junto a su prometido, quien esperaba mirando a través de la ventanilla. Mientras, Guido Vitale guardaba las maletas de la joven dentro del baúl.

Anne miró a los Hill por última vez. Su padre y su madrastra sonreían falsamente, mientras que Charleen, en silencio, no disimulaba su mirada de desprecio.

—Vamos a extrañarte, querida — habló Leticia Dubois, en un tono tan hipócrita que a Anne casi le revuelve el estómago.

—Recuerda de dónde vienes, hija — le mencionó Patrick Hill, en clara alusión a la última charla que habían tenido.

Por su parte, Charleen siguió sin decir adiós y era obvio que no podía quitar los ojos de su propio vestido, el cual le había sido usurpado por su hermana mayor.

Anne saludó escuetamente y se metió al carro, percibiendo como el chofer le cerraba la puerta para luego rodear el Bugatti y colocarse frente al volante. Mientras se acomodaba tímidamente la falda, su piel se erizó, notando que la miraban.

La situación no podía ser tan incómoda. A menos de medio metro tenía a ese tipo, a aquel que se había empeñado en evitar; su destino no podía ser más desastroso. Y estaba segura de que él la miraba con descaro. El corazón de Anne palpitó nervioso, haciéndole sentir una oleada pudorosa de calor.

En ese mismo momento, Guido Vitale ingresaba al automóvil, sentándose en el lugar del copiloto. Sus ojos oscuros contemplaron la curiosa situación en la que se encontraba su jefe y mejor amigo. A él le intrigaba ese nuevo interés que Renzo sentía por esa chica, cuando era sabido que nunca se había interesado por alguna. De hecho, Guido había estado seguro de que rechazaría el compromiso, pues él mismo se lo había dicho antes de visitar la Residencia Hill con Don Carlo. Sin embargo, ahí estaba Renzo Mancini junto a una chica que, si bien a Guido no le parecía fea, era, definitivamente, rara, muy diferente a los gustos habituales del joven jefe de la mafia.

En el asiento trasero, Anne carraspeó y tragó saliva. Le había tomado unos segundos el atreverse a mirar a Renzo y corroborar lo que pensaba. Pero su temperamento no lo soportó. Entonces, giró la cabeza en menos de un parpadeo y lo miró a la cara. Efectivamente, él había abandonado el paisaje de su ventanilla para clavar sus llamativos ojos en Anne, reclinado cómodamente en el asiento con los brazos cruzados.

Sin soportarlo, la pequeña voz de Anne inquirió sin temor:

—¿Qué es lo que tanto miras? ¿Tengo monos en la cara?

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...